Una autobiografía con tintes de ficción. Todo libro responde a una o varias obsesiones, eso depende del momento que vive quien lo escribe. En esta ocasión, Manuel Vilas, que nos ha conmovido con libros como Ordesa, decidió mirar de frente a la muerte para ya no temerle, y lo hizo incluso asistiendo a su suicidio en El mejor libro del mundo, obra que presentó en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
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“Yo creo que escribí este libro para, de alguna manera, quitarme a la muerte de encima. Cuando un escritor quiere quitarse una obsesión de encima, lo que hace es escribir un libro. Ya la muerte no me preocupa tanto. Me preocupa, fíjate, es curioso, la labor o la misión terapéutica de un libro. Yo estaba muy preocupado con la muerte, por el hecho de cumplir 60 años, y ahora no lo estoy. Ahora ya no me preocupa la muerte tanto. La exorcicé en el libro. Sigue habiendo una fuerza terapéutica en la literatura, una fuerza bien entendida, no tiene nada que ver con la autoayuda ni nada de eso, pero sí sigue siendo, tal como lo entendían los griegos, una forma catárquica de enfrentar los abismos humanos”.
Hablemos de este ejercicio de hacer una autobiografía ficcionada. ¿Cómo fue eso?
Realmente yo pienso que es autobiografía. A mí muchas veces me dicen que escribo autoficción, y yo les digo: no, autoficción es cuando alguien se inventa cosas y se las atribuye al “yo” de la historia, al autor. No. Yo cuento cosas que he vivido. Ahora bien, sí que está la subjetividad, cuentas cosas que te han pasado, pero desde un punto de vista subjetivo. Todo lo que cuento allí me ha pasado. Salvo lo del principio, porque no me suicidé, pero era simbólico. Voy a decir toda la verdad aquí y voy a poner toda la carne en el asador, me voy a jugar la vida en lo que viene después. Y la manera de transmitírselo al lector, de forma simbólica, era tirándome desde esa torre.
Dice al principio del libro: “¿Qué son los libros sino dulce melancolía para aplazar la muerte?”. Hablemos de esa idea.
La literatura es como los cuentos de Las mil y una noches, que ya son fundacionales. Mientras contamos historias aplazamos nuestro destino. Es una verdad universal. La presencia de la muerte en este libro está provocada por el hecho de que yo cumplo 60 años y me doy cuenta, tengo una iluminación: ya tengo más pasado que futuro. Es como si la muerte me hubiese recordado que el final era ese.
Hay algo de humor antes de esta frase, ya volveremos a ese punto, pero hablemos de la despedida a partir de esto que dice aquí: “El adiós al erotismo es el clásico adiós al mundo, adiós a las pasiones del viejo mundo”.
Sí, de un capítulo que se titula La disfunción eréctil, y habla también de la sequedad vaginal. Son temas que tienen que ver con el envejecimiento del deseo sexual o del erotismo, siendo el erotismo una de las grandes fuerzas de arraigo a la vida.Entonces, uno nota que el envejecimiento se ha plantado en tu vida porque de repente empiezan a aparecer dolencias que no conocías. ¿Qué ha pasado aquí? Es decir, algo tan fuerte y tan brutal como el erotismo también se ve atacado por el tiempo. Produce melancolía, pero también es otro estado de la vida.
¿Más sosegado tal vez?
Más sosegado. Me acuerdo de que Buñuel, en sus memorias, decía que cuando ya se hizo mayor notó como una especie de consuelo, de sosiego, en la pérdida del deseo sexual. La desaparición de ese elemento era como una especie de serenidad, incluso de misticismo y de tranquilidad, de paz.
Volvamos ahora sí al humor. Usted habla en varios momentos de la comedia y quiero preguntarle por su importancia a raíz de esta frase: “La propensión de las sociedades humanas hacia la comedia es el propósito de mi sexagenaria interpretación del mundo”.
El libro tiene dos enemigas que son la solemnidad y la superstición. Yo creo que estas enemigas son amigas de la tragedia, del drama, etc. Y yo creo que la manera de enfrentar el envejecimiento y el paso del tiempo —o al menos yo le ofrezco al lector esta posibilidad— es desde una risa amable, desde una comprensión irónica del mundo, desde un sentido del humor. Es como decir: bueno, sabemos lo que tenemos delante, pero es mejor verlo desde el humor, reírnos un poco de lo que nos pasa. Porque si no nos reímos de lo que nos pasa, nos volveremos locos. Y no vamos a ganar nada. Si nos volvemos locos no vamos a ganar mayor comprensión del mundo. En la tragedia no hay una ampliación del conocimiento del mundo. Si en la solemnidad hubiera una ampliación del conocimiento, yo la respetaría. Pero no creo que la haya. En cambio, en la comedia sí la hay.
Está este capítulo Contra la locura, y dice acá: “Por muy grande que sea la desdicha que el lector lleve en el alma, la del escritor loco de la literatura es más grande. Y eso ayuda. A los locos de la literatura siempre les ha ido peor que a ti”.
Claro, eso es pura ironía y sentido del humor. Me va mal, yo soy un lector, no sé qué, me he divorciado, me han echado del trabajo, y tal... Me voy a leer la biografía de un escritor, porque seguro que le han pasado cosas peores, y me reconcilia ver que a uno le han puteado más que a mí, que le han jodido más que a mí. Es un consuelo estúpido, porque eso no significa nada. Pero bueno, es sentido del humor.
“A lo mejor lo que estoy pidiendo es dejar de ser un escritor y regresar a la condición de un ser humano normal”. ¿Por qué ese deseo? ¿Qué tiene un escritor que no tiene un ser humano normal?
Eso sería maravilloso. Tú llevas toda la vida viendo todo como un escritor, es como una deformación, todo lo ves desde ese ángulo. Tú ves algo y piensas que eso lo podrías contar. No, coño, míralo, disfrútalo, no con la obsesión de pasarlo luego a una novela. Es imposible que un escritor se despegue de esa condición. Al principio es bonito porque es la entrega a una vocación, pero con los años, al final, se convierte en una disfuncionalidad. Acabas disfrutando poco de la vida porque todo lo ves con la posibilidad de pasarlo a una página.
Usted en el libro menciona a muchos referentes, pero quiero preguntarle por dos en especial, porque los nombra acá: Edith Piaf y Federico Fellini.
En la segunda parte del libro hago un homenaje a artistas, cineastas, escritores, músicos, filósofos que me han ayudado a vivir. Yo pensaba que al cumplir 60 años tenía que hacer un pequeño homenaje a aquellos libros, películas, música, cantantes, pintores, filósofos que han hecho algo por mí, que me han dicho, a través de sus obras, o me han regalado una comprensión de la vida que ha hecho que yo no me tirara por la ventana, que no me suicidara. Cuando leía a Kierkegaard —que lo nombro—, dije: joder, este está peor que yo. Y pues no me suicido, porque hay alguien peor que yo. Cuando escuchaba a Edith Piaf, si estaba deprimido, mis ganas de vivir renacían. Con las películas de Federico... si yo llegaba a casa una noche deprimido, hecho polvo, destrozado por lo que fuese —por razones sentimentales, laborales, lo que fuese—, me había dejado la novia, no sé qué... Estoy hecho una mierda, me pongo una película de Fellini y de repente vuelve la vida. Le quería decir al lector: si te va mal, ponte una película de Fellini, que ya verás cómo la cosa mejora. Es un analgésico. Es un analgésico que no hace mal al estómago.
Otro de los referentes que menciona es Jaime Gil de Biedma, que dice que nunca ha dejado de releerlo...
Es por la vida. El modelo de escritor que a mí me apasiona es el que antepone la vida, que para ellos la literatura es una segregación de la vida, es un flujo de palabras que procede de haber vivido. Eso a mí me reconcilia con el ser humano. Escribo porque viví, no porque he leído libros.
“A lo mejor lo que estoy pidiendo es dejar de ser un escritor y regresar a la condición de un ser humano normal”. ¿Por qué ese deseo? ¿Qué tiene un escritor que no tiene un ser humano normal?
Eso sería maravilloso. Tú llevas toda la vida viendo todo como un escritor, es como una deformación, todo lo ves desde ese ángulo. Tú ves algo y piensas que eso lo podrías contar. No, coño, míralo, disfrútalo, no con la obsesión de pasarlo luego a una novela. Es imposible que un escritor se despegue de esa condición. Al principio es bonito porque es la entrega a una vocación, pero con los años, al final, se convierte en una disfuncionalidad. Acabas disfrutando poco de la vida porque todo lo ves con la posibilidad de pasarlo a una página.
El asombro por el asombro y no el asombro por escribir...
Ese es el tema. El asombro por el asombro es maravilloso. Los escritores tenemos la disfuncionalidad del asombro para escribir.
Hay una sátira precisamente al escritor y su pregunta por la venta de sus libros...
Todos mis amigos son escritores. Yo llevo 40 años en este oficio. He hablado con muchos libreros, incluso con mi editor, y he llegado a la conclusión de que la cara “B” de este oficio nadie la ha contado. Muchos conocemos muy bien la vocación, el amor a la literatura, el escritor como referente social, como faro moral de una sociedad, el escritor como persona que opina y que de alguna manera ayudan a un mundo, pero hay una cara “B” que no se cuenta y que los mismos autores esconden, que es la vulnerabilidad. De repente sacas una novela y si no está en las librerías, adiós. Los libreros lo saben, que cuando un escritor entra en su librería es para ver si están sus libros. Esta obsesión no es vanidad, si lo fuera no me habría interesado. Es la necesidad del escritor de ver que el círculo de la literatura se cumpla. Ese círculo empieza cuando el escritor empieza su novela y se cierra cuando llega a las manos de un lector o lectora. Ahí está también la necesidad del lector, la dependencia del lector y que este siga confiando en ti. No por vanidad o lucro de ninguna clase. Un escritor y un lector empiezan una conversación de amistad. Cada novela reafirma esa amistad. El temor a decepcionar a ese lector es el temor a decepcionar una amistad. No es el temor a perder una venta, a mí no me interesaría hacer esto si fuera el caso, es el temor a decepcionar y perder un amigo.
“Esto abre en mí una filosofía naturalista. Celebro tanto la amistad como el olvido de la amistad”. Hablemos de ese concepto de la amistad, entonces.
La edad en los seres humanos te abre las puertas de la tolerancia, admites todo. Por ejemplo, aceptas la idea de haber tenido amigos en el tiempo que luego desaparecen. La amistad entre escritores es curiosa. Si son amigos por siete años, y en el octavo ocurre algo y dejan de ser amigos, no pasa nada grave. No pasa como Vargas Llosa y García Márquez, que hay de por medio una historia truculenta, sino que de repente eso que los unía ha desaparecido, y hay que tomárselo con naturalidad.
Esto también me llamó la atención: “Existe no una izquierda política sino una izquierda literaria. En esa izquierda literaria quise militar yo”, dice, y luego se pregunta: “¿Dónde está nuestra insatisfacción moral y política”?
Aquí hablo de todo. Un escritor tiene que comprometerse con la lucha de una sociedad más justa, pero hoy en día ese compromiso es complejo porque no sabes muy bien cómo acertar, cómo decirlo sin que sea malentendido y sin equivocarte. Yo soy progresista, creo en la igualdad, en la socialdemocracia, en la redistribución de la riqueza, en la salud y la educación como bienes absolutamente indiscutibles e irrenunciables, pero a veces veo un caos político e ideológico. La victoria de Trump nos ha metido en el siglo XXI. Seguíamos con los moldes políticos del siglo XX, pero esta llegada de Trump tan brutal, devastadora e infernal nos ha metido en este siglo. A veces, con perplejidad, me pregunto cuál es la labor política del escritor en este mundo tan complejo. Mi lucha es por intentar acertar con lo que verdaderamente hace progresar a los pueblos.
Usted termina hablando de la soledad al decir lo siguiente: “La unidad del universo descansa en la soledad, la unidad y la materia es soledad, la unidad de mi cuerpo es soledad”. ¿Por qué este concepto es importante para usted?
¡Ostia! La soledad para mí ha sido un tema... Yo creo que todo ser humano puede amar a otro profundamente, pero no puede entrar en su soledad; eso es un misterio de la especie. Esto también lo creía Paul Auster. Arrastramos nuestra soledad. Podemos tener un amor maravilloso, una pareja, tu hijo, tu familia, pero aún así estás solo y morirás solo. Los grandes misterios de la vida los vas a enfrentar solo. A eso me refiero. A lo mejor la muerte es que tu espíritu deja esa soledad y se une al cosmos, y abandona la soledad porque ya es todo.
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