La premiarán por dedicarle la vida al arte, a la actuación, al canto… Pero todo ello la llevó a algo que no se premia, pero que vale mucho más: pensar y decir lo que se piensa en voz alta, sobre todo cuando sale así, en obra gris y en forma de pregunta. Por lo menos, se necesita de valentía: los pensamientos no son políticamente correctos ni tampoco considerados o prudentes. Los pensamientos pasan por los ojos, que ven lo que encuentran, sin elegir, solo ven. Y pasan por la lengua, que saborean lo que entra, sin elegir, solo saborean. De lo que vamos viviendo por elección, suerte o azar. Y a veces vivimos en escenarios tan hostiles, que solo podríamos preguntarnos por lo que nos daría vergüenza reconocer en voz alta, o tan bellos y seductores, que solo podríamos inspirarnos por lo que nos daría vergüenza reconocer en voz alta. Y De Francisco no solo ha estado en escena con su cuerpo, también ha expuesto su pensamiento.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Fue reina y modelo. Después se convirtió en actriz y en cantante. Ahora, además, es escritora y profesional en filosofía.
Lo fácil habría sido quedarse en una sola cosa. Lo fácil habría sido descubrir que era bonita, y haber sido más bonita y ya. Pero además de darse cuenta de que la belleza era una llave para abrir puertas, se preguntó por los costos de ese privilegio. Por las implicaciones para ella, la que entraba por bella, y las consecuencias para los que abrían. Y los efectos en los que la miraban y en las que no lograban entrar. Por los saldos que deja la experiencia de estar viva en un cuerpo deseable.
Fue la Niña Mencha, Juanita de Hinojosa, Marina Valdes, Carolina Olivares, Bernarda “La Caponera”, Pilar Carrasco, se inventó a La ranga, y recientemente la vimos en El paraíso, como la madre de Julio César. Como cantante, tendríamos que hablar de Café con aroma de mujer, o Gaviota, de Veneno y sabia, y de Bailarina… Escribió “El hombre del teléfono” y “Margarita va sola”, y fue columnista, pero renunció por un dilema ético.
Los Premios India Catalina le entregaron el Premio Víctor Nieto a toda una vida por su trayectoria. Esta conversaión se llevó a cabo durante el Festival de Cine de Cartagena, en el que delante de un auditorio, la actriz habló sobre las equivocaciones, la belleza, la actuación y la filosofía:
Hace un tiempo, un escritor le dijo a un colega que cada decisión era una renuncia. Y, claro, cada vez que se elige algo, se está dejando atrás otra cosa. ¿Cómo se siente hoy con las decisiones que ha tomado?
El miedo es un sentimiento que me ha acompañado siempre y que he aprendido a navegar, a transitar. Cuando siento miedo de tomar una decisión, la tomo. Y, a pesar de que lo he hecho rápidamente, no me arrepiento de los errores que he podido cometer. De todas formas, pienso que los arrepentimientos también forman parte de la construcción de la persona que es uno, y nunca he tenido la sensación de que decidí algo y me perdí de otra cosa que pudo haber sido mejor. Me siento muy conforme con mis equivocaciones.
A través de los caminos de cada oficio se van aprendiendo cosas. Hay picos de éxtasis, éxito, aprendizaje, pero también de fracaso, de frustraciones, de pérdida… ¿Recuerda momentos bisagra en su vida como actriz? Para hablar, además, de los más luminosos pero también de los más brumosos…
Tengo un recuerdo imborrable como estudiante de actuación en la escuela de Juan Carlos Corazza. Llegué allí después de trabajar en algunas producciones como actriz con papeles muy mal logrados por mi parte, y yo creo que ahí fue donde me di cuenta de la falta de recursos que tenía. Durante el primer ejercicio con mi profesor, que además sabía leer el cuerpo magistralmente, me dijo: “Vuélvase loca ya”. Estábamos en un aula de clase con varios compañeros que estaban mirando, y él hacía diferentes ejercicios con nosotros, pero teníamos que ser observados: parte de la esencia de ser actor es tener la conciencia de que será observado siempre por otro. Y bueno, yo empecé a “hacer de loca”, pero me detuvieron y me dijeron: “No, no es hacer de loca, es que usted sea una loca ya”. Y ahí pensé: ¿qué querrá decir eso de volverse loca? Me imaginé que tenía que ver con no responder a normas, con irrespetar todo lo que se debía hacer. Con total libertad, comencé a desenvolverme como nunca pensé que lo haría. Entré en otra dirección, pero me dieron ese espacio, ese momento alucinante para hacer locuras sin dañar a nadie, pero con la imaginación, con el cuerpo, con todo. Una libertad que no había sentido antes. Ese fue el momento donde yo dije: “De esto se trata: hay que hacer de este oficio una transformación del ser”.
Ese fue luminoso, ¿y el tormentoso?
He tenido bastantes. Cuando fui a hacer una serie inglesa llamada Fidel, en cuanto me vio, el director me dijo: “Usted es, no necesita hacer casting”. Y yo me sentí la más divina, la mejor. No hice ni un ensayo, llegué directamente vestida. La producción fue impecable. Me considero una actriz de telenovela, así que cuando entré al set vi un sistema muy cinematográfico: se hacía todo a una sola cámara, con una sola unidad, y entré en un pánico tan horrible que nunca pude salir de él durante el trayecto de la filmación. Para mí, cada día fue una tortura. Todo me aterrorizó. Tuve que hablar en inglés, pero fui muy torpe. El director me dijo: “Yo francamente no entiendo qué le pasó. Se ve que usted está luchando con un mundo de demonios y eso no la está dejando ser el personaje”. Y bueno, cumplí como pude, pero fue la mayor pesadilla.
¿Y ya descubrió qué fue lo que pasó ahí? ¿Cuál fue el bloqueo?
Me costó muchísimo salir de eso. Era terror al cine, a la minucia, a lo profundo que llega una cámara de cine. En la televisión me siento como perro por mi casa. Aunque se hacen cosas altamente artísticas, de alguna manera yo no siento tanto respeto o no creo que el mandato sea hacer una obra de arte. Pero en el cine sí. Cuánta verdad hay que tener para no traicionar al espectador. Eso fue lo que me produjo una parálisis tremenda.
¿Y este episodio fue antes o después de Paraíso travel?
Antes. Paraíso travel fue otro punto de quiebre que tuvo que ver con eso. El personaje de esa película nació de una novela de Jorge Franco, y cuando Simón Brand, el director, habló conmigo, me mencionó dos personajes: uno duraba todo el filme, el otro solo 10 minutos. Pero el segundo era más jugoso, lo que él quiso fue convertirme en un monstruo. Yo acepté el segundo. Después de que me maquillaron y me miré al espejo, me di cuenta de que así ya no me importaba si la luz me servía o no, si estaba bien parada o si no. Sentí mucha felicidad, empecé a ser la mujer más libre del mundo.
Todos los seres humanos pensamos y tenemos un grado de existencialismo. Esas preguntas no siempre son cómodas. De hecho, casi nunca lo son: preguntarnos por el sentido de la vida y que la respuesta no sea satisfactoria o no tenga certezas es desolador. Así que creo que, por eso, el pensamiento a veces se desprecia, se acude a lo más fácil, a lo más superficial. A usted eso no le pasó, ¿por qué?
Hay inquietudes que vienen con uno. Para mí, el existencialismo ha sido muy familiar desde chiquita. Y cuando uno dice “existencialismo” inmediatamente lo relaciona con el pensamiento sobre la muerte. Empecé a pensar en eso desde muy pequeña y con mucho terror, con mucho miedo de no saber por qué se moría la gente. No tenía suficiente raíz en la religión, entonces no confiaba en que Dios estuviera allí como para salvarme. Tampoco era una pregunta que me pudiesen contestar mi papá o mi mamá. Las preguntas sobre por qué estábamos aquí, por qué nos ocurrió la vida, me obsesionaron. Para mí, la vida es insólita y aún me asombra. No puedo creer que haya vida y que nos toque a nosotros ser conscientes de eso. Jamás será para mí algo dado, será siempre un motivo de estupefacción. Creo que nací atenta a vivir.
A mí eso me pasó cuando tenía 8 años y vi un asesinato en la calle. Aún recuerdo los fogonazos de la pistola. Fueron tres balazos y mataron a una mujer. Por eso me convertí en periodista. Y ahora que responde esto entiendo que mis preguntas por cómo alguien se atrevía a matar y qué significaba morirse eran filosóficas, pero ¿cómo descubrió usted que sus preguntas de infancia tenían tanta profundidad?
Lo descubrí a través de terapia psicoanalítica porque, por cuenta del terror que me producía preguntarme por la vida, mis padres estaban bastante desesperados. No sabían cómo tratar eso, entonces dimos con una psicoanalista para niños que me ayudó a atravesar eso, pero sin resolver la pregunta, porque después me di cuenta de que eso no tenía solución ni cura. La vida no tiene cura. Cuando salí del colegio, la primera carrera que quise estudiar fue filosofía, pero la vida me llevó por otros caminos.
¿Y ahora qué siente? Alguna vez dijo que no se sentía “autorizada” para hablar de temas como la filosofía…
Nací en una generación de un machismo imperante. A mí me ha costado observar mi propio machismo, que todavía está en mí. Nunca me sentí realmente autorizada para hablar, sobre todo porque los hombres que hablaban de esos temas me inspiraban mucho respeto. Les tenía miedo a los profesores, y bueno, no se me ha quitado ese miedo: no me le mediría a una conversación con un profesional en filosofía jamás, siento que no le daría la talla. A pesar de eso, creo que voy siendo cada vez más insolente.
En el arte tampoco están las respuestas, pero hay alternativas para profundizar en esas preguntas, para crear e imaginar las posibilidades de la consciencia...
El arte es como un vehículo donde uno puede poner el alma a pasear. Y cuando dices que nos da alternativas, yo pienso que todo eso se manifiesta en el ser. Cuando uno involucra el ser en algo, en una actividad, ese oficio, ese pequeño hacer, se vuelve una obra de arte. Cuando uno tiene toda su atención, se olvida de las preguntas filosóficas, se olvida de si existe Dios. Eso me pasa cuando escribo, cuando estoy en una escena y estoy completamente metida, estoy jugando. Creo que el arte es algo que no se intelectualiza.
¿Usted se considera artista?
Creo que eso es para los genios. Yo soy una artista doméstica. He hecho trabajos decentes, pero no me considero una artista en el real sentido de la palabra. Lo que pasa con la experiencia artística es que conmueve, transforma al otro. Diría que soy una actriz que escribe. Sin ninguna vergüenza, puedo decir que soy actriz profesional. Y bueno, dentro de poco me graduaré como profesional en filosofía, pero confieso que nunca me había sentido más principiante que después de haber estudiado cinco años. Apenas estoy comenzando a mirar hacia dónde puede ir una real investigación filosófica, así que me siento todavía como una estudiante.
¿Para qué estudió filosofía?
Para nada.
Esa es una respuesta filosófica...
Exacto, sí. Pero lo que creo es que me interesa el pensamiento. Tengo mucha hambre de conocimiento y de saber hasta dónde llega el pensamiento que yo misma he podido alcanzar. Es un estudio por pasión, por placer puro y duro.
Este homenaje llega cuando, además de exreina, cantante, actriz y modelo, es escritora. Se dedicó a pensar en el pensamiento. Y cuando uno comienza ese camino, no hay vuelta atrás: es imposible ignorar los descubrimientos que atraviesan el alma, la mente, el tiempo a solas… ¿Qué le preocupa o qué es lo que más le inquieta? ¿Cuáles son sus obsesiones filosóficas ahora?
Quiero entender cómo reflexionan los filósofos sobre estas mismas preguntas que me inquietan muchísimo, que me interesan. Me interesan los puntos de vista. Es cierto que cuando uno escribe incómodo, hay una inquietud genuina, o uno no está diciendo lo que realmente quiere decir. Ya me ha pasado que cuando tengo rabia o quiero contestarle algo a alguien que ha dicho una cosa que quiero controvertir, escribo fácil. La rabia es un muy buen instrumento para escribir, o la tristeza. Y a mí me gusta ponerlas en la escritura.
Hablemos del cuerpo: a través de él, usted ha dicho muchas cosas, ha contado historias. Fue reina de belleza, luego actriz, y su pelo ha sido todo un símbolo. Cantó. Y ahora escribe, y la escritura involucra a todo el cuerpo. Es una postura… ¿Cómo está su relación con su cuerpo ahora?
Por un lado, vivo esa relación con mucha alegría. Estoy envejeciendo con mucho alivio, no me preocupa ser vieja. Pero, por otro lado, sí tengo un cuerpo que he azotado a punta de ejercicio, precisamente porque quería ser bella, porque he querido ser… Yo he tenido una especie de proxeneta interior que me ha dicho: “Usted tiene que hacer esto, privarse de comer esto, porque la imagen que yo quiero de usted es esta”. Y yo he sido bastante sumisa con ese proxeneta. Por ese afán de tener un cuerpo que se ajustara a lo que ese proxeneta quería, ya no tengo rodillas ni cader, pero por el hecho de estarme haciendo mayor, el señor proxeneta ya no trabaja más. Aparte de eso, me siento alegre porque ya no tengo encima ese deber.
¿En qué momento uno se libra de ese proxeneta, sobre todo siendo mujer?
Yo creo que uno no se libra del todo, pero sí aprende a observar, a darse cuenta. No te puedo decir que me he librado de todo, pero me siento bastante más liviana.
Ha contado muchas veces que desde pequeña fue ávida de reconocimiento, de ganarse su puesto en el mundo. Esa ansiedad por llamar la atención, por expresarse, ¿cómo se siente ahora?
Me mentiría si dijera que ya no quiero ese reconocimiento, que ya no me importa. Sí me importa, de lo contrario no diría tantos disparates en X. Tampoco estaría aquí si no fuera para provocar algo, para verme a mí misma en esas respuestas, en esas interpelaciones que me hacen, buenas y malas, en contra o a favor. Quiero verme en eso, reconocerme en la mirada de los otros, de cualquier modo, así no sea agradable.
Se ha desenvuelto en lo artístico, pero también en el mundo del espectáculo, del show, de la farándula. ¿Cómo ha sido esa soledad que, tal vez, en el arte puede lidiarse con algo más de gracia, pero que en el mundo de las luces está un poco desprestigiada?
Hoy en día, la soledad es mi momento más precioso. Es muy celosa: me llama siempre, me quiere con ella siempre. Soy una muy buena “sola”. También reconozco que esto lo digo con tanta soltura porque mi esposo está conmigo.