¿Cómo llegó a ocupar este cargo en Vassar?
Antes que cualquier cosa, soy emprendedora. Tengo una marca de ropa que se llama Doménica, que comencé con mi mejor amiga del colegio cuando estábamos en quinto semestre de la universidad. Participamos en muchas ferias de emprendimiento y, cuando una de ellas dejó de funcionar y tuvo los problemas que tuvo, nos preocupamos muchísimo. En ese momento, muchos emprendedores nos unimos para pensar cómo crear una nueva feria. Siempre he sido de la filosofía “zapatero a tus zapatos”, así que se me ocurrió que lo mejor sería que una empresa profesional en eventos se encargara de la producción. Fue así como terminé contactando a los de Páramo, y ellos aceptaron. Ahí nació la Asociación de Emprendedores, entidad sin ánimo de lucro con el propósito de apoyar el emprendimiento, con la que nos encargamos de todo lo que tiene que ver con la venta de stands, la curaduría y la selección de las marcas de Vassar. Eso, junto a Paramolab, que se encarga de la producción del evento, y Alina Vélez Comunicaciones, que lidera la estrategia de relaciones públicas, es lo que hace posible la feria. Así fue como terminé en este cargo.
Describa la cultura del emprendimiento en Bogotá.
Viajo bastante y, la verdad, no he visto una feria con el espíritu emprendedor que se vive aquí en Colombia. Es un espíritu de empuje, de ganas de salir adelante, sin miedo al éxito. Eso es algo muy característico de los colombianos, que se ha fortalecido mucho en el país. Es un valor enorme que debemos reconocer, porque creo, además, que este modelo podría replicarse en otras partes del mundo, pero yo no he visto nada igual.
¿Cómo se maneja la frustración al emprender?
Creo que es algo que uno sigue enfrentando todos los días. Para mí, emprender es una montaña rusa, pero con el tiempo uno va aprendiendo a manejarla. Eso sí, hay algo que nos pasa mucho a los emprendedores: queremos todo de inmediato. Sentimos que, si no tenemos ya veinte tiendas, fracasamos. Nos genera mucha ansiedad la necesidad de resultados rápidos, pero con los años fui interiorizando que emprender no es una carrera, es una maratón. Se trata de quién resiste más. Cuando empecé con Doménica tenía 19 años; hoy tengo 27. Empecé muy joven, y creo que por eso es tan importante desarrollar inteligencia emocional. Parte de manejar la frustración ha sido eso: construirme como persona. Desde el inicio me dije que tenía dos opciones: maduro o esto me pasa por encima. También creo que es clave tener apoyo emocional, ya sea de un coach, un psicólogo o alguien que te acompañe. Es un proceso muy personal, pero necesario para poder manejar las emociones.
¿Qué determina el éxito de un emprendimiento?
Hay dos componentes muy importantes: la pasión que uno le pone a su proyecto y la capacidad de crear marca más allá de simplemente facturar. Esa, para mí, es la gran diferencia entre los emprendedores que logran destacar y sacar adelante sus ideas, y los que no. Triunfan quienes están concentrados en un propósito más profundo, más allá de lo que diga la calculadora. Por ejemplo, cuando un emprendimiento se plantea hacer colaboraciones con grandes marcas, incluso si eso implica enfrentarse a gigantes como Adidas, pero lo hace porque quiere posicionar su marca cueste lo que cueste, ahí es donde se empieza a marcar la diferencia. Es un tema muy emocional. Y creo que cuando uno empieza a enfocarse solo en los números —sean los seguidores, la facturación o los likes— es cuando uno comienza a perder el rumbo. Si uno logra salirse de ahí y pensar más en la visión, en el impacto que quiere tener en su comunidad, en la creación de comunidad, ahí es está la clave. Esa es la diferencia entre un emprendimiento exitoso y uno que tal vez no logra sobrepasar la presión de los números.
¿En qué se fija primero cuando se acerca a un emprendimiento?
En el universo de la marca. Me encantan esas marcas que, sin necesidad de leer el logo o ver el nombre, uno ya reconoce. Me pasa mucho, por ejemplo, que voy por la calle y veo a alguien de espaldas con un hoodie, y solo con mirar las costuras, los acabados, la tela, pienso: “Eso es un saco Doménica”. Y cuando me acerco y lo confirmo, digo: “Bien, estoy creando marca”. Esa identidad visual y conceptual es lo primero en lo que me fijo.
Usted ha dicho que Vassar “trasciende el concepto de feria”. ¿Cuál diría que es la filosofía detrás de un evento como este?
Creo que Vassar, por la misma naturaleza de cómo se creó —de la mano de los emprendedores—, es una verdadera plataforma de emprendimiento. Ahí es donde está la diferencia. No es que se acaben los días de feria y los emprendedores se desentiendan. Aquí entran a ser parte de una comunidad. Tienen una membresía que los conecta con otros emprendedores, donde hay apoyo con proveedores, consejos, alianzas. Además, se ofrecen talleres, workshops, asesorías… Hay diferentes formatos de Vassar que se han venido desarrollando, y justo ahora, después de esta edición ferial, vamos a lanzar un segundo formato con el que esperamos llegar a distintas ciudades. Entonces, la filosofía detrás de Vassar es esa: no es solo una feria, es una plataforma que acompaña a las marcas en todo lo que pueda, de forma integral, para ayudar a surfear esta aventura que es emprender.
¿Cómo asume la responsabilidad de dirigir una plataforma para tantos emprendimientos?
Con mucha humildad. Yo siento que, como es algo que he vivido en carne propia, entiendo las emociones del emprendedor. Entiendo sus angustias, lo que significa invertir en una feria y que no le vaya bien. Por eso asumo ese reto desde la empatía y la cercanía. Además, creo que contar con un equipo es fundamental para que todo esto sea posible. Al final del día, lo que estamos haciendo es formar una célula de líderes que está construyendo una plataforma y un formato capaces de replicar ese impacto en muchos más. Es un proyecto de emprendedores para emprendedores.