El Magazín Cultural

Maryse Condé, la dama de las letras antillanas

Ante el escándalo de abusos sexuales que provocó la suspensión del Premio Nobel de Literatura en 2018, un grupo de intelectuales suecos creó un galardón alternativo que reconoció la obra de Maryse Condé. La guadalupeña habló para El Espectador durante su reciente visita a Barcelona.

SORAYDA PEGUERO ISAAC
03 de marzo de 2019 - 01:00 a. m.
Maryse Condé se ha destacado por obras como “Segu” o “Yo, Tituba, la bruja negra de Salem”. / Claire-Garate
Maryse Condé se ha destacado por obras como “Segu” o “Yo, Tituba, la bruja negra de Salem”. / Claire-Garate

La frase estalló en su cabeza como un golpe que no avisa. Maryse Condé no entendió qué quiso decir la amiga de su mamá cuando ella le dio las gracias por regalarle un libro de Emily Brontë. La joven Maryse le expresó su deseo de convertirse en una gran escritora. Entonces la mujer le dijo: “La gente como nosotros no escribe”. En diciembre de 2018, cuando recibió el Premio Nobel Alternativo de Literatura que le entregó la Nueva Academia en Estocolmo, Maryse Condé recordó aquel episodio de su adolescencia. “Sí, los negros pueden escribir —dijo en su discurso—. Sí, los habitantes de una isla pequeña, sin importancia, que nunca recibe atención internacional, pueden escribir”.

Si está interesado en leer otro texto de Sorayda Peguero Isaac, ingrese acá: Llámame por mi nombre

Guadalupe pertenece a las Pequeñas Antillas del Caribe. Es uno de los cinco departamentos de ultramar de la República Francesa. Maryse Condé vino al mundo en su ciudad más poblada, Pointe-à-Pitre. Era un día de carnaval, febrero de 1937. En una bonita casa de la Rue Alexandre Isaac, propiedad de una familia de la burguesía antillana, la pequeña Maryse, la menor de los ocho hermanos Boucolon, forjaría su reputación de niña que lo cuestionaba todo. Si pudiéramos observar instantes de su infancia por una mirilla, la veríamos jugando a “la pata coja” en la Place Victoire, recogiendo semillas para hacer sus propios collares o contándole sus historias a Danielle, la niña indígena que sus padres adoptaron. La veríamos, entre los nueve y los diez años, enfrentándose a los primeros desafíos de su escritura. Veríamos a la pequeña Maryse sentada en un pupitre de la escuela, mirando a su profesora con la cara enfurruñada.

La profesora Ernouville dijo que cada alumna debía redactar una descripción de su mejor amiga.

—Menudo aburrimiento de tarea. La terminé en un santiamén, le entregué el cuaderno de francés y no volví a pensar en ella. Un par de días después, madame Ernouville inauguró la clase como sigue: “Maryse, castigada sin recreo durante una semana por la sarta de maldades que has escrito sobre Yvelise”. ¿Maldades? Ante mi asombro, se puso a leer mi redacción con aquella voz chillona suya: “Yvelise no es guapa. Yvelise tampoco es inteligente”.

Si desea leer otro texto de Sorayda Peguero Isaac, ingrese acá: Para no morir de verdad

La franqueza es una peculiaridad notable en la escritura de Maryse Condé. El desencuentro con madame Ernouville forma parte de los relatos reunidos en Corazón que ríe, corazón que llora (1999), las memorias de su infancia que Impedimenta publica por primera vez en español y que la autora presentó recientemente en Barcelona. Este libro, traducido por la escritora española Martha Asunción, es el que Maryse Condé les recomienda a quienes empiezan a descubrir su obra. Una selección de relatos que nos descubre los orígenes de una personalidad arrolladora y la afectación profunda de una niña que se rebela contra las reglas, que no se permite concesiones. Ni siquiera sus padres, con sus ínfulas de francesitos burgueses, salen ilesos de sus memorias. Ni siquiera su primer amor. Cuando Gilbert le escribió una carta, elogiando sus “hermosos ojos azules”, la pequeña Maryse le respondió con un escueto mensaje: “Gilbert, lo nuestro se acabó”.

—En ese episodio quería mostrar el divorcio que existe entre el mundo escrito, el que aprendemos en la escuela, y el mundo en el que vivimos. Me acuerdo de un investigador que les pidió a los niños guadalupeños que describieran a su mamá. Fue muy sorprendente. Los niños escribían: “Mi mamá es rubia con los ojos azules”. Y cuando el investigador les preguntaba: “¿Tú conoces bien a tu mamá? ¿Sabes que no es rubia y que no tiene los ojos azules?”, los niños decían: “Sí, pero usted me ha pedido que escriba”. Para ellos, escribir significaba falsear el mundo que los rodeaba. Leíamos libros de Balzac, Flaubert, Apollinaire, libros que no hablaban de las Antillas. Los niños deben conocer el mundo en el que viven. Hablar del mundo que nos rodea es una manera de ser revolucionarios.

Maryse Condé escribe para encontrarles respuestas a las preguntas que se hace. Las más recurrentes tienen que ver con África, con las mujeres, con el Caribe, con el colonialismo, con el racismo, con la risa y el llanto, con el amor y el odio, con la generosidad y la barbarie y con los finísimos hilos que tejen las contradicciones de nuestra humanidad. La guadalupeña ha creado un lenguaje propio, mezcla de francés, criollo de Guadalupe, un poco de inglés y las experiencias de una vida trepidante y nómada.

—En las Antillas hay una disputa sobre el uso del lenguaje. Algunos escritores decían que solo había que escribir en criollo. A mí me parece exagerado. El criollo no es mi lengua materna; yo aprendí el francés de niña, pero no creo que el escritor tenga una lengua materna: el escritor inventa su propia lengua. La lengua Maryse Condé está hecha de mis pasiones y de mis pulsiones íntimas, es un lenguaje que creo mientras escribo. No le pertenece a nadie.

Cuando tenía dieciséis años se marchó de Guadalupe para empezar sus estudios en el Liceo Fénelon de París. Para ella fue una separación difícil, pero también necesaria: “Me buscaba, quería conocerme. Quedarme encerrada en un lugar pequeño como Guadalupe no era lo mejor para mí”. En 1959, cuando estudiaba en la capital francesa, contrajo matrimonio con el actor guineano Mamadou Condé. Vivió y trabajó como profesora de francés en varios países africanos. Dos décadas después de su primer matrimonio, se divorció y se casó con el británico Richard Philcox, el hombre que cuidaba de sus cuatro hijos mientras ella terminaba un doctorado en Literatura Comparada, en La Sorbona, el que transcribe sus libros al inglés y le traduce las imágenes del mundo en palabras. Aquejada de una enfermedad degenerativa, Maryse Condé ha perdido la vista y la movilidad de sus piernas.

¿Por qué sabíamos tan poco de la primera presidenta del Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia, creadora del Premio de las Américas Insulares y Guyana, fundadora del Departamento de Estudios Francófonos en la Universidad de Columbia y profesora en La Sorbona, en Berkeley y en Harvard? ¿Por qué una autora caribeña que ha escrito más de treinta libros (novelas, ensayos, teatro y cuentos para jóvenes y niños) apenas tiene cinco títulos traducidos al español? Maryse Condé no sabe la respuesta, pero siente que no es tarde para celebrar que la amiga de su mamá se equivocó.

* sorayda.peguero@gmail.com

Por SORAYDA PEGUERO ISAAC

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar