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“Me habría gustado que el presidente Petro entendiera más el valor de Batuta”

Lucía González Duque dejó la dirección ejecutiva de la Fundación Nacional Batuta tras una etapa de recortes presupuestales, cambios políticos y desafíos territoriales. En esta conversación defendió el arte como proyecto ético, cuestionó la narrativa del odio y llamó a proteger una cultura que transforme, no que excluya.

Samuel Sosa Velandia

11 de julio de 2025 - 09:00 a. m.
Lucía González se ha desempeñado como comisionada de la Comisión de La Verdad y directora del Museo Casa de la Memoria de Medellín.
Foto: Óscar Pérez
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En su carta de renuncia argumentó que dimitía del cargo por razones personales, ¿cuáles fueron? ¿No hubo algo más detrás de esa decisión?

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Yo diría que todos los asuntos, en última instancia, son personales. Sin embargo, sí hubo condiciones familiares que me llevaron a tomar la decisión de regresar a Medellín. Mi madre necesitaba mi presencia, y eso fue clave. Pero también creo que a veces uno llega a las instituciones con una misión, no necesariamente para quedarse mucho tiempo, sino para cumplir una misión. Considero que esa misión, en la medida de lo posible, se cumplió. Las condiciones que yo esperaba eran muy distintas. Batuta había tenido históricamente una gran solvencia y un gran respaldo por parte del Ministerio de las Culturas y de los gobiernos en general. Siempre han estado presentes las primeras damas en la junta, el Ministerio, el DPS. Ahora está el ICBF, pero el recorte de 10 mil millones de pesos puso a Batuta en una situación muy difícil. Ajustarse a eso ha sido complejo, no solo en lo operativo, sino también en lo emocional, por tener que dejar territorios donde hemos estado durante años.

Sabemos que el Ministerio ha hecho un giro importante hacia las expresiones culturales comunitarias, y eso es valioso. Pero duele que ese cambio implique menos recursos para el arte en las escuelas y para el modelo integral de Batuta, que incluye atención psicosocial. Sin embargo, seguimos trabajando con la cartera en el programa Artes para la Paz, tratando de que no se pierda el enfoque social que ha caracterizado a Batuta. No se trata solo de formar músicos, sino de acompañar a niños y jóvenes en contextos de alta vulnerabilidad.

¿Qué pasó específicamente con el programa Sonidos de Esperanza? ¿Desapareció completamente?

Sí. Sin embargo, logramos rescatar 26 centros musicales. Además, el Ministerio reconoció el valor de 13 orquestas muy importantes, como la de Quibdó, la de Buenaventura, la de Puerto Asís, y el trabajo con 600 niños con discapacidad. Ese reconocimiento es valioso, y hay que hacerlo. Lo más importante es entender que esto no se dio por un recorte presupuestal en sí. De hecho, en 2024 el Ministerio de las Culturas tuvo el presupuesto más alto de su historia, y en 2025 el segundo más alto. Es decir, bajó un poco, pero no se trata de falta de recursos, sino de un cambio en el foco: priorizaron otros proyectos y otras formas de trabajo. Nosotros insistimos en que este era un proyecto que podía mantenerse, porque Sonidos de Esperanza no es un proyecto de Batuta: es una alianza histórica entre Batuta y el gobierno nacional. Ha tenido distintos nombres según el gobierno de turno, pero es un proyecto de nación, un bien público construido a lo largo de los años y que vale la pena preservar.

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Cuando asumió el cargo, hablamos de dos grandes retos: llevar a Batuta a los lugares de pertenencia y garantizar su sostenibilidad. Qué balance hace ahora...

Batuta siempre ha estado en los territorios. El año pasado llegamos a los 32 departamentos, y este año probablemente estaremos en 30. No se trata de internacionalizar por fuera, sino de fortalecer el trabajo con las comunidades. Además del Ministerio, hemos contado con aliados como Ecopetrol, con quien desarrollamos proyectos en zonas rurales complejas. Tenemos iniciativas por arrancar con la Agencia para la Reincorporación, el ICBF, la Alcaldía de Bogotá y la Consejería para la Paz, así como con empresas privadas como Mineros, Bancolombia, Sura y otras que operan en distintos territorios. La meta siempre ha sido vincular más a las comunidades, destacar sus músicas y tradiciones, y alinearnos con el Plan Nacional de Cultura, que promueve el orgullo por lo propio. Aunque Batuta surgió con un enfoque en música clásica, hoy trabajamos con joropo, alabaos, músicas del Pacífico. El recorte presupuestal nos tomó por sorpresa, pero seguimos trabajando. Pasamos de atender 29.000 niños a cerca de 27.000, y aunque fue un golpe fuerte, no nos hemos detenido. Seguimos gestionando alianzas y desarrollando nuevos proyectos.

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¿Qué otras decisiones o batallas internas tuvo que dar al frente de la fundación? ¿Cuáles se ganaron y cuáles quedaron pendientes?

Una tarea pendiente, más para el país que para Batuta, es construir un mapa claro del ecosistema musical. Que el Ministerio nos ayude a identificar roles, tareas y espacios para cada organización, y así fortalecer las articulaciones e intercambiar saberes. En Batuta hicimos cosas valiosas con Iberacademy, la Orquesta Filarmónica de Medellín, la Sinfónica Nacional, y otras. Pero ese tipo de colaboración debería ser permanente y más estructurada. Otra batalla que sí logramos fue fortalecer el sistema de proyectos, presupuestación y seguimiento financiero. Es una labor operativa que suele pasar desapercibida, pero que es clave para rendir cuentas con rigor. Hoy tenemos un sistema mucho más afinado, que permite a los aliados confiar en el trabajo que hacemos.

¿Qué piensa hoy de su paso por Batuta y qué transformaciones personales le dejó, especialmente al trabajar con poblaciones fragmentadas y heridas por la guerra?

Estar en Batuta después de la Comisión de la Verdad me permitió comprender con más profundidad los retos culturales del país. Siempre he creído que el verdadero cambio es cultural: sin transformación de valores, imaginarios y formas de relación, los ajustes normativos son insuficientes. En Batuta trabajamos para que la formación artística también fuera una formación humana. Ajustamos el enfoque de paz para que respondiera mejor a las violencias reales del país y fortalecimos el enfoque de género, reconociendo también las vulnerabilidades de los hombres, especialmente en territorios afectados por el conflicto. Insistimos en formar sujetos activos, orgullosos de sus raíces y comprometidos con la comunidad. Y aunque a veces se plantea una tensión entre lo social y lo artístico, para mí no hay contradicción: cuando una persona se siente valorada, su proceso artístico cobra más sentido y potencia.

A título más personal, quisiera preguntarle si siente que algo quedó inconcluso, si hubo algo por lo que se pudo hacer más...

Como lo mencioné en mi carta de renuncia, me voy tranquila de haber hecho todo lo que estuvo a mi alcance durante este tiempo, pero hay tareas por completar. Por ejemplo, me habría gustado que el Gobierno Nacional, y en particular el presidente Petro, entendiera más a fondo el valor de Batuta y de la alianza público-privada. Esa articulación con el sector privado no solo permite llegar a más territorios, también sensibiliza a los empresarios frente a la realidad de esas comunidades. Cuando financian un grupo musical en un territorio, también se están tocando emocional y socialmente. Me habría parecido importante tener una conversación con el presidente, porque siento que su proyecto cultural, la Ley de Cultura y el Plan Nacional de Cultura van en la misma dirección en la que Batuta ha estado trabajando durante muchos años. De alguna manera, Batuta es fundante de ese espíritu de arte para la transformación social, de arte para la paz. No llegamos con esa idea hace dos o tres años; ese ha sido siempre el corazón del proyecto. Por eso, me parecería valioso que todos —el gobierno, los aliados, la ciudadanía— se sintieran orgullosos de una tarea tan hermosa, que muchas veces solo puede comprenderse en los territorios, cuando se ve a los niños, se siente su calidez, su humanidad, y se observa que en ellos realmente está germinando una semilla de transformación.

¿Cuál cree que es el papel real que está jugando la cultura en los procesos actuales de tejido social y reconciliación? ¿Estamos realmente avanzando hacia una cultura para la paz o solo gestionando símbolos?

A mí me gustaría mucho tener el panorama completo de lo que se está haciendo desde el gobierno y desde otras instituciones, por ejemplo, como Ecopetrol, que es un gran aliado para el tema cultural y es de muchas cosas, porque yo sí creo que ahí está sucediendo una cosa muy importante en el sentido de lo que digo y repito: las comunidades se están sintiendo reconocidas, se están sintiendo valoradas y están sintiendo que a través del arte pueden nombrar lo que les pasa, pueden nombrar sus ilusiones, pueden ponerse en el relato de nación.

¿Cómo ve las voluntades políticas en los diferentes estamentos del Estado y en las regiones sobre lo relacionado con la cultura? ¿Falta más y solo se atiende lo urgente más no lo esencial?

Hemos avanzado bastante. Antes, el Ministerio de Cultura se enfocaba casi exclusivamente en la ópera extranjera, y la música colombiana tenía muy poco espacio, limitada a horarios específicos. Hoy, en cambio, hay una gran diversidad de músicas y expresiones artísticas presentes en todos lados. Sin embargo, aunque el Ministerio ha ampliado su visión para incluir la cultura como formación de valores y convivencia, el legislativo y las administraciones locales aún están rezagados. La cultura no recibe la atención ni el presupuesto adecuados, en parte por la falta de formación política de muchos dirigentes, que no comprenden completamente su importancia. Es una deuda pendiente formar mejor a quienes toman decisiones, pues a menudo se prioriza la formación de sectores populares y se olvida preparar a la dirigencia para valorar y apoyar la cultura.

¿Cómo fue vivir el momento del cambio ministerial tras la salida de Juan David Correa y la llegada de Yannai Kadamani, considerando que el Ministerio es el principal aliado de Batuta? ¿Qué lectura hace de ese momento y qué ocurrió con la fundación en ese entonces?

Ha sido difícil, sobre todo para el Ministerio. Cuatro ministros en poco tiempo —Patricia, Zorro, Juan David y Yannai— generan demoras, incomprensiones y lentitud en los procesos. Sin embargo, entre Juan David y Yannai no hay una ruptura profunda; hay claridad sobre el proyecto que debe desarrollarse. Aunque Yannai puede no tener toda la formación, el equipo ministerial tiene claro el espíritu de lo que se debe hacer, y eso es lo más importante. Insisto en que lo nuevo no debe borrar lo viejo. La Orquesta Sinfónica Nacional y la Fundación Batuta son referentes que hay que proteger, porque son construcciones históricas y sociales que representan un capital acumulado. Generar desbalances entre proyectos no tiene sentido. El cambio no ha sido traumático por las personas, sino por la burocracia: volver a explicar, volver a conectar. Batuta ha tenido cuatro interlocutores que no conocían bien el proyecto. Batuta solo se entiende en su dimensión real cuando se está en los territorios. Es allí donde se siente su verdadero impacto, algo que no se percibe desde una oficina en Bogotá. Por eso, ojalá más personas puedan conocer de cerca lo que significa esta labor en las comunidades.

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Hablemos sobre el panorama político y el lugar que toma la cultura, en toda su dimensión. ¿Qué lectura hace del atentado contra el candidato Miguel Uribe en 2025? ¿Qué tipo de narrativa hemos cultivado como sociedad para que esto siga ocurriendo?

Los psicoanalistas dicen que las cosas pasan porque pueden pasar, porque hay una narrativa que lo permite. En Colombia, aún no hemos resuelto el lenguaje violento que impide ver al otro como un igual. La doctrina del enemigo interno, heredada de Estados Unidos, sigue operando: ser de izquierda, derecha o incluso ser parte del mundo de la cultura aún genera estigmas. La educación juega un papel clave y está en deuda. La paz no debe ser solo una cátedra, sino el eje de formación: formar ciudadanos para la convivencia, educar en la diferencia y enseñar nuestra historia, incluyendo las culturas afro, indígenas y raizales. Hoy, la escuela sigue centrada en una visión blanca, católica y castellana. El atentado contra Uribe es un síntoma visible, pero todos los días asesinan líderes sociales, ambientales, firmantes del acuerdo de paz. Mientras no formemos ciudadanos capaces de reconocer y respetar la diferencia, la violencia seguirá siendo posible. La educación y la cultura deben trabajar juntas con un propósito claro: construir seres humanos que valoren la vida y a los otros.

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De cara a las elecciones presidenciales, ¿cómo interpreta lo ocurrido con Miguel Uribe y su impacto en la radicalización del discurso político y el futuro del proyecto cultural del país?

Si no asumimos una responsabilidad con la palabra y la narrativa, esto no tiene solución. Hay una herencia histórica de desprecio por el otro, esa dificultad de construir el “nosotros”, de reconocernos en la diferencia, y también una irresponsabilidad que permiten las redes sociales: se lanza la piedra y se esconde la mano. Nadie se hace cargo de lo que desata con un trino o una palabra. Hay un riesgo altísimo. Quienes sabemos que la palabra construye realidades debemos evitar los discursos de odio y desprecio. Basta ver lo que pasó con la vicepresidenta: fue vergonzoso. El racismo quedó en evidencia. Es impresionante que en esta época del mundo aún exista ese nivel de racismo. Los medios también tienen responsabilidad. Los editores y dueños de medios pueden ayudar a moderar la narrativa. No hay que eliminar la deliberación ni las contradicciones, pero sí moderar el lenguaje y reconocer la diferencia como un valor. “Si difieres de mí, lejos de herirme, me ilustras”. Uno se educa y afina sus argumentos en la contradicción.

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El mundo de las redes se sumó a esa cultura estábica que ya traíamos. Hay que tener mucho cuidado. No sería la primera vez que una narrativa divide a un pueblo. Hitler también instaló una narrativa de odio y desprecio. Y eso lo creyó gente ilustrada. Por eso: discernimiento, pausa antes de hablar, y consideración del impacto de la palabra.

¿Qué reflexiona sobre las tensiones actuales entre Colombia y Estados Unidos, especialmente en lo cultural, tras casos como la cancelación de proyectos apoyados por USAID?

Vivimos uno de los momentos más convulsos de la historia reciente. Que la guerra siga siendo la respuesta es doloroso. Frente a genocidios como el de Gaza, la humanidad parece haber perdido el rumbo. La relación con Estados Unidos debe ser crítica pero respetuosa, basada en el diálogo y no en confrontaciones impulsivas. Las relaciones diplomáticas son también un aprendizaje cultural que exige argumentos, no ataques que luego debemos corregir. Batuta perdió tres proyectos con USAID. La cooperación internacional para la cultura ha disminuido porque las prioridades globales están hoy en la guerra, el clima y la migración. Y en Colombia, se concentra en lo estrictamente relacionado con la resolución de conflictos, no en procesos culturales de transformación profunda.

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Si tuviera que dejarle una carta al nuevo o la nueva directora de Batuta, ¿qué advertencias, deseos y resistencias pondría por escrito?

Lo esencial es que Batuta mantenga la certeza de que no es solo un proyecto artístico, sino político y ético: forma ciudadanos para la vida en comunidad. No basta con enseñar música; se requiere acompañamiento psicosocial y formación humana, algo que Batuta ha aprendido desde el territorio. Debe seguir siendo un lugar de protección y escucha, donde los niños se sientan seguros. Y, sobre todo, seguir conectada a las voces de las comunidades, aprendiendo de ellas y actuando desde lo que ellas necesitan.

Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com
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