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¿Cómo llegó a ser la directora de Save the Children?
Llevo año y medio en el cargo, y fue un camino muy bonito porque toda mi vida he trabajado en la defensa de los derechos de la niñez. En ese momento estaba trabajando en USAID, pero empezaron a contactarme personas para saber si me interesaría este cargo y ahí pensé: “Wow, esta organización refleja mucho de lo que he hecho toda mi vida”. Me pareció una oportunidad muy linda para continuar ese camino. Llegué con la convicción de que es fundamental trabajar para garantizar los derechos inherentes de los niños en un país donde la desigualdad es tan marcada. Eso ha guiado siempre mi trayectoria profesional y mi visión de vida, como mujer y profesional.
¿Cuándo y por qué empezó a involucrarse en causas como esta?
Soy psicóloga de formación de la Universidad Javeriana, y creo que desde ahí nació mi sensibilidad social. Durante la carrera me di cuenta de que no quería dedicarme a la clínica, sino enfocarme en lo social y en las políticas públicas. Así empecé a entender la importancia del trabajo con la niñez y del compromiso con el desarrollo social. Tuve la oportunidad de irme a Estados Unidos, donde trabajé en un centro de desarrollo infantil como trabajadora social, manejando los casos de niños de familias migrantes con algún tipo de discapacidad. Y a pesar de que allá tenía la posibilidad de continuar mi carrera, sentí el deseo de regresar a mi país y trabajar por las poblaciones vulnerables, porque sabía que Colombia aún estaba muy rezagada en muchos aspectos. Desde entonces tuve claro que quería dedicarme a la niñez. Siento que cuando uno tiene una visión clara, el universo se encarga de mostrarle el camino.
¿Por qué quiso enfocarse en la niñez?
Creo que la población infantil es la más vulnerable. Los niños están en una etapa de crecimiento en la que necesitan que el Estado, la familia y la comunidad se conviertan en una red de apoyo que garantice sus derechos y les permita salir adelante. En un país como el nuestro, que tiene tantas dificultades, es muy triste ver que muchos niños, solo por haber nacido en determinado lugar, no logran desarrollar su máximo potencial. Creo que el gran problema es que las oportunidades no están distribuidas de manera equitativa. Estoy convencida de que los niños y adolescentes merecen que les garanticemos sus derechos. Y apoyarlos es la clave para superar las enormes brechas de desigualdad que persisten.
¿Cuál ha sido la mayor enseñanza que le ha dejado este trabajo?
Lo que más me ha enseñado este trabajo es la capacidad de resiliencia de las comunidades vulnerables. Es impresionante. Por ejemplo, recuerdo a una migrante venezolana que llegó al país y trajo una máquina de coser, porque sabía que con ella podría empezar de nuevo. Cuando la conocimos, la apoyamos para que pudiera montar su emprendimiento. Hoy tiene un pequeño local donde confecciona ropa y ha logrado salir adelante en condiciones muy difíciles. Esa historia refleja lo que he aprendido: la gente tiene una enorme fuerza para superar la adversidad y florecer cuando se le brinda una oportunidad.
Usted se enfrenta cada día con realidades muy duras, ¿cómo lidia con eso?
Soy una persona muy sensible y debo confesar que lloro mucho. Pero luego me seco las lágrimas y sigo adelante. De alguna manera, saber que somos muchas personas y organizaciones trabajando juntas para cambiar la vida de otros me llena de emoción y me da fuerza. Claro que hay momentos muy difíciles. Lo que vimos durante la pandemia, los flujos migratorios, las comunidades desplazadas o confinadas, los casos de niños y niñas maltratados, abusados sexualmente, reclutados o asesinados... Sería mentira decir que no me afecta. Sin embargo, creo que precisamente desde esa angustia y esa empatía nace la fortaleza para seguir adelante. Cuando uno ve a una persona en crisis y puede brindarle apoyo, eso también genera una profunda satisfacción y alegría. Es importante permitirse sentir la tristeza en el momento, pero también reunir toda la fuerza interior para continuar.
¿Hay algún área en la que le gustaría ayudar que no haya hecho hasta el momento?
Hay algo que siempre he querido hacer y aún tengo pendiente: ser profesora voluntaria en una escuela rural. Siento que sería una oportunidad de tocar muchas vidas, ser un referente en lugares remotos y dar algo de lo que he recibido. Cuando pienso en por qué me conecté con esta causa, recuerdo que, sin ser millonaria, tuve una familia que me dio muchas cosas en la vida. Me siento muy privilegiada y por eso quiero devolver, aunque sea un poco, de lo que tuve a quienes no han tenido las mismas oportunidades. Para mí, eso también es una manera de ser mejor ciudadana de Colombia y del mundo. Entonces, hay formas más cotidianas de ayudar: conocer a alguien que esté pasando por una situación difícil, ofrecerle apoyo, conectarlo con una red o simplemente tenderle la mano. Contribuir no se limita a trabajar en una fundación; es algo que todos podemos hacer desde donde estemos.
¿Cree que las personas ahora somos más o menos solidarias que cuando empezó su trayectoria en este trabajo?
Es una pregunta difícil. Creo que hay esfuerzos importantes: desde el sector de las ONG humanitarias y de desarrollo, las fundaciones empresariales y el propio Gobierno con sus políticas. Son esfuerzos que deben ser visibilizados, reconocidos y valorados, pero nos estamos quedando cortos. Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Tenemos 13 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria; más de 600 niños han sido reclutados, y muchos menores no están alcanzando los niveles de aprendizaje que deberían. Todo esto muestra que, aunque hay avances, aún se requiere redoblar los esfuerzos. Yo sí creo que somos un país con una cultura solidaria, pero necesitamos fortalecerla y hacerla más constante. Debemos trabajar de manera conjunta —Estado, organizaciones, cooperación internacional, comunidades y familias— para apoyar cada vez a más personas y lograr que esa solidaridad se traduzca en cambios reales.
