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Medellín contada: La literatura de la ciudad en sus 350 años

El 2 de noviembre, la capital de Antioquia —una de las ciudades más pujantes del país— cumplió tres siglos y medio. Hablamos con varios autores sobre cómo han narrado y consideran que se ha plasmado su historia en la literatura.

Andrés Osorio Guillott

08 de diciembre de 2025 - 08:00 a. m.
Medellín fue fundada el 2 de noviembre de 1675 con el nombre de Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín.
Foto: Ilustración: Éder Leandro Rodríguez
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Entre 1914 y 1925, el abogado y escritor antioqueño Tomás Carrasquilla publicó en El Espectador 16 escritos breves sobre Medellín. Uno de ellos dice lo siguiente: “Lo que es esta ciudad, erigida por don Miguel de Aguinaga, la fueron farfullando, no a ojo de buen cubero, sino a la buena de Dios, por no decir a la diabla. Ni lo adecuado de la localidad, ni la alegría de su valle, ni la muralla azul de sus serranías fueron poderosas a que estos fundadores, amigos de monasterios y santuarios, pusiesen alguna formalidad en el trazado o en el desarrollo de su villa, ennoblecida con todo y escudo y consagrada a María, en la más hebraica de sus advocaciones”.

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El 2 de noviembre, Medellín cumplió 350 años. El tiempo hace que todo cambie, y la forma en la que se ha narrado a la capital de Antioquia ha dado cuenta de las transformaciones y las distintas realidades de la ciudad. Hablamos con varios autores para que fueran ellos, los que han narrado a la Ciudad de la Eterna Primavera, quienes nos cuenten cómo la han plasmado en sus obras y para comprender cómo ha sido contada.

Para Efrén Giraldo, investigador y profesor de la Universidad Eafit, “la relación de la literatura con Medellín ha tenido dos manifestaciones: una representacional, en términos de que ha mostrado la ciudad, sus procesos de transformación, sus cambios dramáticos, y en ese sentido ofrece una posibilidad de aproximación a Medellín como tema y realidad; en segundo lugar, la ciudad le ha prestado a la literatura sus modos de ser: su lenguaje, a partir de la lengua oral y de la lengua popular”.

Escritores como Jorge Franco, Pablo Montoya y Héctor Abad Faciolince empiezan hablando de Tomás Carrasquilla, del carácter costumbrista de su literatura. Sin embargo, iremos un poco más atrás para mencionar esos primeros brochazos que empiezan a situar a Medellín en los libros y crónicas.

“Hay una Medellín que fue la primera que contaron los cronistas, los viajeros del siglo XVIII y XIX. Entre ellos hay uno que es maravilloso, Viaje a la Nueva Granada, del francés Charles Saffray. Desde esa época, él decía que el único atributo de medición en la sociedad era el dinero, y el afán de buscar dinero como fuera. Habla incluso también del color de la piel: que todos se creen blancos descendientes de Jesús”, explica Gilmer Mesa, autor de libros como Aranjuez, La cuadra y Los espantos de mamá.

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Mesa, uno de los exponentes de la literatura actual en Medellín, ha estudiado cómo se ha contado a su ciudad. Para él, en el siglo XIX ese recorrido literario empieza por Juan de Dios Restrepo, conocido como Emiro Kastos, de quien recomienda el cuento “Mi compadre Facundo”, “que muestra también ese afán de lucro de los antioqueños”, dijo.

“Después viene, por supuesto e impajaritablemente, Gregorio Gutiérrez González, el gran poeta del siglo XIX, quien hizo esa elegía al cultivo del maíz, que habla de la raza paisa. Pero sobre un cuento de él que se llama “Felipe”, que es la historia de un bogotano que se enamora de una hija de un rico en Medellín. Entre las cosas que hace Felipe está componer un poema donde dice: ‘Raza impía por cuya sangre sin valor circula la sangre vil de la nación judía, y peso sobre peso se acumula, y todo aquí se compra y todo aquí se vende’. Una cosa impresionante”, citó Gilmer Mesa.

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Acercándonos a la mitad del siglo XX, aparecen otros nombres como Efe Gómez, autor de obras como Almas rudas, Retorno, El paisano Álvarez Gaviria y Un Zaratustra maicero, que es uno de sus cuentos más conocidos.

El escritor, nacido en Aranjuez, destacó tres grandes novelas de esa mitad del siglo XX. “Hay una novela, la de Jaime Sanín Echeverri, que fue papá de Noemí y rector de la Antioquia. Se llama Una mujer de cuatro en conducta. Pasa por todos los estadios posibles de una mujer de la época; empieza la Medellín de los años 40, donde está también don Alfonso Castro con la novela El señor doctor, sobre un tipo cuya aspiración es que el hijo sea doctor. Lo manda a Medellín y Medellín se lo come. Brutal. Tiene un cuento tremendo que se llama Nido de odio. Después hay otra novela que se llama Hildebrando, de Jorge Franco Vélez —no el de Rosario Tijeras, sino el médico de la Antioquia— que habla de un hombre que viene de Ciudad Bolívar a estudiar en el liceo y luego a la Antioquia. Ese recorrido por Lovaina, por los puteaderos, muestra una Medellín compleja. Esa novela conversa muy bien con otra de 1973 de Manuel Mejía Vallejo, pero que se ubica en la Medellín de los 40: Aire de tango. Fundamental”.

La influencia de Tomás Carrasquilla

Tomás Carrasquilla estuvo a la altura de los escritores de su tiempo. Esa generación de autores como Jorge Isaacs, José Asunción Silva y José Eustasio Rivera marcaron un giro en la narrativa colombiana.

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En el caso de Carrasquilla, su literatura la enmarcan dentro del costumbrismo. Pablo Montoya, autor de libros como Tríptico de la infamia, Los derrotados y La sombra de Orión, se refiere así al escritor de Ligia Cruz y En la diestra de Dios padre.

“Tomas Carrasquilla, con algunos de sus cuentos y algunas de sus novelas breves, empieza a mostrar ese pueblo que era Medellín a finales del siglo XIX y cómo se va transformando en ciudad. Ese es el gran momento de la literatura escrita en Antioquia sobre Medellín. Ese panorama es de una gran calidad literaria y de una manera muy lúcida, jocosa y crítica de mostrar esas transformaciones. Luego viene un segundo momento que es el que ocupan, de algún modo, los herederos de Tomás Carrasquilla, que son Efe Gómez y Manuel Mejía Vallejo. Yo creo que Mejía Vallejo leyó mucho a Carrasquilla, aunque estilísticamente no es lo mismo, porque el primero es un barroco católico muy particular, mientras que el segundo recibe las influencias de su época, pero con él viene ya la llegada de la modernidad a Medellín con novelas como La tierra éramos nosotros o Aire de tango, que es una novela interesante porque es la primera sobre esa Medellín urbana de los 60 o 70s. Después vino un tercer momento y es el del narcotráfico, y ahí vienen escritores que frecuentan tanto la novela como la crónica, y ahí están Juan José Hoyos con Tuyo es mi corazón o El cielo que perdimos, Alonso Salazar con No nacimos pa semilla, y ahí también está Fernando Vallejo”.

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Efrén Giraldo, que acaba de liderar la reedición de una de las obras de Carrasquilla, asegura que con su obra “Medellín aparece como personaje, como referente y en especial como lugar del que la literatura es capaz de captar su pálpito. Especialmente recomiendo Medellín, un conjunto de estampas, de cuadros que escribió entre 1915 y 1919 con algún otro texto ocasional ya de 1925, que incluso se acaba de reeditar con la Biblioteca Pública Piloto y el Instituto Tecnológico Metropolitano. Ese conjunto de textos permite ver cómo esa ciudad imaginada y ficcionalizada mantiene algunos de los temas y conflictos de ese momento”.

Incluso, para Montoya la literatura actual sobre Medellín “sigue siendo muy moldeada por ese credo de Carrasquilla que él formuló en las famosas Homilías, en 1906, en las que él pedía una literatura regional, local, como un 20 de julio literario para el caso de Antioquia. De algún modo, casi todos los narradores se han apoyado en ese consejo”.

En ese tiempo, anotó el autor de Tríptico de la infamia, hay que resaltar a una de las autoras que se ha ido rescatando en los últimos años. “Hay una escritora contemporánea de Vallejo que se llama Rocío Vélez de Piedrahíta. Hay una novela corta que es importante para entender el machismo y el patriarcado en esta ciudad. El libro se llama El hombre, la mujer y la vaca”.

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Fernando González, el nadaísmo y nuevos giros

Pasando la mitad del siglo XX, aparecen figuras relevantes para la literatura colombiana en general. Uno de ellos fue Fernando González, filósofo y escritor, que con libros como Viaje a pie y Pensamientos de un viejo insertó una narrativa cercana al nihilismo.

Al respecto, Jorge Franco, autor de libros como Rosario Tijeras, Paraíso Travel y El cielo a tiros, afirmó: “Tengo una conexión más directa con esa Medellín industrializada de la década de los 60, aunque antes había surgido la literatura inquietante y filosófica de Fernando González. Pero esa Medellín industrial, que cambió tanto luego de la violencia partidista de mitad del siglo XX, quedó muy bien plasmada en la literatura del grupo nadaísta liderado por Gonzalo Arango, en algunos libros de Manuel Mejía Vallejo y en la narrativa de Darío Ruiz Gómez, gran conocedor de temas urbanos”.

“Medellín ha sido protagonista en cada libro que he escrito. A pesar de no vivir en ella desde hace varias décadas, cargo con Medellín en mi literatura porque creo que los espacios de nuestra niñez quedan para siempre en nuestra memoria, y son escenarios naturales para la mayoría de los escritores. Aunque en mi caso no he abordado únicamente ese Medellín de mi niñez sino también el más reciente. Para mí Medellín es una especie de laboratorio social, que incluso ha servido para comprender y analizar la problemática de todo un país. Medellín ha transitado por situaciones muy complejas y de la misma ciudad han surgido los intentos para lograr las soluciones. En la mayoría de mis libros he abordado estas complejidades, así como lo han hecho otros autores antioqueños“.

Jorge Franco

Montoya complementó: “No se puede descartar la importancia de la obra de Fernando González, en la que se mezclan la filosofía y la literatura. Entre Carrasquilla y Mejía Vallejo aparece esa figura extraña de Un viaje a pie y Pensamientos de un viejo, y la crítica allí a Medellín es muy fuerte. Siempre ha habido una literatura que se ha encargado de desenmascarar esos valores económicos, bursátiles, de esa ciudad manejada por empresarios decentes que han sido criticados por estos autores”.

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A la par de los ensayos y escritos filosóficos de Fernando González, surgió en esos años el nadaísmo, un movimiento de poetas liderado por Gonzalo Arango, que contó también con voces como las de Jaime Jaramillo Escobar (conocido como X504) y Eduardo Escobar, que rompió y desafió muchos valores no solo de Antioquia, sino de Colombia, por medio de poemas que, como el nombre lo indica, apelaban a la nada, al absurdo y a la ironía para cuestionar las lógicas de entonces.

Aunque no hizo parte del nadaísmo, en la poesía que también ha contado la ciudad, Montoya mencionó a José Manuel Arango, de quien dice que “en su poesía Medellín aparece en toda su profunda y misteriosa belleza”.

Héctor Abad Faciolince, autor de libros como El olvido que seremos, Angosta y La oculta, entre otros, dijo: “Los poetas, mejor que los prosistas, también la describieron. José Manuel Arango, bastante agresiva: ‘Nada en ellas es blando./ No son estas, por cierto, / las formas de una tierra llana y amable./ Aquí hay breñas y riscos, no redondas colinas. / Ya los mismos nombres / con que hablamos de ellas / dicen lo que son: una sierra, / el boquerón, el cerro, la cuchilla”. León de Greiff, más duro y sociológico, en su “Villa de la Candelaria’: ‘Gente necia, local y chata y roma. / Gran tráfico en el marco de la plaza / chismes, catolicismo y una total inopia en los cerebros. / Cual si todo se fincara en la riqueza / en menjurjes bursátiles / y en el mayor volumen de la panza’. Helí Ramírez, en versos raros y extraordinarios, fue de los primeros en pintar sus barrios populares ‘En la parte alta abajo’”.

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Alejandra Toro Murillo, editora de la editorial Sílaba, y profesora de Literatura de Eafit, resalta también el lugar que ocuparon los nadaistas, pero nos da pie para pasar a la década de los 70 y a la literatura que empezaría a ocuparse de la aparición y las huellas del narcotráfico y la violencia en Medellín.

“Recuerdo los cuentos de Óscar Castro, que tiene un cuento emblemático que se llama “Sola en esta nube”, pero todos sus libros intentan recoger todo lo que pasaba en la ciudad. Yo recomendaría a Rubén Vélez también, que tiene unas obras bastante irónicas y críticas. Aunque sean poetas, el nadaísmo también dio mucha cuenta de la ciudad. Recomiendo algunos libros como Cantigas y Signos, de José Manuel Arango, así como En la parte alta abajo, de Helí Ramírez, hace un recorrido por la ciudad muy importante. También agregaría los cuentos de Pablo Montoya sobre Medellín, hay dos libros de cuentos y la novela de La sombra de Orión, en la que narra todo lo que pasó con ese operativo y los desaparecidos. Ese libro recoge muchos de los asuntos de la violencia que se vivió aquí”, dijo Toro.

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De la violencia, la sicaresca y la literatura sobre el narcotráfico

“Es tremenda la ciudad por la noche, mucha luz y mucha sombra. Uno es como una lucecita de esas, perdida en ese mar luminoso. Eso puede ser uno: una luz o tal vez una sombra. A la final somos todo y nada (…). La ciudad por la noche es una pantalla tenaz, una cadena de imágenes que pasan a la lata”.

Este es un fragmento de No nacimos pa semilla, uno de los libros más recordados por autores y lectores de la época cruda de la violencia en Medellín, pues en él Alonso Salazar, su autor y quien fuera después alcalde de la ciudad (2008-11), expone la problemática de las bandas juveniles y de la presencia constante de adolescentes en la guerra que se vivió allí en la segunda mitad del siglo XX.

“El momento álgido de la narración sobre la ciudad está comprendido por la misma literatura que ha intentado narrar la violencia. En ese sentido, señalaría como icónicos libros que van entre la literatura y el periodismo, como No nacimos pa’ semilla, pero también obras literarias como las de Juan José Hoyos, en especial El cielo que perdimos”, afirmó Alejandra Toro.

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Mientras en la literatura se hablaba por esos años de Gabriel García Márquez, incluso tal vez de Álvaro Mutis, en Medellín, por el ruido de las bombas y las balas, empezaron a fraguarse historias que décadas después aparecerían bajo las firmas de Fernando Vallejo, Víctor Gaviria, Jorge Franco y los ya mencionados Alonso Salazar y Juan José Hoyos.

Abad Faciolince, que acuñó el término de la sicaresca antioqueña, dijo que este estilo de escritura “hace años pasó de moda, pero fue una cosecha importante. Hay una bella ciudad donde vivían los amores posibles en medio de las balas, como en El cielo que perdimos, de Juan José Hoyos, y en La vieja casa de la calle Maracaibo, de Tita Restrepo”.

"De los 67 años que tengo, he vivido medio siglo en Medellín y 17 años fuera de la ciudad donde nací. Es natural, entonces, que sea la ciudad que más puebla mi memoria y que más influye en mi lengua (mi herramienta de trabajo son las palabras) y en mi imaginación. Lo quiera o no, soy irremediablemente antioqueño, pero haber vivido en siete países distintos durante varios años me quitó para siempre la sensación de que mi terruño sea el ombligo del mundo. No he escrito sobre ella como una obligación, sino como un destino inevitable. La mayoría de mis novelas ocurren ahí y le he dedicado una, Angosta, a la ciudad como tal, en clave distópica y otra, La Oculta, al campo que la rodea, en clave de la vieja dicotomía entre la vida citadina y la vida del campo. Es la región de la tierra que más quiero y que más critico, donde, a pesar de su grosería y su violencia, más cómodo me siento, donde prefiero estar cuando me enfermo y donde espero morir“.

Héctor Abad Faciolince

Alexánder Herrera, gestor de circulación y difusión del libro de la editorial Eafit, aportó también a esta charla. “Hay una particularidad, al menos cuando yo comienzo a acercarme a la literatura, y es que hay una relación importante con el cine, más que con la literatura escrita. Los casos de La vendedora de rosas, Apocalipsur y Rodrigo D”.

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Gilmer Mesa anotó un par de novelas previas a esa ola de libros que narrarían la violencia del narcotráfico. Esa década de 1970, señaló, es “una época muy gris de la literatura porque no ha sido bien narrada. Hay una novela que se llama Ganzúa, de Luis Fernando Macías, que cuenta la antesala de los bandidos, los camajanes. Hay otra novela de Jairo Osorio, Familia, que cuenta toda la Medellín de los años 70. Lo que antecedió a Pablo Escobar fue un grupo que se llamó La Pesada, que robaba bancos. Esos manes terminaron trabajando con Alberto Gómez —el Padrino, el Rey Marlboro—, jefe del contrabando y creador de las rutas, el primer patrón de Escobar. Es pesado, pero es lo que hay. De esa época hay muy poco”.

Pablo Montoya, así como lo han dicho otros narradores, comentó que “para entender bien a esa Medellín de los años 70 y 80 hay que leer a Juan José Hoyos. Luego viene un autor fundamental que es Víctor Gaviria con El peladito que no duró nada, con su poesía, sus crónicas y películas. Luego viene Alonso Salazar con No nacimos pa semilla y La parábola de Pablo. Luego viene Fernando Vallejo con La virgen de los sicarios. Si bien él aborda una literatura más intimista, esa novela es un momento muy importante”.

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“Hay una parte de mi obra que está muy anclada en Medellín. Mis cuentos de La muerte anda suelta, que son 30 relatos dedicados a la violencia en la ciudad. Mis novelas, Los derrotados y La sombra de Orión se concentran mucho en Medellín, en rastrear la violencia que se ha precipitado en los últimos años. Medellín aparece en mi obra como una ciudad que ha sido vapuleada por los guerreros, y esta participación ha dejado una marca muy fuerte que he intentado registrar en mis libros y es la desaparición forzada, el desplazamiento y el trauma que ha dejado esa violencia de origen militar o paramilitar como en la conciencia de la sociedad civil. Así he abordado a Medellín, intentando indagar en esa herida e intentar al mismo tiempo un proceso de reconciliación con la ciudad".

Pablo Montoya

La importancia de la literatura del presente

Ya parece quedar cada vez más atrás la época de los disparos en motocicleta y las balas bendecidas para asesinar a sueldo, pero en Medellín aún hay fantasmas. Y mientras los fantasmas deambulan, aparecen otros temas que la literatura intenta abordar.

Desde la poesía, hay voces referentes como la de Juan Manuel Roca y Darío Jaramillo Agudelo, que ha hecho de su obra un canto al amor, a los afectos y su importancia en la condición humana. También hay otras voces como la de Juan Mosquera, con una poesía intimista, pero también con espacio para hacer una crítica social de la violencia y la desigualdad en el país. También hay que destacar a Yenny León y Ana María Bustamante.

“No hay una única manera de narrar a Medellín. Las características que tiene la ciudad en este momento asociadas a su crisis ambiental, a su componente migratorio y a los conflictos políticos y sociales, le imponen un sello a un tipo de literatura que también intenta reinterpretar grandes hitos conflictivos recientes”, aseguró Giraldo.

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Isabel Botero, que hace poco publicó el libro La envidia, habló de la literatura que se hace sobre Medellín. “Creo que Fernando Vallejo también es un escritor que habla de Medellín, que la odia, la ama. Pienso también en Andrés Burgos, en Luis Miguel Rivas, que capta un espíritu de Medellín y de la manera de cómo somos los paisas. En todos sus cuentos y libros se inscribe en una Medellín de una mentalidad surrealista. También destacaría a Universo Centro. Lo que hacen ellos termina pareciendo como una enciclopedia muy importante. Ellos están haciendo mucho desde la ficción y la no ficción, desde la fotografía”.

No es menor la presencia de un colectivo como Universo centro, que ha rescatado también obras de la literatura de décadas atrás, pero que en tiempos de medios culturales e impresos en vía de extinción, el trabajo que desde allí se hace también permite contar otros lados de Medellín que reflejan la riqueza cultural y la diversidad social de la ciudad.

Al respecto, Herrera, que ha publicado crónicas sobre fútbol, en especial de la barra de Atlético Nacional, Los Del Sur, dijo: “Ha sido importante leer la ciudad a través del fútbol. Un profesor como Juan Carlos Rodas ayuda a tener referentes de afuera, pero también nos permite contarnos. Hoy hay muchos ejercicios de narrativa futbolera. Hace un tiempo hubo un concurso que se llama Con la pelota en la cabeza, que permitía recoger historias que no se ven en los estadios, pero sí detrás de ellos. También debo mencionar los periódicos, uno es Universo Centro, que le apuesta a un gran tiraje, que permite desarrollar historias, personajes, eso me parece importante”.

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Sara Jaramillo, autora de Cómo maté a mi padre o Escrito en la piel del jaguar, afirmó: “En Medellín están pasando cosas muy interesantes con las voces nuevas. Veníamos de una literatura que estaba muy volcada al sicariato, al narcotráfico, porque eso fue lo que nos habitó durante muchos años, nos costaba mucho salirnos de ahí, pero creo que los autores estamos cansados de ese tema. Yo recuerdo que cuando escribí Como maté a mi padre me propuse escribir la historia sin hablar de Pablo Escobar, porque se tiene que poder, así que terminé exponiendo mi propia historia, que finalmente es la historia de las pequeñas familias. Yo he hecho muchos esfuerzos por no caer ahí. Hay muchos más autores que lo están haciendo, como Lina Parra, con La mano que cura, todas estas cosas de brujería, eso es muy de nosotros. Sigue siendo Medellín, pero simplemente es buscar otro lugar desde donde narrarlo. Esa es la gracia de esa literatura. Evidentemente eso nos va a seguir atravesando, estas generaciones estamos marcadas por ello, y yo creo que es sano, porque las generaciones que vienen de abajo no saben qué pasó”.

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