En el periodo clásico existieron mercenarios griegos que lucharon para el ejército persa, a eso del año 480 a.C. Otras versiones atribuyen su origen a dos batallas en la misma década, en Salamina y Sicilia, en las que se habría contado con mercenarios ibéricos.
Sin embargo, también hay versiones que señalan que originalmente los mercenarios eran hombres contratados en la Antigua Grecia y durante el Imperio Romano para custodiar mercancías, a lo cual se atribuiría su etimología. Para cuando no había mercancias, estos, al parecer, se enrolaban en diferentes ejércitos.
Los estudios históricos y políticos que se han adelantado en torno a esta figura han tenido una importante incógnita de entrada: no se ha encontrado en las fuentes griegas ningún término que haga alusión a este tipo de militares.
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Para el académico Daniel Gómez Castro, de la Universitat Autónoma de Barcelona, “en el contexto griego resulta lógico que en una situación de guerra permanente, los Estados traten de explotar todos los recursos a su alcance. Sin embargo, el mercenario no sólo aparece como una herramienta fundamental en tiempos de guerra, sino que también lo es en períodos de paz. El matiz no es insustancial, pues la finalidad marca el tipo de contratación y el sueldo. En tiempos de paz el reclutamiento de mercenarios suele estar orientado a la larga duración del servicio y el origen de los soldados está determinado tanto por factores ideológicos e histórico-culturales como por la debilidad temporal de la milicia o del ejército ciudadano de un Estado concreto. En cambio, el reclutamiento en períodos de guerra acostumbra a ser un tipo de contratación ad hoc. Es decir, un Estado con poca experiencia en un tipo de guerra concreta o en un territorio poco conocido recluta de forma puntual soldados especializados, generalmente oficiales, para que dirijan y asesoren a sus tropas en ese tipo concreto de guerra”.
Se conoce que la invasión de Alejandro Magno a Persia, cerca de 330 años a.C. contó con mercenarios. Y que en las guerras púnicas (aproximadamente del año 264 al 146 a.C.), entre Roma y Cartago, fueron protagonistas los mercenarios mamertinos (o hijos de Marte), de origen itálico.
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Ya para el siglo IV, el Imperio Romano contrató grupos enteros de mercenarios para reforzar su armada. Se ha escrito que la unidad de élite del Imperio del Este, referenciada como el Imperio Bizantino, fue un ejército conformado solo por mercenarios. Esta práctica heredada de Grecia, Roma y el Imperio Bizantino, tuvo lugar en Europa también durante la Baja Edad Media y hasta el Renacimiento.
Hacia el siglo XVI, diferentes grupos de mercenarios se organizaban y eran contratados por las potencias europeas. Los más famosos son los mercenarios suizos, pagados por los reyes franceses desde el final de la Edad Media hasta el apogeo del Renacimiento.
En 1532 Nicolás Maquiavelo publicó El Príncipe y argumentó que: “las armas con que un príncipe defiende su Estado son o las suyas propias o armas mercenarias, o auxiliares, o armas mixtas. Las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas. Si un príncipe apoya su Estado con tropas mercenarias, no estará firme ni seguro nunca, porque ellas carecen de unión, son ambiciosas, indisciplinadas, infieles, fanfarronas en presencia de los amigos, y cobardes contra los enemigos, y que no temen temor de Dios, ni buena fe con los hombres. Si uno, con semejantes tropas, no queda vencido, es únicamente cuando no hay todavía ataque. En tiempo de paz te pillan ellas; y en el de guerra dejan que te despojen los enemigos”.
Agrega Daniel Gómez Castro que si bien los mercenarios fueron concebidos como una herramienta por los griegos, su contratación también se fundamentaba en la interferencia de los asuntos internos de otras potencias.
Para el orador griego Isócrates, los soldados a sueldo eran pobres económica como moralmente. En otra versión, el historiador griego Jenofonte hablaba de que, por el contrario, algunos de estos soldados emplearon recursos propios para poder acompañar, por ejemplo, los ejércitos del rey persa Ciro (530 a.C.).