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Miguel Uribe y su biografía: el dolor, la fe y los recuerdos que definieron su vida

Su mamá y él tenían una canción que él escuchaba para “encontrarse” con ella. A Miguel Uribe le gustaba la música y le tenía miedo a la muerte, por eso evitaba las películas de terror. Sus amigos ya no esperaban que fuera presidente, solo que sobreviviera.

Laura Camila Arévalo Domínguez

11 de agosto de 2025 - 09:00 a. m.
Miguel Uribe Turbay falleció este 11 de agosto de 2025.
Foto: El Espectador
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Creció peleando con Dios y murió creyendo en él. Durante sus días en el hospital después del atentado, las cadenas de oración por su vida no solo se replicaron entre los suyos, sino entre miles de familias colombianas que también lloraron el asesinato de su madre. Para calmarlo, los adultos que rodeaban al Miguel Uribe de cinco años le dijeron que ese Dios se había llevado a su madre, y él duró mucho tiempo sin entender cómo era que Dios había sido capaz de hacer algo así. Su abuela, la madre de su mamá, doña Nidia, fue quien se encargó de corregir el comentario, de aclarar que, a pesar de que su mamá sí estaba con Dios, no fue él quien se la quitó. Como se lo dijo ella, fue él quien la recibió en una dimensión más amable. Una donde no había asesinatos ni secuestros ni niños sin madre o padre.

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Después de muchos años de pensar que Dios se había ensañado con él y de no entender por qué, se reconcilió a través de varias certezas: su madre murió después de pedirle a su padre, el expresidente Julio César Turbay, que no antepusiera los intereses de la familia por encima de los del país, sus últimos momentos fueron con la imagen de la Virgen en una de sus manos y, además de la de fe de ella, la de su familia había aliviado un dolor que se sentía insoportable. Por su madre, entendió qué implicaba dar la vida por convicción. Por su familia, comprendió lo que día a día significaba la decisión de reponerse, de seguir viviendo a pesar de todo.

“Finalmente, los políticos somos seres humanos”, dijo Uribe Turbay en 2019, cuando trataba de responder por qué lo conmovía tanto la música. Esa entrevista se realizó para un especial de este periódico sobre los intereses culturales de los candidatos a la alcaldía, y sus respuestas dieron cuenta de las veces que recurrió a la música para buscarse una realidad que apaciguara el hecho de que no podía hacer nada distinto a aceptar que habían hechos lejanos a él que le quitaron su vínculo más cercano, su madre.

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Ahora es imposible no pensar en la paradoja de esa cicatriz: su elección de elegir la política para ser parte del arreglo de un problema del que también fue víctima, se convirtió en tragedia.

“Lo que tengo de mi mamá en la cabeza son recuerdos construidos a través de terceros, fotos, vídeos, audios, artículos de prensa, pero no terminan siendo lo que yo recuerdo de ella como mamá. Ella siempre le decía a mi tía que soñaba con que yo creciera y le pudiera decir que la amaba. Seguramente a los cuatro años se lo dije un par de veces, pero para mí es muy triste pensar que ni ella lo oyó como quería, ni yo se lo dije como me hubiera gustado”, dijo también en aquel momento.

Desde el 7 de junio, su familia y sus amigos se entregaron a la fe en un milagro: que no se repitiera la historia de su mamá, que viviera. “Fue un monito simpático que no daba ‘briega’ y fue el reemplazo de mis muñecas, yo comencé a ‘muñequear’ con él desde que nació, así que lo amé no solo como mi hermano, sino casi como un hijo más”, contó para Caracol Radio su hermana, María Carolina Hoyos, que tuvo que ver como él, Miguel Uribe, le dio el último beso a su madre en un ataúd, y cómo, 35 años después, Alejandro, su sobrino, se despidió de su padre casi que a la misma edad, y por las mismas causas: violencia, desigualdad, intolerancia, conflicto, injusticia, la vida en Colombia.

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Jaime Granados, el abogado de Álvaro Uribe Vélez, quien no está en el país, recibió la noticia del atentado sin dar mucho crédito: “Hace muy pocos días hablamos de sus planes para ser presidente de la república y yo, que fui contactado por él para apoyarlo en esta empresa y otros asuntos que discutimos desde que nos conocimos gracias a su padre, le dije que para ello necesitaba contar con el mejor ministro de Defensa posible para Colombia: Álvaro Uribe Vélez. Y lo convencí”, le dijo Granados a este diario días antes de que Uribe Turbay falleciera en la Clínica Santa fe de Bogotá.

Por su parte, Amparo Castilla, gerente general del centro comercial Hacienda Santa Bárbara, quien fue su amiga y quien, además, siempre pensó que “Miguel era un genio”, recuerda ahora, una y otra vez, el único episodio en el que pelearon, y la forma en la que esa diferencia se resolvió: “Cuando él se hizo secretario de gobierno, yo tuve un problema muy grave con la administración Peñalosa. Me enojé con Miguel y le dije que me sentía herida con él. Y a pesar de que él no estaba en campaña, cuando salió de su cargo, me invitó a desayunar. Yo nunca había ido a su casa, pero ese día, en su sala, me dijo: ‘Yo no quiero estar bravo contigo, y si yo tuve que tomar posiciones por una política de gobierno, te pido disculpas. Y sí, seguiré en esto, tal vez más adelante sí esté en campaña, pero no me importa si no votas por mí. No lo hagas. Yo lo único que quiero es no perder tu amistad’. Y me desarmó. Esa forma de ofrecer excusas me hizo conocer el alma de Miguel, que jamás fue una máscara”.

Cuando ella estaba en la universidad, él era un adolescente. Lo identificaba como un “niño prodigio” que tocaba guitarra, acordeón, piano. “Además de su sensibilidad para el arte, para las relaciones humanas, siempre creí que su mayor valor era que tenía ideas propias y que, a pesar de que venía de una hegemonía política, su pensamiento siempre había sido particular”, concluyó.

A pesar de lo que pensaba de él como político, en el momento en que Castilla contestó esta entrevista, terminó con la conversación con esta frase: “Más que la amistad, a mí lo que me unió a Miguel fue la dificultad. Y a pesar de todas sus posibilidades, ahora solo ruego que viva. Qué no sea político, qué no sea presidente. Qué viva. Qué vuelva”.

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Pero Uribe se había preparado para esa meta, quería ser presidente, y los pasos que dio estaban encaminados hacia eso: nació en Bogotá, el 28 de enero de 1986. Estudió derecho en la Universidad de los Andes, hizo una Maestría en Políticas públicas en la misma universidad y otra en Administración Pública en la Escuela de Gobierno de Harvard. Tenía 26 años cuando fue nombrado concejal de Bogotá por el partido LIberal y, en 2026, se convirtió en el Secretario de Gobierno de Enrique Peñalosa. En 2019, se lanzó como candidato a la Alcaldía Mayor de Bogotá con el movimiento independiente ‘Avancemos’, y en 2022 encabezó la lista del Centro Democrático al Senado, invitado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez: fue el senador más votado del país (226,922 votos).

Su hermana, María Carolina Hoyos, habló días atrás de la convicción que tenía de que esta historia tuviera un desenlace diferente. Le rezó a San Chárbel, el santo de los imposibles. Se lo encomendó casi que con la misma súplica, desesperación, pero también esperanza, que le rogó a Dios por su madre. Como lo contó, revivió minuto a minuto lo que pasó a Diana Turbay. Ella tenía 40 años cuando murió. Él, 39.

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Fina estampa, caballero

Caballero de fina estampa

Un lucero que sonriera bajo un sombrero

No sonriera más hermoso

Ni más luciera caballero

Y en tu andar, andar, reluce la acera al andar, andar

Esa canción, la que le cantaba su madre cuando era un bebé y con la que lo proyectaba como un caballero de fina estampa, hace parte del encuentro que él imaginaba con su madre, solo que mucho después: luego de ver crecer a Alejandro, de seguir confundiendo los artistas de reguetón para hacer reír a sus hijas, de convencer a su esposa de tener otro hijo, de cantar más canciones con su hermana y de ser presidente. Se llamaba “Caballero de fina estampa”, y sonaba a que su madre lo acompañaba. Sentía nostalgia por ese susurro, casi que un cosquilleo que solo podría sentir cercano cuando él también muriera.

Finalmente, el precandidato a la presidencia de Colombia falleció a causa de un atentado ocurrido el pasado 7 de junio, en el barrio Modelia, de Bogotá.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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