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Nereo López en Cromos y El Espectador


Presentamos un capítulo del libro “Nereo López: testigo de su tiempo”, biografía ilustrada del escritor Eduardo Márceles Daconte, con una selección de imágenes del fotógrafo (Cartagena, 1920 - Nueva York, 2015), cedido por Caza de Libros/Pijao Editores (2025) para El Espectador.

Eduardo Márceles Daconte

24 de mayo de 2025 - 06:00 p. m.
Nereo López falleció el 25 de agosto de 2015 en Nueva York.
Foto: León Darío Peláez - Semana
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Después de su experiencia como administrador del cine Libertador en Barrancabermeja (1947-1952), Nereo López empezó a pensar en profesionalizar su afición y se matriculó en un curso de especialización en fotografía por correspondencia en una escuela de Nueva York. Por aquella época, un día desembarcó en el puerto el escritor Manuel Zapata Olivella, quien iba para Barranquilla en uno de esos hermosos barcos fluviales que surcaban el río Magdalena. Nereo andaba tomando fotos por los alrededores del muelle cuando vio desembarcar a su viejo compañero de infancia y el encuentro de estos dos amigos, que no se habían visto en largos años, fue de intensa emoción para ambos.

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Después de los saludos y recuerdos, Nereo invitó a Zapata Olivella a visitar el teatro Libertador, donde era administrador. Una vez allí, el escritor quedó impresionado con el trabajo que Nereo había hecho en el teatro, pero se impresionó aún más cuando lo llevó al segundo piso. Lo primero que vio fue una fotografía del Salto del Tequendama. “¿De quién es esta toma?”, preguntó Zapata. “Es mía”, respondió Nereo, “Es más, mira todas estas fotos que tengo aquí en este baúl”.

Asombrado al ver las fotografías, que revelaban una sensibilidad especial, Zapata Olivella exclamó: “¡Nereo, tú tienes aquí una mina!”. Zapata insistió en llevarse una selección para escribir un reportaje gráfico sobre el encuentro con su viejo amigo de infancia. Lo que hizo fue llevarlas adonde Gabriel Trillas, un español exiliado de la guerra civil de su país, quien se desempeñaba como jefe de redacción de la revista Cromos en Bogotá. “Cargado con aquel tesoro”, recuerda Zapata, “deslumbré al español Trillas en Cromos, quien dio al traste con la anónima pasión del administrador de una sala de cine ribereña. ¿Este tipo quién es?, me preguntó. Dile que siga colaborando con nosotros”. Zapata Olivella también le mostró las fotos a José el Mono Salgar, en El Espectador, y solo fue cuestión de tiempo para que entre todos conspiraran para que Nereo trajera sus imágenes a Bogotá.

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Zapata Olivella recuerda aquel primer encuentro como una de las grandes sorpresas de su vida. Había llegado a la ciudad ribereña de Barrancabermeja en compañía de su hermana, la folcloróloga Delia, cuando de improviso oyó que llamaban su nombre. Cuál no sería su sorpresa cuando se vio de frente con su viejo amigo de infancia: “Para mí fue una experiencia fantástica”, recordó Zapata Olivella, porque por primera vez me di cuenta de la importancia de la fotografía para documentar las actividades del puerto: los barcos, los pasajeros, las cargas, los estibadores, el punto de vista, la luz y los hermosos paisajes ribereños. No eran las fotografías de cámara de cajón de aquella época, como las que hay en los parques para hacer retratos cuando el fotógrafo dice ‘una sonrisita’ y ¡pum!, toma la imagen. No, esto tenía su secreto, su importancia social. Entonces le llevé un cartapacio de fotografías que estaban clasificadas por series: músicos, pescadores, deportistas, fogoneros, trabajadores..., muchos temas y, por supuesto, vistas del río Magdalena y aquellos hermosos vapores ya desaparecidos. Se los llevé a Gabriel Trillas, que era jefe de redacción de la revista Cromos, donde yo era columnista. Cuando él detalló una a una las fotos, observé su asombro, entonces exclamó: ¡Carajo, esto era lo que Humboldt estaba buscando! (Alexander von Humboldt fue un geógrafo, naturalista y etnógrafo alemán que visitó e investigó estas tierras colombianas a principios del siglo XIX).

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El primer reportaje que publicó Cromos con las fotos de Nereo se tituló “Los hombres caimán del río Magdalena”, el 22 de enero de 1952. Eran, contó Zapata Olivella, los saurios que buscaba Humboldt a los cuales se refería Trillas y que el sabio alemán nunca encontró. Después, en la edición del 27 de enero, se incluyó una fotografía con la leyenda: foto enviada desde Barranca. La revista Cromos incluyó más imágenes el 22 de noviembre de 1952, y el 13 de diciembre el editor comentó: “Fotos tomadas por Nereo, el extraordinario fotógrafo de la costa”. El 24 de mayo de 1953, el Magazín Dominical de El Espectador dedicó la portada a una de sus fotografías, titulada “Sancocho” y, una semana antes, el 16 de mayo, Cromos había ilustrado su portada con una bella imagen del legendario vapor David Arango, que tiempo después sucumbiría bajo las llamas de un criminal incendio.

Ese era el estímulo que Nereo necesitaba para lanzarse de lleno a la fotografía. Renunció a su trabajo de administrador del teatro en Barrancabermeja y, con el dinero de la cesantía y las prestaciones sociales, se fue a Nueva York a presentar su tesis de grado en la especialización de fotografía de niños. En Nueva York, divorciado ya de su primera esposa, el tiempo le alcanzó para conocer a Helen, una bella dama con quien se casó para formalizar una fugaz alianza, que se había iniciado a raíz del interés que suscitaba en la gringa el exotismo de esa Colombia con su selva, sus montañas, sus playas y caudalosos ríos, aderezado, además, con las maravillosas historias que Nereo le contaba al calor de una chimenea en Manhattan, en medio de un nevado invierno.

Cuando regresó a Barranquilla en 1952, Nereo fue nombrado corresponsal gráfico de El Espectador, cuyo jefe de redacción, el Mono Salgar, y de fotografía, Alberto Garrido, ya conocían el trabajo que había adelantado durante su permanencia en Barrancabermeja. Uno de los grandes sucesos que le tocó cubrir para el diario capitalino en esta ciudad fue el secuestro de Nicolás Saade, un niño de cinco años, el 5 de marzo de 1954. La prodigiosa memoria de Nereo ayudó a reconstruir aquel episodio histórico de Barranquilla. Se disponía a almorzar cuando recibió una llamada urgente del Mono Salgar informándole del secuestro y la orden de salir volando para cubrir el caso. Tomó su cámara y se dirigió a la casa de la familia Saade en el barrio El Prado. Era el segundo secuestro de escandalosas proporciones que se registraba en el país. El primero del que se tenía noticia había sucedido en Cali en 1933, cuando fue secuestrado un bebé de tres años. No obstante, era la primera vez que ocurría en Barranquilla y tal suceso prendió las alarmas en la sociedad.

Según contó la niñera, un hombre robusto y cobrizo le entregó una carta para el padre de Nicolás, a la sazón cónsul del Líbano en Barranquilla, pero cuando ella dio la espalda unos segundos para entregar la misiva, el hombre agarró al niño, abordó un carro verde y se alejó a toda velocidad. En la carta, los captores exigían la suma de $200.000 por el rescate o mataban al niño; también señalaban el lugar exacto donde debían entregar el dinero. La nota iba acompañada de un plano de Barranquilla, cuyas líneas punteadas trazaban el recorrido hasta el lugar de la entrega del rescate. Nereo se enteró, por un policía encargado de contener la muchedumbre que sitiaba la casa de la familia Saade, del lugar donde se entregaría el rescate. La cita era a las 7 de la noche del 6 de marzo en el lugar señalado.

Las autoridades llenaron un maletín con papel periódico y algunas piedras con la que los tres secuestradores cayeron ingenuamente en la trampa.Nereo alcanzó a tomar algunas de las mejores fotografías de la captura de Alfonso Echeona, reconocido delincuente con antecedentes penales, que se convirtieron en reportajes gráficos de amplia circulación nacional. Más tarde, la policía capturó a Fuad Saade, hermano del cónsul, señalado de ser el autor intelectual del secuestro. A los tres meses del insólito suceso para la época, la familia Saade regresó al Líbano. El hermano Fuad tardó más de un año en demostrar su inocencia; sin embargo, los dos hermanos jamás se reconciliaron. Por este trabajo como corresponsal de El Espectador, Nereo fue galardonado con un generoso premio en efectivo de su director, Guillermo Cano Isaza. También en Barranquilla, como corresponsal gráfico y fotógrafo independiente, trabajó en todo tipo de proyectos. Uno de los más rentables fue el de los álbumes de boda, que incluían una secuencia de fotografías que narraban la boda y una portada bordada con cordones de seda. Este innovador concepto se volvió tan famoso que matrimonio que se respetara tenía que incluir en su presupuesto el álbum fotográfico de Nereo, un nombre que, en la Barranquilla de los años 50, estaba asociado a un trabajo de calidad artística y también permitía entretener la ilusión de que las fotos se publicaran en El Espectador.

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Por Eduardo Márceles Daconte

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