Nereo López, un humanista que contó la Colombia del siglo XX
Nereo López dejó testimonio gráfico sobre cómo fue la vida en la Colombia de la segunda mitad del siglo XX. Hoy, ad portas del centenario de su nacimiento, se conmemoran también cinco años de su muerte.
María José Noriega Ramírez
Cartagena vio nacer a Nereo López, Barranquilla lo vio dar sus primeros pasos como fotógrafo profesional y Nueva York lo vio disfrutar de la fotografía digital. La Colombia de los años 50, 60 y 70 del siglo XX fue capturada bajo el lente de un observador y un humanista que creía que una fotografía no era tal si no tenía un componente humano dentro de ella. La cotidianidad y la belleza dentro de ella fueron su fuente de inspiración.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Cartagena vio nacer a Nereo López, Barranquilla lo vio dar sus primeros pasos como fotógrafo profesional y Nueva York lo vio disfrutar de la fotografía digital. La Colombia de los años 50, 60 y 70 del siglo XX fue capturada bajo el lente de un observador y un humanista que creía que una fotografía no era tal si no tenía un componente humano dentro de ella. La cotidianidad y la belleza dentro de ella fueron su fuente de inspiración.
Le sugerimos leer Cantar para no olvidar
López fue un hombre solo, pero nunca vivió en soledad. La cámara fue su fiel compañía. La fotografía llegó a él por cuestiones de la vida, casi que por accidente, y terminó siendo el motor de sus 94 años de existencia. Fue en Barrancabermeja que su amigo de infancia, Manuel Zapata Olivella, con quien jugaba en los parques de Cartagena, le hizo ver el valor que tenía aquel baúl de imágenes que atesoraba en la ciudad petrolera.
-¿De quién es esa toma?, preguntó el escritor al ver una foto del Salto de Tequendama.
-Es mía. Es más, mira todas estas fotos que tengo, respondió López.
-Nereo, ¡tú tienes aquí una mina!
Viviendo en Barrancabermeja, López contaba con una cámara Leica de 35 mm, una Rolleiflex y una de 4x5. Su lente no capturó algo distinto a la actividad diaria del puerto y eso fue lo que Zapata Olivella vio en las fotografías que mostró a medios de comunicación y que llevaron a López a trabajar como reportero gráfico en Cromos y El Espectador, así como en El Tiempo y en O’Cruzeiro. Así, lo que en un principio empezó como una afición y un gusto, cuando tuvo en sus manos por primera vez una cámara alemana de fuelle Agfa, que no era ni siquiera suya, sino de un amigo, y un manual de instrucción fotográfica Kodak, terminó por ser su oficio de vida.
Según Eduardo Márceles Daconte, biógrafo y amigo, López fue un artista que tuvo un ojo preciso para capturar las imágenes más comunes y para encontrar en ellas, por ejemplo, la fisionomía exacta de la persona y la poesía detrás de cada imagen. Él dejó registro de importantes acontecimientos nacionales, como el recibimiento de García Márquez del Premio Nobel y la visita del papa Paulo VI, pero, recordando las palabras de Liza López Olivella, sus fotografías también hicieron visible esa otra Colombia. “Mi papá tomó fotos del país rural: el Amazonas, el Darién y la zona de San José del Guaviare, lugares que eran de difícil acceso y que lo obligaron no solo a viajar en canoa o en burro, sino también a hacer cálculos de cuánto material iba a necesitar para insertarse dentro de ellas. Es que en esa época obtener una fotografía no era fácil”. De esa otra Colombia, el lente de López también capturó el diario vivir de aquellas personas que pasaban inadvertidas: el limpiabotas del pueblo, el vendedor de periódicos y los vapores del río Magdalena.
La honestidad, la lealtad y la pasión no solo por la fotografía, sino también por los boleros y el baile, así como los celos por su trabajo, de ahí que López no haya tenido un lazarillo, son algunos de los rasgos que Liza López recuerda de su padre. Pero el valor de la amistad, el ser amigo de sus amigos y el no rendirse ante un no son los valores que ella más rescata de él. Y es que Nereo López viajó a Estocolmo a cubrir la entrega del Premio Nobel a “Gabito”, como él le decía a García Márquez, sin recibir pago alguno. Entre la delegación, que reunía cerca de 150 personas, López fue el único que se quedó sin credencial. “¿Qué podía hacer? Cuando comenzaron a entrar los grupos folclóricos, me colé al grupo del Congo Grande, a uno de ellos le quité la gorra y me metí bailando. Sobra decir que cuando llegué me tuve que ir al segundo piso porque estaba colado, pero hice el material que conocen”, dijo Nereo López en entrevista con Márceles Daconte y José Antonio Carbonell, en la edición número 28 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, aquella en la que el invitado de honor fue Macondo.
“A mí me tocó cubrir absolutamente todo, desde un pocillo hasta una mujer desnuda, desde los rictus de un presidente hasta el rostro maltrecho y triunfal de un campeón de box. Después vi, conjuntados en una sola y gloriosa memoria, a todos los Nereos que fueron y están siendo: el enamorado impenitente, la estrella del cine, el iconoclasta, el bailarín, el trasnochador, desapegado del dinero y apegado a la pasión. El mismo que fotografió todos los rituales del campo, las parrandas de los vallenatos, las corridas de toros, las miserias de las cárceles, la risa de las mujeres, la magia de La Guajira y la eternidad del Amazonas, el rostro piadoso de los santos y los desheredados, la jactancia de los boleristas, el triunfalismo de los políticos”, dijo López a la revista Diners.
Gracias a él existe un registro amplio de la segunda mitad del siglo XX en Colombia. Sin embargo, para comienzos de 2000, López no tenía nada que hacer en el país y él quería más. “¿Cómo explicarlo? Era la víctima de mi propia leyenda. Unos juzgaban que estaba muy viejo para hacer una buena foto y los otros suponían que cobraría una fortuna por cualquier trabajo. Todavía me parece escuchar los elogios perversos: “¿Cómo se te ocurre llamar a Nereo López? Fue el retratista más importante del pasado, no hubo gran personaje que no cruzara por su lente, pero ahora no puede sostener el peso de una cámara. Es un clásico y los clásicos deben estar en los museos”. Así fue como López decidió tomar un avión con destino a Nueva York, la ciudad en la que según él “recalan todos los soñadores y donde nunca es demasiado tarde para nada”, según confesó a Diners.
Le sugerimos leer María Wills: “La obra es el proceso”
En la Gran Manzana vivió 15 años, en los que disfrutó de la cultura de la ciudad, pero, sobre todo, en los que se dedicó a hacer las fotografías que quiso. Incluso, incursionó en la fotografía digital. Con ella aprendió que si antes la preocupación de un fotógrafo era que saliera bien la imagen, ahora la importancia está en el mensaje. “Antes no se entendía la fotografía como un medio de comunicación, hoy la fotografía es un lenguaje”, dijo a sus 94 años. No en vano, López siguió apegado a su cámara fotográfica hasta el martes 25 de agosto de 2015, día en el que decidió que ya era hora de partir.