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Nidia Góngora: “Hemos sido educados en un sistema de adoctrinamiento”

Nidia Góngora no canta para entretener, canta para sostener la vida. En “Pacífico Maravilla”, su primer disco como solista, transforma el duelo en memoria y reafirma su destino como cantora: guardiana de la tradición, la identidad y la voz colectiva del Pacífico.

Samuel Sosa Velandia

13 de mayo de 2025 - 08:10 a. m.
Nidia GÛngora
Foto: Cortesía
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Nidia Góngora canta porque su voz sostiene el alma de su pueblo. Sus canciones no son solo melodías: son testamentos. Llevan la historia de sus ancestros y el compromiso de preservarla y compartirla.

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Desde niña supo que ser cantora era su destino, aunque no lo dijera en voz alta. Antes de ser artista, fue maestra. Estudió educación preescolar y tuvo un trabajo estable. Pero la música —esa música— le llegó como una necesidad orgánica, como un susurro constante. No vino de la academia, sino del río, de la marimba, de las voces de las abuelas que partieron y las que siguen.

Comenzó a cantar con Canalón de Timbiquí, donde sus raíces encontraron lugar en el escenario. Pero quiso navegar ese litoral con sus propias vivencias y su propio ritmo. De ahí nació Pacífico Maravilla, su primer proyecto como solista. No fue un cambio de rumbo, sino otra forma de habitar la tradición. La marimba sigue siendo el alma, pero ahora se mezclan nuevos sonidos que vienen de su territorio más íntimo: del duelo, de los viajes, de la vida.

¿Por qué decidió hacer este proyecto en solitario?

Con varios colectivos y agrupaciones, como Canalón de Timbiquí, y diversas colaboraciones a lo largo de los años, el sueño de hacer un disco propio siempre estuvo presente. Desde mi adolescencia, soñaba con cantar música que reflejara mi pasión, que naciera de las influencias que tuve desde niña, y explorar sonidos con total libertad. Después de tantos aprendizajes, viajes y diálogos con otras personas, llegó el momento en que me dije: “Ya es hora, es esta la etapa”. Así que decidí hacerlo realidad. Hace unos cuatro años, comencé a mover el proyecto de Nidia Góngora, sin abandonar los trabajos previos. Justo antes de la muerte de mi mamá, me senté y decidí que el disco debía salir, y debía ser ahora.

Este álbum le ayudó a atravesar el duelo. ¿Cómo transformó ese dolor en música?

Los últimos tres años han sido intensos, marcados por grandes contrastes: momentos hermosos, pero también pérdidas profundas. Perdí a mis dos hermanos, a mi prima, a un músico de Canalón, a otro primo muy cercano, y luego a mi mamá. La mayoría de esas muertes fueron violentas. En medio de todo esto, la música ha sido mi refugio, como lo ha sido siempre. Ha sido el espacio donde encuentro paz, el bálsamo que me calma, me da tranquilidad. Cuando mi mamá falleció, por primera vez en mi vida me sentí desorientada, perdida. Mi primera pregunta fue: “¿Qué voy a hacer?” Sentí una orfandad terrible. Luego, al regresar de Timbiquí después del entierro, me senté y comencé a escribir varias de las canciones que forman parte de este disco, algunas que ya venía trabajando desde la muerte de mis hermanos. Fue en ese momento cuando decidí que todo esto sucedió para mostrarme un camino, para encontrar la luz que debía guiar la sonoridad del disco.

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¿Y a qué suena Pacífico Maravilla?

Desde el principio, supe que quería que el disco fuera una representación de esas voces y de esos momentos rituales de Timbiquí, como los alabados, las salves, los cantos de boga. Son tradiciones que, lamentablemente, son poco conocidas y que pocos se atreven a explorar y difundir. La mayoría tiende a hacer música bailable, alegre, para mover el cuerpo. Así, después de muchas preguntas sobre el rumbo del disco y la identidad sonora que quería darle, todo comenzó a surgir de manera natural. Y debo confesarle algo, es la primera vez que lo hago públicamente: muchas de esas melodías llegaron a mí en sueños, en esos momentos de profunda concentración.

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Timbiquí la define como mujer y como artista. ¿Por qué esa necesidad de estar anclada al territorio?

Allí nací y está enterrado mi ombligo. Tuve una infancia feliz y una formación comunitaria muy valiosa. Cuando salí, llevé esos valores: respeto, dignidad, empatía, amor por el otro. Timbiquí me dio la claridad sobre quién soy y el compromiso de defender nuestra música.Salir de Timbiquí significó enfrentar un choque cultural y social muy fuerte. Vivir en el Pacífico, en los pueblos del litoral, es muy distinto a vivir en las grandes ciudades. Esa transición marcó el inicio de una travesía en la que descubrí otros mundos, otras formas de vida. Nunca olvidé de dónde vengo, pero también aprendí a amar profundamente a Cali, a valorar todo lo que me ofrecía y aún me ofrece. Esa migración me abrió puertas y me permitió ampliar mi mirada hacia la música y sus múltiples posibilidades. Y así comenzó este camino: honrando la raíz, pero también abrazando el mundo desde una pasión profundamente musical.

Cuando salió de Timbiquí, ¿sintió miedo al desarraigo?

Siempre hay riesgos, pero yo no tuve miedo de perder lo que traía, porque tuve claro quién era, lo que quería y a donde pertenecía. Cuando llegué a vivir a Cali, me establecí en Ciudad Córdoba, un barrio del oriente de la ciudad. En ese entonces, la música del Pacífico no se vivía como hoy. Era muy raro escuchar una marimba o un arrullo; casi no existían espacios donde uno pudiera conectarse con esas sonoridades. En ese contexto, siempre tuve presente las voces de mi mamá, de mi abuela, de la gente que me rodeaba. Ciudad Córdoba, para muchos de nosotros, se convirtió en una especie de diáspora. Era un punto de encuentro entre familiares, amigos, conocidos del Pacífico que vivían en Cali o que venían por algún motivo. Y aun así, nos las ingeniábamos para crear espacios de encuentro y reencuentro con nuestras raíces. De allí nacieron proyectos como Socavón y Canalón. Nunca sentí miedo de perder esa conexión. Más bien, siempre tuve una reflexión constante y profunda: pedirle a la vida que nunca creciera en mí el deseo de alejarme de eso, que nunca se instalara el desarraigo. Y es que no se trata solo de mantener una tradición, sino de preservar una identidad. Negar mis raíces sería como negar ser hija del Pacífico, negar mi negritud, mi historia, mi lugar de origen.

¿Y le teme al desarraigo que puedan experimentar otros, como los jóvenes de su comunidad?

Por todo lo que ocurre hoy, es necesario reflexionar. Antes, nuestras infancias estaban desconectadas: sin redes, sin celulares. Hoy, la tecnología ha transformado nuestros pueblos, trayendo influencias externas que han cambiado muchas costumbres. Eso representa un riesgo, incluso dentro del territorio. Por eso, es urgente seguir fortaleciendo nuestras manifestaciones culturales. Aun así, en muchos lugares las tradiciones siguen vivas, gracias al trabajo de resistencia de quienes las cuidan y promueven. Los jóvenes hoy tienen referentes que hemos demostrado que es posible llevar nuestra música y cultura al mundo. La música del Pacífico ya no solo es vital en su territorio, ahora también se reconoce su valor fuera de él.

¿Cree que las múltiples formas de violencia, la inmediatez y la globalización han hecho que muchos jóvenes miren hacia sus raíces?

Ha habido un problema histórico de desarraigo, pero también de desconocimiento del valor de la identidad. Hemos sido educados en un sistema que funciona como un círculo de adoctrinamiento, lleno de imposiciones. Hoy existe una necesidad urgente de verdad, de reconciliación, de reparación y justicia. Era algo que, en algún momento, tenía que llegar. Las nuevas generaciones se han cansado. Nacimos en tiempos de violencia constante, y es saludable que muchos jóvenes digan: “Yo no quiero esto, esta no es la vida que quiero vivir. Debe haber otras formas, otros caminos”. Cuando empiezas a cuestionarte desde esa libertad también comienzas a explorar y a descubrir. El acceso a múltiples medios y a gran cantidad de información ha permitido que las personas ya no crean ciegamente todo lo que les dicen.

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¿El compromiso con la denuncia social ha tenido un costo? ¿La industria la ha relegado por eso?

Creo que ha habido mucho desconocimiento, y cuando tú no conoces algo, es como si no existiera. La música del Pacífico apenas ha empezado a conocerse con la intensidad necesaria para que pueda llegar a todos los espacios de forma global. Muchos de nuestros jóvenes temían —y algunos todavía temen— que no les va a ir bien, que no van a salir adelante, que no serán reconocidos o que no lograrán cumplir su propósito de llevar esta música a todos los escenarios posibles. Esto se debe a que es una música que no es considerada “comercial”. Pero para mí, la música del Pacífico tiene una característica fundamental: es única. Es una música con un sonido que inevitablemente despierta sentimientos, que toca fibras. Y ha sido, precisamente, la forma en que hemos sostenido nuestra dignidad, nuestra vida, nuestra fuerza; ha sido el motor para mantenernos firmes en nuestros territorios y conservar la esperanza. Porque, si no fuera por eso, muchos de nuestros pueblos ya habrían sido desterrados por el desplazamiento, la violencia y las múltiples formas de opresión que sufrimos. La música ha sido, entonces, casi el único mecanismo que hemos encontrado para acceder a espacios, para contar esas verdades que muchos desconocen, para hablar de toda la invisibilización a la que han sido sometidas estas regiones.

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¿Y cómo se siente cuando le cierran una puerta, por razones más allá de la música? Como el racismo o el machismo.

Ha sido un camino de muchas sonrisas, pero también de muchas dificultades. Lo que me ha sostenido es la determinación. Cuando decidí dedicarme a la música, renuncié a mi trabajo como docente —yo estudié educación preescolar, no música—. Mi formación ha sido empírica, desde la tradición, aunque también me he acercado a la academia para entender ciertos aspectos que he incorporado a mi camino como cantora. Aunque he tenido tropiezos, me he mantenido firme en mi convicción de que cantar es mi propósito. Mis viajes, especialmente a África, y el intercambio con otros músicos, me han enseñado que en la diversidad musical hay un poder inmenso. La música puede darte paz, empoderarte y abrirte a otros mundos. Por eso creo en preservar la raíz, pero también en mostrar hasta dónde puede llegar la música cuando se explora con honestidad. Hacer música independiente no es fácil, y menos siendo madre, esposa y viniendo de una familia sin recursos. Pero aun sin apoyo económico, decidí hacer una música bonita para el alma... y confiar en que el camino se iría abriendo.

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¿Por qué cantora y no cantante?

Porque la labor de las cantoras no se limita al canto. Va mucho más allá. El canto es solo una parte de esa tarea, de esa responsabilidad. Una cantora es una mujer que se encarga de salvaguardar, de cuidar con sus manos y de transmitir ese conocimiento a las nuevas generaciones. Es una mujer que mantiene y sostiene el legado dentro del territorio, que cuida la vida y garantiza que cada una de esas manifestaciones puedan ser heredadas. Es una responsabilidad enorme, porque nuestro pensamiento siempre está en función de lo colectivo, de la comunidad, de evitar precisamente que se den procesos de desarraigo. Tenemos una labor gigantesca: reafirmar los valores de identidad, porque son ellos los que pueden prevenir muchas problemáticas, tanto internas como con el entorno.

Hoy hay muchos jóvenes que tal vez viven con un resentimiento colectivo porque no han encontrado ese camino que oriente sus pensamientos, esa libertad con la que quieren vivir. Por eso es tan importante la función que cumplen las cantoras, las sabedoras, porque desde muy pequeños nos enseñan el valor de la existencia de cada uno. Tú naces con un propósito, y ese propósito es alimentado por quienes te reciben. Una cantante puede formarse y decir en algún momento: “Quiero cantar”, y después, “me retiro”. Pero una cantora no puede retirarse. Solo me retiro en cuerpo el día que me muera.

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Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com
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