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”Interludio” incluye tres covers de clásicos de la música en español. ¿Cómo los escogió y cómo fue acercarse a ellos para reversionarlos?
Todo partió de una pregunta que me estaba haciendo musicalmente: hacia dónde quería ir y dónde estaba la raíz de todo esto. Nunca me había dado el permiso de volver a escuchar esas versiones que, en mi infancia, tuvieron tanta relevancia y que hoy me hicieron ser cantante, compositora e intérprete. Escogí estas tres canciones (“¿Por qué te vas?”, “A tu vera” y “Zamba para olvidarte”) porque representaban a tres mujeres distintas, con energías femeninas diferentes y maneras diversas de interpretar. Quería volver a esos referentes que me marcaron de niña y hacer una reinterpretación bajo mi mirada contemporánea, con un acercamiento vocal distinto al de las versiones originales. Ese ejercicio me pareció muy lindo, porque venía con la intención de encontrar mi voz, de volver a la raíz de por qué empecé a cantar.
Específicamente, ¿cómo fue ese trabajo en “¿Por qué te vas?”?
Esta canción llegó a mí de una forma muy particular, porque a pesar de que conocía la música de Jeanette desde que estaba pequeña, la volví a escuchar en un viaje que hice a París para un desfile de Chanel. Cuando estaba sentada ahí, viviendo esa experiencia, empezó a sonar y todo el mundo comenzó a cantarla. Y recuerdo que pensé: “Pero aquí nadie habla español... ¿Qué es esto tan impresionante?”. Entonces decidí que tenía que hacer un cover de esa canción, pero quise hacerlo como si se tratara de una película. Me imaginé parada en la estación del tren viendo a esa persona irse y preguntándome una y otra vez: “¿por qué te vas?”. El reto fue mantener el espíritu ligero y dulce de la voz de Jeanette, pero llevarlo a lo que yo creo que es: una canción de duelo.
¿Cuáles diría que son los sentimientos que atraviesan “Interludio”?
Creo que “Interludio” habla de los diferentes tipos de duelo que atravesé con mi proyecto musical, porque tuve que despedirme de muchas versiones de mí que ya no se sostenían hoy, que tenían que morir para que naciera algo nuevo. Y, en efecto, en este EP tuve un renacimiento de mi voz. Me despedí de la Nina anterior —en general de todas las Ninas que fui en discos pasados— y cerré un ciclo de 10 años de carrera. Entonces sí, siento que todas estas canciones hablan del duelo: a un amor, a una amistad, a algo que ya no puedes recuperar, a lo que tienes que aceptar y soltar. Se volvió un disco de duelo, pero desde un lugar de aceptación y liberación.
Para usted, ¿dónde está normalmente la chispa que hace nacer una canción?
Siento que cada canción tiene su propia personalidad, su carácter y sus tiempos. Mi proceso empieza por tratar de traducir lo que estoy sintiendo a un acorde. Como no estudié música, mi aproximación siempre ha sido muy intuitiva. Ya después, con amigos músicos, entendí que era mejor no haber estudiado, pero en un comienzo buscaba en las notas del piano un acorde que imitara la emoción que tenía y después le ponía dos o tres más para acompañarlo.
¿Y cómo es el proceso para la letra?
Siempre comienzo componiendo en “spanglish”, porque escucho mucha música en inglés: me gusta mucho el R&B alternativo y el pop en inglés. Entonces, empiezo a hacer la melodía en esa mezcla de idiomas, y cuando siento que ya la tengo, viene un tiempo largo: encontrar las palabras. Soy muy ñoña con las letras de mis canciones. No puedo meter una palabra porque rime; tiene que tener un sentido y un lugar. Ese proceso es más demorado. A veces, en esa melodía tarareada, van apareciendo palabras que te muestran hacia dónde quiere ir la canción.
Para mí componer es un proceso muy lindo, pero que todavía no termino de entender. Siento a las canciones como seres vivos con los que uno tiene que tener la curiosidad y la apertura para ver cómo se van revelando por su cuenta. Cuando pensamos que tenemos control absoluto sobre la creación, la perdemos. Y, en su lugar, empieza a crecer el ego, porque no dejamos que las cosas tomen su curso.
¿Qué es lo más difícil de crear música hoy en día?
Creo que lo más difícil hoy es detenerse para poder crear. Vivimos a una velocidad tan alta, que el tiempo de creación —y de producción para que una pieza pueda monetizarse— se ha acelerado muchísimo. El tiempo que tenía antes, cuando hice mi primer disco, ya no existe. Llegué a un punto en el que solo pensaba cosas como: “Tengo que crear, pero esta canción debe durar 30 segundos en estas plataformas, y esos 30 segundos tienen que llamar la atención porque, si no, nadie va a escucharla completa”. Se volvió para mí un proceso un poco antinatural. Llamé a este EP “Interludio” porque me obligó a hacer una pausa. No podía hacerse de manera acelerada: la voz no salía si corríamos el proceso. Nos tocaba desacelerar, entrar al estudio y entender qué pedía cada canción. Esa es la invitación de “Interludio”: preguntarse hace cuánto no me tomo una pausa para pensar, para contemplar, para atravesar la incomodidad que eso implica. Suena bonito, pero es un proceso incómodo: quedarse quieto.
¿Qué la hizo darse cuenta de que necesitaba un respiro?
Me di cuenta de eso cuando me invitaron a escuchar el nuevo álbum de Rosalía. Ese día nos dijeron: “Tienen que entrar a este salón, sin celulares, una hora y quince, y no pueden salir hasta que se acabe el disco”. Y ahí me di cuenta de que ya no estaba acostumbrada a eso. Entonces me pregunté: ¿cómo volvemos a desacelerar? Ese ha sido mi mayor reto y mi mayor regalo con este disco: pensar en cómo frenar para poder crear, porque eso me obligó a pensar en para qué estoy haciendo esto. En el acelere en el que venía —sacando un sencillo cada mes y medio, pendiente del algoritmo, del contenido— esa llamita de la creación se apagó y me estaba haciendo falta frenar y pensar.
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