El mundo de hoy no conoce la oscuridad. El sol se oculta y los postes de luz, las farolas de carros y buses, las marquesinas luminosas o cualquier ventana dejan colar unos rayos que nos salvan de ella: de la verdadera, la espesa. Nos hemos acostumbrado a una oscuridad parcial, sugerida, que no engulle ni amenaza. Son cada vez más escasos los rincones habitados que dependen de la luna y las estrellas, pero los hay, y justamente ahí es donde la escritora colombiana Pilar Quintana quiso ambientar su más reciente novela.
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Noche negra es la historia de Rosa, una caleña que, después de cansarse de una vida pequeñoburguesa en la ciudad, se va a cumplir su sueño de vivir en una selva a orillas del mar junto a Gene, su marido irlandés. Ellos mismos construyen allí su hogar, pero un día, con la obra aún inconclusa, él debe partir. Un trámite de su visa lo obliga a dejar a Rosa sola por unos días, enfrentada no solo a serpientes, arañas, murciélagos y tantos otros bichos y animales que se escabullen a su alrededor, sino también a los hombres con los que se queda, a quienes ella empieza a ver con desconfianza desde el instante en que se materializa su soledad.
“Para mí, esta no es una novela sobre la selva, es mi novela de la selva”, enfatizó la autora durante una entrevista para El Espectador. Si bien este es un tema que ha explorado en otras de sus obras, como en La perra, en Noche negra quiso que fuera el centro de toda la narración. A lo largo de la novela, los protagonistas se enfrentan a la colonización de una tierra dominada por la naturaleza y, aunque hay momentos en los que deben verse cara a cara con sus adversarios salvajes, lo más inquietante es la sensación de que algo siempre está al acecho.
Por ejemplo, hay una noche en la que Rosa debe salir de su cabaña: “El camino se interna por entre los árboles como por una bóveda. La linterna apenas alcanza a alumbrar alrededor de sus botas. El resto son sombras, los árboles como gente monstruosa, el rumor de la selva amplificado y repentinos arrullos, estallidos y pitos que no se sabe de dónde vienen”. La escasez de luz la pone en el centro de un mundo desconocido, pero la abundancia de ruido proveniente de todas partes le confirma que no está sola. Lo que le preocupa no es solamente la naturaleza, sino la posibilidad de que algo más que animales se oculte entre los matorrales.
Esta selva está inspirada en lo que la misma Pilar Quintana vivió cuando, a sus 31 años, también dejó la ciudad para irse a vivir al Pacífico colombiano. Allí fue donde experimentó de primera mano la noche alejada de la urbe, esa en la que la luna llena permitía distinguir los colores de las plantas como si estuviesen a plena luz del día y en la que su ausencia hacía que todo lo consumiera una negrura densa. Ese fue el hilo conductor que escogió para la escritura de esta novela y la idea que está todo el tiempo en la cabeza de Rosa. Los días en los que transcurre la novela le generan angustia por ser los primeros en los que debe enfrentar la soledad, pero también porque son los justamente anteriores a la llegada de la oscuridad total.
A medida que se acerca esa noche, Rosa va descendiendo más y más en los círculos del infierno que ella misma va formando en su cabeza. Quintana utilizó la idea de la noche sin luna como el punto en el que Rosa se enfrenta a dos posibilidades igual de aterradoras: que algo o alguien venga finalmente a aprehenderla o que la soledad en las tinieblas la empuje hacia la locura. “El peor terror de Rosa es la soledad. No solamente por el hecho de estar sola, sino porque eso la lleva a descubrir lo que hay en su propia mente”, explicó la autora.
Ahora, hay otro elemento con el que la autora quiso jugar en este terreno plagado de amenazas. Claro que Rosa se preocupa porque no la muerda una víbora o porque las termitas no acaben con su casa, pero hay algo más: desde que partió Gene, ella está sola en medio de una selva habitada por otros hombres. “Los miedos de Rosa son los miedos de una mujer que va caminando por la calle, así sea de día, con un hombre detrás. Uno dice: ‘¿Me cambio de acera?’, ‘¿me viene persiguiendo?’, ‘¿me va a tocar?’. Claro, a veces esas amenazas son reales; sabemos que hay historias de violencia en la calle, como también a veces solo las percibimos”, apuntó la autora.
Los enfrentamientos van y vienen. Es la paranoia la que no le da tregua al lector, que se ve obligado durante toda la novela a pensar que en cualquier momento algo puede pasar. Para lograr este efecto, Quintana utilizó la perspectiva de Rosa, quien todo el tiempo describe lo que ve y lo que imagina. Ambos mundos se mezclan hasta el punto en el que, en ocasiones, no sabemos si lo que nos cuenta realmente está sucediendo o si estamos siendo testigos de un nuevo ataque de pánico. En palabras de la autora: “Noche negra es una novela sobre lo que pasa en nuestras cabezas cuando estamos solos”.
Una lucha interminable
A primera vista, el lector encuentra una novela dividida en cuatro partes que representan los primeros cuatro días de la ausencia de Gene, desde el domingo hasta el miércoles. Sin embargo, entre los acontecimientos de esos días, Quintana mezcló historias del pasado de Rosa con la idea de profundizar en su caracterización. La vida en la ciudad, las historias de su familia y los miedos y angustias que la atormentan se agolpan en su cabeza ahora que no tiene a nadie que le ayude a disociarse de ellos.
A eso se suma que ella, a pesar de haberse ido por voluntad propia a vivir a esa selva, nunca deja de sentirse como una intrusa. El miedo a las víboras le recuerda constantemente que ese no es su territorio, pero también lo hacen las personas con las que convive, que desde el primer momento la ven como extranjera. “Rosa es caleña, mestiza, de pelo crespo, caderas grandes y piel morena, pero le dicen ‘la gringa’ porque es de afuera y porque su marido es un ‘gringo’. Entonces, ella entra a un medio hostil, que no conoce y en el que, además, no pertenece porque es vista como la otra”, dijo Quintana.
A pesar de toda esa adversidad, Rosa decide quedarse. Su miedo no la paraliza; la mueve a actuar y a enfrentarse con las fuerzas que quieren expulsarla de ese espacio. “Me gustan mucho esos contrastes de los personajes. En los nuevos movimientos feministas de redes sociales tendemos a oír constantemente que las mujeres son víctimas. Lo hemos sido y lo somos, pero también somos victimarias y también somos fuerza. No somos una cosa separada de la otra; nos integran múltiples versiones de nosotras mismas y creo que esta novela explora esa complejidad de una mujer”, afirmó la autora.
Con todos estos elementos, Quintana construyó una historia en la que el lector está constantemente a la expectativa. Y, al igual que en otras de sus obras, puso a sus personajes en situaciones adversas en las que no pueden hacer más que enfrentarlas. En Noche negra, la historia de Rosa no es la de una mujer que lucha por librarse de lo que la atormenta, sino la de aquella que tiene que aprender a vivir con ello.