El Magazín Cultural

Oración por Ernesto Cardenal

A los 94 años, y en medio de complicaciones médicas, Ernesto Cardenal recibió la noticia de que el Vaticano levantaba la sanción impuesta en tiempos de Juan Pablo II en reacción a su militancia política, la cual le impedía administrar los sacramentos.

Miguel Estupiñán / @_Kachkaniraqmi
19 de febrero de 2019 - 12:00 a. m.
Ernesto Cardenal, condenado por la dictadura de Anastasio Somoza y la iglesia católica años atrás, fue absuelto por su actitud "revolucionaria" por el papa Francisco.  / Cortesía
Ernesto Cardenal, condenado por la dictadura de Anastasio Somoza y la iglesia católica años atrás, fue absuelto por su actitud "revolucionaria" por el papa Francisco. / Cortesía

Nacido en Managua (Nicaragua) en 1925, Ernesto Cardenal es considerado uno de los mejores escritores latinoamericanos de su generación. Fue discípulo del monje trapense Thomas Merton. Participó en la revolución sandinista, aunque hoy se suma a quienes rechazan el régimen de Daniel Ortega. Poeta y sacerdote, entre sus obras más relevantes se cuentan Epigramas, Hora O, Vida en el amor, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, El estrecho dudoso Canto cósmico. A sus 94 años, y en medio de complicaciones médicas, Ernesto Cardenal recibió la noticia de que el Vaticano levantaba la sanción impuesta en tiempos de Juan Pablo II en reacción a su militancia política, la cual le impedía administrar los sacramentos. Estas palabras son un recorrido por algunos momentos de su obra poética y de su vida.

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En lenguaje del pueblo

El amor a la belleza está en el principio de la poesía de Ernesto Cardenal. Está en los versos de Epigramas (1962), entre cuyas líneas se nombra a Claudia, a Ileana y a Myriam, en tiempos de represión. Un día se olvidará el nombre del dictador Anastasio Somoza, pero los poemas que circulaban clandestinamente en su contra y que, al tiempo, se ocupaban de aquellas muchachas, se seguirán leyendo, anticipó el poeta en su juventud.

Mientras el opresor saqueaba el lenguaje del pueblo, haciéndese llamar “paladín de la democracia en América” y “defensor del catolicismo”, Cardenal pulía las palabras para purificar el idioma. “Yo no canto la defensa de Stalingrado/ ni la campaña de Egipto/ ni el desembarco de Sicilia/ ni la cruzada del Rhin del general Eisenhower:/ Yo solo canto la conquista de una muchacha./ Ni con las joyas de la Joyería Morlock/ ni con los perfumes del Dreyfus/ ni con orquídeas dentro de su caja de mica/ ni con cadillac/ sino solamente con mis poemas la conquisté./ Y ella me prefiere, aunque soy pobre, a todos los millones de Somoza”.

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De pronto suena en la noche el aullido lúgubre de la sirena, “como el grito de la cegua”. No es incendio ni muerte, sino Somoza que pasa. Hora 0 caracteriza la tiranía en medio de la cual se gestaron muchas de las convicciones del escritor; la influencia nefasta de las multinacionales (corruptoras de la prosa), que hicieron del presidente un esclavo de los intereses foráneos. “Todas las noches en Managua la Casa Presidencial/ se llena de sombras”. Las sombras de quienes, como Sandino, perdieron su vida buscando la libertad.

Cardenal participó en la fallida rebelión de abril de 1954, en la que fueron masacrados muchos de sus antiguos compañeros. A un amigo dedica estas palabras en el extenso poema: “A veces nace un hombre en una tierra/ que es esa tierra./ Y la tierra en que es enterrado ese hombre/ es ese hombre./ Y los hombres que después nacen en esa tierra/ son ese hombre./ Y Adolfo Báez Bone era ese hombre”. Somoza bailando mambo mientras su hijo efectúa las torturas. “Los perros de la prisión aullaban de lástima”; y en la Casa Presidencial las sombras de quienes nunca figurarán en los textos de historia.

El poeta sale del país y se integra a la abadía trapense de nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, donde Thomas Merton se convirtió en su padre espiritual. Vida en el amor, un libro de meditaciones, hunde sus raíces en aquellos años. El amor a la belleza se convierte en amor a Dios.

México y Colombia, escenarios de su formación como sacerdote durante la primera mitad de la década de 1960. En Antioquia, Cardenal inicia la escritura de sus Salmos. Poesía profética en que denuncia las injusticias del presente y anuncia un reino nuevo. “Los pobres tendrán un banquete/ nuestro pueblo celebrará una gran fiesta/ El pueblo nuevo que va a nacer” (“Salmo 21”). El “tú” de sus poemas deja de ser una muchacha, para convertirse en Dios, “la muchacha de las muchachas”, en palabras de Fernando González, el filósofo de Envigado, a quien leyó exhaustivamente. “Yo te cantaré a ti porque eres justo” (“Salmo 7”). “A la hora de la Sirena de Alarma tú estarás conmigo” (“Salmo 5”). Cuando un periodista le preguntó por qué escribía poesía, contestó: “por la misma razón que Amós, Nahum, Ageo, Jeremías…”.

“Una utopía en la selva”

El amor a Dios lo llevó a la revolución, también ha dicho. Ordenado sacerdote en 1965, Cardenal fundó una comunidad cristiana en el archipiélago de Solentiname. Su propia “arcadia perdida”, destruida por orden de Somoza Debayle. Hay mucho de esa experiencia en la forma como el poeta habla de las misiones jesuíticas del Paraguay: una “utopía en la selva”, animada por una espiritualidad económica, artística y popular.

William Agudelo, quien participó de la aventura, recuerda que la idea del sacerdote respecto de una comunidad contemplativa en Nicaragua venía de sus tiempos como novicio trapense. Los primeros años fueron duros: abrir monte, intentar infructuosamente desarrollar una chacra, vivir sin luz eléctrica. Más adelante se hicieron famosos los procesos de concientización a través del arte y se generaron nuevas formas de economía en beneficio de los lugareños.

“Lo que más nos radicalizó políticamente fue el Evangelio”, recuerda Cardenal. Todos los domingos en la misa los campesinos comentaban en forma de diálogo el texto bíblico. En 1976 Julio Cortázar visitó la comunidad. “Ese día era el arresto de Jesús en el huerto, un tema que la gente trataba como si hablaran de ellos mismos, de la amenaza de que les cayeran en la noche o en pleno día, esa vida en permanente incertidumbre de las islas y de la tierra firme y de toda Nicaragua y no solamente de toda Nicaragua sino de casi toda América Latina, vida rodeada de miedo y de muerte, vida de Guatemala y vida de El Salvador, vida de la Argentina y de Bolivia, vida de Chile y de Santo Domingo, vida del Paraguay, vida de Brasil y de Colombia”. Un año después “las tropas del dictador Somoza arrasaron y destruyeron esa pequeña, maravillosa comunidad cristiana”.

El amor esencial

Con la victoria de la revolución sandinista y el fin de la dinastía Somoza, Ernesto Cardenal fue designado Ministro de Cultura de su país en 1979. 

En la memoria colectiva quedaría para siempre la reprimenda que recibió por parte de Juan Pablo II, cuando el obispo de Roma visitó Nicaragua en 1983. Gloria nacional por haber apoyado el Frente Sandinista de Liberación Nacional y miembro del gabinete, el sacerdote se arrodilló para besar el anillo del Papa en el aeropuerto, al momento del saludo. El pontífice no permitió que se lo besara y en tono de reproche le dijo: “usted debe regularizar su situación”. Los sacerdotes con cargos en el gobierno los tenían con la autorización de los obispos y ellos habían hecho pública esa autorización.

En palabras de Cardenal, “no derrotada por los gringos, en realidad, traicionada por sus líderes”, la revolución perdida de Nicaragua acercó en su momento al pueblo “al Reino de los cielos”. Su épica astrofísica, presente en obras como Canto cósmico y Telescopio en la noche oscura, vincula el gemido de la sociedad en espera de la justicia al ansia de todo lo existente: “La revolución es también de lagos, ríos, arboles, animales”. En ella retoma la idea central de su poesía: “¡Amor esencial que estás en el corazón del universo!”. La ley del amor rige la historia y rige la obra de uno de los grandes autores de nuestra lengua.

Por Miguel Estupiñán / @_Kachkaniraqmi

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