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Orfila y Carpentier: imaginar América Latina

Una reseña de “Correspondencia: Arnaldo Orfila - Alejo Carpentier 1955-1980″, con introducción, edición y notas a cargo de Adolfo Castañón y prólogo de Jaime Labastida.

David Noria
07 de febrero de 2022 - 02:00 a. m.
Portada del libro “Correspondencia: Arnaldo Orfila - Alejo Carpentier 1955-1980”.
Portada del libro “Correspondencia: Arnaldo Orfila - Alejo Carpentier 1955-1980”.
Foto: Archivo particular.

La frase “correspondencia entre Orfila y Carpentier” admite dos sentidos: el conjunto de sus cartas conservadas, pero también “el parecido, la semejanza y la proporción” entre ellos. Arnaldo Orfila (La Plata, 1897 - Ciudad de México, 1997) y Alejo Carpentier (Lausanne, 1904 - París, 1980) pertenecieron a la misma generación de latinoamericanos que redescubrieron, en la teoría y en la práctica, la unidad de lo que Rubén Darío había llamado “los mil cachorros sueltos del león español”. Si en el siglo XIX las “ligas anfictiónicas”, “cartas de Jamaica”, “archipiélagos griegos” y demás proyectos ampulosos para unificar a las nuevas repúblicas americanas habían naufragado en los escollos de las guerras civiles, un siglo después —no con las armas sino con los libros— se empezaba a organizar un nuevo latinoamericanismo, del que Orfila y Carpentier serían dos de sus estrategas fundamentales. No solo la madurez y las trayectorias consolidadas los igualaban, sino las responsabilidades públicas. A partir de 1962, las cartas de Orfila —entonces director del Fondo de Cultura Económica— se dirigen a un Carpentier nombrado director de la recién fundada Editorial Nacional de Cuba:

Agosto 20 de 1962

Mi querido amigo:

Con algún retraso me he enterado de la creación de la Editorial Nacional de Cuba, para cuya dirección, con tanto acierto, el gobierno le ha designado. Me alegra y me honra tener a Vd. como colega en una actividad siempre de tan amplio interés.

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Homólogos, Orfila y Carpentier tienen conciencia de la enorme responsabilidad, no solo del oficio de editor, sino del editor al frente de una imprenta de Estado que de algún modo marca el rumbo de la “inteligencia americana”. En efecto, el tercer corresponsal y, en última instancia, el destinatario final de estas cartas es la invención llamada América Latina, mutua pasión del editor argentino que saliera de Buenos Aires rumbo a México en 1948 para dirigir el FCE, y del novelista cubano, que conocía de primera mano las Antillas, el Caribe y Venezuela. Ya Carpentier tenía conciencia de la tierra firme americana desde su infancia, como se lo revela a Orfila en carta fechada desde París el 21 de agosto de 1974, a propósito de algunos reparos de Ángel Rama sobre su uso del lenguaje en la novela El recurso del método:

“Le molestaba que yo hablara de ‘huipiles’, ‘huaraches’ y cocinas mexicanas, sin saber que La Habana fue, de 1910 a 1927, el lugar de descanso, amparo y espera de cuantos mexicanos tenían que alejarse de su país a causa de la Revolución… De niño, yo jugaba con muchachos yucatecos que me enseñaron un centenar de palabras mayas… Mi primer amor de niño fue por una muchachita de Campeche”.

En su juventud, el estudio de la música criolla en Cuba le reveló a Carpentier que ya su isla contenía al mundo, y así, por círculos concéntricos, se interesó por México y el resto del Nuevo Mundo como cosa propia. Siempre con un pie en Francia, sabía sin embargo dónde estaba enraizado. Así lo revela el tema de sus últimas novelas y estudios: los tiranos latinoamericanos, una ópera de Vivaldi sobre Moctezuma, un montaje de Stravinsky en La Habana, el affaire de canonización de Cristóbal Colón y una insospechada relación entre Bach y los aztecas.

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Si América Latina es un concierto barroco de veinte países, México ha ensayado tomar la batuta. La correspondencia de Orfila y Carpentier nos hace revivir los días de una república que se convierte en la maestra del orbe hispánico, un poco como Tucídides veía en Atenas “la educación de Grecia”. En la segunda mitad del siglo XX, México es el país con los medios materiales necesarios y la autoconciencia nacida de la Revolución; la fecundidad dolorosa, la hondura histórica y la famosa rebeldía que decía Barba Jacob; es también el país que poco a poco se va perfilando como el de mayor número de hispanohablantes (hecho del que no acabamos todavía de sacar las conclusiones). Orfila estaba perfectamente consciente de todo ello, y también Carpentier, que al cabo nombra a su amigo en Siglo XXI como editor único para toda la lengua española, a pesar de los ofrecimientos (“con malas armas” dice Orfila) de Barral, Seix-Barral y Aguilar, y de las editoriales piratas en diversos países, lideradas, continúa Orfila, por “unos ciudadanos que disfrazados bajo ropajes de ‘intelectuales progresistas’ son tan bandidos como los de cualquier otra secta”. En este punto no deja de ser revelador que el mundo de la edición en español parecía dar un vuelco en favor de México en aquellos años, al punto de que, como se lo explica Orfila a Carpentier, la censura de libros en la España franquista tuvo que relajarse, no por súbito escrúpulo de la reacción, sino para que México no ganara del todo el mercado editorial.

Sin embargo, los errores de México son también la premonición de los pecados de las demás repúblicas. El despido de Arnaldo Orfila del FCE, en 1966, por la censura del gobierno de Díaz Ordaz, marcó una disyuntiva que Rosario Castellanos supo expresar ejemplarmente:

“En esa polémica quedaron bien deslindados los dos campos en los que el intelectual puede situarse y actuar: el de un nacionalismo que teme a la verdad y se ampara en la ilusión, el de una intransigencia que no admite ninguna voz que disuene de la suya ni otras opiniones, sino las que ella misma enarbola y sanciona; el de la represalia y el uso de la violencia contra la palabra, y el campo contrario de quienes afirmamos nuestra convicción de que el amor a la patria no ha de ser venda que nos ciegue, sino lucidez que nos mantenga vigilantes”.

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No tardarán en llegar los cuartelazos a la cultura en Chile o en Argentina, como el que encabezó el gobierno de Videla contra Siglo XXI en Buenos Aires en 1977. Así se lo anunciaba Orfila a Carpentier en carta de 22 de abril de ese año:

“No sé si se habrá enterado de que el lamentable gobierno que sufrimos en mi país nos clausuró nuestra casa de Buenos Aires y ha hecho desaparecer a dos de nuestros colaboradores. […] El problema se plantea en qué haremos frente a un régimen de censura que se anuncia ha de imponérsenos. Con esto estamos pasando muy malos ratos…”.

La exacerbación de la violencia en el continente a manos de dictaduras generalmente apoyadas por los Estados Unidos motivó a varios escritores, entre los que Carpentier ocupa uno de los primeros puestos, a desarrollar en sus novelas el tema de los tiranos, al tiempo que puso a prueba la valentía de editores como Orfila, que tenía por misión difundir el pensamiento crítico. Si el gobierno mexicano cometió la falta de censurar a Orfila en el FCE, la comunidad intelectual del país resarció el daño fundando Siglo XXI, de modo que México siguió siendo el bastión de obras que en otros países no podían editarse o, si se editaban, era de modo ilegal, “pirata”, bajo el pretexto de la urgencia de “difundir un mensaje” revolucionario. Es notable cómo Orfila y Carpentier, editor y autor, rechazan tajantemente estas prácticas, en el entendido de que no habrá un mejoramiento de las condiciones culturales si no se pasa primero por la aduana de la probidad y la legalidad. “¡Ojalá otros editores del ámbito hispánico tomaran ejemplo en el rigor y la honestidad de sus tratos con los autores!”, le escribe Carpentier a Orfila en 1975.

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La Correspondencia Arnaldo Orfila y Alejo Carpentier 1955-1980, con introducción, edición y notas de Adolfo Castañón y prólogo de Jaime Labastida, cabe ser leída también como un “espejo de editores”, manual llamado a constituirse en referencia y punto de comparación obligado para los hábitos actuales de la imprenta. Lección de cortesía y legalidad, escrupulosidad con el último centavo, atención a la mínima errata, desarrollo concienzudo de la publicidad y estudio de la recepción crítica y comercial de la obra, retribución de la confianza y una alianza basada en intereses nobles, son algunos de los valores que se desprenden de esta lectura. No es pues casualidad que haya sido Adolfo Castañón, quien se consagrara a editar y anotar estas cartas, cuyo nutrido aparato crítico representa, como él mismo advierte, una historia en miniatura de América Latina y de dos de sus mejores garantes.

Por David Noria

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