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La noticia nos explotó a todos en la cara. De alguna manera, todos éramos cómplices. Todos fuimos cómplices Una niña de siete años había sido asesinada, luego de que el culpable la hubiera violado, y de que sus hermanos y quien sabe quién más, hubieran tratado de ocultar las pruebas, y por supuesto, a la niña. Era hija de un campesino, de uno de los múltiples campesinos de Colombia que había tenido que desplazarse por la violencia, o por el desempleo, o por el hambre. Vivía en un barrio de invasión, unas cuantas cuadras hacia el oriente de los barrios más aristócratas de Bogotá. Trabajaba en lo que saliera, fundamentalmente, como obrero. Todos éramos cómplices. Por acción o por omisión, por callar o por ignorar. Y veíamos con la boca abierta la noticia en los noticieros, y nos indignábamos, llorábamos. La noticia nos explotó a todos en la cara, pero aún así, acabó por volverse un suceso que vendía. Un horrendo crimen que daba rating. Clicks, millones de clicks. El asesino era un hombre de la más alta clase bogotana. Un tipo con todos los apellidos y las medallas. De sangre azul. Fuerte, bello, bien vestido, adinerado. Uno de esos a los que por decenas de años les hemos hecho venias.
“Cuando el policía acabó de darles la noticia se heló. Fue casi instantáneo. La sangre se le congeló en un segundo. Un frío que lo dejó paralizado. Un frío de muerte. Después vino el mareo. Esa sensación de que uno para y todo sigue dando vueltas. Pero al revés. Fue como si el mundo de afuera se hubiera detenido y algo dentro de su cabeza siguiera moviéndose. Un pensamiento. Una negación. Una súplica. No puede ser cierto. No puede ser. Esto es lo que ha podido recomponer hasta ahora. Hasta este punto tiene certezas. De aquí en adelante no puede decir si las cosas pasaron como cree. Eso es lo que ha tratado de descubrir tirado en la cama. Se la pasa luchando por saber qué es cierto entre los pensamientos y las imágenes y las preguntas que dispara su cabeza todo el tiempo a la velocidad de una ametralladora. Se la pasa tratando de reconstruir los hechos en medio de las alucinaciones y del ruido dentro de su cabeza que no para y es insoportable. Para hacerlo solo tiene unos segundos en los que se le aclara la mente. Ahí es cuando trata de separar lo real de lo inventado. Lo que puede reconstruir es porque le ha hecho doler. Solo tiene recuerdos dolorosos”. (Fragmento de Otra menos).
¿Cómo surgió la idea de esta novela, Otra menos, señor Jiménez?
- Al preguntarme cómo podía seguir viviendo un padre que se entera de que su hija de siete años ha sido secuestrada, torturada, violada y estrangulada hasta morir.
Al asesino lo condenaron a unos cuantos años de prisión, 52, y a los hermanos los eximieron de toda culpa, los exoneraron. En unos días todos olvidamos lo que ocurrió, y lo que ocurrió seguiría y seguirá ocurriendo, y nosotros les seguiremos haciendo venias a los de sangre azul, en esencia, porque ellos siempre tuvieron el poder, y con el poder, desde sus altares, nos echan migajas para que podamos comer. Sólo nos las echan si les hacemos venias, si les obedecemos, si los aplaudimos. Si cuando cuentan un chiste, nos reímos aunque no lo entendamos. Si aplauden, nosotros aplaudimos. Y si nos mandan a callar, callamos. Algunos medios hablaron de que con el crimen de la niña, Yuliana Samboní en la realidad, Anyi Marcela, en la novela de Santiajo Jiménez, se habían enfrentado dos Colombias. La de toda la vida, la de los privilegiados, y la otra, la de abajo, la indignada, la que empujaba por tener alguna baza en el juego del poder. Mentira. En diciembre de 2016, cuando se desencadenaron los hechos, y en junio de 2017, y en octubre de 2018, y mañana y en unos años, las dos Colombias de siempre seguirán en sus mismos sitios. Una, trabajando para la otra, y la otra, dominando el dinero, el trabajo, los medios, la justicia.
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“Del hospital fue hasta la funeraria. Había mucha gente afuera. Había pancartas y fotos de Anyi Marcela. ¿Por qué las tenían ellos? ¿Con qué derecho? Una mujer se acercó. Le dijo que era periodista y quería hablar con él para entrevistarlo al aire. Respondió que no estaba interesado. Ella insistió. Le dijo que podría ser de ayuda para él y su familia. Para Anyi Marcela. No entendía cómo iba a ayudarlos una entrevista. La periodista dijo que una entrevista haría que la gente conociera el caso. Que la gente supiera por lo que estaban pasando. Así habría mejores posibilidades de que se hiciera justicia. Él no quería que la gente conociera su caso. Entonces ella dijo que iban a ser respetuosos de su dolor. Dijo que solo iban a ser unos minutos. Dijo que lo iba a entrevistar el periodista más famoso del país. Dijo que la gente tenía que saber. Lo estaba molestando. Era muy insistente. No sabía cómo quitársela de encima. Buscó a su hermano y a Lucy para que lo ayudaran. No los vio por ninguna parte. Finalmente aceptó para que lo dejara en paz. Le pusieron unos audífonos. Del otro lado un hombre lo saludó. Le dijo que sentía pena por su familia. Parecía como si fuera a llorar. Después le preguntó cómo se sentía. ¿Cómo se sentía? Se sentía mal. Se quería morir. Quería que el dolor se terminara de una vez. Quería que las preguntas se fueran de su cabeza. Pero no dijo nada de eso. Dijo que sentía dolor. Un dolor tan grande como el universo. El hombre volvió a hablar. Hablaba mucho. Le dijo que lo entendía. Su voz era insoportable. ¿Cuánto tiempo tendría que aguantarlo? Siguió hablando. Siguió mostrando su indignación. Parecía como si hubiera olvidado que él estaba ahí. Después le preguntó qué sentía con las manifestaciones de apoyo de personas en todo el país. Había leído algo de eso en el periódico. Y no sentía nada. Había perdido la capacidad de sentir cualquier cosa diferente al dolor. El dolor de lo que pasó y el dolor de no saber por qué pasó. El dolor de saber cómo pasó. El dolor de las preguntas dando vueltas en su cabeza. Volvió a guardarse sus pensamientos. Le dio las gracias a la gente porque eso era lo que quería escuchar el periodista más famoso del país. Entonces este volvió con su palabrería. Con su falsedad. Le preguntó si quería añadir algo. Dijo que quería justicia. Que los jueces no se dejaran comprar”. (Fragmento de Otra menos).

- La elección del estilo, sin comas y con frases muy cortas, ¿a qué obedece?
Pensé que la cabeza de una persona que acaba de vivir una situación tan traumática y devastadora debería ser un caos de pensamientos y preguntas sobre lo que ocurrió, amontonados unos sobre los otros. Esta condición no le permitiría detenerse a hacer largas reflexiones. A lo sumo, extraer de ese caos una idea a la vez, muy simple, para su racionalización. Cuando empecé a escribir la novela, muchas de las frases que expresaban estas ideas eran tan cortas que no necesitaban comas. Entonces decidí que esa era una restricción que debería imponerme para todo el libro. Me gustan las restricciones para escribir. Creo que sin ellas es imposible hacer literatura.
De las noticias con tono de credibilidad, en tercera persona, disfrazando los hechos de verdad, pasamos a la literatura, a que alguien profundizara, a que nos dijera por qué, sobre todo por qué un abogado al que no le había faltado nada terminaba por convertirse en un criminal con sevicia. Laura Restrepo escribió el relato de la ignominia desde la voz de los niños bien del Moderno. Los llamó Los divinos. Penetró en sus formas de vida, en sus ilusiones, en sus amores. Retrató el vacío y el sinsentido de aquellos que sólo viven para que los aprueben, para que los aprobemos y los aplaudamos. Carros, casas, fincas, droga y más droga, alcohol, mujeres por doquier, amigos de plástico, relaciones de plástico. “Amigo cuanto tienes, cuánto vales”, como cantaba Jorge Villamil. Santiago Jiménez Quijano eligió el rostro de los humillados, el dolor de los eternamente desplazados, sus rencores, su impotencia. El padre de Anyi Marcela era y es todos ellos y miles más, multiplicado por millones de millones hasta el infinito. Un hombre y su dolor sin fin, y la explotación en el trabajo, y la explotación en los medios, y la explotación entre los políticos.
“Después del funeral hubo una misa. Uno o dos días después. No sabe. Desde ese momento las horas empezaron a parecerse entre ellas más que nunca. La iglesia donde se iba a dar la misa estaba llena. ¿De dónde venía toda esa gente? ¿Por qué estaban ahí? En ese momento no lo podía entender. Pero con todo el tiempo que ha tenido desde entonces para pensar la respuesta es obvia. Toda esa gente venía porque el caso de Anyi Marcela salía en televisión y en los periódicos y en la radio. No estaban ahí para recibir una misa. Habían ido a un espectáculo. Nada más. Un espectáculo con el que además podían lavar su conciencia. En ese momento le molestaba su presencia sin saber muy bien por qué. Ahora sabe que le fastidiaban sus muestras de dolor. No creía que su dolor pudiera ser real. No creía que su dolor pudiera ser nada comparado con el suyo. Todavía hoy siente lo mismo. A veces prefiere a los indiferentes. A los que se quedan en sus casas y siguen con sus vidas. ¿Cuántas misas como la de Anyi Marcela tendrían que haber al día en esta ciudad? Decenas. Una por cada niño abusado. Una por cada familia destrozada. ¿Quiénes iban a esas otras misas? ¿Se llenaban esas iglesias? Seguro que no. Serían misas solitarias sin curiosos ni periodistas ni funcionarios de la alcaldía ni políticos oportunistas ni falsos dolientes”. (Fragmento de Otra menos).
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- ¿Cómo fue el proceso de creación del personaje principal de la novela y la elección del título?
Tenía, por supuesto, el perfil de la persona a la que en verdad le ocurrieron estos hechos: un hombre humilde, de origen indígena, desplazado de la violencia, con poca educación, padre de dos hijas y con una mujer embarazada, que vino a la ciudad en busca de una nueva oportunidad y terminó encontrándose con el horror. Lo siguiente fue un ejercicio de empatía, pensar cómo habría reaccionado yo ante esa situación, para finalmente trasladar y adaptar esos pensamientos y reflexiones al personaje de forma verosímil. El título (Otra menos) es un homenaje al movimiento feminista Ni una menos, nacido en Argentina como protesta contra la violencia hacia las mujeres, que se ha extendido a varios países de Iberoamérica, incluida Colombia. Otra menos quiere decir otra menos entre nosotros. Y encierra, además, una cifra pavorosa: en Colombia, al año, casi veinte mil niñas son víctimas de violencia sexual. En este sentido, el título también es un mensaje: no estamos haciendo lo suficiente ni lo necesario para protegerlas.