Noticias

Últimas Noticias

    Política

    Judicial

      Economía

      Mundo

      Bogotá

        Entretenimiento

        Deportes

        Colombia

        El Magazín Cultural

        Salud

          Ambiente

          Investigación

            Educación

              Ciencia

                Género y Diversidad

                Tecnología

                Actualidad

                  Reportajes

                    Historias visuales

                      Colecciones

                        Podcast

                          Opinión

                          Opinión

                            Editorial

                              Columnistas

                                Caricaturistas

                                  Lectores

                                  Blogs

                                    Suscriptores

                                    Recomendado

                                      Contenido exclusivo

                                        Tus artículos guardados

                                          Somos El Espectador

                                            Estilo de vida

                                            La Red Zoocial

                                            Gastronomía y Recetas

                                              La Huerta

                                                Moda e Industria

                                                  Tarot de Mavé

                                                    Autos

                                                      Juegos

                                                        Pasatiempos

                                                          Horóscopo

                                                            Música

                                                              Turismo

                                                                Marcas EE

                                                                Colombia + 20

                                                                BIBO

                                                                  Responsabilidad Social

                                                                  Justicia Inclusiva

                                                                    Desaparecidos

                                                                      EE Play

                                                                      EE play

                                                                        En Vivo

                                                                          La Pulla

                                                                            Documentales

                                                                              Opinión

                                                                                Las igualadas

                                                                                  Redacción al Desnudo

                                                                                    Colombia +20

                                                                                      Destacados

                                                                                        BIBO

                                                                                          La Red Zoocial

                                                                                            ZonaZ

                                                                                              Centro de Ayuda

                                                                                                Newsletters
                                                                                                Servicios

                                                                                                Servicios

                                                                                                  Empleos

                                                                                                    Descuentos

                                                                                                      Idiomas

                                                                                                      Cursos y programas

                                                                                                        Más

                                                                                                        Cromos

                                                                                                          Vea

                                                                                                            Blogs

                                                                                                              Especiales

                                                                                                                Descarga la App

                                                                                                                  Edición Impresa

                                                                                                                    Suscripción

                                                                                                                      Eventos

                                                                                                                        Pauta con nosotros

                                                                                                                          Avisos judiciales

                                                                                                                            Preguntas Frecuentes

                                                                                                                              Contenido Patrocinado
                                                                                                                              18 de julio de 2020 - 08:26 p. m.

                                                                                                                              Paloma (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                              No piensa, solo está estático mirando entre las lágrimas la mesa recién pintada y resanada que acababa de arreglar. No sabe cuánto tiempo lleva ahí sentado ni cuántos perros han entrado a merodear, pero ya se va a acabar la botella. Ojalá se acabara primero la vida, dice para si mismo. Hace rato que la chimenea dejó de humear, tal vez unos días o ¿serán horas?, cómo saberlo. Todavía siente las botas retumbar y todo se estremece y vuelan los libros y los platos coloridos, y los cajones vomitan ropa, sábanas y papeles. Dicen que por las noches, no más se le iba en puro llorar.

                                                                                                                              Tatiana Duplat Ayala

                                                                                                                              Cucurrucucu paloma, cucurrucucu no llores. Las piedras jamás paloma, qué van a saber de amores.
                                                                                                                              Foto: Archivo Particular

                                                                                                                              Arrasaron con toda la vereda aunque en cada casa decían que solo la buscaban a ella. Fue un rumor, un rumor infundado y mal intencionado como todos los rumores. Nunca se sabrá qué lo desató. La envidia que despiertan las mujeres bellas y enamoradas, una mirada incómoda, un no, o un sí, cualquier cosa pudo ser motivo suficiente para que alguien dispusiera de su vida. Se llamaba Paloma y, entonces, se inventaron que llevaba y traía razones, que era mensajera y colaboradora de los otros. ¡Colaboradora!, qué ironía, como si alguien allí hubiera vuelto a escoger algo desde que ellos llegaron. Dijeron esa y muchas cosas. Quienes lo hicieron sabían bien que en estos pueblos las palabras matan. Y la mataron. Dicen que no dormía, no mas se le iba en puro tomar.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Fueron de casa en casa preguntando por ella, recorrieron la calle principal y dispararon contra todo. Llenaron el viento de improperios, insultos y vulgaridades e hicieron gala obscena de la infinita cobardía de quien se escuda en un arma para sentirse poderoso. Al fin llegaron hasta su casa de piedra en lo alto de la montaña y ellos, cuando oyeron el revuelo, no pudieron hacer más que mirarse a los ojos y fundirse en un abrazo dispuestos a morir así como habían vivido siempre, juntos. Cuánta vida compartida, cuánta alegría, cuánto amor incondicional. Juran que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto.

                                                                                                                              Lo invitamos a leer: Ventanas (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                              La mataron. La mataron vilmente y relatar con palabras semejante infamia sería volver a matarla una y otra vez, y cada vez que alguien lo lea. Y a él, a él lo condenaron al peor de los martirios, lo dejaron muerto en vida, sin pasado y sin futuro. Ahí mismo vio pasar todos los años junto a ella. Cuando se enamoraron a primera vista, cuando decidieron dejar todo en la ciudad y diseñar una vida a su medida en el corazón de la montaña, cuando construyeron la casa y la llenaron de flores y de libros; y al asentar la ultima piedra, prometieron delante de sus amigos quererse para siempre, más allá del tiempo. Cómo sufrió por ella, que hasta en su muerte la fue llamando.

                                                                                                                              Después de enterrarla en el patio sacó las provisiones de alcohol que le quedaban y se encerró con el firme propósito de no salir nunca más en la vida, en vida. No terminaba de entender qué había pasado, ¿por qué se empecinaron contra ella? Tal vez si había sido un error oponerse a aquellos hombres que llegaron a comprar las tierras, a talar y a asustar a todo el mundo. ¿Pero cómo no hacerlo? Entonces de qué se trataba, si no de eso, la dignidad. No quería pensar, no podía hacer nada, solo le quedaba el anhelo de morir de tristeza porque no sabía si realmente sería capaz de matarse a si mismo. Ayayayayay cantaba, ayayayayay gemía.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Además: Transmilenio (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                              A los pocos días ya no quedaba un alma en el caserío. Todos se habían ido y no se sabe bien si huían de lo que había ocurrido o de lo que estaría por venir, pero se fueron. Ya llevaban unos años malos de sequía y el río había disminuido su cauce a la mitad, pero lo que se avecinaba era peor que cualquier cosa. Después de lo ocurrido, sin tierra, sin agua y sin vecinos no tenía sentido alguno permanecer allí. Por su casa pasaron los amigos uno a uno e intentaron convencerlo de marcharse pero todo fue en vano. Él no estaba interesado en nada, solo podía llorar por ella y suplicar su propia muerte. Ayayayayay cantaba, de pasión mortal moría.

                                                                                                                              Cuando lo encontraron parecía como si acabara de partir pues su cuerpo estaba intacto y no había señal alguna de descomposición. Había dejado de cantar y de llorar, y los vecinos de la vereda más cercana se alarmaron y fueron hasta la casa. Ahí mismo lo enterraron junto a ella y escribieron también su nombre en una tabla por si algún día a alguien se le ocurriera recordarlo. Con el tiempo la maleza comenzó a crecer y a colarse empecinadamente entre las rendijas de la casa, entonces, cada resquicio se fue llenando de hiedras y arbustos que se fueron imbricando y entrelazando haciendo suyas las paredes de piedra. Que una paloma triste, muy de mañana le va a cantar, a la casita sola, con sus puertitas de par en par.

                                                                                                                              Poco a poco el camino volvía a ser transitado, así que fueron los pastores los que notaron su presencia por primera vez mientras iban hacia el río. Ahí estaba, posada en el borde de la puerta arrullando el silencio y la soledad de la casa abandonada. Al día siguiente volvieron a pasar por ahí y la vieron de nuevo y así todos los días hasta que oírla se volvió costumbre. Cada vez que pasaban frente a la casa alguien improvisaba alguna versión sobre lo que allí había ocurrido. Como si también la estuviera cubriendo la hiedra, la historia comenzaba a hacerse confusa y borrosa. Lo único que permanecía diáfano en el relato era el amor infinito que aquellos dos se habían profesado en vida y, quien sabe, tal vez, también después de la muerte. Juran que esa paloma no es otra cosa más que su alma, que todavía la espera a que regrese la desdichada.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Con el tiempo había vuelto a poblarse el caserío y, a punta de sembrar árboles, el río había recuperado su caudal. Al final pudo más el empeño de los labriegos que aquella guerra atroz que había plagado la serranía de desolación y de tristeza. La hiedra había cubierto por entero la casa de piedra y, donde alguna vez hubo ventanas, crecían flores silvestres coloridas. El día en que exhumaron los cuerpos, pues habían llegado los funcionarios a desenterrar las verdades, los vecinos reemplazaron las tablas carcomidas con sus nombres por una pequeña placa de barro cocido que rezaba: aquí habita el amor, más allá del tiempo. Nadie nunca reclamó la casa y a nadie en el pueblo jamás se le ocurrió ocuparla. Sus robustas paredes permanecieron intactas durante décadas y, como testimonio vivo del amor inmortal, cada mañana una paloma se acercó a llorar la muerte infame de su amada asesinada. Cucurrucucu paloma, cucurrucucu no llores. Las piedras jamás paloma, qué van a saber de amores.

                                                                                                                              Cucurrucucu paloma, cucurrucucu no llores. Las piedras jamás paloma, qué van a saber de amores.
                                                                                                                              Foto: Archivo Particular

                                                                                                                              Arrasaron con toda la vereda aunque en cada casa decían que solo la buscaban a ella. Fue un rumor, un rumor infundado y mal intencionado como todos los rumores. Nunca se sabrá qué lo desató. La envidia que despiertan las mujeres bellas y enamoradas, una mirada incómoda, un no, o un sí, cualquier cosa pudo ser motivo suficiente para que alguien dispusiera de su vida. Se llamaba Paloma y, entonces, se inventaron que llevaba y traía razones, que era mensajera y colaboradora de los otros. ¡Colaboradora!, qué ironía, como si alguien allí hubiera vuelto a escoger algo desde que ellos llegaron. Dijeron esa y muchas cosas. Quienes lo hicieron sabían bien que en estos pueblos las palabras matan. Y la mataron. Dicen que no dormía, no mas se le iba en puro tomar.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Fueron de casa en casa preguntando por ella, recorrieron la calle principal y dispararon contra todo. Llenaron el viento de improperios, insultos y vulgaridades e hicieron gala obscena de la infinita cobardía de quien se escuda en un arma para sentirse poderoso. Al fin llegaron hasta su casa de piedra en lo alto de la montaña y ellos, cuando oyeron el revuelo, no pudieron hacer más que mirarse a los ojos y fundirse en un abrazo dispuestos a morir así como habían vivido siempre, juntos. Cuánta vida compartida, cuánta alegría, cuánto amor incondicional. Juran que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto.

                                                                                                                              Lo invitamos a leer: Ventanas (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                              La mataron. La mataron vilmente y relatar con palabras semejante infamia sería volver a matarla una y otra vez, y cada vez que alguien lo lea. Y a él, a él lo condenaron al peor de los martirios, lo dejaron muerto en vida, sin pasado y sin futuro. Ahí mismo vio pasar todos los años junto a ella. Cuando se enamoraron a primera vista, cuando decidieron dejar todo en la ciudad y diseñar una vida a su medida en el corazón de la montaña, cuando construyeron la casa y la llenaron de flores y de libros; y al asentar la ultima piedra, prometieron delante de sus amigos quererse para siempre, más allá del tiempo. Cómo sufrió por ella, que hasta en su muerte la fue llamando.

                                                                                                                              Después de enterrarla en el patio sacó las provisiones de alcohol que le quedaban y se encerró con el firme propósito de no salir nunca más en la vida, en vida. No terminaba de entender qué había pasado, ¿por qué se empecinaron contra ella? Tal vez si había sido un error oponerse a aquellos hombres que llegaron a comprar las tierras, a talar y a asustar a todo el mundo. ¿Pero cómo no hacerlo? Entonces de qué se trataba, si no de eso, la dignidad. No quería pensar, no podía hacer nada, solo le quedaba el anhelo de morir de tristeza porque no sabía si realmente sería capaz de matarse a si mismo. Ayayayayay cantaba, ayayayayay gemía.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Además: Transmilenio (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                              A los pocos días ya no quedaba un alma en el caserío. Todos se habían ido y no se sabe bien si huían de lo que había ocurrido o de lo que estaría por venir, pero se fueron. Ya llevaban unos años malos de sequía y el río había disminuido su cauce a la mitad, pero lo que se avecinaba era peor que cualquier cosa. Después de lo ocurrido, sin tierra, sin agua y sin vecinos no tenía sentido alguno permanecer allí. Por su casa pasaron los amigos uno a uno e intentaron convencerlo de marcharse pero todo fue en vano. Él no estaba interesado en nada, solo podía llorar por ella y suplicar su propia muerte. Ayayayayay cantaba, de pasión mortal moría.

                                                                                                                              Cuando lo encontraron parecía como si acabara de partir pues su cuerpo estaba intacto y no había señal alguna de descomposición. Había dejado de cantar y de llorar, y los vecinos de la vereda más cercana se alarmaron y fueron hasta la casa. Ahí mismo lo enterraron junto a ella y escribieron también su nombre en una tabla por si algún día a alguien se le ocurriera recordarlo. Con el tiempo la maleza comenzó a crecer y a colarse empecinadamente entre las rendijas de la casa, entonces, cada resquicio se fue llenando de hiedras y arbustos que se fueron imbricando y entrelazando haciendo suyas las paredes de piedra. Que una paloma triste, muy de mañana le va a cantar, a la casita sola, con sus puertitas de par en par.

                                                                                                                              Poco a poco el camino volvía a ser transitado, así que fueron los pastores los que notaron su presencia por primera vez mientras iban hacia el río. Ahí estaba, posada en el borde de la puerta arrullando el silencio y la soledad de la casa abandonada. Al día siguiente volvieron a pasar por ahí y la vieron de nuevo y así todos los días hasta que oírla se volvió costumbre. Cada vez que pasaban frente a la casa alguien improvisaba alguna versión sobre lo que allí había ocurrido. Como si también la estuviera cubriendo la hiedra, la historia comenzaba a hacerse confusa y borrosa. Lo único que permanecía diáfano en el relato era el amor infinito que aquellos dos se habían profesado en vida y, quien sabe, tal vez, también después de la muerte. Juran que esa paloma no es otra cosa más que su alma, que todavía la espera a que regrese la desdichada.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Con el tiempo había vuelto a poblarse el caserío y, a punta de sembrar árboles, el río había recuperado su caudal. Al final pudo más el empeño de los labriegos que aquella guerra atroz que había plagado la serranía de desolación y de tristeza. La hiedra había cubierto por entero la casa de piedra y, donde alguna vez hubo ventanas, crecían flores silvestres coloridas. El día en que exhumaron los cuerpos, pues habían llegado los funcionarios a desenterrar las verdades, los vecinos reemplazaron las tablas carcomidas con sus nombres por una pequeña placa de barro cocido que rezaba: aquí habita el amor, más allá del tiempo. Nadie nunca reclamó la casa y a nadie en el pueblo jamás se le ocurrió ocuparla. Sus robustas paredes permanecieron intactas durante décadas y, como testimonio vivo del amor inmortal, cada mañana una paloma se acercó a llorar la muerte infame de su amada asesinada. Cucurrucucu paloma, cucurrucucu no llores. Las piedras jamás paloma, qué van a saber de amores.

                                                                                                                              Por Tatiana Duplat Ayala

                                                                                                                              Ver todas las noticias
                                                                                                                              Read more!
                                                                                                                              Read more!
                                                                                                                              Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
                                                                                                                              Aceptar