“Parte del juego / de haber venido por azar / equivocadamente, sin rol”. ¿Cuándo intuyó lo que implicaba este concepto del rol? ¿Qué es un rol para usted?
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El rol podría ser, en principio, lo que denominamos “destino” o la fatalidad, solo que en algún momento lo asumimos también como una especie de “papel” desempeñado en la tragicomedia de la existencia, en el mundo, en la sociedad. El poema, sin embargo, habla de aquellos a quienes ni siquiera ese destino, ese juego o esa representación les favorece. El poeta podría ser alguien a quien le fue asignado igualmente ese destino, aunque dentro de la fiesta del mundo muchas veces se sienta un extraño, un fuera de lugar.
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“Y el ángel de la verdad / que es uno mismo”. ¿Por qué la verdad y que busca con ello? ¿No es verdad la transparencia de la mentira o de lo absurdo? ¿La poesía de la verdad podría definirse como una catarsis?
La verdad en la poesía tampoco existe. No es ningún absoluto, desde luego. Su contraparte, poéticamente hablando, puede ser aún más necesaria para la creación o la recreación poética. No hay una búsqueda de nada, pero sí hallazgos que nos acercan a veces a esa noción de verdad transitoria, como la del poema, como la del arte o, incluso, como la del amor, que nos conecta indirectamente y cuando menos lo esperamos, con otra verdad, no contingente, frente a la vida. Y el ángel (rilkeano) que la revela, sería entonces nuestro propio ser en ese momento manifiesto en la palabra poética.
“En el amanecer / solo huellas muy tenues”. ¿Qué dicen los que nos hacen huella? ¿Cree que todo es huella en el camino de la vida o la muerte? ¿Es la palabra una huella de su obsesión?
Nada más sospechoso que una huella, sí, pero en este caso es el amor lo que evidencia en nosotros la huella del extravío, de la locura. La huella de un dios, un ángel o un demonio que nos visita. Son otros, claro, los que huellan en nosotros el dolor, la soledad, el asombro, la dicha. Y en mí, sobre todo, esas huellas permanecen como lecturas, como poemas, como libros que han acompañado mi vida.
“Que tu gesto sea suave / bajo la transparencia”. En usted, ¿todo se intenta mantener en secreto o intenta revelarse?
De cierto modo todos los secretos están a la luz de la escritura, pero sí es posible mantener todavía ciertas reservas en ella. La misma desconfianza o temor de decir lo inconveniente, de enseñar nuestras miserias a otros es real, aunque inevitable también, y es el poema el espacio donde todo eso terminará por hacerse visible.
“Palabra que me aparta de ti / y me hace nuevamente espejismo”. ¿Por qué se observa en el espejo? ¿No cree es que es innecesario hacerlo? ¿No es un gesto vacío de sí mismo, de su máscara o de su ser tantálico?
Es justo lo que anotaba antes: el poema, la escritura como espejo o espejismo, como reflejo o como ilusión tantálica. Es inevitable para mí tratar de reconocerme en esa escritura, pero al mismo tiempo saber que en ella todo se deshace, que todo también desaparece.
“Sobre ese río nocturno / espeso como sangre / te duermes”. Walter Muschg dice: “No es únicamente el mundo quien acusa a los poetas, ellos mismos también lo hacen”. En ese sentido, ¿se considera trágico?
Lo trágico es una conciencia, una forma de entender la “realidad”. La poesía, sin embargo, no pretende quedarse en eso, solo da cuenta, solo revela. No obstante, es cierto que en mi caso o, mejor dicho, en mis textos, se han deslizado siempre esos asomos sombríos del tiempo que vivimos, esos tonos oscuros y desesperanzados que hubiera querido menos evidentes. No hay poetas felices, decía Cioran, pero tampoco la poesía puede ser solo un campo de tortura, un acumulado de desdichas.
“Como si el golpe de los dados / no pudiera despertar / -otra vez al diablo”. ¿Cuál es su concepción de lo demoniaco?
Para mí el mal, como lo trágico, es una condición innegable de la vida, del mundo. Lo demoniaco es inherente al hombre, así como también lo es lo angelical. Somos una mezcla desigual de eso, y el poeta asume esa contradicción permanente entre la luz y la sombra, la destrucción y el renacimiento sin poder apartarse ex profeso, no puede dejar de verlo, de experimentarlo continuamente. El “diablo” personificado constituye una categoría del mal consciente, el mal como expresión de lo inhumano en estado puro, demasiado real en nuestra cotidianidad, en nuestra historia cercana. Ese es el “diablo” que no duerme, que acecha nuestros días y noches, según el poema que citas.
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“Reconocernos demasiado frágiles / ante lo abierto”: aquí se diseminan sus preguntas por lo frágil y lo abierto, ¿encontró alguna respuesta?
Lo abierto en el sentido rilkeano es aquello que somos en el mundo, en el tiempo, en lo que está afuera y debemos aceptar para vivir, para agotarnos y agotar aquello que nos fue dado, sin mediaciones, sin escudos. Estamos abiertos a la contingencia, al devenir, a las cosas y los hechos mismos sin subterfugios. Y en esa dimensión alcanzamos nuestra verdadera soberanía sobre la propia fragilidad de ser solo humanos. Los dioses nos han abandonado, pero lo sagrado permanece en nosotros. Y la poesía sigue siendo parte de eso o, más bien, prueba de ello.
“Qué esperamos decirnos / cuando todo está dicho y nadie escucha”. Para usted, ¿no es un cliché lo de lo dicho y el escuchar? ¿Dónde y por qué lo decible y lo escuchable lo transforman?
Precisamente, esto es lo que confronta y cuestiona el poetizar de nuestro tiempo: decir lo que no se ha dicho aún y sin clichés, o volver a decir lo que siempre se ha dicho hasta que alguien lo oiga de nuevo como por primera vez. En mi búsqueda del poema lo más terrible ha sido esa conciencia de inutilidad, pero también de ausencia de escuchas, de incomunicabilidad, que pesa más que nunca sobre el lenguaje, sobre todo en lo poético como forma, como decir, como expresión del ser mismo y de las cosas. Desde San Juan de la Cruz a Rimbaud, Mallarmé, Artaud, Pound, Eliot, Borges o Juarroz, hasta los últimos poetas de nuestros días, hasta los muchachos que siguen buscando salidas, nuevas maneras de decir y de oír la poesía, ese “qué esperamos decirnos” todavía sigue presente.
“Admisión de lo otro / dimisión serena del yo bajo la algarabía”. ¿Cómo percibe el “yo” en su mundo o contra su mundo?
Tal vez hemos desvirtuado un poco aquel “Yo es otro” de Rimbaud. Y hemos caído en una progresiva despersonalización del discurso poético que solo ahora vuelve a cuestionarse. Hemos transitado los limbos, el cansancio de una poesía en la que el sujeto o el “yo” lírico ha sido desterrado dejando entonces al lenguaje mismo ocupar ese vacío. No he podido con eso, aunque este poema hable de una “dimisión” serena o desesperada de ese yo, dejando que la vida y su algarabía lo sepulten. Siempre estoy ahí, en ese lugar del poema personal sintiendo que es la única posibilidad de sobrevivir a la anomia, pero soy consciente de que la poesía, como anunciaba Lautréamont, “debe ser hecha por todos, no por uno”. Cada vez más todos estamos “escribiendo el mismo poema”, cada día son más los nombres, los poetas publicados, pero para la poesía lo que importará finalmente es la esencia última de ese “poema colectivo” hecho no solo de palabras, sino de imágenes, músicas, arte, ciencia, tecnología, hechos, etc. No es sobre quien lo escribe ni sobre los nombres, las biografías o el ego de unos y otros.
“Todo lo útil, todo lo puro, todo lo humano / que desde el comienzo de este mundo / ahora perdido”. Sobre el tener y el deber ser: ¿qué es lo que usted como poeta debe o tiene que ser?
No hay una voluntad, un propósito o un deber ser en aquello que trato de escribir, de decir. Escribo por necesidad de buscarme, de mantenerme en mí mismo, de no dejar que todo acabe vaciándose más a mi alrededor y en mi propio ser. Tampoco creo en supuestas “misiones” ni objetivos en poesía o en la literatura. Estas son expresiones esenciales de esa voluntad de ser, de relacionarnos con la vida, con el mundo, con los otros. Nada más.
“Y los cuerpos se arrastren a tus templos / reconociendo la hermandad del polvo”. De una tensión erótica y tanática, ¿qué es lo que usted posee, somete o incendia de la mujer?
En realidad toda visión erótica, como lo veía Bataille, es tanática. En mis poemas, la mujer o la muchacha aparece siempre en esa vecindad, en ese límite, esa tensión extrema entre lo extático y lo terrible, lo imposible y lo cotidiano. Para mí, el cuerpo de la mujer, territorio infinito de posibilidades, es igualmente un territorio de incertidumbre, vacío y ausencia. No ha sido afortunada para mí esa visión, esa experiencia. Lo que tal vez queda en el poema es la ceniza de eso, la melancolía de lo ideal calcinado. Hice un pequeño libro al respecto a manera de exorcismo o, como dicen ahora, de catarsis: Canción tardía.
“Aprendiste tarde una lengua / el sonido real de las cosas”. ¿Cómo es su lengua o su lenguaje? ¿A qué suena o cómo quiere que suene?
En este punto debo reconocer que el “sonido real” de mi lenguaje es, quizá, bastante elemental. No alcancé a transgredir, a ir más allá de lo dado. Me siento todavía en deuda conmigo mismo en ese sentido. Me hubiera arriesgado más, hubiera experimentado nuevas posibilidades expresivas, incluso en la prosa, pero me detuve: dudé siempre demasiado. Tendría que volver a escribir, tendría que volver a leerlo y vivirlo todo. No sé.
“La tortura del aire y del agua / cuyas voces ya habrán gritado / su sentencia inapelable”. ¿Qué es lo inapelable? ¿Dónde está la sentencia, en su vida de poeta, qué es inapelable y por qué lo es o lo será?
Precisamente es esa imposibilidad conclusiva propia, no solo de mi experiencia del fracaso, sino también de la experiencia de un mundo que se derrumba, ante lo cual no cabe sino el silencio, la aceptación de lo que ya no puede ser, sin quejas, sin protestas vacuas. Contemplar cómo avanza la podre, el “silencioso horror de los días”, como escribí en algún poemita de Monodia, horror que de alguna manera nos deja también una vaga sensación de belleza. Horror y belleza, rostros de una misma verdad.
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“En la superficie / solo hablamos nosotros”. Para usted o para su poética, ¿la superficie podría ser lo mismo que la profundidad?
Sí, probablemente ambas son dimensiones ficticias. Según la física de nuestros días ya no son opuestas, sino complementarias. Entre una y otra derivamos a veces entre dormidos o despiertos, atados a un hilo de luz que es el lenguaje, la poesía. Quien habla ahí no es nadie en particular, pero por eso escribimos: buscamos en la profundidad o en la superficie un eco, una respuesta, una constatación.
¿Qué es lo que vuelve de la palabra o de su palabra? ¿Dónde está lo que vuelve y lo que nunca podrá devolver? ¿Acaso se trata del tiempo? (Recuerdo “Vuelta”, de Octavio Paz).
No es del todo un volver, porque tal vez nunca hubo un viaje, pero sí es un regreso de las palabras a su propio origen, al silencio de donde nacieron, a su insignificancia o su misterio inicial. Su incertidumbre, su vacío.