Pedro Díaz: “La metáfora es un extracto del viento”

El pintor y poeta santandereano, presente en la pasada Feria del Libro de Bogotá, ha elaborado más de 70 piezas al óleo y ha escrito libros como “La magia del arte en el tiempo” y “Un camino a la espera”.

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Andrés Osorio Guillott
10 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
Pedro Arnulfo Díaz Figueroa nació en 1961 en Mogotes, Santander. / Mauricio Alvarado - El Espectador
Pedro Arnulfo Díaz Figueroa nació en 1961 en Mogotes, Santander. / Mauricio Alvarado - El Espectador
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“En el tiempo de mi niñez tuve un escape. Salí de ese lugar inhóspito donde nací y crecí. Realicé un viaje que me trajo a la capital y a otras partes. Aquí en Bogotá estuve en muchos lugares en las noches presentando obras de poesía que recordaba cuando fui a la escuela. Yo tuve cuarto grado de primaria; nada de bachillerato. En aquel entonces fui un habitante de calle. Llegué buscando una forma de vida, un trabajo que no fue posible. En el trasegar del tiempo, viviendo en la calle, aprendí a sobrevivir, a no tener un padre y una madre, y en esas condiciones aprendí a robar. Es un testimonio que se debe ver de esa manera. Fue una de las maneras que aquellos niños hábiles, aquellos jóvenes y adultos me enseñaron lo que era la vida de la calle, cómo comer y cómo poder estar escoltado por ellos. Para poder crecer en ese mundo tuve que robar. En esa época la gente vendía comida en la calle, eran varias cuadras, inmensas, en medio de lo pequeña que era Bogotá, yo robaba termos y repartía tintos con mis compañeros. En ese tiempo recordé el tiempo en la escuela, así que recurrí a la poesía. Declamaba poesía en algunos lugares como El Partenón, una cafetería de la vieja guardia, mercantil. Yo entraba a cafeterías así, siendo un niño mugroso, sucio. Esa fue una de las formas en las que yo empecé a escribir, a adentrarme en los ámbitos del arte”.

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Así inició Pedro Díaz su relato. Minutos antes me habló de un amigo periodista que no ha podido conseguir trabajo y que para poder sobrevivir estaba vendiendo luminarias para las bicicletas en Bogotá. Su tono de voz refleja firmeza, por momentos tiende a ser golpeado. Sus expresiones, su mirada fija e imponente habla también de su pasado, de sus raíces, esas que carga en su mochila de color amarillo, del mismo color de su sombrero hecho con fibras de polipropileno. Su lenguaje es el de un poeta que también es pintor, pintor de pasados, de sueños y de resistencias. Sus manos pasaron por la tierra del Santander, lugar al que pertenece. Sus manos son testigos de sus pinturas, de sus primeros trazos con carboncillo y de sus primeros versos escritos en tela. Sus manos tejen su historia y todos los renaceres y descubrimientos que sucedieron en su camino errante, pedregoso y colorido.

Algunas de las pinturas que yacen en el libro La magia del arte en el tiempo muestran cuerpos sin rostro, como símbolo de una indiferencia que se ha incrustado en el comportamiento de la sociedad contemporánea. “Uno busca quien lo escuche y nadie lo escucha; todos ven pero no ven nada. Es la inmisericordia de las personas, el desdén”.

Su poesía proviene de la música llanera, de los acordes de un arpa. Surge de la memoria que se blinda de los versos de “La cigarra de San Francisco” y de algunas letras de Rafael Pombo, sus primeras lecturas. Proviene de las caminatas demás de dos horas que debía realizar para llegar a la escuela cuando era niño. A veces iba en la mañana, a veces en la tarde. Nunca pudo ir a una jornada completa, debido a la distancia que debía recorrer. Los zapatos se desgastaron, pero las ansias de aprender, andar y desandar jamás perecieron. Su voluntad es su huella y así lo refleja en sus poemas, en sus pinturas y en los libros que teje y publica como resultado de extensas horas de reminiscencias, añoranzas y pasiones.

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Díaz no se desprende de los colores de los atardeceres que vio alguna vez en Argentina. No se desprende de aquello que sienten las piedras. A su lenguaje y su caminar lo acompañan las metáforas, la magia que sus ojos perciben en los colores de las hojas muertas que aún no se desprenden de los árboles, de la magia de los colores de la naturaleza, de la transparencia del agua, de los pincelazos que la tierra arroja al alma.

“La metáfora es lo que pasa cuando su corazón se abre y se escucha el llanto lastimero, sublime. Es ver llorar las rocas, ver sonreír el sol, es retratar las estrellas y la imagen de los locos que las visitan. Es el juego de la metáfora para mí. Y yo visualizo eso en un espíritu en cada ser, en cada pensamiento. Muchos la sentimos y la vemos. La metáfora es un extracto del viento. Es el motivo de la vida. Sin ese aire no podríamos vivir”, afirmó Díaz.

Por Andrés Osorio Guillott

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