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                                                                                                                              Pepe Sánchez: Modestia aparte

                                                                                                                              Su genialidad era permanente. Pepe era brillante, su disposición anímica e intelectual lo sintonizaban 7 por 24 en un estado de creatividad monumental. Es mi maestro, fue mi amigo y mi mentor. Lo conocí como televidente raso hacia 1987 cuando el Rti de Fernando Gómez Agudelo, el Rti que forjó la mejor televisión que haya visto Colombia, el Rti que desapareció a la muerte de su fundador, programó los domingos un espacio memorable de historias dramatizadas llamado El cuento del domingo.

                                                                                                                              Mauricio Navas Talero

                                                                                                                              El director Pepe Sánchez falleció el 22 de diciembre de 2016 con 82 años.
                                                                                                                              Foto: Archivo El Espectador

                                                                                                                              En esta franja que iniciaba a las 9 de la noche del día más difícil de la semana se llevaron a la pantalla, ente otras, obras emblemáticas de la literatura como Gracias por el fuego y La Tregua de Mario Benedetti, en ambas Pepe actuó en papeles aún inolvidables.

                                                                                                                              Era para mí el tiempo de la universidad, estudiaba Comunicación Social en la Tadeo y refugiaba mi depresión dominguera en el televisor buscando un tránsito medianamente amable a la horrible mañana del lunes. En esta escapatoria de la crisis del domingo me encontré con Vivir la vida, una historia original de Manoel Carlos, brasilero, adaptada y dirigida por Pepe, quien tenía para ese momento el afecto de la audiencia con Don Chinche, escrita y dirigida por él, y que se emitía el mismo día a las 7 de la noche. El país entero se citaba ese día y hora a ver el ingenioso y divertido fresco que hacía Pepe de las culturas nacionales. Pero Vivir la vida era otra cosa, era una historia sobre la vida misma, sin grandes acontecimientos, su protagonista Juan Fisher encarnaba a Pedro, un muchacho clase media bogotano que hacía precisamente eso, vivía la vida desde la narración bellísima de Pepe que sin ninguna truculencia llevó a millones de televidentes a encontrarse con su propia historia, con las calles bogotanas, con los pequeños dramas de ese colombiano que no le importa a nadie, fue la primera vez que vimos en la televisión nuestra propia vida, estrenamos los colombianos la experiencia de vernos en nuestras costumbres, nuestros dramas, nuestras calles, nosotros, por fin, aparecíamos retratados en la televisión que hasta el momento se había situado en “la capital” y no en Bogotá, los personajes que antes de Pepe leían “el diario”, por primera vez aparecían leyendo El Tiempo o El Espectador, la gente que antes “cenaba” ahora comía, los carros dejaron de llamarse “los autos” y lo más significativo, los amantes decían te quiero y lo diferenciaban del te amo de los doblajes mejicanos. Eso es parte del legado de Pepe y la gente se lo reconocía en la calle, estuve con él frente a una señora a quien le compró una caja de chicles y ella le agradecía vehementemente lo que hacía por Colombia desde la televisión.

                                                                                                                              Le sugerimos leer “Los silencios”: veinte minutos para volver a la dictadura argentina

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                                                                                                                              Aquella tarde habíamos terminado la grabación de Romeo y Buseta, comedia creada por él y en la que me llevó como asistente de dirección, era un martes y por alguna razón que no puedo recordar, el rodaje había terminado muy temprano. No era lo usual, pero este día, a las 6 de la tarde ya estábamos libres de la jornada que había iniciado a las 7 de la madrugada. Como era usual, Pepe se le escapó a Jennifer Steffens, su esposa y junto con Carlos, su hermano, amigo, cómplice y además director de fotografía, nos fuimos a un bar de la Avenida Chile, ahora desaparecido, arriba de la Carrera Séptima, no tengo idea qué nos llevó a ese sitio en específico pero lo cierto es que en este día y todos los que faltaban por llegar, estar junto a Pepe me parecía de mentiras, mi admiración nunca disminuyó ni disminuye, a ella se sumó luego la amistad entrañable que celebramos hasta su partida. Pero en particular, en ese momento, su proximidad me era una ensoñación, yo cargaba tres cintas de pulgada y los libretos lo cual me hacía, visiblemente, el asistente, estábamos sentados en la barra del bar y a mi izquierda Pepe y Carlos conversaban de algún tema que no me incumbía y fue quizás por mi accesibilidad y las evidentes muestras de que yo era el “carga ladrillos” del grupo que el barman del lugar me abordó crudamente y puso al frente de las cintas, tres jarras de cerveza:

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ya acostumbrado a que a Pepe le pasaban estas cosas me dirigí a él y le señalé: -Pepe, que el señor quiere tener una atención con usted -Pepe interrumpe su charla con Carlos y ahora el hombre de la barra tiene toda la atención de su admirado director. Desliza las jarras que corresponden a Pepe y a Carlos y ahora, impulsado por la atención que le brindamos los tres, se atreve a hablar:

                                                                                                                              -Maestro, esto es para agradecerle todo lo que usted ha hecho por la cultura y por la televisión de nuestro país. Muchas gracias, de verdad, usted nos hace mucho bien con lo que muestra en la televisión. -Pepe digiere su desconcierto por el inesperado homenaje, da por recibido el regalo y en medio de una muy amable sonrisa le dice:

                                                                                                                              -Muchas gracias mijito, y qué le parece si le traigo 5 hijueputicas que hay por ahí y usted les repite lo mismo, pero durito.

                                                                                                                              El director Pepe Sánchez falleció el 22 de diciembre de 2016 con 82 años.
                                                                                                                              Foto: Archivo El Espectador

                                                                                                                              En esta franja que iniciaba a las 9 de la noche del día más difícil de la semana se llevaron a la pantalla, ente otras, obras emblemáticas de la literatura como Gracias por el fuego y La Tregua de Mario Benedetti, en ambas Pepe actuó en papeles aún inolvidables.

                                                                                                                              Era para mí el tiempo de la universidad, estudiaba Comunicación Social en la Tadeo y refugiaba mi depresión dominguera en el televisor buscando un tránsito medianamente amable a la horrible mañana del lunes. En esta escapatoria de la crisis del domingo me encontré con Vivir la vida, una historia original de Manoel Carlos, brasilero, adaptada y dirigida por Pepe, quien tenía para ese momento el afecto de la audiencia con Don Chinche, escrita y dirigida por él, y que se emitía el mismo día a las 7 de la noche. El país entero se citaba ese día y hora a ver el ingenioso y divertido fresco que hacía Pepe de las culturas nacionales. Pero Vivir la vida era otra cosa, era una historia sobre la vida misma, sin grandes acontecimientos, su protagonista Juan Fisher encarnaba a Pedro, un muchacho clase media bogotano que hacía precisamente eso, vivía la vida desde la narración bellísima de Pepe que sin ninguna truculencia llevó a millones de televidentes a encontrarse con su propia historia, con las calles bogotanas, con los pequeños dramas de ese colombiano que no le importa a nadie, fue la primera vez que vimos en la televisión nuestra propia vida, estrenamos los colombianos la experiencia de vernos en nuestras costumbres, nuestros dramas, nuestras calles, nosotros, por fin, aparecíamos retratados en la televisión que hasta el momento se había situado en “la capital” y no en Bogotá, los personajes que antes de Pepe leían “el diario”, por primera vez aparecían leyendo El Tiempo o El Espectador, la gente que antes “cenaba” ahora comía, los carros dejaron de llamarse “los autos” y lo más significativo, los amantes decían te quiero y lo diferenciaban del te amo de los doblajes mejicanos. Eso es parte del legado de Pepe y la gente se lo reconocía en la calle, estuve con él frente a una señora a quien le compró una caja de chicles y ella le agradecía vehementemente lo que hacía por Colombia desde la televisión.

                                                                                                                              Le sugerimos leer “Los silencios”: veinte minutos para volver a la dictadura argentina

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Aquella tarde habíamos terminado la grabación de Romeo y Buseta, comedia creada por él y en la que me llevó como asistente de dirección, era un martes y por alguna razón que no puedo recordar, el rodaje había terminado muy temprano. No era lo usual, pero este día, a las 6 de la tarde ya estábamos libres de la jornada que había iniciado a las 7 de la madrugada. Como era usual, Pepe se le escapó a Jennifer Steffens, su esposa y junto con Carlos, su hermano, amigo, cómplice y además director de fotografía, nos fuimos a un bar de la Avenida Chile, ahora desaparecido, arriba de la Carrera Séptima, no tengo idea qué nos llevó a ese sitio en específico pero lo cierto es que en este día y todos los que faltaban por llegar, estar junto a Pepe me parecía de mentiras, mi admiración nunca disminuyó ni disminuye, a ella se sumó luego la amistad entrañable que celebramos hasta su partida. Pero en particular, en ese momento, su proximidad me era una ensoñación, yo cargaba tres cintas de pulgada y los libretos lo cual me hacía, visiblemente, el asistente, estábamos sentados en la barra del bar y a mi izquierda Pepe y Carlos conversaban de algún tema que no me incumbía y fue quizás por mi accesibilidad y las evidentes muestras de que yo era el “carga ladrillos” del grupo que el barman del lugar me abordó crudamente y puso al frente de las cintas, tres jarras de cerveza:

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ya acostumbrado a que a Pepe le pasaban estas cosas me dirigí a él y le señalé: -Pepe, que el señor quiere tener una atención con usted -Pepe interrumpe su charla con Carlos y ahora el hombre de la barra tiene toda la atención de su admirado director. Desliza las jarras que corresponden a Pepe y a Carlos y ahora, impulsado por la atención que le brindamos los tres, se atreve a hablar:

                                                                                                                              -Maestro, esto es para agradecerle todo lo que usted ha hecho por la cultura y por la televisión de nuestro país. Muchas gracias, de verdad, usted nos hace mucho bien con lo que muestra en la televisión. -Pepe digiere su desconcierto por el inesperado homenaje, da por recibido el regalo y en medio de una muy amable sonrisa le dice:

                                                                                                                              -Muchas gracias mijito, y qué le parece si le traigo 5 hijueputicas que hay por ahí y usted les repite lo mismo, pero durito.

                                                                                                                              Por Mauricio Navas Talero

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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