Un día como hoy, pero de 1905, nació Jorge Zalamea Borda, uno de los intelectuales colombianos, quien a pesar de su basta producción y su trabajo, fue marginado de la escena cultural y literaria del país, debido a sus convicciones políticas, como lo registra la historia.
Zalamea Borda, nacido en Tunja, fue una de las figuras más destacadas de Colombia en el siglo XX. Se desempeñó como poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, periodista, traductor, diplomático y crítico de arte, entre muchos otros oficios que habitó y desempeñó.
Sus ideas y su pluma estuvieron presentes en este diario del que hizo parte por más de dos décadas. Con su trabajo escrito ganó el nombre de “Ulises”, pero Gabriel García Márquez también lo llamó su “Colón”. Sin embargo, Zalamea es más conocido por su poesía, en la que reflejó su profunda preocupación por la realidad social y política de Colombia, además de explorar los dilemas existenciales de la humanidad.
Zalamea se preocupó por el destino y el futuro de Colombia. Su poesía, a menudo, pone en cuestión la identidad y el destino del país. Pero también fue alguien que narró las injusticias y desigualdades sociales. Sin olvidar que las letras, al igual, lo llevaron a explorar temas universales como la muerte, la soledad, el amor y la búsqueda de sentido en un mundo caótico.
Desde sus inicios en 1918 como crítico teatral y dramaturgo, hasta sus últimos años de vida, en los que recibió distintos reconocimientos internacionales, fue inspiración para las generaciones venideras. A Pesar de que su obra no siempre fue un escritor ampliamente reconocido durante su vida.
La queja del niño negro
—Las tortillas de maíz no me saben a nada, madre.
Los níqueles no me sirven de nada, madre.
El traje nuevo no me alegra nada, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
—¡Pero si estás hecho de miel y leche, hijo!
—¿De miel negra, madre?
—¡No! De miel…
—¿De leche negra, madre?
—¡No! De leche…
—Aprendí a leer y de nada me sirve, madre.
Aprendí a escribir y de nada me sirve, madre.
Aprendí a contar y de nada me sirve, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
—¡Pero si estás hecho de carne y hueso, hijo!
—¿De carne negra, madre?
—¡Ay!
—¿De huesos negros, madre?
—¡No! De huesos…
—Lo que tengo no me sirve de nada, madre.
Lo que doy no me sirve de nada, madre.
Lo que sueño no me sirve de nada, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
—¡Pero si estás hecho de sangre, hijo!
—¿De sangre negra, madre?
—¡No! De sangre roja… Mira, como ésta… ¡Mírala! ¡Quieras o no, tienes que mirarla!
Canto del pobre
Cerca del río Docburs vive un anciano.
Todo cuanto tiene es una choza de paja.
Mientras pasan los días, más se duele.
De las grises barbas que tiemblan bajo sus mejillas.
El hombre que le ayudaba concluyó por marcharse. Y ahora lo acompaña una doncella descalza.
Sin el vuelo en saeta de las golondrinas.
la choza tiene el silencio de una cosa abandonada.
“No me importan los trajes cien veces remendados,
pero a veces quisiera embriagarme para escapar de la angustia.
“Aunque mi hucha de arroz esté vacía,
y a despecho de toda pobreza, suelo ser alegre.
“¿No puedo, acaso, mirar de frente al río?
aunque pobre me enorgullezco de una honesta vida.
“Crisantemos pinos, bambúes y ciruelos -regalos de mi padre- solo yo los aprecio, pues nadie que cuide de ellos está próximo.
“¡Qué puro y simple vivir es este! _ A menudo solo tengo una sopa de hierbas silvestres.
“Y no tomo mucho de ella.
Me contento con apaciguar hambre y sed.
“¿Qué debo hacer si cae la lluvia de primavera?
Labrar unas brazas de tierra.
“¿Cuál es mi alegría cuando sopla el viento del oeste?
Ir de pesca, cantando alegres canciones.
“Cuando joven, ¿cómo serví de funcionario?
Era auténtico como el acero y puro como el oro.
“Por ello me llamó el mundo.
hombre de piedad filial y hombre de fraternidad.
“Pero lamento,
no haber realizado mis ambiciones para con la nación y mis padres.
“No habiendo rendido servicio a la nación,
miro ahora hacia Seoul y sollozo.
“No habiendo cumplido mis deberes de hijo,
con los años que pasan aumenta la nostalgia de mis padrea.
Es la pálida luna que cuelga del cielo.
“Si salgo de mi retiro al bosque, - oigo el grito de las grullas y el gañir de las bestias.
" Y me detengo, inclinado contra una roca,
para mirar la nube que, luminosa, flota sobre mí.
“Con que estén verdes las colinas y claros los ríos,
la alegría -será mía por doquiera camine
“Ahora es mediodía y, sin embargo, cerrada está la puerta,
y en el patio no hay cachorro que ladre.
‘’Pueden no entenderme los otros.
pero vivo feliz sin nada.
“¡Ah! La incertidumbre de la riqueza y la gloria!
¿Por qué asirme a la felicidad del mundo?
“En una ventana a través cual sopla la brisa fría,
cultivo mi honestidad mientras avanzan los años.
“Por humilde y pobre que sea este vivir,
es suficiente para un viejo campesino como yo.
“El único deseo que profundamente guardo en mi corazón.
es el de vivir recta y honradamente hasta el fin”.
¡No quiero curarme, no!
Tienes en el cráneo un vacío,
un roedor en el corazón;
en el riñón, un aguijón
y en la vena una flecha,
y en el hueso un tumor:
congoja tienes de amor.
Ya no sabes medir el tiempo,
ni entregarte al sueño,
ni abozalar al deseo, ni trabajar con sosiego,
ni desesperar con orgullo:
congoja tienes del amor.
Algo te falta en la hoja,
algo te falta en la nube,
algo te falta en el río,
algo te falta en el libro,
algo te falta en ti mismo:
congoja tienes de amor.
Te sobran los alimentos,
te sobran los instrumentos del trabajo,
te sobran los beneficios del ocio
te sobran los amigos,
solo tienes ya un enemigo:
congoja de amor.
Andas de uno a otro lado,
te revuelves en el lecho,
te peleas con tus rodillas,
astillas el aire con tus manos, suspiras, clamas, blasfemas:
congoja tienes de amor.
Desgarras las viejas cortinas,
destierras a rencores incógnitos, los antiguos muebles sedentarios,
rompes los frágiles testigos
de tus largos viajes ya inútiles:
congoja tienes de amor.
Te hostigan los libros,
te impacienta la música,
odias los cuadros,
huyes del paisaje,
a nadie soportas ya,
porque enfermo estás de amor.
No puedes contigo mismo:
reniegas de tu infancia, aborreces tu adolescencia,
tu madurez te avergüenza, te aterra la vejez
porque enfermo estás de amor.
¿Y qué? ¡No qúieras curarme!
En el cáncer,
en la angustia,
en la carencia,
en la sobra,
en el suspiro,
en la ruptura,
en el odio,
en el reniego de mí mismo.
Solo veo testimonios de mi amor,
negros espejos de mi amor.
¡Déjame con ellos solo!
¡Y vete, antes de que me cures,
pues quiero morir de amor!