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Presiento que te vas a enamorar (Cuentos de sábado en la tarde)

Les presentamos un cuento escrito por Ana María Contreras , estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, integrante del semillero de creación "CrossmediaLab".

Ana María Contreras - CrossmediaLab de la Tadeo

25 de abril de 2020 - 04:09 p. m.
Cortesía
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Al principio solo era un juego, conocerlo no parecía algo serio, aunque ese no era el plan, así se preparó para amar.

Tal cual como se lo había pensado, la verdad no tenía planes de enamorarse: ¿Su sueño? viajar lejos. En medio de tanto caos, ella se veía tranquila, no le molestaba el hecho de estar sola, bueno, realmente no estaba sola.

Martes 11 de febrero. 4:00 p.m.

En su escritorio, recortando letras impresas de revistas de moda viejas, le parecía que hacer un collage la haría feliz, pero realmente no tenía idea de qué hacía, solo ubicaba detalladamente las letras al azar, para ver qué salía. De fondo: la canción My One and only love” de John Coltrane & Johnny Hartman. El piano sonando; una tarde soleada acompañada de una taza de café y galletas de avena, no eran sus favoritas, pero no había más en la alacena. Una chica sencilla.

Se reunía cada ocho días en Fridge Snacks, un restaurante de los 80 con su grupo de amigas, tomaban malteada hasta la madrugada, sentadas en los asientos de un cadillac rosado hablando de cómo sería su chico ideal. Las risas y burlas, sin sentido, de aquellos pretendientes atrevidos, solían ser el tema central; aquellos que no tenían oportunidad, descartados, contrario a otros que, con un espíritu valiente, se les habían declarado hace tiempo, y ellas, sin más, los habían rechazado. —Esto es una pavada— decía la amiga mala—, los comentarios se tornaban confusos después de las once de la noche, y cuando la plata ya estaba gastada en malteadas, se retiraba cada una a su casa.

 

Lo invitamos a leer: Volviendo a empezar (Cuentos de sábado en la tarde)

Miércoles 15 de abril. 9:00 a.m.

Una taza de café y su círculo social de chicas siempre la acompañaban cada mañana, eso era lo que siempre hacía. Pero se tornaba un ambiente lento cuando se iban, la verdad, no sabía de dónde salía la plata para vivir en la casa que lo hacía, ambiente fino, muebles caros, una nevera que hablaba y cortinas automáticas, sus padres le enviaban dinero, semana a semana, para que no le faltara nada. A pesar de eso, no era malcriada.

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Sinceramente, era muy joven para que le gustara el jazz y el blues, pero en otoño todo se vale, y más en una ciudad como Buenos Aires: las hojas verdes se caen y las tardes doradas comienzan a brillar. La idea era salir en la tarde con la mina que siempre hablaba para ir a Palermo; Francesca era muy buena amiga, además, siempre le llevaba alfajores rellenos de mousse, que eran, para ella, los más ricos. Todo, con la condición de que no fueran los suficientes como para pasarse de peso, y después, ir a Fridge con las demás.

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Mientras Fran llegaba, terminó de alistarse para salir, el mejor outfit, el mejor perfume, y claro, la mejor actitud, viendo tarjetas viejas que hacía aburrida en su clase de francés y terminaba en el andén. Encontró una que decía: Je te rêve y me sueño contigo en nuestro lugar favorito, tú cantando, yo escuchando, te buscaré aunque suene loco de Bogotá hasta Buenos Aires —qué mezcla de cosas, además, lo último es una canción— pensó—. Sonó el timbre, Ramiro llegó con Fran para ir a Palermo. Sonó el timbre, ella subió la cabeza, y volviendo en sí, guardó la tarjeta con rapidez, abrió, sonrió y se fue.

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Miércoles 15 de abril. 4:00 p.m.

La ansiedad de conocer gente nueva la llenaba de alegría, no era nada nuevo desde hacía ya varios meses, pero esta vez sentía que iba a ser especial. La cantidad de amigos que quería, versus los que tenía, no hacía escándalo en su mente, al fin y al cabo su único y principal foco era ese, tener muchos amigos.

Ramiro le presentó un chico bastante curioso, no era el más tímido, pero tampoco el más bulloso. ¿A sus ojos? perfecto. Perfecto para que la lleve a cine y le muestre más de la ciudad- pensó.

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—Hola, soy…

—Hola, un gusto—la interrumpió.

—Qué tipo tan atrevido— pensó.

Lo más extraño era que, pese a la tremenda belleza de la ciudad, a lo largo del recorrido no la dejaba de mirar, ella pensó que quizá, aparte de grosero, era indiscreto.

Nunca era demasiado para una ilusión, pero para qué pensar en eso, ¿alguien tan presumido como él? No, no podían hacer match. Sus ojos lo confirmaban, cada vez que salían era un misterio, era un chico que se hacía desear, no se explicaba cómo, pero ahora él habitaba en su mente, cada que podía, y aunque no quería, así lo hacía.

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Sábado 16 de mayo. 3:45 p.m.

Lloviendo afuera, tarde de arcoíris, un rocío suave y una ligera aurora de sol. Cada vez que se escuchaba el rechinar del ascensor era porque había visita para el 202, típico. Pero ella estaba coloreando tarjetas, sonó el timbre de su casa, sus ojos se abrieron, se alarmó —Pero ¿quién? —pensó. Corrió a acomodarse el cabello, luego abrió.

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—Espero que tu actitud no te moleste, pero el día fue un poco largo y mi estado de ánimo es azul, no podía pensar a dónde más ir, no es nada especial, pero solo vengo a saludar—. Dijo el chico apuesto de la tarde de esa vez.

Medio mojado, con una cara sumisa y atrevida, su sonrisa pícara, le faltaba la flor.

—Pasa— le respondió.

El efecto de la visita comenzó a entregar frutos, “¿nada más a saludar?” ni él se creía el cuento; el rostro serio de ella se fue convirtiendo en una sonrisa, nada más creativo que enamorarla con una tarjeta. La abrió, la leyó, se sonrojó y sonrió. ¿De fondo? I just dropped by to say hello de Johnny Hartman.  

El chico odioso resultó ser un buen conversador, de repente, él se le acercó, y al rato de muchos chistes tontos pero que a ambos les causaban gracia, posó su mano sobre la de ella, la miró a los ojos, bebieron café y un mate.

Era obvio que ese primer día él no fingió, simplemente quería hacerse el difícil, el chico rudo que no tiene sentimientos, ahora los tiene todos revueltos en su estómago, nada más observa cómo la mira.

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Lunes 1 de junio 6:00 p.m.

El frío del invierno llega al sur del planeta, pero nada más cálido que un amor recién llegado, esa sensación de expectativa de no saber qué continuará, la incertidumbre de volverlo a ver para confirmar lo que iba a pasar.

El frío de afuera no permite salir ni ir a Fridge, así que se citaron para charlar en la casa de él. Sentado en el sofá, esperando que llegara, se acomodó el cabello y esperó, Llegó.

La vio, ¡estaba fantástica! su cabello ondulado, todo bien peinado, mira su ropa, toda una chica experta en moda, sus ojos, el maquillaje perfecto; tanto se gustaban que la excelencia se notaba en cada aspecto. Él le sirvió té, esta vez para no tomar café. Se sentó en frente de ella, le trajo rosas, le tomó la mano, la miró, se le confesó y la besó. Nada parecido a lo que ella soñó, ni en español ni en francés, ni en su lugar favorito ni en un café, ni le cantó ni le dio un alfajor, simplemente así fue como la enamoró, porque fue su primer y único amor.

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Por Ana María Contreras - CrossmediaLab de la Tadeo

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