Era la Argentina de los años 70, cuando los dictadores asesinaban a quien pensara distinto y destruían las ideas plasmadas en los libros si los censores oficiales olfateaban en sus páginas alguna pizca de subversión.
En una de las quemas de 1976, el jefe de un regimiento de infantería convocó a una rueda de prensa para mostrar una pila de libros confiscados y anunciar su incineración para evitar, según sus palabras, que el material terminara engañando a los jóvenes sobre los verdaderos valores, representados en “Dios, la patria y el hogar”.
Bajo esa sentencia sucumbieron ejemplares, por fortuna no únicos, del pensamiento universal. Al lado de los textos de Marx y Engels, ardieron obras de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Eduardo Galeano y muchos más.
Las brasas alcanzaron las páginas de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, la historia de un niño que vivía en un asteroide de tres volcanes, un baobab y una flor, cuyo pecado era amar la libertad.
Para los censores, un niño moviéndose a sus anchas de planeta en planeta, y para colmo buscando amigos, era un exceso de libertad y un peligro para una sociedad amenazada por las ideas comunistas.
Una pista sobre el valor humano y universal de la amistad, que era señal de peligro para los militares, lo encontraron los censores cuando el principito visitó el planeta Tierra y desde el pico de una montaña dijo “buenos días” y el eco le respondió.
“—Háganse amigos míos, estoy solo —dijo el principito.
—Estoy solo… estoy solo… estoy solo —respondió el eco”.
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La paranoia del análisis militar daba para concluir que detrás de la historia del astrónomo turco que descubrió el asteroide B-612, del que procedía el principito, había una crítica velada e insoportable de la dictadura.
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“Felizmente para la reputación del asteroide B-612, un dictador turco le impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, la obligación de vestirse a la europea”.
Lo que definitivamente terminó condenando la obra fue su presencia en las bibliotecas de las casas allanadas por el régimen. Los estudiosos de esa época de terror coinciden en que el libro estaba en pleno furor cuando la bota militar se impuso en Argentina.