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El discurso “antiwoke” que promueve el gobierno de Donald Trump

El republicano se ha esforzado por acabar con lo que ha llamado “agenda woke”. Analizamos cómo se ha intentado definir este término para entender por qué ha ganado popularidad en el debate político.

Santiago Gómez Cubillos

15 de marzo de 2025 - 07:00 p. m.
En 2023, se organizó una protesta en Florida contra la eliminación de cursos de estudios afroamericanos por la ley “Stop WOKE”.
Foto: Getty Images
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“Nuestro país ya no será woke”, afirmó Donald Trump durante su primer discurso ante el Congreso el 4 de marzo, después de enumerar algunas de las acciones que su gobierno ha promovido desde que asumió el poder a principios de este año. Entre ellas, nombró el retiro de EE. UU. del Acuerdo de París contra el cambio climático, la eliminación de programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en entidades gubernamentales y la prohibición de la enseñanza de la teoría crítica de la raza (CTR por sus siglas en inglés) en colegios públicos. Para el presidente Trump, lo woke es un obstáculo para su proyecto de “volver a América (Estados Unidos) grande otra vez”.

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Algo similar sucedió con el argentino Javier Milei, quien durante su discurso en la última conferencia del Foro Económico Mundial en Davos, afirmó: “El gran yunque que aparece como denominador común de los países e instituciones que están fracasando es el virus mental de la ideología woke. Esta es la gran epidemia de nuestra época que debe ser curada. Es el cáncer que hay que extirpar”. Ambos son ejemplos de un discurso político que ha ido ganando popularidad en el mundo, pero que presenta inconsistencias en su definición, ya que se ha utilizado para agrupar causas sociales y políticas muy distintas entre sí. ¿Qué significa ser woke o, en su defecto, antiwoke? Para entenderlo, volvamos a Estados Unidos en la década de los 30.

El primer uso registrado de la expresión stay woke está en el blues de 1938 “Scottsboro Boys”, de Lead Belly, que habla sobre el caso de nueve adolescentes negros que habían sido falsamente acusados de violar a dos mujeres blancas de Alabama. Desde entonces, woke (pasado simple del verbo to wake, que significa “despertar”) surgió como un término directamente relacionado con el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos; significaba estar “despierto” ante la injusticia y la discriminación racial. Como lo explicó Wilson Castañeda, director de Caribe Afirmativo, “era un llamado a que los afroamericanos no naturalizaran la violencia física, verbal o simbólica contra su comunidad”.

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Sin embargo, como lo ejemplifica la variedad de temas tocados por el presidente Trump durante su discurso ante el Congreso, con el tiempo la palabra woke se ha expandido a otros frentes del espectro político. En principio, eran las minorías las que la utilizaban para visibilizar sus causas, pero eso evolucionó hasta convertirse en un término peyorativo utilizado para desestimar esfuerzos por transformar el statu quo. “Si una persona es crítica de la historia colonial, es woke. Si pide que se le llame con unos pronombres que otras personas no reconocen, es woke. Si llama la atención sobre la redistribución de la riqueza, es woke. Se convirtió en un sinónimo de no ser conservador y, sobre todo, en un insulto”, explicó David Peña-Guzmán, profesor de la Universidad Estatal de San Francisco y coanfitrión del pódcast de filosofía Overthink.

Esta es la manera en la que gobiernos como el de Donald Trump han instrumentalizado la palabra: convirtiéndola en una amenaza que hay que erradicar. Para lograrlo, han apelado al argumento de la meritocracia que, en principio, suena bastante convincente. “Creemos que sin importar si usted es doctor, contador, abogado o controlador de tráfico aéreo, debería ser contratado y ascendido según sus habilidades y competencias, no su raza o género”, expresó el mandatario estadounidense durante su discurso.

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“El argumento apela a nuestra idea de que hay justicia en la meritocracia. El problema es que eso presupone que los individuos están en las mismas condiciones de entrada, que no es el caso. Hay diferentes puntos de partida, económicos, sociales y políticos, que hacen que quienes lleguen a estar en posiciones de poder no necesariamente son quienes las merecen. Las personas que dicen ‘no queremos cuotas, porque queremos que sea el mérito el que determine quién llega allá’ ignoran que ese no es el caso”, contrargumentó Peña-Guzmán.

Para Castañeda, el peligro de este cambio de narrativa de lo woke está en la desestimación de reclamos de justicia social legítimos. “Eso ha causado que los llamados de las minorías al reconocimiento de sus derechos sean respondidos con prácticas de desprecio, lo que refuerza el mensaje de que el valor de la vida no es universal, sino que depende de ciertos parámetros que establece la sociedad”, afirmó.

La tiranía de lo políticamente correcto

Hay otro lado de la discusión que pretende señalar lo woke como una manera de instaurar una tiranía de la corrección política. Este es uno de los puntos de análisis de la filósofa y escritora estadounidense Susan Neiman en su libro Izquierda no es woke. Allí la autora explicó que el hecho de que se haya normalizado el intercambio de estos términos en los discursos políticos no significa que sean lo mismo y que las distinciones que los separan son claves para no menoscabar los que son “los verdaderos ideales de la izquierda”.

La razón por la que Neiman sintió la necesidad de aclarar esta distinción de términos tuvo que ver con la idea de que había acciones que se excusaban en la defensa de los derechos de las minorías para promover actos de censura. Por ejemplo, ella citó en su libro el caso de una editora alemana que promocionó un libro con la frase “Este libro te abrirá los ojos” y fue atacada por quienes pensaban que su elección de palabras era un acto de discriminación contra los ciegos. Tuvo que retirar el anuncio.

Para Neiman, estos ejemplos fueron consecuencia de que “lo woke se ha convertido en una política de símbolos en lugar de serlo del cambio social”. Es decir, más allá de promover los valores de una sociedad más justa, el uso del término se enfocó en acciones de censura en nombre de la reivindicación de una minoría históricamente discriminada. Lo que era un movimiento de integración y reconocimiento de sectores de la sociedad, como la comunidad LGBTIQ+, las personas negras y las mujeres se convirtió en un factor de fragmentación mayor. “Dividir a los miembros de un movimiento entre tus aliados y los demás socava las bases de la solidaridad profunda y va contra lo que significa ser de izquierdas”, escribió la filósofa.

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Ahora bien, incluso con esta distinción, Neiman reconoció que el movimiento woke ha visibilizado lo problemático que puede ser considerar que lo universal en la humanidad “está más a menudo coloreado de blanco que de marrón, más identificado con el género masculino que con el femenino y con lo heterosexual más que con lo homosexual”. Con esta idea estuvo de acuerdo Peña-Guzmán, quien defendió que, si bien ha habido casos extremos, normalmente lo que el discurso tradicional defiende como actos de censura en realidad solo son llamados a reconocer la existencia de prácticas que históricamente han discriminado a grupos poblacionales y que ya no tienen cabida en la sociedad.

“Tenemos que pensar y preguntarnos qué es lo que ganamos al decir las cosas que otros nos han dicho que los lastiman. ¿Por qué sentimos la necesidad de reafirmar nuestra libertad de expresión a través de este tipo de discursos? El caso de tratar por el género equivocado a una persona trans es un ejemplo claro de esto. ¿Qué libertad estoy perdiendo realmente cuando respeto los pronombres preferidos de alguien?”, afirmó el filósofo.

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Como una salida a esta dicotomía con la que se ha presentado lo woke entre la tiranía de lo políticamente correcto y la reivindicación de algunas luchas sociales, Castañeda propuso apoyarse en la idea del filósofo y sociólogo alemán Axel Honneth, que defendió la idea de que era necesario hablar de lo woke como un lugar de empatía. “Interpretar lo woke desde la empatía implica volver al significado original del término y hacer un llamado a que compartamos la vida sin discriminarnos”, concluyó.

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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