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¿Quién tiene la culpa de la seducción: el hombre o la mujer?

“La historia de Grisel y Mirabella” es una obra sobre el amor, pero también sobre la creencia de que el sexo femenino es el más propenso a la seducción y también el responsable de poner límites cuando de pasiones se trata.

Monica Acebedo
10 de junio de 2020 - 02:23 a. m.
Ilustración de “La Historia de Grisel y Mirabella”.
Ilustración de “La Historia de Grisel y Mirabella”.
Foto: Archivo particular

Una de las preocupaciones de la sociología, las religiones, el derecho, la filosofía, los estudios culturales y la ciencia ha sido la de establecer las diferencias entre los hombres y las mujeres en materia de pasiones y sentimientos. Esta incógnita se ha manifestado de forma milenaria y la literatura en su labor mediática ha recreado este afán desde la existencia de la escritura misma.

La historia de Grisel y Mirabella, de Juan de Flores, fue escrita en 1495. Es uno de los textos más representativos de esta expresión literaria de corte sentimental, publicada en pleno auge del amor cortés en España y durante el reinado de una poderosa mujer: Isabel de Castilla. Como es usual en el caso de escritores de aquella época, no tenemos muchos datos biográficos del autor, a pesar de que sus novelas erótico-sentimentales eran unos auténticos best sellers del momento. A partir de algunos de sus escritos y otras investigaciones se especula que nació en Salamanca en 1455 en el seno de una familia noble y que posiblemente fue cercano a los reyes católicos. Otras de sus obras conocidas fueron Grimalte y Gradissa o el triunfo del amor.

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Se trata de una novela o tratado, como lo llama el mismo auctor (en el castellano del relato) cuyo argumento es el siguiente: Mirabella era la única hija del rey de Escocia, “un excelente rey de todas virtudes amigo, y principalmente en ser justiciero; y era tanto justo como la mesma justicia”. Era tan hermosa la joven heredera del reino, que los caballeros se retaban de manera constante, con el objetivo de poder cortejar a la bella princesa y obtener su mano. Fueron tantas las batallas y peleas entre los vasallos, que el rey decidió ocultar a Mirabella en un lugar secreto y alejado para que ningún varón la pudiera ver y para proteger su honra hasta lograr encontrar un esposo digno.

La idea sobre una diferencia en la condición de las mujeres se presenta desde el comienzo, cuando el narrador, quien interviene con juicios de valor de manera recurrente, se expresa sobre las demoras del rey en escoger marido para su hija: “Y como ya muchas veces acaece cuando hay dilación en el casamiento de las mujeres ser causa de caer en vergüenza y yerros, así a esta después acaeció”. En efecto, dos astutos caballeros lograron encontrar el escondite y después de batirse en duelo, Grisel, el vencedor, accedió a escondidas al corazón y a la honra de Mirabella. El amor ilegal fue pronto conocido por el rey, quien los pilló gracias a la información que suministró la astuta y traidora criada de Mirabella; por lo tanto, los culpables debían pagar por su crimen. La ley de Escocia era clara y contundente: el más culpable de los amantes debía morir y el otro tendría que ser desterrado.

Cuando el rey preguntó, insistió, exigió y hasta torturó a los amantes con el propósito de conocer al verdadero culpable de haber instado al gozo de los placeres carnales, cada uno se atribuyó el delito porque era muy grande el amor de Mirabella por Grisel y de Grisel por Mirabella. No le quedó remedio al rey que remitir el caso a la justicia. Para tan singular proceso judicial se nombró como defensora de Mirabella a Brazaida “[…], una dama de las más prudentes del mundo en saber y en desenvoltura y en otras cosas a graciosidad conformes. […]”, y como defensor de Grisel a un caballero llamado Torreidas: “Un especial hombre en el conocimiento de mujeres”, traído especialmente desde España.

El proceso se distancia de lo que sería un juicio penal moderno en el que se investigan los hechos, a los sospechosos, los testigos y los antecedentes. El debate argumental, por el contrario, se remite a la diferencia de los sexos y a la incógnita sobre cuál de los dos géneros es más propenso a faltar a su deber en estas cuestiones amatorias. Por esto, las discusiones no son ajenas a lo que el discurso feminista ha reclamado a lo largo de la historia. El debate se inicia con la intervención de Brazaida, quien arguye que los hombres se encargan de conquistar a las mujeres a punta de cantos, serenatas y poemas que exponen con sentimiento durante las noches y que si las mujeres no acceden a sus peticiones buscan, ya sea por fuerza o por gusto, el placer que tanto anhelan. Torreidas responde: “¿Quién nos apremia en las frías noches el aborrecer el sueño y correr a los no lícitos lugares?” En esencia: no importa que los hombres se valgan de artimañas, la mujer, si es honesta se debe negar a toda costa. De hecho, expresa la famosa frase: “Cuando fisiéremos esto, entiéndase que queremos aquello […]”. A esto responde, muy ofendida Brazaida, ya que para el hombre primero está el placer que el honor. Y es injusto que honor recaiga siempre sobre la mujer y la custodia de su virginidad.

Pero lo que más le molesta a Brazaida es que en el juicio es imposible de ganar porque todos los jueces son hombres. Además, alega que nadie escribe nunca a favor de las mujeres; todo lo contario, siempre es en su contra. Discute, asimismo, que los hombres juzgan a las mujeres por desdeñosas si no ceden a sus ruegos y por deshonestas si lo hacen.

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Torreidas se refugia en la mitología bíblica para efectos de su alegato. Insiste en que es precisamente desde Eva que la mujer es mala y que es por naturaleza divina que las damas son más propensas a seducir que los hombres. Igualmente, aduce que la mujer letrada falla a su deber: “Yo ya he visto por experiencia que las mujeres más simples son, en alguna manera, más castas: donde consiste que la simpleza os es salud y el saber dañoso, como claro lo veis”. Los debates se alargan y, finalmente, pierde el sexo femenino: Mirabella es condenada a muerte en la hoguera, pero Grisel la salva y se lanza al fuego en su lugar. La princesa no resiste el desenlace trágico y se deja caer a un patio lleno de leones. Posteriormente, la ira de la reina se desata contra Torrejas, quien es luego víctima de crueles tormentos por parte de las damas del reino.

Se trata pues de un escrito con los arsenales del imaginario medieval y que, si bien mantiene la tendencia sentimental, presenta modelos discursivos referenciales que hacen parte de la cuestión feminista, la cual, ya para la época, Teresa de Cartagena había comenzado a desarrollar. Probablemente lo que hizo Juan de Flores con este debate de los sexos fue satirizar las creencias generales sobre la debilidad femenina a través de una novela original y entretenida.

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Por Monica Acebedo

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