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Una historia narrada en primera persona que le da mucha impunidad para contar el cuerpo y el deseo. Así describe la guionista, productora, directora de cine y artista audiovisual Albertina Carri su primera novela, Lo que aprendí de las bestias (Himpar Editores, 2024).
De la infancia con su abuela en la ciudad de Lobos la narradora recuerda la sensación de ahogo que experimentaban ella y su hermana, “empujadas a ser mayores” tras el asesinato de sus padres −una orfandad temprana que fue la base afectiva de su vida−. De ese yo quebrado que afirma no tener a quien querer ni en quien confiar, de la incomodidad de seguir llamando familia a un grupo de personas que conforman un territorio donde se acumulan residuos dañinos, separaciones como traumas y pequeñas muertes, relaciones fallidas y otras no tanto, y manadas de ratas y gatos en bolsas nos habla la protagonista de Carri, para quien “vivir se vuelve una carrera contra todo lo débil”.
Su trabajo más amplio ha sido en la escritura de guiones y Lo que aprendí de las bestias es su primera novela. ¿Qué le permite y, a la vez, qué le exige ese género?
Yo creo que es muy diferente. El trabajo del cine y la literatura tienen cosas muy similares en ciertos dispositivos y ciertos engranajes de la ficción, pero la literatura tiene un grado de libre imaginación, porque si yo escribo una frase como: “Un cuenco con ojos de vaca”, cada uno imagina qué cómo es. Hay gente a la que esa frase la expulsa del libro, le genera un horror tremendo, y otra que la pasa como si nada, pero no es lo mismo que ver la imagen. No es lo mismo si yo tengo que filmar la imagen, tengo que decidir cuánta sangre tiene, cuántos lóbulos oculares se ven, cuántos ojos hay en ese cuenco, desde qué punto de vista lo muestro, muestro el cuenco o si quiero que haya ojos, si se ven profundamente... Incluso en las zonas más explícitas −la novela también tiene un trabajo y ese juego alrededor de lo explícito− en la literatura hay algo donde la manera en que termina de verse eso siempre queda librada a la imaginación de quien lee. La construcción de esa imagen, de esa atmósfera, de ese sonido, termina en el lector, en la lectora, y en el caso del cine también, pero es mucho más literal y es completamente distinto el impacto de la imagen al de la frase. No digo que sea menor el impacto; es otro tipo de emocionalidad la que se pone en juego.
Hay escrituras que uno siente que son muy cinematográficas y en su caso uno espera encontrarse con algo así, pero no ocurre. Usted trabaja el lenguaje de una manera muy literaria, si cabe el término. ¿Cómo lee usted su propio lenguaje?
Cuando empecé a estudiar cine lo hice porque me gustaba escribir y quería aprender a escribir guiones. Luego, escribiendo guiones, me cansé mucho porque son muy cerrados en su estructura; es en tercera persona del presente, hay algo de la forma de escritura… Luego esa libertad aparece en la película, en el rodaje o en la posproducción, en mil instancias, pero la escritura del guion requiere de recursos muy ortodoxos porque es una guía, es un texto para que lo comprendan el vestuarista, la productora, los intérpretes; es otro tipo de trabajo. Entonces creo que la decisión de escribir una novela fue esa necesidad de escribir realmente, que es bien distinta a la escritura en cine, específicamente de guiones. Después hay otros tipos de escrituras alrededor de las películas, que son de pensamientos o de creaciones de atmósferas o de trabajos con los actores que se parecen un poco más a lo literario. Creo que la novela es esa búsqueda de la palabra para crear una atmósfera, el gesto gramático, también diría, la forma de los pasajes de un párrafo al otro y sobre todo en esa construcción de la voz de la narradora.
Hay una presencia de lo animal en el sentido más literal, pero también una presencia de lo animal que no es tan explícita y revela esa especie de fisuras en lo que somos, la necesidad de mirar dónde se esconde lo otro, lejos de los lugares normativos.
Sí, yo creo que está presente desde el título; es un juego polisémico, esa pregunta: ¿quiénes son las bestias?, ¿son realmente las bestias a quienes llamamos bestias?, ¿o son las bestias esa otra especie que ejerce violencia sobre vulnerables? A mí me interesa particularmente la relación con los animales, en parte por mi propia experiencia. Soy una especie de doble agente respecto al campo porque viví allí durante varios años y luego también lo viví desde el lugar de la ciudad, de cómo mira la burguesía citadina porteña (en nuestro caso) la naturaleza, y es cierta esta idea de ir a la naturaleza, ir al campo a ver algo bucólico y perderse en unas sonoridades encantadas o encontrar lo poético. Pero cuando se vive dentro del campo es completamente distinta la experiencia, desde criar al animal para matarlo y comerlo. Ese hecho de criar al animal, matarlo y comerlo desde las ciudades está totalmente mediatizado; cuando vos vas al supermercado o a los almacenes a comprar una carne o te la sirven en un restaurante, no tienes conciencia de todo ese otro proceso. También me interesa esa especie de pureza de lo animal, esa expresividad que tiene que ver a veces también con los niños, una no mediación con la civilización.
Es particularmente interesante el tratamiento de la familia como institución, que está siendo narrada de una manera cada vez más cruda, cuestionando más incisivamente esa institución.
Es un tema complejísimo. Es difícil porque cuando tienes un grupo de amigas que te acompañan, te ayudan, inmediatamente usas el término familia, cuando en realidad estás tratando de construir otra forma de vínculo y tratando de salirte de esa institucionalidad, de esa forma normativa de los vínculos y las relaciones. Me interesa particularmente desandar −sobre todo en Latinoamérica, pues creo que hay otros países donde la familia no tiene esa carga y esa presencia tan pesada− el deber ser en una familia. La novela se ocupa de ir montando a lo largo de la narración diversos modos de vincularse que pueden ser llamados familia o no. De hecho, creo que en una parte habla específicamente la familia como un espacio realmente tóxico, de destrucción de las singularidades, aunque también puede ser un espacio de expansión de la propia subjetividad. Creo que tiene que ver con salirse de los roles esquemáticos, de esos deber ser que son los más problemáticos.