Original en rumano: “Ciprian Vălcan Nerval și homarul”. Traducción Miguel Ángel Gómez Mendoza. Profesor Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia.
Podemos imaginar tres mundos:
- Uno en el que no existe ninguna regla
- Otro en el que existen reglas para todo, nada escapa a la reglamentación
- Un tercer mundo en el que algunas cuestiones están reglamentadas, mientras que otras no lo están.
En el mundo 1 haces todo como se te antoja, nada es previsible, no existe nada constante. En el mundo 2 te dicen cómo bostezar, cómo estornudar, cómo soñar con cosas imposibles, cómo rascarte la barba. El mundo 3 parece ser nuestro mundo.
Algunos creen que, para que el mundo no sea uniforme, para que la completa uniformidad no suprima la belleza del universo, se necesita permanentemente de diferencias cualitativas, desigualdades, privilegios, excepciones, porque de otro modo todo correría el riesgo de volverse indistinto. En cambio, otros están convencidos de que, para que la no vulneración de la regla y para que la justicia no se quebrante, no se le debe dar a alguien ni una pizca de ventaja frente a su semejante: se suprimirán los privilegios, se rechazarán las excepciones, todos pensaremos y haremos lo mismo. Los primeros sostienen que no permitir la excepción significa negar el espacio de la libertad. Los otros afirman que la libertad solo es posible en un mundo en el que las reglas son respetadas por todos, en el que no existe derogación ni excepción, porque el supremo adversario de la libertad es precisamente lo arbitrario.
Así como nos dicen los sinónimos de exception en los diccionarios franceses, la excepción es anomalía, singularidad, unicidad. La excepción confirma la regla porque es única, no daña la previsibilidad de la norma común. El gigante que nace en un mundo de enanos arruina las expectativas, pero no cambia las reglas del lugar. Existen reglas que pueden prever excepciones, mientras que otras son suprimidas con la aparición de cualquier excepción – basta pensar en la ley sálica, que se volvió caduca una vez que una mujer subió al trono.
Existen dos tipos de personas: unos hacen todo lo posible para revocar las reglas, mientras que los otros hacen todo lo posible para mantenerlas con rigor. Los primeros creen que la libertad existe solo en ausencia de reglas, mientras que los segundos están convencidos de que abandonar las reglas significa aceptar la anarquía. Para estos últimos, la libertad es necesidad comprendida, es decir, precisamente el respeto de las reglas. No respetar las reglas significa ser esclavo, por consiguiente, incapaz de gobernarse a sí mismo.
Cuando la regla es relativizada y cuestionada, son posibles dos soluciones: la aparición de una nueva regla o el rechazo de otra regla, en el intento de perpetuar la anarquía.
Si el estado paradisíaco es uno completamente desprovisto de reglas, tenemos dos escenarios posibles: 1. El modelo de la involución nos lleva de la Edad de Oro, edad de la plena libertad, en la que los hombres sabían autogobernarse sin sentir la necesidad de reglas externas, a la Edad de Hierro, cuando las reglas invaden toda la esfera de la vida, negando la libertad. 2. El modelo de la evolución nos lleva del estado primitivo de los comienzos, gobernado por reglas arbitrarias y tiránicas, hacia una liberación gradual de las reglas en el camino hacia la meta final: la libertad sin reglas.
Si, por el contrario, el estado perfecto es uno de codificación total de las reglas que gobiernan cada aspecto de la vida, entonces tenemos un giro de perspectiva: 1. El modelo de la involución nos lleva de la Edad de Oro, en la que los hombres respetaban plenamente las reglas, a la época en que las toman cada vez menos en serio, para terminar con la Edad de Hierro, cuando las reglas ya no existen o ya no se respetan, lo que conduce a la instauración de la anarquía. 2. El modelo de la evolución nos lleva del estado primitivo en que el caos gobernaba las relaciones entre los hombres, manteniéndolos en una guerra permanente de todos contra todos, hacia el estado final en el que todo está codificado y reglamentado, donde nada casual o arbitrario subsiste.
Las personas se sienten especiales si se hacen excepciones para ellas, si la regla no se les aplica. Desde su perspectiva, ser especial significa no tener necesidad de respetar la regla. La regla es para la gente común, mientras que los individuos superiores crean sus propias reglas, como creen Calicles y Raskólnikov. Ser libre significa establecer tus propias reglas, no tener necesidad de respetar las reglas válidas para la gente común. La excepción impone la distancia entre privilegiados y desposeídos. No se aplican las mismas leyes a los aristócratas y a los siervos. El aristócrata obligado a respetar la regla se siente ofendido y promete lavar la afrenta con sangre. Ser excepcional significa aprovechar la excepción, negarse con indignación a compartir la suerte de la gente común.
El tirano puede decidir abolir todas las reglas para hacer que domine una completa imprevisibilidad, de modo que todo dependa de su antojo. Le desagrada sentirse aprisionado por el dispositivo de las reglas – por eso las abroga todas, y la única ley en vigor es su voluntad. Quiere poder contradecirse en cualquier momento sin estar constreñido por la exigencia de coherencia; por eso se niega a promulgar reglas, manteniendo como única regla su arbitrio. El tirano crea únicamente excepciones para imponer su voluntad prepotente, para demostrar en cada ocasión que no está obligado a someterse a ninguna regla.
El tirano juega solo a aquellos juegos cuyas reglas puede modificar en cualquier momento a su antojo, para asegurarse de que ganará. Las reglas son solo para quienes no gozan de su favor, pero pueden ser suspendidas en cualquier instante por una simple palabra suya. Precisamente por eso, los adversarios de la tiranía insisten en que no es el escrupuloso respeto de las reglas lo contrario de la libertad, sino lo arbitrario. Para ellos, siempre es preferible ser un súbdito prusiano antes que un esclavo de un déspota oriental.
La excentricidad es una forma de excepción a la regla, una desviación de la norma. Cuando ven a Nerval, el 21 de marzo de 1841, paseando una langosta con correa por los jardines del Palacio Real en París, algunos creen que se trata de un excéntrico que quiere atraer, cueste lo que cueste, la atención sobre sí, mientras que otros, que lo conocen, comprenden que es una señal más de la locura que se había desencadenado poco tiempo antes, y lo internan en un manicomio. Nerval protesta, no entiende por qué ignorar la norma, que exige que solo ciertos animales se saquen a pasear, debería justificar que lo cataloguen como alguien con la mente extraviada. Insiste en que las langostas son “tranquilas, serias, conocen los secretos del mar y no ladran”, y añade que también Goethe, que no estaba en absoluto loco, tenía una fuerte antipatía hacia los perros.
Si Nerval hubiera conocido la implacable observación de Aldous Huxley, hecha alrededor de cien años más tarde, habría podido prescindir de cualquier otra explicación: “To his dog, every man is Napoleon; hence the constant popularity of dogs” (“A los ojos de su perro, todo hombre es un Napoleón; de ahí la eterna popularidad de los perros”).
Ciprian Vălcan es escritor y filósofo rumano. Su último libro publicado: Ciprian Vălcan. Objetos, seres, quimeras. Prefacio de Gabriela Glăvan. Original inédito en rumano: Ciprian Vălcan, Obiecte, ființe, himere. Pereira: Casa del Asterión Ediciones. 2025. Traducción del rumano al español y notas por Miguel Ángel Gómez Mendoza. ISBN: 978-628-01-952.