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Relatos de veteranos en el Magdalena

Esta compilación incluye las voces de cuatro personajes del departamento que hablaron sobre su vida, su trabajo, el amor y la muerte.

Linda Esperanza Aragón
26 de febrero de 2025 - 11:00 p. m.
Estas historias nacieron de conversaciones con los habitantes del departamento que se abrieron a compartir lecciones de vida. En la foto, aparece Yadith Ropaín con su nieta.
Estas historias nacieron de conversaciones con los habitantes del departamento que se abrieron a compartir lecciones de vida. En la foto, aparece Yadith Ropaín con su nieta.
Foto: Linda Esperanza Aragón
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En Bomba —corregimiento del municipio de Pedraza, Magdalena— se dice sobre Alcira Osorio: “el material del que está hecha esa señora no viene más”. La gente lo pregona con justa razón, pues se está hablando de una mujer o, mejor dicho, de un siglo sensato y valeroso que no ha perdido la capacidad de escarbar en su memoria.

Cuando habla, aunque lance una sola frase, quienes se encuentran a su alrededor la escuchan con paciencia. Y es que no siempre se tiene la fortuna de recibir las palabras de un siglo —así sean breves—.

Pese a que el párpado derecho se le cayó, sus piernas ya no tienen el mismo vigor y demás achaques que la asaltan, las palabras no se le han agotado. Alcirita, como le llaman en la población, elogia al tiempo pasado y lo describe con los términos que más aprecia: amor, familia y amistad. “Yo he durado bastante porque trabajé duro haciendo bollos, pan y almojábanas. Saqué adelante a mis hijos con mucho trabajo, y ellos me salieron buenos. Ahora no importa lo que es trabajar; hoy no importa , es que ni las amistades… Ya no hay respeto entre los amigos. En los tiempos viejos, las amistades duraban. Se deben conservar las amistades”, contó.

No se reservó la fórmula para llegar a los 100 años cuando se lo preguntaron. Se humedeció los labios, respiró y reveló: “Lo que uno comía antes era puro y bueno. Comí bastante pescao. Hoy se come mucha pendejá”.

Humo y chanzas

Su nombre es Reinero Martínez, pero le llaman Rei en el municipio de Pedraza (Magdalena), el pueblo donde nació y se crio. Siempre se ha dedicado a la agricultura. Dijo que no le había faltado lo esencial en la vida porque jamás le había dado pereza madrugar y porque siempre había llevado como un amuleto una frase que él mismo inventó: “Si uno se levanta bueno para trabajar, muere bueno”.

Ha fumado casi toda una vida, es un octogenario que no se aburre de jugar con el humo. Cada vez que alguien le exigía que dejara de fumar, el señor Reinero no vacilaba en responder: “Un viejo que no fuma es maluco porque se la pasa viendo lejos, pero si fuma se distrae con el humo”.

A Rei le gusta el ron y echar chistes. Antes hacía grandes parrandas y en la época de los carnavales de Pedraza se disfrazaba de cualquier cosa. “A mí siempre me ha gustado el desorden. Recuerdo que una vez me disfracé de mujer, lástima que no conservo fotos de ese tiempo”, comentó.

Hace varios años, después de un parrandón, su esposa Amira salió a la calle a averiguar si Rei se había endeudado en alguna cantina. Cuando regresó a la casa y lo encontró despierto, ella le dijo:

—No vas a beber más.

—Póngame un placito —respondió Rei.

—Tres meses te pongo.

—¿Tres meses? Eso está muy lejos. ¡Hombe! De aquí a allá yo me he muerto. Por lo menos, un mes —remató Rei entre risas.

Confesó que se la pasaban mamando gallo. “No hubo un mal vivir entre nosotros. Yo nunca me he peleado con las mujeres; ahora no sé cómo será ese tema, este mundo está tan dañado. Antes el amor era otro”, expresó.

Cuando se refirió al amor no perdió la oportunidad de acudir al pasado. Se miró sus manos con venas prominentes, liberó el humo, respiró y habló:

—Sin matrimonio no hay mundo, aunque en Pedraza ya nadie quiere casarse; no sé lo que pasará, yo creo que es por tantas cosas que se ven en la televisión y en los teléfonos.

—¿Cómo era antes? —le pregunté.

—Antes los novios iban a visitar a sus novias a las casas, hoy en día les hacen llamadas. El mundo es otro, ya no es bonito como cuando yo nací.

Rei me miró fijamente como un abuelo sabio que está seguro de haber vivido la vida como es y explicó: “Aunque usted no me lo crea, le digo que el mundo se acaba, pero la gente no. Si usted nace hoy, pasado mañana muere, entonces ahí se le acaba el mundo. A todo aquel que se va muriendo también se le va acabando el mundo. La gente va naciendo, la gente es como un fruto. Eso fue lo que Dios dispuso”.

Si el mundo se le acaba quiere que la gente lo recuerde por su entusiasmo: “Esa (la alegría) es la herencia que dejaré”.

A veces viaja a Barranquilla por un mes, y cuando regresa a Pedraza sus paisanos lo hacen sentir que lo extrañaron y le lanzan una frase irónica apenas lo ven:

—¡Carajo! Por qué no te quedaste.

—No me quedé por una maricaíta —contesta Rei.

Y como es un ducho en el campo de mamar gallo, Rei intenta ganarse el cielo con chanzas: “Ya dejo hasta aquí la charla porque me voy a afeitar. Usted sabe que la muerte está escondida; si me voy a morir, moriré bonito”.

Tejer cómplices

Cuando le pregunté a la señora Yadith Ropaín Fontalvo cuántos años llevaba tejiendo redes de pesca respondió sin pensarlo tanto: “Ya son bastantes”. Aprendió la técnica cuando tenía 15 años, en ese entonces Manuel Muñoz se acercaba a su casa porque estaba enamorado de ella; aprovechaba que se iba a pescar el padre de Yadith, para visitarla. Manuel llevaba los implementos para tejer los trasmallos. En una ocasión, Yadith le pidió que le enseñara a elaborarlos; él le daba las indicaciones con mallero y aguja en mano.

Me contó que tejía torcido al principio, pero que corrigió esa falla practicando y siguiendo las instrucciones con constancia.

—Ahora lo hago al derecho —aseveró con gallardía mientras una de sus nietas toma café a su lado.

Yadith se descalzó y se sentó en un taburete que estaba recostado en la pared. Tejió sin afanes en la terraza de la casa, ubicada en la calle principal de Bomba, Magdalena. Disfruta tejiendo. Dijo que eso la despejaba un rato porque gozaba de la textura del nailon; lo acarició cual si fuera la piel de un ser amado o el cabello de algo que pare armonía.

Ella y la horqueta de la que cuelga el nailon quedaban frente a frente, parecía que entablaban una íntima conversación. Trenzó como si estuviera fundando un universo de historias al que le trasmite su sentir o estado de ánimo y refirió más detalles sobre su labor:

—No los hago para que después me los compren; los pescadores que necesitan un trasmallo me traen el nailon para que yo teja. Yo cobro la mano de obra.

—¿Cuánto se demora en terminarlos?

— Un mes y quince días, a veces puedo tardar un mes.

El tiempo y la pujanza que les impregna a las redes de pesca no se borran al ser sumergidas ni se anulan con el manoseo de la cotidianidad. Sus manos fabrican las inseparables compañeras y cómplices de los pescadores, esas que los ven hablando con la luna o con el sol. Además de recoger pescados, conocen el alma, los silencios y esperanzas de los pescadores.

Un verano sin fin

Argelia Muñoz y yo nos encontramos en Bomba, Magdalena, su tierra natal. No la veía desde hace mucho tiempo, sin embargo, no olvidé lo jocosa y fascinante conversadora que es. Si Argelia está cerca habrá buen ambiente y gracia.

El amor y el desamor son de esos temas que le encienden la chispa para inventar frases cargadas de comicidad, símiles y metáforas que hacen que sus paisanos las quieran escuchar una y otra vez. Incluso, cuando se refieren a ella recalcan su buen sentido del humor y van a su casa a meterle conversa solo para escucharla hablar y reírse con ella. La estiman mucho, dicen que les alegra los días.

—¿Cómo está ahora, Argelia? —le pregunté.

—Estamos vivos —respondió.

—¿Está contenta?

—No, mija. Cuando se acaba el amor, lo que queda es celebrar que vivimos.

—¿Terminó una relación?

—Sí. No he tenido suerte.

—¿Cómo fue ese amor?

—Una jaula resplandeciente, nada de frescura —contestó y luego sonrió.

—¿Qué significa hoy ese amor del pasado?

—Un verano sin fin —suspiró.

—¿Quisiera volver a amar?

—He querido volver a empezar, pero me pagan mal, y ya los años se me están pasando. Ojalá hubiera vida para todo el tiempo que hay.

—¿Qué canción acompaña mejor a su verano sin fin?

Vida pasajera, de Pachito Rada. Me gusta ese vallenato.

—Y, por supuesto, se sabe toda la letra...

Comenzó a cantar una estrofa de la canción:

Yo debo aprovechar esta oportunidad

En este mundo libre que Dios me ha dejado

La vida no es eterna, lo sabemos ya

Y si no gozo ahora entonces cuándo diablos

Recordé que, en una ocasión, Argelia me contó que en las fiestas patronales del pueblo había sufrido desilusiones y descubierto amores.

—¿Qué me cuenta de las fiestas?

—He visto a hombres que desde lejos parecen primorosos, pero cuando me acerco a ellos me decepciono; terminan siendo espejismos. De lejos parecen ser de cuero pero de cerca son pura cuerina.

—¿Qué diferencia hay entre los hombres de cuero y los de cuerina?

—Los de cuero son los románticos y entregados; esos sí valen la pena, aguantan. En cambio, los de cuerina son mentirosos, mujeriegos y desmoralizados; no valen la pena, no duran nada.

Después me reveló que no tiene pelos en la lengua para enfrentar a sus exparejas en las discusiones, que no les dice vulgaridades, sino que prefiere resaltar sus defectos físicos y compararlos con cosas y animales.

—Les decía cintura de mico amarrao por la mitad, si tenían la cintura muy angosta; cuerpo de escaparate, si tenían el cuerpo cuadrado; sombrilla sin tela, si eran muy flacos.

—¿Qué más les dice?

—Al último que se fue le dije: acabaste conmigo, con mi cédula y hasta con la fotocopia de la cédula.

—¿Y esa frase qué quiere decir?

—Que me acabó de punta a punta, que me dejó el corazón partido.

Soltó unas carcajadas y me contagió. Reímos. Al rato, le hice una promesa:

—Argelia, volveré al pueblo en las próximas fiestas para brindar por nuestros veranos sin fin mientras suene Vida pasajera.

—¡Te espero! Y que se aparten los de cuerina.

Por Linda Esperanza Aragón

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