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“Destechados”: Desahogarse es un acto de valentía

El escritor bogotano Mauricio Palomo Riaño publicó su tercer libro de cuentos “Destechados”, de la mano de Fallidos Editores. Son trece los protagonistas de estos relatos que encaminan al lector hacia pasajes grises, fríos, perversos y sombríos. Esta obra es un renacer por medio de la escritura, de esa tinta que nos da un soplo de esperanza en medio de tanta oscuridad.

Elena Chafyrtth - @Chafyrtths

20 de noviembre de 2021 - 12:00 p. m.
Mauricio Palomo Riaño también es autor del libro “Caja de pandora”, publicado en el año 2016 por Senda Editores.
Foto: Javier Díaz Paipa
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La literatura salvó al escritor Mauricio Palomo Riaño en dos ocasiones. La primera fue cuando tenía nueve años, cursando su primaria, donde acostumbraba a gozar de la hora del descanso. Rodeado de las canchas y de sus compañeros del colegio imaginaba que era el mejor jugador de Millonarios, equipo que desde aquel momento llevaba tatuado en el alma. En cada partido jugaba como lateral derecho e imaginaba las tribunas llenas de hinchas fieles que gritaban su nombre y no hacían más que aplaudirlo. Sin embargo, la siguiente semana su sonrisa se apagó a causa de una debilidad y palidez que eran permanentes. A pesar de su vigor, sus piernas no respondían a más de cuatro o cinco pasos. Los médicos lo diagnosticaron con disfagia, enfermedad causante de que su garganta se cerrara y le impidiese pasar la mayoría de los alimentos que deseaba ingerir.

En el hospital las horas se le hacían eternas. El silencio de su habitación le resultaba deprimente. Así como le generaba pánico estar rodeado de médicos y enfermeras. Una tarde su madre llegó a visitarlo junto con una misteriosa bolsa de color plateado. Dentro de ella había una colección de libros: “Elige tu propia aventura” y “Escalofríos “de R.L. Stine editorial. Fueron los libros los que le ayudaron a resistir ante el dolor y la incomodidad de aquellos días; así, pudo sentirse acompañado en medio de tantas historias y tomó fuerzas para recuperarse y volver a compartir con sus compañeros que tanto extrañaba. Tiempo después el autor Edgar Allan Poe, a través de sus libros, lo llevó a crear un mundo distinto al que hasta ese momento contemplaba: “Él me inauguró las pupilas y la imaginación. Cuando recuerdo haber tomado mi primer libro para leer con hondura, con entereza, como tabla rasa, es el romántico estadounidense que llega desde mi pasado. Hoy en día se mantiene como brújula, como compañero”, responde con nostalgia el autor bogotano.

De la mano de Poe entendió que la literatura no era una compañía pasajera sino que se había convertido en su amiga fiel. Allí comprendió que no se conformaría con leer uno que otro libro en sus tiempos libres. No, la haría parte de su profesión. Resuelto, decidió estudiar Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana en la Universidad la Gran Colombia. En las tardes, luego de terminar de hacer sus trabajos académicos, se sentaba en su estudio, tomaba una libreta y con su letra legible y delicada creaba personajes tan honestos y, al mismo tiempo, mezquinos e insensibles. Así ideó algunas de aquellas figuras, inspiradas en personas que solía encontrar en medio de las calles bogotanas, personajes que aparentaban seguridad y al mismo tiempo se esforzaban por reír a cada instante. De esta manera , fue como descubrió que escribir tenía muchas ventajas, una de ellas: ser Dios ante el papel. “¿Vivirá o morirá en la siguiente página?”, solía preguntarse cuando la tinta y la imaginación se apoderaban de su habitación. Los libros le enseñaron que existía un tesoro que solo unos pocos descubrirán, pues aceptar nuestras derrotas y al mismo tiempo dejar habitar nuestras emociones es lo que nos conduce al camino de la grandeza.

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Una tarde, la cabeza y los nudillos le sangraron. Horas antes se había enterado de que su padre había fallecido. Anteriormente, en su habitación — que era su refugio y al mismo tiempo era su lugar sagrado ya que le propiciaba serenidad, donde dedicaba noches enteras a leer las obras de García Márquez y Juan Rulfo— ya no encontraba consuelo alguno. Al sentir su alma rota golpeó las paredes, gritó reclamando a la vida esa ausencia que le adormeció el pecho y sintió por vez primera que le era insoportable el solo hecho de respirar. Sacó sus libros de la biblioteca y los tiró al suelo, los pateó reclamándoles todos los años y las horas dedicadas para no poder hallar una palabra que le devolviera la calma. Fue así como en medio de la desesperación y el desorden encontró un libro que había quedado abierto: Hamlet, del dramaturgo William Shakespeare. Guardaría un fragmento desde ese momento en su memoria: “Las penas no te llegan como un solitario soldado explorador, te llegan en batallones”. Con aquella frase se permitió renacer en medio del llanto y el desespero. Comprendió que es necesario caer para poder emerger pues de nuestras derrotas y de cómo las enfrentamos es que nos vamos conduciendo un caminar certero.

“Esta sociedad hace mucho tiempo que requiere de una visita al diván del psicoanálisis, para revisarse. Afuera, apenas cierras los portones de tu casa o de tu apartamento te los encuentras, son los protagonistas de un cúmulo de historias que parecen sacadas de la ficción, y resulta que pasan, pasan del otro lado de las ventanas, de los balcones, entre andenes, en esquinas de barrios, en las tiendas de las cuadras, en los súper, en las calles atiborradas de esmog y delincuencia, entonces te detienes, y empiezas a observarlos, como que te llaman, como que las historias te encuentran, y no al contrario”. Estas palabras fueron el detonante para crear a los protagonistas de los cuentos de Destechados, pues después de haberse encontrado con la muerte, la nostalgia y la tristeza, empezó a entender que demostrar las debilidades y los miedos era un acto en sí mismo de rebeldía.

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Advierto desde ahora que, estás páginas están dedicadas a todo aquel que de vez en cuando se deje seducir por la locura y los impulsos, que le provocan las misteriosas y oscuras noches de la ciudad. Empujándonos al desborde de deseos humedecidos que la sociedad nos obliga a esconder pero, aun así, llevamos adheridos en la piel. Este libro nos habla de aquellos hombres y mujeres que se niegan a adentrarse en los días monótonos y todo aquello que signifique políticamente correcto. Cuando hablamos de la palabra destechados nos referimos a aquellos seres que carecen de un techo seguro donde puedan resguardarse. No obstante, la escritura de Palomo Riaño nos lleva a reconciliarnos con el otro. Aquellas personas con las que a lo mejor hemos coincidido en medio de las aceras de la ciudad, en la parada del bus o en el semáforo antes de llegar a casa, pero que nuestro egoísmo no nos permite observar y detallar. Son hombres y mujeres que tienen un hogar, incluso cuentan con una familia numerosa, lujos e innumerables títulos profesionales, pero aún con todo esto, son protagonistas de su propio dolor. Resulta ser un vacío que cada minuto que pasa se acentúa más. Siendo así, en estas páginas el lector descubrirá que para ser parte del grupo de los destechados no es necesario vivir en las calles. Para pertenecer a esta comunidad no se necesita más que sentir una constante angustia y nostalgia en el alma.

“¡Tienes miedo! Lo callas a los demás, pero lo sientes bombardeándote el cerebro todas las mañanas al despertar. Abrir los ojos para ti es regresar del territorio de la felicidad, es sentir de nuevo el golpeteo de la sangre en el corazón, en la sien. Es volver a taladrarte de asuntos inconexos la cabeza, es morir un poco. La vida es un algo maravilloso, sí, pero desde hace un tiempo se ha convertido en la metáfora de un caos en tu interior. Temes y, sin embargo, no sabes a qué”. Su tercer cuento Miedo es un transitar hacia lo misterioso. Al leer cada palabra es igual a tener un espejo, un reflejo que no juzga, no discrimina ni señala pero, quizá lo más importante, no abandona. Ahondar desde el primer hasta el último fragmento es tener la posibilidad de recorrer Bogotá esta vez atreviéndose a quitarnos las máscaras, las sonrisas falsas, los gestos que ensayamos con tal de agradarle a los demás. Estos relatos nos moverán cada una de nuestras fibras hasta lograr hallar nuestros sentires más profundos, más honestos, esos que nos remueven hasta las vísceras.

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“Lo que lo alienta a uno un día es lo que luego termina matándolo. Por eso Mónica no quiere saber de poemas ni de cartas de amor. Suficiente ya tuvo de poesía con la muerte. Me la detallo sin que lo note y pillo que su cuerpo es un desierto, aunque siga perturbándoles la cabeza por ahí a todos esos manes que caminan por los andenes y se encuentran con ella de primerazo. Agggg, me estoy rompiendo el coco, se me despierta la nostalgia y trato de volver a la mesa antes de que se me desgaje el aguacero por los ojos”. Dos amigos se encuentran para hablar del dolor y desolación en las que se convierten las ausencias de los seres más queridos, esos sentimientos que nos hacen arrodillarnos en el suelo, trastornando cada parte de nuestro cuerpo. Leer el cuento Réquiem para un poeta es recordar las frases y los poemas que en algún momento de nuestra vida dedicamos. Volvemos a los lugares que transitamos con esos seres que ahora se encuentran en ese pedacito de cielo. Caminamos por los barrios, por esas cuadras que anteriormente las sentíamos como nuestras, nos hacían actuar seguros de sí mismos, sintiendo como si cada parte de aquel lugar nos perteneciera. Ahora, al caminar atravesamos las mismas calles, las mismas cuadras, pero no se siente igual aunque nos duele aceptarlo, simplemente porque ese ser que no nos acompaña era el que realmente nos definía.

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Con cada historia el autor Mauricio Palomo Riaño nos muestra su escritura potente y diáfana. Su pluma está impregnada de honestidad, locura y rebeldía. Al terminar de leer sus trece protagonistas, esos trece destechados que nos lanzarán puñaladas con cada una de sus confesiones, que nos moverán el alma con cada una de sus derrotas, nos enseña que cuando la vida nos pesa más que otros días es necesario desfogar toda nuestra furia y enojo. Cada vez se hace más necesario hablar al espejo, contarle los secretos que tanto llevamos a cuestas. El profundizar en esta obra me hizo recordar una frase de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, que escribió en medio del desespero y lo asfixiante que le resultaba el mundo: “¡Que me importan los títulos! Digo que quiero ser escritora. ¡Bah! Son cosas al margen, dicen. ¡Al margen! Ellos no saben lo que es llorar sobre una hoja vacía y llenarla pacientemente con signos creados por una misma. Parece cosa de magia. Llenar un cuadernillo que estaba desnudo y triste. Darle vida entregándole lo mejor que una tiene dentro”.

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Por Elena Chafyrtth - @Chafyrtths

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