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La página herida: poética de Jonathan España

En “El silencio voraz”, Jonathan España escribe para no morir, no para justificar el yo efímero, sino para vivir intensamente los puertos donde toda condición ancla.

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Julio César Goyes Narváez
25 de mayo de 2025 - 11:00 p. m.
Jonathan Alexander España es escritor, editor y gestor cultural. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos en diversas revistas impresas y virtuales, tanto colombianas como internacionales.
Jonathan Alexander España es escritor, editor y gestor cultural. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos en diversas revistas impresas y virtuales, tanto colombianas como internacionales.
Foto: Archivo particular
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Cuando el silencio devora, acalla la palabra exaltando la imagen, la espectaculariza ante la mirada insólita y conmovida del poeta. Peligro y lucidez, de allí que el poeta vuelva una y otra vez al meta-poema, a la imagen que hiere la página. La poética de Jonathan Alexander España Eraso es arriesgada y abisal. En el acto de lectura —como en la escritura—, el título es una llave que abre o cierra los sentidos del texto. El silencio voraz fluye a lo largo de un libro fragmentado en poemarios que a su vez se expanden en breves y concentradas composiciones que le dan continuación —tal vez de forma más libre— a las de Paisaje de luz (2021). No es gratuito que los subtítulos se engarcen gravitando en la imagen del fuego, el relámpago, lo blanco, la hoja de papel, como si la voz hubiera quedado sobreseída, intimidada, controlada.

El poema: lana y aguja

de mi tejido.

Recurro al borde de la explosión imaginativa, pero evito quedarme en la pirotecnia e intento juntar las rendijas de luz. ¿Hasta dónde el poeta se puede dejar seducir por la levedad, alejarse de la tierra, sin poder habitar en ella con el peso de la palabra, aunque se desplome con su herida trágica o su ser herido por ir contracorriente y esforzarse por interpelar el silencio para reestablecer el sentido?

Las heridas presiden el papel.

***

El poema

cuchillo oxidado

Yace en la tierra.

Pienso con Hölderlin en el lenguaje como el más peligroso de los bienes, así la poesía, que es su esencia, atenta contra la apariencia y la comodidad, por ello es peligrosa, desvela la verdad, nimba lo real; sin embargo, esto sucede cuando se apalabra el mundo. Es decir, cuando se muerde el silencio y a través de la palabra se logra que aparezca en el sentido.

En suspenso estallo en sílabas,

en espejos que desgarran

el gesto y el abandono.

Retomo: si la palabra es devorada y aniquilada por el silencio no quedan sino imágenes, y estas solas, desgarradas, pulsionales, no alcanzan a morar en lenguaje poético. Ese es el riesgo y también su ventura. Ahora bien, la necesidad de apalabrar el abismo es legítima en el poeta y más en una cultura de la imagen y la pantalla, donde todo está hibridado y los mapas se desdibujan, las fronteras se pierden difuminadas por las migraciones, por la velocidad y la brevedad; tiempo este de las tecnologías digitales audiovisuales que arrancan la intimidad y la hacen pública, entran como un ojo caníbal y lo devoran todo; así las redes sociales y las solidaridades políticas. Las ganas de ser universales desde la parcela violentaron los grandes relatos y dinamitaron la centralidad del sujeto a favor, claro, de múltiples subjetividades y, en algunos casos, migraron a la objetividad como si el ensueño fuera una hipótesis a demostrar en un laboratorio de química. El viejo sueño de la modernidad hoy lo conocemos como globalización y mundialización de la cultura. Aun así, el poeta, testigo del acontecer y de su propia habitabilidad, y en plena devoración, lucha, se arriesga:

La guillotina hiende la cabeza

de quien escribe en la frontera del poema.

***

Libro de niebla.

Entre palabras y agua

emerge el poema.

La poesía es ante todo palabra, o mejor, caldero donde esta se sazona con la imagen, el silencio y otras yerbas alquímicas como el ritmo que se espacializa y la voz que atrapa migajas de tiempo. Hablo de la imagen lingüística, no de la visual, gráfica, cinética, donde la poesía también reverbera. Retomemos el hecho de que el poeta tiene que intentar mediar entre la pesadez de su cuerpo que lo hunde en la existencia habitando la tierra y la levedad del ser, operación peligrosa si no es contenida, ¿qué tan lejos o cerca está lo proclama del dios creador a lo Huidobro?

En la página

el viento desgarra a dentelladas

esta voz.

***

El poeta calla nuestra espera

en la noche limpia.

Como una boca, exprime

El zumo de los hombres.

***

El páramo desemboca

en el fondo del poema.

Un silencio frondoso

Sigue su curso.

Huidobro, dicho sea de paso, sentía la gravedad y por eso contradiciendo su peso volaba atado. Su creacionismo lo impulso a reconocer los sentidos que el cuerpo como lenguaje acuna, pues es la fuente del vivir cada día como si fuera el último. Así, Jonathan España conjura, pues no hay otra salida, escribir para no morir, escribir antes de morir, no para justificar el yo efímero y encontrar recuerdo en la vanidad de haber vivido, sino para vivir intensamente los puertos donde toda condición ancla. Escribir para ritualizar aquellos instantes, tal vez horas, en la que todo es urgente y las cosas del mundo hablan. Se trata de escucharlas y hacerlas hablar en el poema.

Llueven palabras.

las nubes señalan al ciervo.

Gallinazos descienden

como niebla.

En esta hoja,

El cántaro y los huesos.

Sólo ruegas que

En la mitad del poema

La muerte no se asome.

[Conjuro. El silencio voraz]

Decía que esta poética de Jonathan España es arriesgada, pareciera que refriega la imagen en su lirismo mucho más que se acomoda al relato; es decir, hay tensión y convivencia de imágenes, un creacionismo vital, familiar, terrígeno, territorial, íntimo, mortal; por eso el poeta lucha con el silencio, no quiere ser devorado aun cuando lo proclame, tampoco quiere se aventado a una mudez desorbitada, a un aniquilamiento sensorial. Esta propuesta escritural —antes lo había señalado en Paisajes de luz, 2021— es un combate con la atracción del silencio y su ofrecimiento del verismo pulsional obsesivo, a veces difuso entre la niebla, pues la luz, como el silencio, vuelve leves los cuerpos. Esta lucha porque la palabra fugaz encuentre sentido en el sinsentido —oficio y misión del poeta—, no únicamente de los poemas sino de la cotidianidad mundana que vivimos las veinte cuatro horas del día, es la que destaco en mi lectura y con la cual me he visto obligado a “herir la página”. Maillard Chantal tiene razón: “para oír al pájaro es preciso acallar las voces que envuelven opacos los cielos e impiden la mansedumbre”. Desde luego, no hay que olvidar que el canto del pájaro no puede evitar el final que nos acecha y de seguro ni lo vemos. Escribo, entonces, desde la emoción que el poeta siente al adivinarse entre los signos troceados del poema.

Heredo la voz de mi abuela.

Su sangre

engendra esta página.

***

Soy una página fugitiva,

fisura del invierno.

***

El color del poema

llueve en mi cuerpo.

***

Heme aquí en el camino que no tiene final.

La ofrenda que te llevo son las cenizas de mi padre.

El ojo insomne me despoja de las palabras.

La conciencia de escribir desde el silencio, de relampaguear y desacomodarse con la brevedad, evitando ser devorado —del todo— por la pulsión escópica y el imaginismo, es lo que hace de este libro un espacio de inmersión para que el lector ocupado y conectado de la sociedad industrial y las tecnologías digitales, escape del miedo al silencio que el consumo promueve.

Por Julio César Goyes Narváez

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