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Hace apenas pocos meses, el poeta y narrador caleño Armando Romero publicó con Sílaba Editores su novela: “El vientre de todas las guerras”. Es un extenso texto escrito desde el exilio, con una mirada puesta en las guerras del siglo XIX en el Cauca y Valle colombiano y la otra, en un presente que avanza en Europa, a medida que leemos.
Una pulcra edición, escrita en capítulos muy cortos, alternados: uno, en el escenario de las cruentas guerras de 1874-1903 entre liberales radicales y conservadores asociados con la iglesia católica, donde además de las vicisitudes que estas batallas conllevaron, se narra la historia del abuelo y tío (Primitivo y Pacífico) de Ariel, en un espacio de autoconciencia-histórica-biografía de familia y de país. En el otro espacio, un escritor (Ariel) en el autoexilio, se envuelve en un thriller policiaco con la mafia colombiana y rusa, entre tráfico de mujeres latinas y todo tipo de mercado ilegal en las esquinas de Madrid y Venecia.
Lo primero que nos causa cuidado es el riguroso trabajo de Armando Romero al alternar, sin tropezar, una y otra historia, diferenciadas en tiempos, escenarios, personajes, acontecimientos, lenguaje, creencias y pasiones, durante las 336 páginas apretadas, en donde la peripecia es continua, casi sin respiro, pero además llena de escaramuzas y estrategias de guerra, alianzas, traiciones entre los líderes políticos, amores y amantazgos a plena luz y entre los ruidos de los fusiles y machetes, en medio de batallas, hijos legítimos y no tanto, cabalgatas interminables de un lado a otro del país, negocios de exportación e importación desde un extremo de un territorio sin caminos, sin correos más que las postas a caballo y los mensajes que llevan y traen noticias de triunfos y derrotas. Dos novelas juntas, son estos capítulos alternados, que recogen la historia del país en una, y en la otra, el protagonista Ariel (alter ego de Romero) investiga, lee y escribe, en compañía de Aminta (su mujer española), la novela que leemos. Ella, como periodista, lo lleva a ser actor de ese thriller un tanto “cómico-ridículo” en el que se meten con la mafia rusa-colombiana. En estos capítulos, Ariel hace explícita su investigación que proporciona ese elemento de resaltar en esta primera historia que es un análisis de la poesía escrita sobre la guerra por los poetas de la época, y un señalamiento directo a su posición política-religiosa:
“¿Los poetas contra los políticos y a favor de los partidos? Colombia es un zafarrancho, en verdad.” (pág. 205) (conversa Aminta con Ariel, desde la narración contemporánea).
“Qué buena palabra para señalar esa poesía colombiana del siglo XIX, “zafarrancho”. El único que se salva es Silva, Don Asunción, dijo Ariel. Fíjate que en el bando conservador estaba primero Julio Arboleda, quién era pariente cercano de Tomás Cipriano y quién este había protegido. Por el lado liberal estaba el poeta negro Candelario Obeso, quién debía mucho a la liberación de los esclavos y era un devoto admirador de Don Tomás… Rafael Pombo, el poeta de los dulces amores, también les pelaba los dientes a los hombres en guerra. (…) Hay dos horribles, padre e hijo, José Eusebio Caro y Miguel Antonio Caro, extremistas políticos conservadores, clericales, perseguidores de todo pensamiento liberal” y siguen Jorge Isaacs (primero un romántico conservador y luego un guerrero liberal), etc. Y siguen versos y poemas.
No es un aspecto menor la descripción detallada, a veces en exceso, de las actividades comerciales de la colonia de inmigrantes italianos, específicamente de Ernesto Cerruti, quién comercia, se aprovecha de las oportunidades, explota, se enriquece y participa activamente con los liberales radicales en las batallas contra los conservadores y abiertamente contra la iglesia católica. No es gratuito esto porque el transporte fluvial, el ferrocarril, el comercio de Buenaventura se fortalece y este acumula bienes, haciendas y capitales.
El discurso narrativo maneja la ironía, la precisión histórica, la ficción cuando toca los temas personales y cotidianos en la intimidad y en el pensamiento, construye un paisaje integral de la época y el país que desemboca en la guerra de los mil días y la separación de Panamá.
El otro aspecto de resaltar es el conocimiento del autor sobre lo tecnológico contemporáneo. Ariel, el escritor protagonista se mueve muy bien en redes y en plataformas de búsquedas; la novela crea un ambiente bien maqueteado en grupos de Hackers y cafés subterráneos donde adictos a la informática se encuentran para navegar en espacios virtuales que colindan con la delincuencia, el tráfico y el secreto. Se tropieza el lector en varias oportunidades con la mención de búsquedas con inteligencia artificial y, por instantes, este piensa si algunas de las peripecias y escaramuzas del cuarteto, conformado por Aminta, Ariel, la jovencita brasilera Clarice y su protector y amante, son resultados de poner en juego la plataforma de IA para entrecruzar sitios, intrigas y posibilidades.
Un momento es explícito, cuando Ariel hace uso de la IA para que esta escriba un poema de Jorge Isaacs que se reproduce en la novela y el protagonista afirma que este “aparato” (aplicativo Gemini, creo) escribe primero con el pensamiento conservador de aquel y no con la beligerancia liberal con la que escribió los poemas a la guerra. Duda sobre la efectividad de IA, ironiza y crítica.
Conociendo al autor como juicioso crítico literario, poeta y novelista, no hay el menor resquicio que su diseño de novela: entrecruzar de tiempos e historias, el plantarse en lo contemporáneo y en el exterior para narrar el pasado e interior del país, servirse de la ficción para realizar un análisis crítico de la poesía de finales del XIX y además realizar un acto de autoconciencia narrativa al poner al protagonista a construir de forma explícita la novela que leemos, se combina abiertamente con la obra de Blaise Cendrars, que es construida con parte de sus viajes por el mundo, reales o imaginarios, como fuente de inspiración.
No hay duda de que el conocimiento de la buena comida española, italiana, francesa y griega, además de sus vinos, son producto de las travesías literarias emprendidas por Romero durante años para conocer ciudades, cementerios y cafés de escritores que abundan en la novela, presentando un tapiz experimental para cualquiera que busque pistas de escritores de literatura.
Muchos tópicos se tocan en la novela, pero no creo que su pretensión sea totalizante. Pienso en el propósito de dar cuenta de unos años de guerra en el occidente del país, que fueron determinantes en lo político (la constitución de la regeneración) y la base de esa continuidad de gobiernos conservadores que hemos llevado a cuestas. Armando Romero escribe para salvar ese vacío histórico con su región (Valle-Cauca), sabe que es necesario contarlo-novelarlo y se sienta a investigar en bibliotecas y redes, pero otra novela se le atraviesa a la escritura de la primera y por ello relata la historia de Aminta-Clarice-Celso, Patricia-mafias en Madrid, Venecia y Grecia, lo cual le permite de forma gradual entrelazar los dos textos, nombrar y construir a su abuelo y tío sobre la mesa donde se escribe y suceden las dos historias diferenciadas casi 150 años. Las dos se funden en un abrazo de ficción.