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Reseña de la película “Sinners”: la libertad no se lleva en la sangre

Sinners (Pecadores), la película de vampiros en el Delta de Mississippi, dirigida por Ryan Coogler, nos muestra que hay otras formas de trascender más allá de la vida y más allá de la sangre: el blues.

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Javier Morales Cifuentes
06 de mayo de 2025 - 06:55 p. m.
"No hay por qué tardar en decirlo: esta película de Ryan Coogler es un canto a la libertad"./ Fotograma tomado del tráiler oficial de "Sinners), Warner Bros Pictures.
"No hay por qué tardar en decirlo: esta película de Ryan Coogler es un canto a la libertad"./ Fotograma tomado del tráiler oficial de "Sinners), Warner Bros Pictures.
Foto: Warner Bros Pictures
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El murmullo, cada tonada de blues tiene la cualidad de hacer descender las pulsaciones y ver con nuevos ojos cualquier atardecer. El Delta del Mississippi, en 1932, es una región donde los campos de algodón son extensos colchones en los que saltan las notas musicales que salen de las gargantas, las guitarras y los pianos del blues. Cada canto que se mezcla y se escabulle entre los altos pastos es un plañido de dolores marcados en generaciones de cicatrices del pueblo negro que sobrevive y perdura en estas tierras.

Sammie Moore (Miles Caton) conoce el legado de estos cantos y del poder que reside en las cuerdas de su guitarra. Por eso, en la escena inicial de Sinners (2025), se niega a soltar el mástil de su guitarra, a pesar de que es todo lo que le queda de ese instrumento salvavidas.

No hay por qué tardar en decirlo: esta película de Ryan Coogler es un canto a la libertad. Sin embargo, es también un ensayo sobre las formas de libertad que el ser humano puede alcanzar, según como vengan los vientos de la pasión. Hay pasiones efímeras, carnales, místicas, oscuras, religiosas y poéticas. Pero todas son caminos distintos hacia un mismo destino: las ansias de libertad.

En el caso de los gemelos Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) la pasión que los mueve los lleva a abandonar un Chicago que muchos creerían que estaba a salvo del racismo del sur, pero no es así, el racismo está en todas partes, no solo en los estados del sur en los que prevalece el sistema Jim Crow. Por eso regresan al delta para armar un equipo de sirvientes que se animen a trabajar en la inauguración de su bar nocturno, un sitio de fiesta y música que esperan que se convierta en un referente en la región. Al primero a quien buscan reclutar como parte de los músicos convocados a encender la fiesta en esa noche inaugural es al hijo del predicador, su primo Sammie, quien justamente sueña con poder mostrar su talento y empezar así el camino a convertirse en uno más entre las leyendas del blues.

Pero los caminos hacia la trascendencia pueden tener inicios inesperados. Y esa primera noche de Sammie, esa vitrina hacia la fama que espera que sea su noche en realidad será un silbato silencioso que llamará a las fuerzas más oscuras, a una jauría de maldiciones y de pactos non sanctos, pues en el Delta del Mississippi hay un vampiro suelto.

Antes de que caiga la noche, Smoke hace una visita. En un pequeño bosque deja unas flores en una tumba frente a la casa de Annie (Wunmi Mosaku), la madre de esa criatura que no pudo sobrevivir y la razón por la que Smoke no puede hacerse llamar padre, ni trascender. Stack, en cambio, rehúye viejos amores al cruzarse con Mary (Hailee Steinfeld), mientras, en la estación de trenes, busca reclutar a Delta Slim (Delroy Lindo), un músico que no duda en dejar el bar al que lleva años yendo a tocar el piano ante la oferta de unas cervezas irlandesas y unos dólares de más.

La noche cae pronto y los elegidos ya tienen su lugar. Cornbread (Omar Benson Miller) cuida la entrada. No se permite la entrada a blancos, pero Mary tiene el privilegio de ser la jovencita querida por todos los que han servido a su familia. Annie está encargada de la cocina. Y la pareja de esposos chinos Grace (Li Jun Li) y Bo Chow (Yao), además de poner el letrero con el nombre del bar “Club Juke”, ayudan sirviendo los tragos. El resto está dado para que empiece la fiesta. La casa está llena y el rumor de buen blues asoma entre las tablas de aquel establo.

Es entonces cuando Sammie toca su guitarra y envenena el ambiente con la potencia de su voz que parece salida de otro mundo. A medida que toca las primeras notas, se abre paso entre el público, pero también empieza a abrirse paso a través del tiempo, pues la música se convierte en una máquina del tiempo, en una piedra filosofal que trae a la vida a los ancestros africanos y sus cantos de tambores, pero también es una alquimia que va revelando los beats del hip-hop en el futuro. Así, alrededor de Sammie se va formando un torbellino de cuerpos y de danzas que mezclan épocas y eras de la música negra. El fervor y la intensidad son tales que la música se vuelve fuego y el establo se incendia dejando a todas y todos bajo la inmensidad de una noche en la que pasado, presente y futuro se fusionan en esa llamarada musical.

Pero ese llamado a generaciones, esa llama de música negra, también atraen lo que será la perdición de cada alma en ese bar. Tres vampiros, liderados por Remmick (Jack O’Connell), un demonio, una sombra del mal, quieren su orgía de sangre y tocan a la puerta del establo para ser invitados a la fiesta. Pero Annie descubre que algo anda mal y convence a Stack de que no los dejen entrar.

De nada sirve. Esta fiesta ya lleva su propia condena. La sangre llama y la inocencia y la buena voluntad de Mary se convierten en el camino que les da entrada a los vampiros para transformarse en legión. ¿Y cuál es la prenda de cambio con la que buscan tentar a quienes no han caído en sus fauces?: la promesa de una eterna libertad, la joya de trascender en vida a través de los tiempos. Y esa clase de libertad en estas tierras de segregación y racismo es una oferta difícil de rechazar.

Pero Sammie conoce otro camino, sabe que la libertad no se lleva en la sangre, y conoce otro modo de trascender, uno que no está exento de sacrificio: el blues. Por eso se aferra al mástil de su guitarra destruida mientras el coro de la iglesia canta This little light of mine (Esta pequeña luz mía), porque la música es esa pequeña luz que Sammie —y cualquiera que se lo proponga— tiene en sus manos para trascender y ser verdaderamente libre.

Por Javier Morales Cifuentes

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