Hanta, el personaje central de Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal, es sabio y culto a pesar de sí mismo. Recipiente de palabras. Libro caminante. Artista sin espectador. Lector de la vida y de las letras. Amigo de los ratones y verdugo de ellos. Amante y solitario. Tomador de cerveza empedernido, sin ser borracho. De hecho, dice que detesta a los borrachos. Bebe cerveza porque le permite pensar:
“Bebo jarras enteras de cerveza no para emborracharme. Los borrachos me horrorizan. Bebo para poder reflexionar mejor. Para penetrar hasta el corazón mismo de los textos. Porque no leo para divertirme. Ni para pasar el rato. Ni para conciliar el sueño. Leo para que el texto me despierte. Para que la lectura me produzca escalofríos”.
Hanta, lector y escritor. El libro es escrito por él mismo. Es decir, si nos ficcionamos, sabemos que estamos leyendo el manuscrito de Hanta, quien juega con nosotros, sus lectores: “Si supiera escribir, haría un libro sobre la mayor suerte y la mayor desgracia de los hombres.” Una soledad demasiado ruidosa es ese libro sobre la mayor suerte y la mayor desgracia de los humanos.
La mayor suerte es el arte. La lectura que permite conocerse. Que llena la cabeza de ideas efervescentes. Que otorga una soledad distinta. No una soledad de aislamiento, sino una soledad contemplativa. Una soledad que permite caminar como volando con las ideas. Que hace de las letras carne y sangre. Tal vez esa sea la mayor fortuna de los seres humanos: ser para el arte y la belleza.
La mayor desgracia: vivir en una sociedad que mutila ese deseo de arte. Una sociedad que quiere volvernos autómatas. Seres que no piensan, que no sienten y que no viven.
Hanta vive con la mayor de las suertes y a la vez con la mayor de las desgracias. Su trabajo parece terrible. Es un obrero que prensa libros, que los destruye. Sin embargo, hace su labor de otra manera. Bebe cerveza. Piensa. Lee. Rescata libros. Camina. Lee. Obsequia libros. Lee. Construye su casa como una gran biblioteca. Él mismo es un libro. Empaca los paquetes como si fueran obras de arte. Es el artista de su propia obra y a la vez su único espectador.
En su obra de arte, que es su vida misma, aparece su jefe, la representación del sistema opresor. Le recuerda, haciéndole sentir culpa extrema, que lo importante es producir, no las letras, no la belleza.
Hanta vivía en la Checoslovaquia comunista, bajo un modelo soviético. Sin embargo, la historia hoy resuena más distópica. Hay muy pocos espacios para la creatividad. Lo que importa es la producción en masa, los likes, las acreditaciones, que no son otra cosa que la estandarización de todos los procesos y de la vida misma.
Nuestro héroe, hasta donde puede, le hace trampa al sistema, se venga de él con su arte, con su lectura, con su forma de vivir. Sin embargo, hay un momento en que todo eso se derrumba. Pierde la posibilidad de crear. Cae en la mayor desgracia de la humanidad. Enseguida viene el autoaniquilamiento.
Una soledad demasiado ruidosa es un libro enternecedor, irónico, bello. Lleno de ensoñaciones. Y deja una pregunta fundamental: ¿cómo hacer del trabajo y de la vida un lugar de belleza y de creatividad?
Conocí este libro por el pódcast El refugio de los tocados, de Laura Camila Arévalo. Al escuchar el podcast, noté que ella también se hacía la misma pregunta: ¿cómo hacer del trabajo un espacio de creación y de belleza? ¿Es posible?
Es triste lo que le sucede a Hanta: aniquilamiento. Asimismo, es desgraciado vivir en una sociedad que tal vez solo empieza a vivir después de las seis o siete de la noche, cuando el cuerpo ya está cansado y gastado.