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Ricardo Camacho:“Una obra que necesite justificación simplemente no es importante”

En 2023, el Teatro Libre, uno de los espacios de artes escénicas más emblemáticos de Bogotá, cumplió 50 años. Camacho, su director y cofundador, ha sido una de las personas claves para que la sala se mantenga en pie.

Danelys Vega Cardozo
10 de diciembre de 2023 - 12:00 a. m.
Ricardo Camacho llevó al teatro cuatro obras de Dostoyevski: “Crimen y castigo”, “El idiota”, “Los hermanos Karamazov” y “Los demonios”.
Ricardo Camacho llevó al teatro cuatro obras de Dostoyevski: “Crimen y castigo”, “El idiota”, “Los hermanos Karamazov” y “Los demonios”.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Hubo un tiempo en que Ricardo Camacho creyó en el teatro como una herramienta de transformación social. Lo creyeron él y otros tantos. En su caso, de aquel pensamiento ya no quedan rastros. “Lo que transforma la sociedad es la economía, la política. El arte lo que puede hacer es enriquecer la vida interior de las personas”.

Lo dice como testigo, como alguien que todos los días decide seguir apostándole a la misma causa por el “goce vital y espiritual” que le produce. En él, solo la literatura y ver buen fútbol tienen el mismo poder que las artes escénicas. Las artes de las que se enamoró desde su etapa colegial, la que no abandonó ni estudiando Filosofía y Letras, y la que reafirmó con las obras de Santiago García. El amor nunca le nubló la razón: desde siempre supo que “aquí no se podía vivir del teatro”.

Cuando empezó en el teatro, no ganaba ningún peso; la cartera se llenaba con las monedas que le daba su otra vida: la de profesor universitario. Pero su principal vida era en el escenario, entonces siguió y siguió en ese camino. Y sin imaginárselo, ni por un instante, ya son 50 años que tiene su teatro: el Teatro Libre. Ni ahora ni antes ha caminado solo: entre los fundadores de aquel teatro figuraron otras personas como Germán Moure, Jorge Plata y Héctor Bayona, y sabe que sin su colectivo teatral no existiría ninguna sala. “Sin un equipo esto no camina”.

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Con su equipo le han apostado al mismo teatro: el de autor, pues a Ricardo Camacho lo que más le interesan son los personajes, y su creación depende de un autor. No tiene una lista de los personajes teatrales que lo han confrontado; son tantos que ni para qué enumerarlos. Pero en ella no faltan los griegos, los de Shakespeare, Chéjov y Arthur Miller. Más allá de la dramaturgia, hay otro escritor que ha estado muy presente en su vida, incluso en su teatro: Dostoyevski. A él lo conoció desde su adolescencia y quedó impactado, en especial, por un aspecto: su exploración en los límites del ser humano. “Sus personajes no son buenos ni malos, ni los juzga, ni trata de inducir al lector a que tome determinado punto de vista, sino que tiene que hacer un esfuerzo enorme por entrar en ese mundo y sacar las conclusiones que tenga”.

No cree que Dostoyevski necesite alguna justificación, tampoco piensa que Bach, Picasso ni García Márquez la requieran. No solo ellos. “El arte no tiene ninguna justificación, el arte es y punto. Una obra que necesite justificación simplemente no es importante”. Su obra, la que ha construido junto a su colectivo teatral, siempre le ha apuntado al mismo espectador: “Inteligente, sensible, que esté dispuesto a recibir algo a lo que no está acostumbrado, que tenga, sobre todo, sensibilidad y apertura”. Si no es así, “no le interesa”.

No tiene problema en reconocer y aceptar que el teatro, al igual que otras artes, es para una minoría. “Y esa minoría tiene ese derecho; no se lo pueden quitar, porque si no todos quedamos en mano de la vulgaridad, de los lugares comunes, de la tontería y la banalidad comercial”.

A pesar de eso, ¿ha pensado en desprenderse de la lucha?

Todos los días, pero ahí sigue uno. Uno no puede no hacerlo.

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***

Nunca queda totalmente satisfecho con sus montajes, por eso su favorito siempre es el próximo. “Una vez uno creó una cosa, eso ya no es de uno”. Le gusta que la obra empiece a vivir sola, que no sea como el cine y la literatura, que saben bien lo que es la permanencia. “En el teatro, la obra se va muriendo, no queda nada, afortunadamente”. Lo dice con júbilo porque le interesa la fugacidad. Por eso, no es escritor, compositor ni director de cine. “Alguien decía: ‘El teatro está escrito en el viento; se va’”.

El teatro, como diría él, se reinventa cada noche. “Eso es una de las cosas más lindas”. Al voltear la cara de la moneda, se da cuenta de que también hay feas. Cuando se acerca el estreno de una obra, siente que puede llegar a sufrir como lo haría “una mujer en un trabajo de parto”; a veces las luces se dañan, un vestido falta, una escenografía no funciona o una escena sobra. La batalla no termina en el escenario, la verdadera batalla continúa afuera. Allá lo espera la indiferencia estatal. “Tengo que decir que en Colombia esto ha cambiado y hay mucha más conciencia por parte del Estado de la necesidad de subsidiar, así sea en parte, a las artes. Pero falta mucho porque aquí no hay una compañía nacional de teatro”.

A ratos, sus respuestas comienzan con un “no sé”, pero nunca finalizan con las mismas dos palabras, sino con una o varias hipótesis de lo inquirido. De lo que sí tiene certeza es que sigue haciendo teatro porque “no sabe hacer otra cosa” y porque lo enriquece internamente. “No necesito más. Nunca he buscado más”.

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Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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Un parto de toda la vida. Admirable su tarea.
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Gran acuerdo con el artista. El arte por ese goce espiritual. Y lo entiendo tanto cuando desde su corazón compara el literatura, buen fútbol y arte escénica. Y así lo vivo, tengo mis propias conclusiones que muchas veces me saca buenas sonrisas.
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