Bueno, estoy frente a un escritor que lleva ya más de cincuenta años escribiendo. Empezó muy joven, pero ya son cincuenta años. Entonces, la primera pregunta para ti hoy es: ¿qué significa ser escritor?
Yo creo que continúa teniendo el mismo significado que el primer día cuando me descubrí escribiendo. Yo me propuse, desde ese momento —estaba todavía en el colegio—, que cualquier cosa que hiciera en la vida tenía que tener como centro la escritura. Ganarme la vida, lo que yo estudiara, la familia que iba a tener, todo debía mantenerme en ese centro. Por fortuna, siempre tuve gente muy cómplice, mis compañeras de vida, Alma, Coca, Margarita, Lucy, mi familia, mi madre, y eso fue fundamental para que esté hoy yo acá, a pesar de las dificultades que conlleva ser un escritor en Colombia, país donde no hay muchas alegrías siendo escritor. No importa si te publican mucho o poco. Aunque en ese aspecto yo no he tenido problemas, he publicado los libros que he querido publicar. (Recomendamos: Columna de Esdteban Carlos Mejía sobre la novela “Banzai”).
¿Qué es lo que significarían las alegrías para resaltar?
Yo creo que básicamente encontrar un solo lector, desde el primer día me lo dije: encontrar a un solo lector que pueda entusiasmarse y conmoverse con lo que yo escriba. Y desde el primer libro sucedió. Recuerdo cuando publiqué mi primer libro, eran esos lectores que me asaltaban en los bares, para hablar de los cuentos que formaban parte de ese primer libro y así los seguí encontrando siempre. Siempre he tenido algún lector o lectores muy entusiastas, y eso para mí es lo fundamental. El lector sigue siendo lo fundamental para el quehacer del escritor. (Tres escritores latinoamericanos preseleccionados al Premio Booker International).
¿Cómo es esa historia del escritor que desde los 17 años empieza a intentarlo? y ¿qué va pasando?
A mí me descubre la mamá de un gran amigo mío. Yo no sé si puedo o debo contar eso, pero estábamos en el colegio y la mamá de Marcos Roda, María Fornaguera, que era profesora de Literatura y escritora, descubrió un texto mío que yo entregué para un centro literario y le dijo a Marcos: “Este chico es escritor” y eso para mí fue clave. Porque que alguien ajeno a mi familia me dijera que yo era bueno para algo fue muy importante. En ese momento pensaba que yo no era bueno ni para el fútbol, ni para el vóley, ni para nada y que alguien dijera que era bueno para escribir fue un impulso definitivo. Y esa conciencia de que podía ser un escritor fue clave para mí, porque evidentemente yo venía escribiendo cosas sin darme cuenta. A los 17 años hacia una especie de novelas gráficas. Yo contaba historias y trataba de hacerlo de manera visual. De hecho, si tuviera que empezar mi carrera en este momento lo más probable es que me inclinaría por la novela gráfica.
Era una época en la que no había tantas posibilidades para publicar. Yo fui finalista en un premio nacional y gracias a eso me publicaron mi primer cuento en las Lecturas Dominicales de El Tiempo. Ese fue un buen debut. Así seguí, durante los primeros diez años de mi proceso, tomé la ruta normal de publicar en los suplementos dominicales y en las revistas literarias. En esa época había suplementos literarios en periódicos de provincia, de Medellín, Barranquilla, Manizales, Bucaramanga, Cali, etcétera. Después gané un par de premios nacionales de cuento y en 1981 gané el único premio de libro de cuentos que se convocó por aquellos años: el Premio Nacional que daba Carlos Valencia Editores. Gané con mi libro Gentecita del montón y fue con ese libro que los lectores empezaron a hablarme en los bares.
Mi segundo libro de ficción fue una novela para lector infantil, Una aventura en el papel, que en este momento están reeditando en tapa dura. Me sorprende que después de tantos años se continúe reeditando y reimprimiendo. A esa novela dirigida al público infantil juvenil le siguieron otras dos, protagonizadas por un detective de cuento infantil derivado del personaje de Philip Marlowe. En cierta forma, ese fue mi primer experimento con la novela policíaca. Después publiqué Alquimia de escritor, que era un libro de reflexiones sobre la creación. Son mis primeras reflexiones, mis primeras búsquedas de los secretos de la escritura creativa a través de las voces de otros escritores. Y de inmediato El informe de Galves y otros thrillers, que es el primer libro de género negro que publiqué y que, en cierta forma, se publicó en Colombia en aquellos años. En ese momento nadie se interesaba por nada parecido a la novela negra y ese libro es uno de los primeros casos. Después de El informe de Galves, continué una manera de escribir cuentos que era también una búsqueda de encontrar Bogotá, y ahí viene un segundo libro que se llama Vamos a matar al dragoneante Peláez.
El cuento para mí es muy importante, estuve muy concentrado esos años escribiendo cuentos hasta que publiqué una nueva novela: El anarquista jubilado. Pero ahí surgió una posibilidad que fue fundamental para que los cuentos se pudieran conseguir, porque era una pena que mis cuentos se estuvieran perdiendo, digamos las editoriales los publicaban y, si uno no tiene un éxito brutal, pues los descatalogaban. Entonces, viene una edición, para mi clave, que fue el siguiente libro de cuentos que iba a publicar con Benjamín Villegas y que titulamos Necesitaba una historia de amor. Era una colección que dirigía Luis Fernando Charry, y ahí recopilamos muchos los cuentos de los libros anteriores y varios nuevos. Ese libro para mí es una recopilación cheverísima, porque realmente recogía mi visión de todos los cuentos de Bogotá, eso fue en 2006.
Por el camino escribí dos novelas, que no publiqué por razones tontas, pero que espero, recuperar y publicar. Una se llama Tierra bronca, que me gusta mucho, novela sobre mi experiencia en Ecuador y que por diversas razones no quise publicar. Me parecía que era una novela odiosa, como escrita con cierta rabia. Pero ahora, que la he vuelto a mirar, creo que tiene más méritos que deméritos. La pienso publicar relativamente pronto. La otra es una novela basada en El informe de Galves, en ese período de la historia que va entre el 9 de abril y los comienzos de la dictadura de Rojas Pinilla, que es una novela que se llama Escrito en plomo derretido y no la publiqué en su momento, hace ya años, básicamente por tonto, porque era una novela sobre el 9 de abril y Miguel Torres y Arturo Alape publicaron sus novelas sobre el 9 de abril, y yo no quise publicar otra novela más del tema. Hoy me doy cuenta de que era una ridiculez, porque es una novela realmente distinta. Ahora está en cola para ser publicada. No tengo afán, después de haberla guardado tanto tiempo.
Después publiqué el libro de cuentos breves Agujeros negros y luego vino la posibilidad de reeditar Necesitaba una historia de amor con Panamericana, pero entonces la editora dijo que era muy largo para la colección, me pidió que lo dividiéramos en dos y eso hicimos, lo dividimos en dos y lo alimenté con nuevos cuentos. La primera parte se llama El profeta ebrio y otras alucinaciones, y la segunda parte la publicó editorial Eafit en su colección Bajo las Estrellas y con el simple título de Cuentos.
También hice un libro de poemas, Relato del peregrino, que es un libro muy personal. Lo publicó Alvarito Castillo en su colección poética de Ediciones San Librario. Un día él descubrió que yo tenía unos poemas, me pidió el libro y lo publicó con mucho entusiasmo. Obviamente la colección es de tirajes chiquiticos, ciento y pico de ejemplares, por eso fue un éxito, se vendieron todos. Ese es un libro que me gustaría republicar. Debo decir que escribir poesía no era raro para mí, porque cuando yo empezaba a escribir cuentos también escribía poesía. Lo que pasa es que me parecía que la poesía era algo que tal vez no era para mí, por eso tuve guardada esa colección hasta que Alvarito me denunció como poeta.
Pero también has desempeñado otros oficios.
La fotografía ha sido mi oficio más antiguo, me acompaña desde hace mucho. Desde los trece años yo tomo fotografías y a los veinte, cuando decidí que necesitaba un oficio para ganarme la vida, porque quería escribir y veía difícil vivir de la literatura, me pareció que la fotografía era mi opción. Mi familia me apoyó en eso, me dieron todos los cachivaches que necesitaba, me dijeron: “Si hay que darle alguna cosa, tenga a ver si sirve para algo”. Así empecé a trabajar y a ganarme la vida como fotógrafo. Hasta hace unos quince años todavía trabajaba con la fotografía. Hasta principios del siglo XXI yo seguía siendo un fotógrafo comercial. Además debido a la fotografía terminé haciendo documentales por encargo, así como algunos documentales más personales. En Ecuador hice esos trabajos audiovisuales. Yo tenía un grupo que se llamaba Snake Films, que era conformado por mi hermano Juan Carlos y por Coca Ponce, mi compañera de esa época, y también hicimos como seis o siete cortometrajes de ficción. Ahora casualmente estamos posproduciendo un primer corto que dirigí, hecho en dieciséis milímetros. Lo estamos recuperando, porque ha estado olvidado en una bodega, para incluirlo en un documental que estamos haciendo con mi hijo. Entonces sí, tengo también cosas en cine y video y también hice guiones para películas y series. Actualmente trabajo con un equipo de gente en el guion sobre mi última novela, Banzai.
Después de haber sido fotógrafo, te vuelves profesor de escritura creativa. ¿Cómo ha sido esa experiencia? Además que eres uno de los primeros en Colombia en trabajar eso.
Pues yo llego a Bogotá, después de vivir muchos años en Quito, cuando se estaba gestando la red Relata. Antonio Ungar, que la estaba dirigiendo, se iba del país; entonces estaban buscando quien lo reemplazara y me pusieron a mí. Yo tenía como antecedente mi libro Alquimia de escritor, porque la primera edición recuerdo que propusieron que en la portada dijera “manual para talleres literarios”. A mí no se me había ocurrido que pudiera tener un uso práctico, pero en realidad sí tiene una utilidad directa. A lo largo de los años, el libro ha sido muy consultado y lo sigue siendo. Lamentablemente, la editorial que lo tiene en la actualidad no lo mueve mucho, pero sé que hay copias disponibles. En Ecuador lo publicaron también y en España lo clonaron en gran parte para hacer un libro parecido. Hasta ahora ha tenido tres ediciones por tres editores diferentes.
Aterrizo en Relata como director responsable. Principalmente mi esfuerzo ahí fue un poco dotar a Relata como de un corpus teórico. Estuve más o menos un año y medio como director y después seguí un tiempito colaborando con algunos temas puntuales. Pero casi inmediatamente me fui porque creí que ya era suficiente, sin embargo en esas me llamó Azriel Bibliowicz, de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Y en paralelo, también empecé a trabajar en la especialización de la Universidad Central y posteriormente en la Maestría que se creó. En esos años empecé también a dictar un taller multidisciplinario que tengo con Coomeva, participo mucho en charlas y eventualmente también doy cursos aquí y allá; pero mis actividades permanentes son las dos universidades y Coomeva.
¿Cómo ha cambiado el mundo de la escritura desde que eres profesor de creación?
Cuando empezamos con Renata, uno se encontraba con los escritores un poco mayores que decían que eso no servía para un carajo. Que no se podía enseñar a escribir y dale que dale con esa criticadera de la escritura creativa y que más o menos eso era un chiste. Sin embargo, esa percepción fue cambiando poco a poco. Más adelante, los escritores que tanto criticaban, comenzaron a pedir ser parte de los seminarios, que los invitaran a dar charlas a los talleres. De hecho desde Renata, invitábamos a muchos escritores para que hablaran de su experiencia. Por eso yo creo que ese proceso iniciado por Renata y por las maestrías cambió el escenario literario totalmente. Yo siento que cuando yo comencé a escribir, cuando yo tenía 18 años, 19 años y publiqué mi primer cuento, el ambiente de escritura en Colombia era hostil y mezquino.
En cambio, cuando comenzaron los talleres a principios del siglo XXI en Colombia pasamos de la mezquindad a la solidaridad, En ese momento realmente empezó a cambiar la onda de los escritores. Empezamos a compartir con los colegas jóvenes o con los nuevos autores con más naturalidad.
Yo veo estudiantes que han pasado por la maestría o por cualquier taller conocido por mí, que publican su libro, y eso me encanta. Me encanta que surjan nuevos autores. Cuando yo comenzaba a escribir los escritores sentían que, si a mí me publicaban a ellos no, entonces como que la noción era que había que impedir que un nuevo escritor publicara, no había espacio para un nuevo escritor. Todo era muy mezquino, no había editoriales, no había nada. Cuando a mí me publicaron en Carlos Valencia Editores por haber ganado el premio nacional, me cayeron con todo. En un acto de antipatía que no volví a ver jamás. Yo creo que había la noción de que si se permitía que surgiera un nuevo escritor, iba a opacar a los que ya existían. Esa es una noción producto del poco profesionalismo. Carlos Valencia que era el editor, me apoyó y los mandó a la porra. Valencia fue mi primer editor literario y por supuesto guardo en mi memoria mucho cariño por él. Ahí hay un cambio muy grande. Hay mucho más profesionalismo y el campo lector ha crecido y por ende se ha ampliado. Obviamente el campo no lector se expande geométricamente y el campo lector aritméticamente.
¿Cómo es el panorama de la literatura colombiana actual?
Pues yo creo que es bastante bueno, yo creo que los autores más o menos ya consagrados tienen ya una obra firme. En Colombia tenemos un corpus literario bastante bueno, aunque obviamente regido por la figura monumental de García Márquez. Otra cosa que ha cambiado es la presencia de la mujer en nuestra literatura. Cuando yo comenzaba el ambiente era totalmente patriarcal. Yo recuerdo que cuando empecé a formar no estaban presentes. En ese mundo patriarcal, de fines de siglo XX, las autoras comenzaron a surgir muchas autoras jóvenes. El panorama cambió, dejó de ser un mundo patriarcal y empezó a ser mucho más equilibrado.
El caso de Albalucía Ángel, que es de esos tiempos anteriores a mí y estaba un poco oculta; Helena Araújo, ella estaba en Europa, y son autoras muy importantes y era como si no existieran, muy poco visibilizadas. Yo las conocía y yo las leía, La pájara pinta se publicó cuando yo estaba en mi época de aprendizaje. Yo no recuerdo bien, pero creo que fue Juan Gustavo Cobo quien diseñó el programa de publicaciones de Colcultura, que hizo el esfuerzo de publicar a las mujeres, un esfuerzo que merece ser mencionado. Él publicó a Helena, a Albalucía, a Fanny Buitrago, entre otras. Ahora realmente tenemos, no solo porque figuren por nombres y eso, sino porque son autoras de mucha calidad, entonces está Margarita García Robayo, Pilar Quintana, la Orrantia, estás tú. Tenemos a buenas autoras, todo un conjunto de mujeres trabajando y nuevas escritoras muy jóvenes como Fátima Vélez. Así se forma una literatura, que haya ese movimiento con pequeños círculos que se encuentran, grupos de editoriales chiquitas que van haciendo lo suyo, que ha cambiado, pero radicalmente en el sentido de que ya no existe esa mezquindad, hay más solidaridad y en términos de género mucha más presencia.
* Alejandra Jaramillo Morales, escritora bogotana. Ha publicado cuatro novelas, La ciudad sitiada (2006), Acaso la muerte (2010), Magnolias para una infiel (2017), Mandala (2017) y Las lectoras del Quijote (2022). Tres libros de cuentos, Variaciones sobre un tema inasible (2009), Sin remitente (2012) y Las grietas (2017), libro ganador del concurso Nacional de novela y cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y entre los quince nominados del premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2018. Las lectoras, su nueva novela que será publicada en el año 2021 es su primera incursión en la novela histórica. Ha publicado dos novelas para adolescentes con el sello Loqueleo; Martina y la carta del monje Yukio (2015) y El canto del manatí (2019). Ha publicado numerosos artículos sobre literatura y cultura y tres libros de crítica literaria y cultural, entre ellos Nación y Melancolía: narrativas de la violencia en Colombia (2006) y Disidencias, trece ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX (2013).