“Más allá del amor” es el lema que acompaña la obra de Wenses y Lala, una historia contada desde la muerte, que explora en los aposentos de los recuerdos de cada uno de los personajes y ahonda en los secretos, adversidades y añoranzas de ambos. Y ese mismo lema define a Adriana Arango, quien interpreta a Lala, y a Robinson Díaz, quien interpreta a Wenses. Su protagonismo en Casa E y la trayectoria de ambos dicta, precisamente, que su vínculo va “más allá del amor” para situarse en el arte, en el trabajo y en el cambio.
Arango se refleja a sí misma en el personaje. Se parece a ella. Aplica esa filosofía de Robinson Díaz que fue adquirida en aquellos días de infancia en los que el actor compartió con sus padres, entendiendo que uno de los comportamientos más acertados subyace en la lealtad a la esencia de lo que se es, a la convicción de recoger los cambios suscitados por los azares del destino y moldearlos a aquello que uno quiere proyectar y narrar de sí mismo.
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Wenses y Lala y La dama de negro son dos obras que Robinson Díaz y Adriana Arango vieron en México, país que el actor visita frecuentemente, pues su compromiso con Telemundo como actor exclusivo y su admiración por la oferta cultural lo llevan a recorrer y desandar las historias que allí se cuentan. Ambas producciones fueron compradas para ser presentadas en el país y traer un formato y una apuesta diferente, ya que en el caso de La dama de negro, obra que lleva más de treinta años presentándose en Inglaterra (lugar de origen de la historia) y más de 25 años en México, se trata de sumir al público en una historia de terror, elemento que muchos asumen con escepticismo pero que en el transcurso mismo del relato y de los acontecimientos se va diluyendo entre las tablas, los gritos y la oscuridad.
“En los intersticios o descansos voy mucho a teatro porque la Ciudad de México tiene mucha oferta cultural. Es impresionante. En una de esas, haciendo El señor de los cielos, vi La dama de negro y me impactó muchísimo. Luego convoqué a mi esposa, a mi hijo, a un par de amigos y les dije que había visto esa obra y les encantó. Inmediatamente después hice contacto con Rafael Perrín, el director, fui hasta el camerino, le dije que algún día me gustaría trabajar en esa obra o llevarla a mi país. Y hoy, gracias a mi tesón, a mi fuerza, a la perseverancia mía, de mi esposa y de mi hijo, pues estamos haciendo la tercera temporada en Bogotá, ya vamos a ajustar cerca de 200 presentaciones. Me pone muy orgulloso, porque cuando la vi me di cuenta de que era un espectáculo de mucha calidad, de alto entretenimiento y me dije que yo quería entrar en ese viaje”, cuenta el actor antioqueño.
A Díaz lo que más lo inspira es lograr el impacto emocional en el público. En sus actuaciones lleva algo de sus padres, de su esposa, de su hijo, de la admiración por El Águila Descalza y por aquel recuerdo inquebrantable del día en que por un afortunado error se topó con el director japonés Yoshi Oida en el teatro Bouffes Du Nord, en París. Sus esfuerzos se remiten a la perseverancia que menciona, a la convicción que tiene con su trabajo y en su añoranza de aportar a la consolidación de una oferta cultural de gran categoría y de amplia variedad para Colombia. Sus inicios en el teatro y su paso por la televisión le han permitido ser un actor polifacético, capaz de desenvolverse en cualquier contexto y defender cualquier papel que haga, lo que conlleva al espectador a la sorpresa, al deslumbramiento que produce ver a un actor profesional, que ve en su función una ventana para asomarse a un nuevo mundo, para trasladarse con su público al universo narrado y a las pasiones reflejadas por él.
“Alguna vez leí ‘quiero hacer la obra que quiero ver’ y eso es lo que me pasa en el teatro. Y en el teatro tengo la posibilidad de tener mucho más control de lo que hago. En la televisión o en el cine estás dependiendo de decisiones del productor, del guion, del director... En el teatro, con mis espectáculos, yo soy el rey, el dueño, el portador, el vocero, la membrana que comunica. Yo soy el cuero del tambor”.
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¿Y cómo podría definir usted esa experiencia de ser portador del cambio en el sector teatral y cultural?
Como creador no me puedo esperar a que el Estado me dé. Yo tengo que buscar por mi propia vía, por mi propio bolsillo. Yo he hecho estos espectáculos con mi plata. Las producciones de La dama de negro y de Wenses y Lala son de mi esposa y mía. Eso me lo ha subsidiado la televisión, porque he sido un actor muy organizado con mis dineros. Pero no me puedo quedar esperando a que llegue este o a que se anime cualquiera. Por eso quiero llegar a un modelo de autosostenibilidad. Por eso tengo tanto empeño en que la obra guste y llegue al público con satisfacción. Yo creo, invento, invierto y esa inversión se debe ver en la taquilla. Y la taquilla es lo que me va a dar a mí la posibilidad de seguir invirtiendo y haciendo otras cosas. Yo no le tengo miedo a eso. Aquí nos hemos llenado de pensamientos muy parroquianos y muy trasnochados del teatro comercial. Eso es pura carreta. Uno tiene que vivir de su trabajo y vivir dignamente y tiene que seguir dándole.
La mejor manera de acabar con la estupidez y con la ignorancia es viajando. Yo no entiendo por qué los colombianos van a Broadway y se gastan US$180 en una boleta en un pinche musical. ¿Por qué? ¿Para poder ufanarse y decir que estuvieron en Broadway? ¿Y aquí por qué no se gastan esos US$180? ¿Por qué no va a cinco obras aquí? Hay un desprecio tenaz por lo nacional, por lo nuestro. Pero eso se rompe cuando se hacen cosas de mucha calidad. Yo soy de los que se siente orgulloso de lo que hace. Rafael Perrín (actor y director mexicano de La dama de negro) viaja los viernes, hace las funciones de los sábados y se va el domingo por la mañana. Sí se puede. Pero no, aquí estamos haciendo un teatro de los años 70. Se cuestionan mucho que el teatro no puede ser comercial. ¿Entonces cómo hacer teatro? ¿Esperando a que le den una beca? No, viejo, no puedo esperar a eso. Eso implica que mi dinero esté en función de lo que hago. Mi lujo es el teatro. Hay muchos actores que gastan dinero en viajes. Yo me lo gasto en teatro.