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Robinson Quintero Ossa, un poeta laureado

Para el 2021, el Festival Internacional de Poesía de Bogotá ha decidido homenajear la trayectoria literaria del comunicador social y cantor de tangos Robinson Quintero Ossa.

Ángel Castaño Guzmán
01 de mayo de 2021 - 05:30 p. m.
Robinson Quintero Ossa es autor de "Hay que cantar", "La poesía es un viaje", "El poeta da una vuelta a su casa", entre otros.
Robinson Quintero Ossa es autor de "Hay que cantar", "La poesía es un viaje", "El poeta da una vuelta a su casa", entre otros.
Foto: Archivo Particular

La honra -de peso simbólico similar a las diademas de laurel antaño ofrendadas a Julio Flórez y a Baudilio Montoya- incluye, además de la prensa de rigor, la reedición de los versos de Quintero en un volumen patrocinado por el Ministerio de Cultura. Con la de este año son 29 las versiones del Festival, todas lideradas por los miembros de la revista Ulrika. El grupo, presidido por Rafael Del Castillo, ha tejido una red de apoyos institucionales cuyas hebras, entre otras, son la Alcaldía Mayor de Bogotá, la Universidad Externado, el Instituto Caro y Cuervo. En las tres décadas de trajín, según datos del portal del evento, han visitado al país 500 escritores de diversa procedencia.

Robinson Quintero Ossa (Caramanta [Antioquia], 1959) cursó estudios de licenciatura en el Externado. Ha ejercido de tallerista en las Bibliotecas de Comfenalco-Antioquia. Su bibliografía está compuesta por De viaje (1994), Hay que cantar (1998), La poesía es un viaje (publicado en primicia por Golpe de Dados, 2003), El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse (2008), El poeta da una vuelta a su casa (2017). Ha sido miembro de los comités editoriales de Ulrika, Puesto de combate y Luna de locos. Con el auspicio de la primera, en 1996 imprimió Malos modales, una selección suya de los poemas de Juan Calzadilla. El 15 de mayo, Ulrika, en convenio con el Caro y Cuervo, dará al público Por la poesía. Poemas y otros textos, la tercera antología de un autor de cinco poemarios. Dicho título saldrá al mercado seis meses después de Invitados del viento. Este libro, con el sello de la Universidad de Antioquia, reúne la escritura del poeta desde 1994 hasta 2017. En otras palabras, Quintero es una figura harto conocida en los circuitos -muy estrechos- de la lira colombiana. Se trata de un nombre en su momento cobijado por la sombra ancha de la Casa Silva, visitante habitual de los festivales de Bogotá, Cali, Medellín, Pereira e incluido en los catálogos de editoriales independientes y universitarias.

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Una lectura reposada de Invitados del viento descubre líneas estilísticas y conceptuales en la obra de Quintero. La primera revela el tipo de lente con el que enfoca el mundo y lo vuelve asunto de sus versos. Uno tras otro, los poemas ratifican una mirada festiva, leve, a veces infantil, sobre la realidad. A lo largo de Invitados del viento aparecen reiteradamente las naranjas, los pájaros, los ríos, las montañas. Es decir, los ingredientes de la niñez en Caramanta. Incluso, cuando el poeta enfrenta la presencia de la tiniebla -verbigracia, la muerte del abuelo- un halo de magia impregna, redime lo insalvable. La estrofa final de De la infancia dice mucho: “Los niños seguíamos jugando en los corredores y a veces oíamos desde la pieza cancelada quejas, toses… como si el abuelo siguiera allí, anunciándonos que la infancia aún no había terminado” (pág. 31). Para Quintero el asombro de la niñez es la forma adecuada de acercarse a las minucias de la vida y hacerlas dignas del canto. En Música (pág.35) conecta al infante del pueblo con el yo actual. Un niño habita el pecho del poeta, lo conduce en la escogencia de los temas, en las maneras de amasarlos. Esto, desde luego, hace de la poesía de Quintero un festejo de todo, sin detenerse a pensar lo suficiente en elementos políticos, culturales, sociales.

Con esta luz se entiende Elegía de humo (pág.83). En él, Quintero llora el óbito de un jíbaro y, en un malabarismo efectista, le concede el estatus del médico, del mago, del músico. En este punto, la referencia a Cambalache se impone: para Quintero da igual “quien labura noche y día como un buey que el que vive de las minas, que el que mata, el que cura o está fuera de la ley”. Más allá de tema, la disonancia del poema anida en el tono. El autor ofrece un texto en el que la parca se convierte en pretexto literario, en la ocasión para ejercitar la garganta y entonar loas al lumpenproletariado. El jíbaro del poema no es uno de carne y hueso, un ser caldeado por la pobreza, la delincuencia. Detrás de él no hay nada: las palabras lo adornan, lo acicalan, pero no le permiten al lector entender la crisis ética del comercio de las drogas ilícitas. Idéntico sabor queda al leer Ayudantes (pág.100). Quintero pinta un trabajo y en lugar de encontrar en él virtudes y brillos se los confiere a la fuerza de citas y tópicos literarios. No basta la gallardía del asistente del chofer del bus, en su auxilio debe relumbrar Apollinaire. En síntesis, el poeta caza hechos, personas para elevarlos al rango de lo por él considerado bello. Tal efecto se repite en Muchacha a la que levanta la falda el viento (pág. 70) y Lustrabotas (pág. 84). El poema opera en el mundo de las cosas y de los seres para hacerlo copia de esquemas estéticos. No le interesa, por el contrario, brindarle al lector antorchas encendidas para comprender la realidad y a sí mismo.

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Para hablar del segundo trazo recurrente en la obra de Quintero sirve recordar, en su orden, Pérdida de la aureola, de Charles Baudelaire, y El peatón, de Jaime Sabines. Ambos textos -con al menos un siglo de distancia en su hechura- delinean un perfil del poeta, distante de los modales del romanticismo, de la musa. En el suyo, Baudelaire se mofa de la caída de la aureola en el fango de la gran urbe. El vértigo del capitalismo ha despojado al artista de los ropajes, de los cosméticos de la época antigua. Por su parte, Sabines -bromista- echa de menos la estrella en la frente de los redactores de versos. Tenerla sería la señal distintiva de los poetas con mayúscula. En contravía a este papel del escritor, Quintero redunda en la idea del autor habitante de los sueños, del rey oculto en un palacio de cristal. Ese concepto lo eleva mil peldaños. En Caramanta (pág.37), por ejemplo, la virtual inexistencia de la villa natal se debe al hecho de que “ningún poeta le ha cantado”. El valor de las cosas lo tasa el verso, no al revés. Esa visión del arte ha estimulado cierto onanismo lírico: los poetas fatigan cuartillas sobre sus pares, dejan registros de lo chic y sexi de su oficio. Los poemas agrupados en la estancia El poeta da una vuelta a su casa consisten en un escudriñamiento gustoso de ombligo propio. El yo vale si es poético: pura aristocracia del espíritu.

Con la presea aludida al principio, Robinson Quintero Ossa se une a una lista de vates colombianos aplaudidos por el Festival. Muchos hacen parte del círculo de amigos, de cofrades: Darío Jaramillo Agudelo (coronado en 1999) prologa Invitados del viento; a Juan Manuel Roca (2002) y a Guillermo Martínez González (2013) les dedica el poema breve Caminando con los amigos. Por su parte, Fernando Linero (2016) recibe la venia, junto a Rafael Del Castillo, en el texto Tres versos. Por fortuna, los trofeos se quedan en casa.

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Por Ángel Castaño Guzmán

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Marisol(sie6z)03 de mayo de 2021 - 02:36 a. m.
Increíble ver que el odio también se inscribe en la cultura. Nublada la visión y ponzoñosa la escritura.
-(-)03 de mayo de 2021 - 02:27 a. m.
Este comentario fue borrado.
Claudia(72424)02 de mayo de 2021 - 11:54 a. m.
Amarga mirada sobre la obra premiada, sin darle la palabra al poeta, este artículo tiene al menos la decencia de mencionar sus publicaciones. Así quienes deseen hacerse su propia opinión sabrán dónde buscar.
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