Dado que no alcanzamos a tomar el tren rápido ICE que nos llevaría en 50 minutos desde Hamburgo hasta Heidelberg, tuvimos que viajar en el tren Intercity que nos transportó a nuestro destino en 80 minutos, después de atravesar ciudades tan importantes de Alemania como Bremen, Mûnster, Dortmund, Dusseldorf, Colonia y Bonn.
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Llegar a Heidelberg es encontrarnos con la historia, la educación universitaria y el sol que calienta de manera agradable en las orillas verdes del río Neckar. Es una ciudad con cerca de 100.000 habitantes, clima medio de 14 grados, y con una parte moderna y otra antigua. A Heidelberg la precede su fama de ciudad monumental y bulliciosa, cincelada por los esplendores de un pasado que la convierte hoy en un sitio delicioso. Construida a orillas del caudaloso río Neckar, fue durante siglos la sede del Palatinado, lo que le dio relevancia geopolítica y la transformó en uno de los centros de poder del Sacro Imperio Romano Germánico.
Al empezar el recorrido de la ciudad, lo primero que vimos fue el caballo metálico erigido para resaltar el proceso de la impresión de un libro. Luego, fuimos a conocer la universidad más antigua de Alemania: la Ruperto Carola, que es una de las principales de Europa en materia de investigación. El conde palatino del Rin y príncipe elector Ruperto I fundó, con el consentimiento papal, la Universidad de Heidelberg en 1386. Desde entonces, la institución educativa ha pasado por numerosos altibajos en cuanto a su reputación científica, su imagen intelectual y su atractivo para catedráticos y estudiantes. Durante el siglo XVI, Heidelberg se convirtió en un centro del humanismo. La disputa sostenida allí por Martín Lutero, en abril de 1518, dejó profundas huellas. En la época inmediatamente posterior, Heidelberg se convirtió en un baluarte del calvinismo.
Enseguida, en tarde soleada, atravesamos la ciudad antigua a través del Puente Viejo, que nos llevó al pasado de los reyes que vivieron en esta zona. Terminamos el periplo en las orillas del río Neckar.