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¿Por qué quiso hablar de las Galias en esta tercera entrega?
Podría justificar una tercera novela sobre la conquista de las Galias porque es un episodio muy importante de la vida de Julio César. Pero, si reflexionamos un poco, nos damos cuenta de que, si bien en el español de hoy “francés” y “galo” son equivalentes, en la antigua Roma lo que era la Galia era mucho más que Francia. Conquistar la antigua Galia implicaba anexionar o unir a una Roma central y a una Hispania ya romanizada los territorios de Francia, Bélgica, Holanda, Suiza, todo el sur de Alemania, Luxemburgo y Britania. Y si lo pensamos bien, eso constituye Europa Occidental. Es decir, constituye el nacimiento de Occidente, porque luego de esa vertebración de todo ese territorio unido surgirán los imperios español, británico, portugués, francés, alemán. Luego podemos debatir si esos imperios fueron buenos o malos, etcétera.
Pero lo que sí me parece incuestionable es que del 58 al 52 a. C., un hombre llamado Julio César forja el origen de Occidente. Y eso sí que me parece que merece una novela.
Hablemos de esa faceta que usted expone aquí en Julio César en un sentido militar. Por supuesto, también tiene que ver con el ejercicio político, pero aquí vemos a un Julio César en su objetivo de conquistar las Galias. Quiero preguntarle cómo fue explorar esa faceta y, ya con este tercer libro, qué tanto ha cambiado su percepción o qué tanto lo ha sorprendido de seguir descubriendo la vida de Julio César
A lo largo de la serie, Julio César va evolucionando. En la primera novela, Roma soy yo, teníamos a un César joven, idealista, con tintes de ingenuidad bastante elevados, pensando que podía meter a senadores corruptos en la cárcel... y acabó exiliado. Luego se endurece en la lucha política, se da cuenta de que ha de ser tan duro como sus oponentes, y finalmente, en Maldita Roma, y ahora en Los tres mundos, vemos que tiene que tomar decisiones muy complicadas y duras porque está en una zona de guerra.
De tal forma que tenemos un cierto oscurecimiento del personaje, aunque nunca abandona sus ideales. Es magnánimo en la victoria final, aunque puede ser implacable en victorias parciales. Pero no se le puede juzgar desde las premisas del siglo XXI —con Convención de Ginebra, derechos humanos, etc.— sino en un contexto donde, si bien él puede aplicar una violencia muy dura, no es diferente a la que su enemigo aplicaría contra él en cuanto pudiera.
También vemos que sufre algunas derrotas, aunque no esté directamente al mando, y eso lo humaniza. En conjunto, el personaje se vuelve más complejo y atraviesa momentos muy duros.
Hablemos de de Cicerón, Catón, Tolomeo y en cómo esa rivalidad también explica un poco al Julio César de ese entonces.
Por un lado, la novela se llama Los tres mundos porque, mientras César está en la Galia —mundo uno—, él también tiene su mente en la lucha política en Roma, a donde ha de volver. Ahí tiene enemigos implacables como Cicerón y Catón, y el propio Pompeyo, que aunque está casado con su hija, no está claro de qué lado terminará. Ese es el segundo mundo.
Y finalmente está el tercero: en Roma hay un tal Tolomeo XII, faraón en el exilio, depuesto por su hija Berenice IV, que busca apoyos para retornar a Egipto. Lo acompaña una jovencísima Cleopatra. Esto es algo poco conocido, pero Cleopatra estuvo en Roma antes de conocer a César.
Ese tercer mundo egipcio ya está entrelazado con Roma, y por eso me vi en la obligación de narrarlo. Ya no se puede explicar a César, aunque esté en la Galia, sin contar lo que ocurre en Roma y lo que ocurre en Egipto.
Usted ha hablado de la importancia que tiene también Cleopatra en este libro. ¿Por qué era importante incluirla, sobre todo, a esta Cleopatra joven en este tercer libro?
Con Cleopatra nos movemos en lo que se denomina ironía dramática. No es la ironía habitual, sino aquella en la que el lector sabe más que los personajes. Cuando introducimos a Cleopatra, muchos lectores saben que ella y César acabarán juntos, pero ni César ni Cleopatra lo saben.
Me parecía muy interesante narrar qué ocurrió con Cleopatra antes de esa relación. Por eso, en Maldita Roma, narré su infancia, y en Los tres mundos me adentro en su adolescencia. Acompaña a su padre en el exilio y asiste a reuniones con senadores romanos; allí aprende sobre el poder.
Así vemos cómo se forja una futura lideresa de enorme poder, ya desde la adolescencia. Todo eso, desconocido para el gran público, me parecía fascinante de incorporar, para que cuando en la quinta novela se encuentren César y Cleopatra, lleguemos a esa escena entendiendo la vida de ambos.
En este libro también se adentra más en las vidas privadas de los personajes para explicar, por decirlo de alguna manera, el marco general de la historia. ¿Por qué era tan importante profundizar en este aspecto?
La vida privada de Julio César es esencial. La documento con fuentes como Dion Casio, Suetonio, Plutarco, el propio César y también sus enemigos, como Cicerón, que habla de él en sus cartas.
A veces pensamos que lo que marca a los grandes personajes son sus logros públicos, pero también ellos son seres humanos. Y muchas veces lo que define nuestras vidas no es un ascenso o una victoria, sino una pérdida personal: algo que ocurre con un padre, un hijo, una pareja.
Eso pasa también con César. Hay algo en su vida privada —a lo que los libros de historia apenas dedican una línea— que marca un antes y un después para él. Y eso lo he querido contar en Los tres mundos, porque nos ayuda a entender mejor al personaje, sin justificarlo, pero sí comprendiéndolo.
El libro pone de manifiesto esa relación que ha habido entre la guerra y la política. ¿Cómo exploró este punto en la vida de Julio César?
En la antigua Roma había una conexión entre poder civil y militar que hoy no existe. Nosotros los separamos, pero entonces un cónsul o procónsul tenía mando militar. Por eso, cuando cuento su historia, lo político y lo militar van juntos. En Maldita Roma me centré en el ascenso político; en Los tres mundos, en la parte militar, aunque también hablo de Roma. Porque en ese mundo, lo político y lo militar estaban unidos.
¿Qué cree usted que sigue vigente de las ideas de Julio César? ¿Qué podríamos aprender de él como líder?
Su determinación. Cuando creía que algo debía hacerse, ponía toda su voluntad en lograrlo. Por ejemplo, cuando decide cruzar el Rin para impresionar a los germanos, todos le dicen que es imposible construir un puente. Y lo logra en diez días. Su lugarteniente Labieno dice entonces una frase preciosa: “Desde que estoy con César, ya no tengo claro qué es posible o imposible”.
Esa capacidad de hacer posible lo imposible sería muy útil hoy. Muchas veces no es que algo no se pueda hacer, es que no hay voluntad política de hacerlo. También podríamos aprender de su generosidad en la victoria. César fue magnánimo con los derrotados muchas veces. Y su logística militar era tan avanzada que hoy se estudia en West Point.
Seguramente en todo este proceso de investigación hubo vacíos históricos. ¿Cómo enfrenta esos momentos en los que aparecen y cómo logra continuar el relato sin dejar de ser fiel a la historia?
Cuando hay un vacío histórico, y no puedes dejar páginas en blanco, recurro a lo que llamo proyecciones verosímiles: recrear lo que pudo haber ocurrido sin alterar lo que sabemos antes o después. Diseñas una escena congruente con el personaje y el contexto, como si rellenaras una pieza faltante de un rompecabezas. No será la pieza original, pero encaja, y así puedes completar el relato sin traicionar la historia.
¿Cómo evitar que los libros sean interpretados con los ojos del presente? Usted ha dicho, por ejemplo, que Julio César no puede definirse como un genocida porque hablamos de otro tiempo. ¿Cómo se enfrenta a eso?
Hay que evitar el presentismo falso, es decir, juzgar el pasado con los valores actuales. No puedes pedirle a César que sea clemente con una tribu que ha matado a muchos de sus hombres. Él debía enviar un mensaje claro: ese territorio quedaba anexionado a Roma. Eso no es genocidio, porque no extermina sistemáticamente a los galos; de hecho, incorpora la Galia a Roma. Fue el primero en proponer que personas no nacidas en Italia pudieran ser senadores, incluso galos.
Eso lo aleja de la idea de genocida, aunque, por supuesto, sus enemigos tenían derecho a oponerse y las guerras eran brutales. También me interesa destacar el papel de las mujeres: su madre Aurelia, su hija Julia, sus esposas Cornelia, Pompeya y Calpurnia. En el siglo XXI interesa explorar esas vidas, pero sin falsificar el contexto.
No puedo poner una mujer feminista en ese mundo porque el concepto no existía. Pero sí puedo mostrar a mujeres inteligentes y poderosas, como Cleopatra, que no veían su género como un límite. Esa es la forma de iluminar aspectos poco contados, sin falsear la historia.
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