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Seis libros para disfrutar el Festival Vallenato

Este 29 de septiembre comienza el 53° Festival de la Leyenda Vallenata y, en este histórico 2020, el certamen se realizará en homenaje al Ruiseñor del Cesar, Jorge Oñate. Las parrandas serán virtuales y quisimos hacer esta lista para que los vallenateros disfruten al son de la literatura.

Farouk Caballero

25 de septiembre de 2020 - 05:22 p. m.
"El abc del Vallenato", "Cien años de soledad", "Trilogía vallenata", "100 años de vallenato", "Leandro" y "Diez juglares en su patio", narran la historia de este ritmo nacional.
Foto: Archivo Particular
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Para los descendientes de Francisco El Hombre, los seres humanos nos dividimos en dos: los que gustan de la parranda vallenata y los que tienen mal gusto. Para los segundos, el imaginario del vallenato es el de un tipo bebedor, parrandero e irresponsable. Corronchos les suelen decir, pero nada está más alejado de la realidad, pues los compositores y cantantes vallenatos están mucho más cerca de los poetas y de los prosistas. Sus temperamentos artísticos son marca registrada en cada merengue, son, puya o paseo.

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También hay que señalar que Colombia tiene una deuda inmensa con el vallenato, pues desde los rasgos del Caribe se le ha dado identidad en el exterior al país de Chema Gómez, Compái Chipuco y Rafael Escalona. Este último, precisamente, es el intelectual de la música de caja, guacharaca y acordeón. Escalona escribía y describía en cuatro estrofas, lo que a Gabriel García Márquez le tomaba 50 páginas.

Por ese diálogo entre el gran maestro de la lírica, Escalona, y el gran maestro de la narrativa, Gabo, se gestó esta lista de seis libros recomendados para disfrutar del vallenato. Pues si el libro más importante de la literatura colombiana, Cien años de soledad, es un vallenato de 350 páginas, como nuestro nobel se lo confesó a Juan Gossaín; entonces el vallenato no es más que pura literatura.

Cien años de soledad: en 1967, García Márquez publicó la historia de Macondo y esas páginas, con los años, se convirtieron en el vallenato más leído del mundo. Al mejor estilo de la parranda, Gabo le ofrendó inmortalidad a su amigo Rafael Escalona, porque, al saludarlo en su novela, lo matriculó en la memoria de la literatura universal: “En el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia un conjunto de acordeones tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco El Hombre”.

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Aureliano Segundo también es señalado por pertenecer a la escuela de Francisco El Hombre, pero Úrsula, defensora de las buenas costumbres de los Buendía, no vio con buenos ojos la cercanía de Aureliano con el acordeón. Para ella, el vallenatero era un vagabundo. Úrsula asumió la visión de “la gente de bien”, quienes veían al vallenato como un pasatiempo entre el licor y el jolgorio. Sin embargo, Gabo es contundente y responde con la semblanza de juglar de Francisco El Hombre: “un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, Francisco El Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la ciénaga”.

Trilogía vallenata: para que existiera el Festival de la Leyenda Vallenata, el papel de Consuelo Araújo Noguera fue esencial. Ella sumó esfuerzos con Alfonso López Michelsen y Gabriel García Márquez para llevar la cultura vallenata al ámbito nacional e internacional. Política, intelectualidad y lucha cultural se unieron, y en 1968 se celebró el primer Festival. Alejo Durán fue el primer Rey y, al mismo tiempo, Consuelo Araújo fue nombrada, de manera inmarcesible, como La Cacica. Su labor titánica, en términos culturales, fue el equivalente al liderazgo indígena del Cacique Upar.

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En este libro, Consuelo divide el vallenato en tres corrientes de acuerdo a la zona geográfica: vallenato-vallenato, vallenato bajero y vallenato sabanero. Del mismo modo, remarca la labor de Rafael Escalona y hace un estudio lingüístico sobre el léxico vallenato. Este texto imprescindible para cualquier vallenatólogo, vuelve sobre el origen de orgullo popular del vallenato, pues Consuelo señala que en el Club Valledupar S.A. estaba “terminantemente prohibido llevar a salones […] música de acordeón, guitarras o parrandas parecidas”.

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Hoy hasta el Presidente, guitarra en mano y balón en la cabeza, canta vallenatos. Pero al principio este sello musical fue desdeñado y vetado en los clubes de las familias que creían que para ser cultos debían darle la espalda a su tierra y ver más hacia el Rin que hacia al río grande de La Magdalena. Consuelo, conocedora de la historia popular de su música, recuerda en el libro la historia de Chema Gómez con Compái Chipuco, quien, en su respuesta, alude al orgullo de identidad que tenían “las patas bien pintás”. Los mosquitos atacaban de forma inmisericorde a los campesinos que trabajaban la tierra de sol a sol. El mosquito jején, por las picaduras, producía las manchas de carate y, para Compái Chipuco, nada eras más vallenato que llevar esas manchas: “Me llaman Compái Chipuco, que vivo a orillas del río Cesar. Soy vallenato de verdá', tengo las patas bien pintás, tengo el sombrero bien alón y pa' remate me gusta el ron”.

Diez juglares en su patio: en 1993, Caros Vives y La Provincia sacaron al mercado el trabajo discográfico titulado, justamente, Clásicos de La Provincia. Vives volvió a los orígenes del vallenato y nos permitió a los cachacos disfrutar de la música más emblemática del Caribe. Tres años atrás, los periodistas Jorge García Usta y Alberto Salcedo Ramos publicaron un trabajo en esa misma línea. Lograron que los lectores, más allá del Caribe, pudiésemos dialogar, desde perfiles periodísticos, con los juglares.

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En ese texto, la charla con Alejo Durán se produjo y de inmediato se incrustó en la antología de las mejores piezas vallenatas escritas. Alejo, en su conversación, dejó esta perla preciosa en la que habla de Gabo, el baile y su mítico acordeón: "Ahora verá, le voy a echar un cuento: cuando Gabriel García Márquez vino a Valledupar como jurado del Festival Vallenato, me lo encontré un día en la casa de Hernando Molina, después de 25 años sin vernos. No sé por qué tenía el temor de que Gabriel no se acordara de mí. Pero sí, vea, se acordó. Yo lo iba a saludar primero, pero él no me dejó llegar a su puesto. Salió corriendo y me abrazó a mitad de camino y después de saludarme dijo que tenía día y medio de estar en la cuna del acordeón y era como si no hubiera oído tocar acordeón. Le contesté: bueno, están tocando Los Zuleta. “Si, pero todavía no he encontrado el acordeón que a mí me gusta”, dijo él. Yo entendí lo que me quiso decir con aquellas palabras y enseguida me puse a entonar mis canciones viejas.

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Fue cuando una pareja se paró a bailar y Gabriel les dijo que “no señores, la música de Alejandro Durán no es para bailar sino para oír’, y los señores, que eran cachacos, se sentaron”.

100 años de vallenato: sin duda este es el mejor libro escrito para disfrutar una parranda vallenata, pues, además del texto escrito por Pilar Tafur y Daniel Samper Pizano, el libro incluye 107 canciones distribuidas en seis CD’s. En este texto se hace un recorrido histórico sobre el vallenato desde el siglo XIX hasta los días de La nueva ola. Tafur y Samper Pizano ubican al primer acordeonero colombiano en la figura de José León Carrillo Mindiola “nacido hacía 1835 en el pueblo soberano de Atánquez”. Carrillo Mindiola fue enviado a España para vincularse con el sacerdocio y allí, según los investigadores, lo sedujo el acordeón y escuchó por primera vez las notas de El amor amor.

Gracias a Dios, lo inevitable sucedió. “A José León le resultó más fuerte el llamado de la música que el de los altares, y fue así como colgó la sotana, empacó su acordeón y regresó con él a su patria chica”. De igual modo, este texto destaca el papel de la mujer dentro del folclor vallenato en su acápite: “Mujeres en un mundo machista”. Las referencias van desde Rita Fernández y su conjunto Las Universitarias, hasta la voz emblema de hoy que entona Adriana Lucía López. Eso sí, no se deja de mencionar el aporte de Patricia Teherán y Mimi Amaya.

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Para finalizar el libro, se vincula el Discurso de Posesión que los “rectores del vallenato”, Juan Gossaín y Daniel Samper Pizano, escribieron y presentaron, con parranda a bordo, ante la Academia Colombiana de la Lengua en 2004. El texto se titula El mester de juglaría colombiano y cierra con esta promesa reveladora: “Seguiremos, pues, defendiendo la lengua en común y velando armas al pie de un gerundio. Es lo mismo que hemos hecho toda la vida, a conciencia plena de que no somos más que juglares sin música. Es decir, cronistas”.

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El abc del vallenato: en este libro, Julio Oñate Martínez relata, en principio, cómo fue que se originó ese tridente musical entre acordeón, caja y guacharaca. Por separado, recorre las diferentes modificaciones que se le agregaron a esta santísima trinidad folclórica. En ese proceso, se mitifica la naturaleza fundacional del mestizaje que tiene el vallenato al asociar el acordeón europeo, la caja africana y la guacharaca indígena.

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En sus páginas, Julio Oñate reflexiona con mucho tino sobre distintas particularidades y aquí rescataré dos. La primera remarca el momento en el que cantante y acordeonero dejan de ser la misma persona, para entrar al plano netamente comercial. Julio escribe que esa separación es desigual, pues “mientras que el cantante no necesita del estudio riguroso, ni siquiera elemental, sino que se produce de manera espontánea simplemente porque nació con el privilegio de una buena voz y de un espíritu sensible. El acordeonero, en cambio, es fruto de un proceso de formación, que le exige esfuerzo, dedicación, sacrificio, trasnochos y mucho sudor en largos años de aprendizaje”.

La segunda obedece al sentimiento profundo del ingeniero agrónomo, historiador y compositor vallenato que hace las veces de autor. Oñate Martínez acota que: “En el caso de la música de acordeón del Caribe colombiano cobra gran validez el aserto del poeta Jomí García Ascot, según el cual “lo único mejor que la música es hablar de música”. Porque, en efecto, el método más genuino para valorar la calidad de un canto ha sido la audición continuada –al calor de una parranda–, desde los primeros esbozos de la pieza hasta la grabación, acompañada siempre de los comentarios al compás de un buen whisky que culminan en la placidez de un sustancioso sancocho”.

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Leandro: en este relato literario escrito por Alonso Sánchez Baute se exponen de manera poética las formas en las que el magnífico Leandro Díaz veía el mundo. Se ha dicho, sin equivocación alguna, que Leandro veía con los ojos del alma; y es cierto, pero justamente el acierto de Sánchez Baute radica en dibujar con palabras las visiones de Leandro. El autor describe las imágenes del genio compositor al referirse a dos colores propios del paisaje vallenato: el amarillo y el verde: “Amarillos son los bananos, la flor de los campanos, aunque hay otra que es morada, la de la lluvia de oro, la de la hierba que se extiende y florece en invierno, cuando también nos visitan las mariposas amarillas […] Amarillo es el color de la nostalgia. ‘Las fotos cuando están viejas se amarillan y al verlas se nos viene el pasado encima, como un chaparrón, y nos ponen melancólicos’ […] Me gusta la palabra amarillo porque lleva implícito el verbo amar […] Verdes son los guineos y los plátanos y las matas de plátanos y las hojas de los árboles y el follaje y el paisaje cuando se ve desde la sierra. Verdes son los mamones y los limones. Verde, dicen, es la esperanza”.

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Así veía Leandro, el artista que compuso, un mediodía que estuvo pensando, uno de los versos más preciosos del vallenato. La musa del verso quedó en las mentes de todos los que cantan Matilde Lina. Ella, gracias a Leandro, es la única mujer en el mundo que le sacó sonrisas a la sabana: “Cuando Matilde camina, hasta sonríe la sabana”. Con Leandro terminamos esta lista que, por literaria, no deja de ser parrandera. Comienza el Festival de la Leyenda Vallenata y el país fijará sus ojos en Valledupar, porque como lo prometió La Cacica Consuelo Araújo, en la puya escrita que le dedicó a Marta Traba en 1969, “será con vallenatos, y no con los espacios ambientales y las obtusas conferencias sobre arte, con lo que nos tomaremos el mundo”.

Por Farouk Caballero

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