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Sepideh Farsi: una conversación sobre “Put Your Soul on Your Hand and Walk”

El documental de la directora iraní retrata las conversaciones que mantuvo durante un año con la fotógrafa palestina Fatam Hassona. Presentado en la sección ACID del Festival de Cannes 2025, el filme —de 110 minutos de duración— captura el espíritu de resistencia y esperanza en medio de una tragedia persistente.

Juan Carlos Lemus Polanía
20 de mayo de 2025 - 09:00 p. m.
Sepideh Farsi, directora de "Put Your Soul on Your Hand and Walk", presentó su filme en el Festival Internacional de Cine de Cannes./ Elena Ternovaja (WikiCommons)
Sepideh Farsi, directora de "Put Your Soul on Your Hand and Walk", presentó su filme en el Festival Internacional de Cine de Cannes./ Elena Ternovaja (WikiCommons)
Foto: Elena Ternovaja / WikiCommons
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El 16 de abril de 2025, Fatam fue asesinada en un ataque israelí que destruyó su casa. Su pérdida resignificó el documental, que ahora carga con el peso de su historia, de su resistencia y de esa lucha constante por la vida y la justicia.

¿Qué responsabilidad tiene, como iraní en el exilio y como narradora, al representar la lucha palestina ante un público internacional que puede ser ajeno o incluso indiferente?

No sé si puedo hablar con certeza de responsabilidad. Cuando hago un filme, primero es un acto obsesivo: trato un tema que me toca profundamente. Después, intento transformar ese impulso en un mensaje que llegue a la audiencia de la mejor forma posible. Siento que estoy guiada por lo que pasa con la gente palestina, especialmente en Gaza, pero también en Cisjordania y Jerusalén.

Mi objetivo ha sido estar lo más cerca posible y ser lo más sincera en mi experiencia, capturando la voz, el mensaje y la vida de personas como Fatam. Fue una fascinación mutua, un intercambio de textos, audios y videos durante más de 200 días. La película nace de esas huellas digitales, de esas vidas compartidas. La pérdida de Fatam, el 16 de abril de 2025, en un ataque israelí que destruyó su hogar, cambió para siempre el significado de esta obra, que ahora lleva su tristeza, su resistencia y su legado.

Espero que la película circule, viaje y transmita el mensaje de Fatam, ayudando a la causa palestina y a la humanidad, a detener esta guerra sin fin. Quiero que sea un llamado a abrir ojos y corazones, a entender que las historias que retrato no son solo cifras, sino vidas con sueños y dignidad. Que inspire empatía y motive a las personas a preguntar qué pueden hacer desde su lugar para promover la paz y la justicia. La película busca ser un puente que acerque las realidades del conflicto a quienes quizás solo conocen los titulares.

¿De qué manera se articulan en su filme las fotos de Fatam, las imágenes mediáticas y su relación personal con ella?

La primera relación fue mi conexión con ella. Comenzó enviándome fotos y videos de Gaza, su entorno y su lucha. Esa fue su primera demanda, la voz visual de su realidad. Pero en poco tiempo, las conversaciones por video se convirtieron en la base del proyecto. Además, empecé a grabar las noticias, porque percibí una gran discrepancia entre lo que los medios presentaban y lo que en realidad ocurría en el terreno.

Desde hace años, en otros filmes, también registro esas diferencias en ritmo y perspectiva, y aquí decidí hacerlo a mi modo: con conciencia, con zoom, con reflejos y luz natural. Estos elementos comenzaron a dialogar en la edición, a equilibrarse —en horas y horas de trabajo— para lograr transmitir una visión coherente, emocional y política. Además, incluí momentos en los que compartí mi angustia y preocupación por ella y su comunidad, buscando que esa empatía se sintiera desde la pantalla. La idea era que esas capas, juntas, crearan una fuente genuina de comprensión y emoción.

¿Cómo ha cambiado su percepción del conflicto luego de hacer la película y convivir con esas historias?

La experiencia ha sido profundamente transformadora. Me abrió los ojos no solo a la dureza de la vida en Gaza, sino también a la resistencia, la pasión y la dignidad que mantienen esas comunidades en pie. Este trabajo me recordó que, aunque los grandes poderes parecen tener control, esas familias siguen luchando con esperanza y fuerza interior.

Me invitó a reflexionar sobre mi responsabilidad como cineasta: denunciar, visibilizar, crear empatía. Desde mi lugar puedo ayudar a despertar conciencia y ofrecer un espacio para esas voces silenciadas. La responsabilidad también recae en la comunidad internacional, en cómo respondemos a estos conflictos, porque muchas veces nos mostramos cínicos o pasivos frente a las tragedias humanas. El cine tiene un potencial enorme para cambiar esa narrativa si se hace con compromiso ético.

¿De qué forma asumió la responsabilidad que recayó en usted después de lo ocurrido con Fatam?

La responsabilidad me pesa muchísimo. Todo surgió de un compromiso con visibilizar el sufrimiento y la resistencia en Gaza. Pero, tras su asesinato en un ataque israelí, esa carga se volvió aún más intensa. Me lleva a cuestionar el papel de los festivales, instituciones y de la comunidad internacional, que muchas veces actúan con temores, silencios o indiferencia.

La cultura y el cine tienen un potencial enorme para denunciar, pero también enfrentan riesgos reales y silencios que a veces parecen complicidades. La responsabilidad, en definitiva, es de todos: artistas, instituciones, gobiernos y sociedad. La inacción o la censura alimentan esa cultura del olvido, donde las vidas y luchas de quienes enfrentan la brutalidad se minimizan. Desde mi lugar, creo que es fundamental defender esas historias, proteger su existencia y que sigan siendo transmitidas como una forma de resistencia y esperanza.

¿Cómo ha sido la respuesta del festival y de las diferentes organizaciones culturales ante lo ocurrido?

En muchos casos, tibia y superficial. Vivimos en un contexto donde la censura, el miedo y los intereses económicos pesan más que las historias humanas. La historia del cine muestra que puede ser una herramienta de poder, pero también de riesgo y silencios.

La responsabilidad del festival sería mayor: proteger a los creadores y sus obras, actuar con valentía y no aceptar que la censura o el silencio dominen. Es urgente que el cine siga siendo un espacio de denuncia, de resistencia y de libertad, no solo un producto para el consumo. La falta de respuestas firmes solo alimenta la cultura del olvido, el silencio cómplice frente a las injusticias, y mantiene un círculo vicioso donde las historias de resistencia son silenciadas o tergiversadas.

¿Cuándo decidió realizar este filme?

La decisión la tomé el 24 de abril de 2024. En ese momento, aunque todavía trabajaba en otro proyecto en Cairo, una conexión con un amigo palestino me llevó a conocer a Fatam y su historia. Desde entonces, la idea empezó a crecer en mi mente; no fue algo que pudiera concretar de inmediato, pero en ese día determiné que debía hacer algo.

La oportunidad surgió cuando las familias palestinas que huían de Gaza, pagando un alto precio, con visas temporales, llegaron a El Cairo. Desde ese momento, comencé a seguir sus vidas, sus historias, sus miedos y sus esperanzas. La relación con Fatam se convirtió en el eje central del filme. Todo ese proceso fue mental, emocional, de mucho trabajo interior, y finalmente, decidí detener mi otro trabajo y empezar a grabar en Cairo, capturando esa dura realidad pero también esa fuerza interior que aún mantenían esas personas.

¿Qué fue lo más desafiante durante el proceso?

Tomar decisiones y priorizar. Había muchas familias y muchas historias de sobrevivencia con distintos miedos y formas de resistencia. Pero cuando conocí a Fatam, todo cambió. Ella se convirtió en el centro de la narrativa. Además, mantener un equilibrio entre esas grabaciones, las entrevistas, las imágenes que ella me enviaba y las noticias que registraba de manera separada fue un gran reto.

La edición fue larga y meticulosa, muchas horas para que todos esos elementos dialogaran, para construir una línea clara y potente. Pero ese trabajo de montaje fue clave para que la película lograra una estructura coherente, que mostrara esa mezcla entre lo personal, lo político y lo emocional sin perder intensidad.

¿Cómo logró mantener esa cercanía emocional a lo largo del proceso de creación y qué impacto tuvo en la versión final de la película?

La cercanía emocional fue la base fundamental. Estar con Fatam, escuchar su voz, ver su entusiasmo por documentar la guerra, creó un vínculo real y profundo. Quise que ese vínculo se reflejara en el filme para que quien lo vea también pueda sentir esa empatía, esa pasión por la justicia y esa esperanza que ella llevaba en su corazón. Incluí momentos en los que compartí mis miedos y preocupaciones, y también sus alegrías y orgullos. Esa vulnerabilidad y cercanía hicieron la película más humana, más auténtica, y lograron que el espectador se conectara emocionalmente con esa pasión y esa lucha.

Lo que esa experiencia dejó en mí fue un espacio muy profundo, difícil de cerrar. Viví con ella y con su historia en el corazón. La pasión, la firmeza y la lucha de Fatam por documentar su realidad en Gaza transformaron mi visión del conflicto. Me enseñaron que, pese a la violencia y el dolor, hay vidas que mantienen su esperanza, que resistir es también una forma de luchar por la dignidad. Esa conexión me hizo entender que el poder del cine no solo está en contar historias, sino en ponerlas en voz, en visibilizar lo invisible y fortalecer la memoria de esas vidas que sufren pero no se rinden. Desde entonces, siento más responsabilidad y compromiso en seguir trabajando por esas historias, por denunciar injusticias y por usar el cine como medio de resistencia.

¿Qué mensaje quiere que la gente se lleve después de ver su película?

Quiero que entiendan que, detrás de cada conflicto, hay vidas reales llenas de sueños, miedos y resistencia. No basta con ver las noticias o leer titulares; hay historias humanas que merecen ser escuchadas y respetadas. Cada uno puede, desde su lugar, hacer algo pequeño —difundir, sensibilizar, ayudar— para promover la justicia y la paz. Porque el cine tiene la capacidad de abrir corazones, de desafiar la indiferencia y sembrar empatía en quienes están acostumbrados a mirar para otro lado. La verdadera fuerza del arte está en su capacidad de conectar, de transformar mentes y abrir caminos hacia un mundo más humano y solidario.

Juan Carlos Lemus Polanía

Por Juan Carlos Lemus Polanía

Fundador, productor, director y editor del pódcast Cine Con Acento.
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