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Simón Mesa Soto: “Fui deliberadamente político”

El director de la película “Amparo” habla sobre las relaciones de esta historia con su vida personal, el componente social y su experiencia trabajando con actores naturales.

Laura Camila Arévalo Domínguez
10 de mayo de 2022 - 02:00 a. m.
'Amparo', dirigida por Simón Mesa, se estrenó el pasado 28 de abril.
'Amparo', dirigida por Simón Mesa, se estrenó el pasado 28 de abril.
Foto: José Vargas

Esta película se basó en una experiencia que usted tuvo con el Ejército y su hermano, pero además en la relación con su madre. Pienso, entonces, en personajes como Karen y Elías, muy jóvenes para dimensionar sus circunstancias…

A Elías lo veo en la película y pienso en mi hermano. Inclusive, en las primeras versiones del guion, Karen era un chico, pero las cosas fueron cambiando y, más allá del tema del Ejército, yo veía, en la cotidianidad de la familia de la película, rastros de lo que yo vi en mi infancia y en mi madre. Yo me identifico mucho con Karen: atestigüé la vida de mi madre como ella y, claro, como dices, uno de niño no dimensiona en su totalidad los problemas ni sus circunstancias, pero sí fui muy consciente de los desafíos que representaba para mi mamá sostenernos en una clase media tirando a baja. Por ejemplo, yo de niño no pedía mucho: sabía que exigirle a mi madre era sumar más peso.

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De todas formas, esta no es una familia sumida en la pobreza. Lo que usted retrata es la rutina de una familia liderada por una madre soltera de los 90 en medio de las carencias normales de la clase media/baja de Medellín…

Me interesó que eso quedara claro. No eran extremadamente pobres, no quería eso, solo eran unos niños sin papá que tenían una mamá que se había quedado con toda la responsabilidad. Muchas necesidades, sí. Los mayores esfuerzos de esta madre se van en suplir necesidades básicas: comidas, ropa, servicios públicos. Esa lucha cotidiana de la madre me interesaba mucho.

Por qué enfocar esa lucha en una historia relacionada con las batidas o redadas del Ejército colombiano…

Primero, me quise centrar en la cita de una madre y su hijo con un tramitador, que fue mi caso y hubo una discusión con mi madre sobre no ir a esa cita y pagar la libreta militar, una circunstancia que, además, generó unas necesidades inmediatas en ese momento. Después de leer mucho, el fenómeno de la batida del ejército fue entrando: no me pasó a mí, pero fue muy popular al final de la década de los 90. Y ese universo hizo que la historia mutara y se alejara un poco de lo personal.

Los tonos de esta película son oscuros, grises, como si a Amparo no le saliera el sol.

Sí, definitivamente quise que esta película fuese oscura, áspera. Desde la luz, hasta la forma de ser de la protagonista. Quería que fuese una película melancólica. De hecho, el rayo de luz que sale para su personaje principal quedó para el final.

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“Su hijo es un ciudadano de este país”, le dice un coronel a Amparo cuando ella le reclama por su hijo. Hablemos de esta frase, que encierra desigualdad, contradicciones y muchas preguntas sobre los deberes y derechos de los colombianos…

Tuve muchos dilemas en cuanto a ser tan frentero con respecto a lo político sin meter líneas explícitas. La historia me iba pidiendo mucha información en cuanto a qué era un soldado regular, qué es una batida, etc. Y yo quería que fuese una película muy dialogada, así que en dos ocasiones esos mismos personajes me iba pidiendo líneas como la que mencionas. Finalmente, era yo como guionista hablando a través de los personajes. Y son escenas donde no hay subtexto y la temática sale a la superficie. Decidí ser deliberadamente político.

¿Cómo es eso? Profundicemos más en eso de ser deliberadamente político...

A uno le preguntan mucho por qué las películas tienen que ser sobre conflicto o temas sociales, como si el cine fuese el problema y no la sociedad. Una pregunta sobre ¿por qué hacer realismo? Pero si te fijas, en películas como El padrino o Taxi driver está, simplemente, la sociedad. Pero yo me cuestioné mucho si quería ser tan político al final. Cuando uno está escribiendo o haciendo una película tiene que decidir entre lo que personalmente le importa mucho y lo que realmente necesita la película. Hay una escena que, por ejemplo, me parecía muy melodramática, pero la acepté. Es decir, decidí que no me importaría y me despojé de las dudas sobre las líneas políticas o el drama.

Esa tensión la sufren mucho los cineastas y los escritores a la hora de decidir qué meter o no, qué sirve o no para la narración de sus obras. Y debe ser muy difícil identificar qué cosas solo son asuntos sobre sí mismos, algo así como situaciones emocionales y más personales, y qué cosas sí funcionan...

Sí, es una lucha constante. No es que uno logre algo. Uno busca las cosas y los resultados, sobre todo en el cine, que se ve afectado por muchos aspectos. Ahí es cuando te mides como director para preservar la idea esencial de lo que quieres hacer. En la literatura, por ejemplo, ocurrirá así, pero con el editor. Pero más allá de esa persona, no tienes que luchar con muchos más actores para que se preserve el origen. Aquí juega la visión de las personas que están al rededor, las circunstancias del rodaje, el presupuesto, etc.

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Hablemos de la Medellín que usted narra en Amparo, la de la década de los 90, pero que además aparece sutilmente debido a los planos cerrados que priman en la película…

No me interesaba centrarla en un año en específico, pero bueno, al final quedó en 1998. Una época que fue muy importante para mí. Desde el inicio de esta idea y por las exploraciones iniciales que hicimos de la ciudad, supimos que la historia se haría en planos cerrados para crear esa zozobra en la historia. Siempre supimos que nos centraríamos en los personajes.

¿Por qué fue tan importante esa década para usted? Por qué decide contar esta historia durante esos años…

Porque crecí durante esa época y me interesaba narrar esa Medellín, además de que quería hacer una película que se sintiera clásica por mis propios intereses en el cine. Es una búsqueda personal por explorar distintas formas de narrar una historia y, claro, lo que termina quedando es mi visión de la ciudad.

Hablemos de Sandra, la protagonista de esta historia: una actriz natural que resultó granando un premio a Mejor actriz revelación en el Festival de Cannes… Ella contó que, por ejemplo, el tiempo de selección fue muy largo y conoció a muchísimas más mujeres que compitieron por el papel…

Quería estar muy seguro de la persona que fuese a quedar porque desde el guion tenía una idea de cómo sería la historia. Las capacidades actorales fueron importantes a la hora de decidir, pero sobre todo su estética o, mejor dicho, sus rasgos y expresividad. No fue una decisión entre quién era mejor que quién dentro de las finalistas que se sometieron al casting, sino quién realmente era la película, y esa fue Sandra. Ella tenía cierta melancolía en su expresividad que a mí me conmovió mucho.

Muchos de sus compañeros de producción dicen que Sandra “se echó al hombro” la película, reconociéndole el compromiso que tuvo al interpretar este papel y asumir los desafíos que usted y la historia le propusieron…

Es que Sandra se tomó responsabilidades que no eran de ella, pero que igual yo decidí cederle a pesar de que jamás había actuado, por eso siempre fue tan importante que su experiencia fuese placentera. Todo el cariño que recibió y la forma en la que ella lo apreció habla mucho de lo que es este país: siempre reaccionó con pena y mucho agradecimiento. Creo que la pena sobresalía porque seguramente en ningún trabajo había visto tantos esfuerzos para garantizar su bienestar. Sentía tanta responsabilidad, que un día llegó con una historia sobre unas pastillas que le habían ofrecido para recordar mejor los guiones. El hecho de que ella sintiera este proyecto tan suyo fue muy importante.

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Tanto que quiere seguir actuando. La experiencia de esta mujer, que jamás había actuado, fue tan importante que quiere seguir haciéndolo...

Es que le gusta mucho y se ve que lo disfruta, ahora, confieso que eso me preocupa mucho.

¿Por qué?

Porque la actuación es casi un imposible y este mundo es muy difícil, sobre todo para quien no ha estudiado actuación. Me preocupa mucho porque fue muy importante lo que pasó con Sandra y este mundo es muy incierto. Cuando uno se relaciona tanto con actores naturales, hay un dilema ético que no termina cuando se culmina el rodaje de la película. Yo espero que la relación con Sandra siga siendo muy buena porque no quiero que, por culpa de esa intermitencia, se dañen esas relaciones. Ese, además, es un aprendizaje del cine.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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