Simone Weil: del amor y la dignidad humana
La filósofa francesa abandonó sus privilegios para ser activista desde el núcleo de las desigualdades. Su obra se basa en las vivencias con la clase obrera y en su activismo por el bien colectivo.
Andrés Osorio Guillot y Laura Valeria López
Simone Weil se levantó de su escritorio para que sus ideas nacieran y se reprodujeran conforme a la realidad. Pese a que estuvo en sus primeros 20 años de vida muy ligada a la academia, ese interés por la defensa y el progreso social la llevaron a ser activista, a conocer desde dentro los problemas que re-pensaba y que quería solucionar siendo líder y dueña de banderas enarboladas.
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Simone Weil se levantó de su escritorio para que sus ideas nacieran y se reprodujeran conforme a la realidad. Pese a que estuvo en sus primeros 20 años de vida muy ligada a la academia, ese interés por la defensa y el progreso social la llevaron a ser activista, a conocer desde dentro los problemas que re-pensaba y que quería solucionar siendo líder y dueña de banderas enarboladas.
“¿Qué he ganado con esta experiencia? El sentimiento de que no tengo ningún derecho a nada. La capacidad de bastarme moralmente a mí misma, de vivir en este estado de humillación perpetua, sin sentirme humillada a mis propios ojos”.
Weil había decidido negarse a sus privilegios. Creció en una familia estudiada, con su hermano, André Weil, como un matemático que se destacó rápidamente en el mundo de las aulas y los pizarrones. Ella, con sus libros e inquietudes sobre el mundo que la rodeaba y el que era invisible a su entorno más cercano, hizo de sus días como estudiante y como profesora pequeños peldaños para entender mejor las condiciones de las clases obreras que terminó defendiendo. Y así fue que en 1934, a sus 25 años, decidió convivir con el proletariado y entender desde el interior las lógicas que perpetuaban la desigualdad entre la humanidad. Un año entero estuvo trabajando como obrera, aceptando la precariedad como un escenario de confrontaciones y de una angustia que promovía el entendimiento de la dignidad y del destino del individuo.
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Además de dedicar toda su vida, que infortunadamente fue muy corta, pues solo vivió hasta los 34 años, a la reivindicación de la dignidad de todos los seres humanos, a un activismo comprometido con la exaltación de la voluntad como principio y como máxima de cambio, Weil también auscultó en otras razones que configuran el alma de cada ser humano. El estudio de la obediencia, la libertad, el respeto, el deber o compromiso hacia la comunidad, una idea cercana al existencialismo de Sartre, o el amor, entendiéndose su concepto y su aplicación en la distancia, en la ausencia, fueron algunas de las nociones que Weil estudió y abordó en su filosofía mientras hizo parte de la Resistencia Francesa que enfrentó la ocupación Nazi en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.
Sócrates, Agatón y Diotime son los personajes centrales del Diálogo de El Banquete o El Amor, que hace parte de los Diálogos de Platón. Se ama lo que no poseemos, se ama entonces por el deseo de lo bueno, también por lo bello, agregando también un carácter estético al amor. Esa ausencia, que se hace tan importante para entender la influencia del deseo sobre lo bueno y lo bello, es la que toma Weil para hablar de los elementos de la distancia en el amor que, en el caso de Weil y de lo que compete frente a una de las tantas reflexiones de este tiempo excepcional, es un amor asociado al amor eros (romántico o pasional), storgé (fraternal) o, incluso, philia (de hermandad, familiar).
Se necesita de la distancia y la separación para que haya amor y en este se encuentre belleza. Para Weil este primer elemento es "el alma de la belleza" y que la separación es en sí misma una forma de amor. "Para los que aman, la separación, aunque dolorosa, es un bien, pues es amor".
El amor, según Weil, es la esencia que transmuta por medio del deseo hacia la otra persona. Y, el eje del amor es la libertad, concepto que se consigue cuando el desgarro se hace posible y no existe ninguna atadura que busque saciar al otro. Asimismo, el ser humano necesita soledad, andar y desandar las ideas y los conceptos creados por la sociedad, olvidar todo aquello que ha sido impuesto y que ha alterado en la formación de su verdadero “yo”.
"A los demás objetos de deseo queremos comerlos. Lo bello es lo que deseamos sin ánimo de comérnoslo. Deseamos que exista. Permanecer inmóvil y unirse con aquello que se desea sin acercarse a ello. A Dios nos unimos de esa forma: sin poder acercarnos. La distancia es el alma de lo bello.... Belleza: una fruta a la que se mira sin alargar la mano."
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El amor platónico vendría siendo el amor ideal, aquel que conocemos y admiramos pero que físicamente no tendremos. La imaginación es otro pilar fundamental para poder amar. Este se encarga de plantear un mundo en el que se idealiza al otro, desde la distancia y la subjetividad del ser enamorado. Weil se basa en la idea de Platón, en la cual concuerdan que el amor es la admiración entre dos personas y que se complementa. Amar la belleza de forma pura, algo que va más allá de la mera atracción física.
La filósofa francesa compara el amor entre las personas con el amor hacia Dios. Pues el amor hacia el ser supremo es imaginario, distante y no hay de por medio un gusto o una atracción física. "Ese amor, esa amistad en Dios, es la Trinidad. Entre los términos unidos por esa relación de amor divino hay algo más que proximidad, hay proximidad infinita, identidad. Pero por la creación, la encarnación y la pasión, hay también una distancia infinita".
Como ella lo menciona, el amor es el péndulo entre el encuentro y el distanciamiento. Este va y viene pero siempre se mantiene, siempre existe. Es un elemento que no se involucra demasiado, no espera poseerlo y así llega a amarlo en su diferencia y que exista por su propia cuenta, en su verdadero yo.