Preludio
Domingo 29 de marzo del 2020 Día 5
No lograba acostumbrarme a la dureza y al olor del nuevo colchón que por fortuna recibí desde el primer día del encierro. Al mismo tiempo estaba ya agotado de mis encuentros diurnos en los que batallaba contra una sola sábana –ya despedazada en un suceso que no voy a relatar acá–, pues el sofocante calor la hacía sentir como una red más de la que soy preso hoy. En las noches esa misma pesada tela parecía inexistente e incapaz de mantenerme tibio cuando la fría corriente de aire que viajaba de oriente a occidente por el pasillo entraba con aún más fuerza por esa delgada línea que divide el piso no tan limpio que me suele soportar, y la puerta gruesa y ruidosa que, seguido a la sábana, hace de guardiana del bando opuesto a la libertad.
Pasados unos noventa minutos en la mañana y en la noche, tras el respectivo altercado con mi más cercana oponente –cuando lograba reconocer con orgullo mi valentía de haber soportado esa actual condición que me consumía por varios días ya, o mejor, cuando lograba asumir mi derrota y me lanzaba con resignación al malestar permanente– me entregaba noventa minutos más a la única práctica casi religiosa a la que me he consagrado ya por varios años y que me permite sentirme en un escenario de infinitas posibilidades, todas favorables a mí… La meditación.
Estaba cursando segundo semestre de filosofía y no por fines puramente académicos me topé con las instrucciones de Séneca que ciegamente apliqué de forma fallida. Guardé mis conversaciones introspectivas, poco sensatas y poco útiles, para la mañana y la noche. Desafortunadamente ahora estas habladurías internas se volvían menos coherentes en tanto las tenía segundos después de perder mis justas con el pedazo de algodón. Me hallaba ahora suplicando con mayor desespero que antes por ese ideal “tranquillus-altus-liber” que me prometieron hacerme y saberme dueño de mí mismo. Noche a noche confirmaba con mayor seguridad mi incapacidad de librarme del encierro y me derrumbaba cuando descubría que habían pasado años y no lograba deshacerme del primer eslabón… mi pesado espíritu que poco comprendía su estadía en este o cualquier otro lugar, en este o cualquier otro tiempo.
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Interludio
Martes 14 de abril del 2020 Día 21
La comunicación con mi familia la perdí poco antes del suceso. Llevaba un par de meses sin recibir alguna noticia de parte de mi madre o mi hermana, sin embargo, no habría hecho la diferencia en tanto cualquier encuentro o contacto con alguien estaba totalmente restringido. Al comienzo no sabía a qué se debía la orden, la cuál escuché por primera vez en boca de alguien pues había decidido bajo principios morales y políticos no recurrir a la televisión o al radio para saber lo que sucedía allí afuera. Este hecho me alivianaba un poco la ausencia de Gabriela. Pensar que circunstancias externas a nuestras propias decisiones impedían una conversación o un silencio profundo entre los dos era un descanso para mi mente, pese a esto, no pasaba día en el que dejara de pensar en el transcurrir de su vida desde el día en que tuve que dejarla, sin poder despedirme, solo para que su existencia pudiera seguir alterando al mundo, así como ella desordenaba el mío sin piedad.
Miércoles 15 de abril del 2020 Día 22
Si bien durante la universidad un par de profesores no dejaban de recordarme mi incapacidad para la escritura envolvente o al menos inquietante, no haría yo una descripción tan simple de la mujer más compleja que conocí a voluntad propia. Ayer de forma abrupta fui interrumpido por mi compañero Danilo, un hombre de aproximadamente 82 años, que, a cuenta de la naturaleza azarosa de la vida, se había convertido en mi única compañía. Ningún hecho provocaba la exaltación de Danilo, jamás elevaba su tono de voz ni aceleraba el ritmo o la cadencia de las palabras que salían rara vez de su boca; era fiel a la estética que cualquier poeta quisiera presumir.
Eran alrededor de las 9:15pm –tampoco puedo describir tiempos con precisión pues también me había rehusado a siquiera ojear con rapidez algún reloj que me recordara la prolongación excesiva y al mismo tiempo la ligereza de mi existencia en el mundo–; la puerta crujió con mayor rudeza que de costumbre tras el empujón que le dio Danilo y con sus palabras quebró aún más la poca calma que quedaba. –Lo hicieron esta vez–.
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Postludio
Jueves 14 de mayo del 2020 Día 51
Habían pasado 54 días después del primer motín, 50 días después de mi llegada a prisión, 30 días después de la fuga y 29 días después de hallarme sentado en una acera sobre la calle 17ª con 57 excusándome ante usted por la mala descripción de Gabriela a causa del suceso de la noche anterior. Allí estuve con las manos congeladas por el frio de la madrugada bogotana y temblorosas aún por el caos vivido. En ese instante había decidido no alejarme del lugar donde había pasado apenas 21 días de encierro; sabía que poco sospecharían de mi presencia en aquella zona a la que solo tenían acceso algunos apátridas de esta ciudad.
En medio de la multiplicidad de olores que abundaban allí trataba de descifrar los pensamientos irracionales que me hacían sentir atado al lugar que me resguardó por aquellos días que parecían unidades de tiempo incomprensibles, pesadas y eternas. Mis manías exacerbadas, mi constante incomodidad y mi acercamiento a la lectura y a la escritura –que de por sí ya era intenso– me llevaron a recrudecer la conciencia sobre mí mismo. ¿Qué no había destinado mi vida a la profunda introspección de mi ser y al descubrimiento de mis propios misterios? Nunca había imaginado que iba a necesitar de una privación de mi libertad en términos superfluos para emprender ese camino que había emprendido de múltiples formas malogradas tiempo atrás.
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Tantas ideas que me abrumaron fueron disipadas por una entrecortada y grumosa voz que salía de un viejo radio situado al interior de uno de esos cambuches de lata y polisombra que luego se convertirían en mi hogar. –¡Así avanza el confinamiento en la ciudad! La circulación de personas en supermercados ha sido reducida en un 60% gracias a la restricción de movilidad por género. ¡Recuerde! Solo los hombres podrán circular por las calles el día de hoy, exclusivamente para la compra alimentos. Personas transgénero cumplirán la medida según su identidad de género–. Aquella voz enérgica, poco adecuada para el lugar, la hora y la soledad, aterrizó mi cuerpo y mi mente. Bastante confundido me acerqué a un hombre de avanzada edad –”¿Dónde estará Darío?”, pensé –. Entre exhalación y exhalación del humo de su cigarrillo me puso al tanto de la situación. La orden de restricción de visitas a la que culpaba por no saber de Gabriela o de mi madre ya cobraba sentido. Al llegar a la cárcel tras una querella de la que juro por Dios soy inocente, me olvidé por completo de los rumores de una emergencia sanitaria que podía declararse, y en tanto esos muros carcelarios aíslan hasta el aire que respiramos los de adentro, haciéndolo diferente al aire que respiran los bienaventurados de afuera, nunca me enteré del avance de tal escenario postapocalíptico que algún día me llegó a intrigar.
No habían pasado más de 12 horas desde mi auto declarada liberación física –ahora legitimada por la posibilidad de que justo hoy los hombres salgan del encierro en búsqueda alimentos, me dije a mi mismo–, cuando aquel hombre me anuncia con tranquilidad que soy de nuevo preso.
Llevo hoy la cuenta exacta que me recuerda los 51 días de encierro padecidos. No han marcado diferencia el tipo de muros que me atrapan, la sábana que me arropa o la razón exacta por la que no puedo establecer contacto con mi familia. La única calma que me abriga es la de imaginar que no somos pocos ahora; que es hoy la extraña libertad el anhelo de todo ser en este mundo; que cada alma tendrá la posibilidad de abrirse camino dentro de sí misma y que desligaremos la riqueza de nuestra existencia de cualquier beneficio banal instalado fuera de nuestro cuerpo. Así, seguro de que me acerco día a día a la eudaimonía que me habían prometido tantos metafísicos de la antigüedad, abro la puerta de la pieza que instalé sobre la misma poco agradable calle 17ª desde la que puedo observar todas las madrugadas los muros de aquella vieja prisión, le doy gracias al encierro que me acompaña y le grito a la ciudad ¡Preparaos todos para la verdadera liberación!