Ser adolescente, estar en una fiesta, no saber bailar y no atreverse a hablarle a la persona de la que se está enamorado. Según quién narra, la situación puede ser la letra de una mala canción o la idea para un libreto de telenovela de las cinco de la tarde. O puede ser -según quién narra, ahí la diferencia y la razón de ser de la escritura- el detonante de una historia memorable.
Algo demoledor de Paraísos en el mar, el libro de Adolfo Zableh Durán, es que logra darles a los dramas de la adolescencia el carácter trascendental y profundo que en realidad tuvieron: aquella fuerza formadora que determina la vida o la echa por la borda definitivamente. Es un tema capital, desde lo literario, al punto que hay quienes distinguen las novelas de formación como algo definido y objeto de estudio.
Entonces la primera bofetada que da el libro de Zableh es el tema: la escena que inicia el libro y que cuenta un beso bajo la lluvia (otra situación que según quien narra puede ser una escena menor o un lugar común) y que el escritor soluciona de manera inolvidable para cumplir lo que dice Caparrós con aquello de que quien escribe es, principalmente, un cazador de inicios.
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El caso es que el tema y la forma en que es abordado (el “cómo” narrativo diríamos si quisiéramos sonar como ensayistas de cátedras) conecta con el lector de manera irremediable. No importa que ya seamos unos viejos más o menos curados en los desplantes de la vida; o si quizá somos aquí y ahora el muchacho de ojos tristes que tiene miedo al rechazo, que no sabe bailar y que quiere saber qué es el amor.
Y todos volvemos un poco a esa pista de baile en la que estuvimos. Paraísos en el mar parece entonces una novela, aunque claramente no lo sea. Tiene el tono, pasajes y una voz que teje los hechos de la misma manera en que ocurren las novelas... Pero no lo es y tampoco pretende serlo. Tampoco es un diario íntimo, aunque con el narrador recorremos el patio de una casa en busca de unos tenis que se robaron.
Porque el género es otro de los grandes asuntos de este libro. Digamos que es solo un libro sobre primera persona. Se requieren buenas dosis de escritura para moverse por entre esos grises. Escribir en primera persona o sobre la primera persona es un camino de linderos tan inciertos en los que es fácil perderse y terminar en vericuetos donde sólo resuenan los egos. Pero para eso está la escritura; quiero decir, el oficio complejo de las palabras.
Zableh lo hace más allá de casillas y géneros, lo que es también una toma de posición. Para qué se escriben novelas si no es para escarbar en obsesiones y tratar de agotarlas. Zableh parece entonces preguntarse para qué escribirlo en voz de otros si soy quien lo vivió para contarlo.
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Entonces aparece la construcción literaria de la pareja a punto de besarse bajo la lluvia. O los adolescentes en las fiestas mientras uno de ellos es carcomido poco a poco por sus demonios internos. Una de las grandes fortalezas de este libro (la sólida columna que lo atraviesa y sostiene) es esa aparente levedad bajo la que ocurren terribles tormentas y corren furiosas borrascas.
Más allá de casillas o fórmulas, decíamos. Como un grito contra el género. Porque solemos estar atrapados en camisas hechas pero quizá lo único trascendental cuando se cierra una página final sea quedar con un par de escenas fijadas para siempre o con el tic de repetir una y otra vez Roam, la canción de The B-52′s solo porque el libro nos llevó a hacerlo.
Y puede que pase que Paraísos en el mar deje el sabor de una confesión. Libro sobre la cultura popular en los años noventa. Decálogo de algunos de los usos y costumbres de la juventud barranquillera. Historia sobre cómo era ser joven a finales de los años noventa. Libro sobre la soledad. Una manera de explicar la existencia a través de las canciones.
Ser uno y varios libros y también ser muchos de nosotros. Es el efecto metafórico de la literatura. Es cuando la falta de un walkman Sony o de unos tenis Reebok son un drama universal. Se cumple eso que dicen que un escritor debe mirar la propia baldosa en la que está parado para trascender en las historias.
En tiempos de la primerísima primera persona de las redes sociales las narrativas que se abren paso pueden tener un trasfondo similar al de las fotos selfie.
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El lugar común con aquello de que la vida supera la ficción se cumple ahora mismo en cada barrio y esquina; en cualquiera de las ventanas del edificio del otro lado de la calle o en la habitación más pequeña de la casa más linda del barrio. Pero el problema no es la veracidad de los lugares comunes sino quién es capaz de contarlos.
Aquello de “según quien narra” que para el caso de Paraísos en el mar es un Zableh que no solo tuvo la mirada sino que ya tiene el tono.