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Studio Ghibli vs. inteligencia artificial: una batalla por la autenticidad

El arte hecho a mano de Studio Ghibli, que ha sido admirado durante generaciones, se ha multiplicado por la inteligencia artificial, abriendo un debate sobre la autenticidad y el futuro de la creatividad.

Samuel Sosa Velandia

04 de abril de 2025 - 09:00 a. m.
Studio Ghibli es un estudio japonés de animación, considerado por la crítica especializada y muchos cinéfilos como uno de los mejores estudios de animación del mundo en la actualidad.​
Foto: Jonathan Camilo Bejarano
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La estética y la narrativa con las que Studio Ghibli ha construido sus historias lo han convertido no solo en un referente de la animación, sino que también ha logrado consolidar una comunidad que, en cada fotograma, reconoce las virtudes de un trabajo hecho a mano.

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A pesar de los avances tecnológicos, el estudio fundado por Hayao Miyazaki se ha mantenido fiel al proceso analógico, trabajando sobre el papel, cuadro por cuadro, con un despliegue de sensibilidad y un profundo respeto por las tradiciones y las ideas de aquellos que acompañaron a Miyazaki en su formación.

Esa cualidad única de sus obras, que establece una conexión especial con el espectador, es lo que el teórico Walter Benjamin llamó “aura”, un término que hace referencia a la autenticidad, la singularidad y la carga simbólica que una obra representa para quien la observa. Sin embargo, Benjamín también expresó su preocupación por cómo la reproducción en masa hacía que el aura se desvaneciera.

Sus ideas continúan siendo objeto de discusión en los círculos académicos contemporáneos. Sin embargo, nos encontramos en un momento en el que la pérdida del aura cobra nueva relevancia.

Desde hace algunas semanas, OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, habilitó la opción de que los usuarios subieran fotografías para convertirlas en animaciones al estilo de Studio Ghibli. Esta funcionalidad se popularizó rápidamente después de que algunos usuarios premium, incluido el director ejecutivo de la Sam Altman, compartieran sus retratos en ese estilo en redes sociales.

“Es divertidísimo ver a la gente encantada con las imágenes en ChatGPT. Pero nuestras GPUs están al máximo. Vamos a introducir temporalmente algunos límites de velocidad mientras trabajamos para mejorar la eficiencia. ¡Ojalá no tarde mucho!”, escribió Altman en su cuenta de X.

No solo hemos visto fotos de personas o mascotas; algunos han decidido recrear momentos históricos en estos diseños, e incluso memes. Aunque esto parece una simple tendencia de redes sociales, probablemente efímera -como todas las demás-, las discusiones que ha generado plantean preguntas sobre creatividad, propiedad intelectual, el reemplazo de oficios humanos y la autenticidad, tal vez como la única forma de diferenciarnos de una máquina. También sobre el uso de recursos naturales, que a pesar de no ser el tema central de este texto, es de los puntos más alarmantes.

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La propiedad intelectual en la era de la IA

El caso de Studio Ghibli y ChatGPT avivó una de las principales preocupaciones del sector artístico y cultural: la posible vulneración de los derechos de autor por parte de los sistemas de inteligencia artificial. Esta es una de las razones por las cuales muchos se oponen a la idea de incorporar la IA en su trabajo, pues se han dado casos en los que estos sistemas generan textos o crean obras que, aunque parecen convincentes, están basadas en información falsa o suplantada.

Un ejemplo de esto es la demanda presentada por los escritores George R. R. Martin y John Grisham contra la empresa detrás del software, al argumentar que sus libros fueron utilizados sin su consentimiento para entrenar a ChatGPT. Este es solo uno de los muchos casos que han salido a la luz.

Aunque hasta el momento no se ha reportado ningún interés de Studio Ghibli por emprender acciones legales, surge la pregunta: ¿qué ocurriría si ese fuera el caso y cuáles serían las defensas de ambas partes?

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Felipe Rubio, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes y miembro del Centro Colombiano de Derechos de Autor, explicó que, en este caso, resulta complejo determinar si existe o no una violación de derechos de autor.

Según Rubio, crear una obra original inspirada en el estilo de un artista no constituye un delito. “De acuerdo al derecho de autor básico, las obras deben ser creadas con la originalidad del autor y su sello personal. Si alguien crea una obra en ese estilo, pero con su propio toque personal, no habría ningún problema. Sin embargo, si se utilizan obras preexistentes, no bajo el derecho de cita o algo similar, sino, por ejemplo, en una traducción o adaptación, entonces sí es necesario pedir permiso previo y expreso”, explicó.

En este caso, el abogado señala que el problema radica en que la imagen, aunque inspirada en el estilo del estudio, es tan similar a la original que podría argumentarse que se hizo uso de imágenes protegidas por derechos de autor para crearla. Sin embargo, también reconoció que, dado que se trata de un proceso algorítmico que toma información de Internet y otros sistemas, no hay impedimentos para su uso. Es entonces cuando Rubio enfatizó en que los esfuerzos legislativos deben centrarse en establecer esos límites y garantizar la protección.

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“Para mí, sí se trataría de una infracción, y más aún si estos usos tienen fines comerciales. Este tipo de casos no encajan en el concepto de fair use que existe en países anglosajones como Estados Unidos”, aclaró. Este término hace referencia a una doctrina legal que permite el uso de obras protegidas por derechos de autor sin permiso del titular, siempre que se utilicen para fines como la crítica, la educación o la investigación.

En este contexto, Studio Ghibli podría demandar tanto a OpenAI como a cualquier otra entidad que haya utilizado su estilo. “Es probable que OpenAI argumente que se trata de un arte transformativo, amparado en el ‘fair use’, y que solo está utilizando el estilo. Ahí entraría la defensa de Studio Ghibli, que intentaría demostrar que, aunque eso sea cierto, sus contenidos están siendo utilizados sin su consentimiento. No obstante, reconozco que es una disputa compleja y difícil, que podría desarrollarse por varias vías, incluida la posibilidad de que se argumente competencia desleal”, detalló el abogado.

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Rubio señaló que hay entre 14 y 15 proyectos de ley en circulación en Colombia que abordan diversos aspectos relacionados con la propiedad intelectual y la inteligencia artificial. Uno de estos proyectos, que será discutido próximamente, involucra al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MinCiencias) y al Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC).

Uno de los puntos claves de este proyecto es la propuesta de que el gobierno nacional regule la propiedad intelectual en el contexto de la inteligencia artificial. Sin embargo, esta propuesta ha sido cuestionada, ya que la Constitución establece que dichas regulaciones deben ser aprobadas por el Congreso. Además, el artículo señala la necesidad de garantizar un equilibrio entre la protección de los derechos de los creadores y el acceso a los datos necesarios para el desarrollo de tecnologías innovadoras.

Este planteamiento genera incertidumbre, ya que actualmente muchas situaciones que involucran el uso de inteligencia artificial, especialmente aquellas que emplean contenidos protegidos por derechos de autor, están cubiertas por normativas como la Decisión Andina 351. Esta legislación regula los derechos de autor en los países andinos, pero aún enfrenta el desafío de la rápida evolución tecnológica, lo que deja atrás a las leyes nacionales.

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Las preocupaciones por el tiempo no solo afectan lo legal, sino también a los propios artistas, quienes se cuestionan el futuro de su trabajo frente a la realidad actual. “Es evidente que las discusiones sobre regulación y derechos de autor son complicadas y merecen tiempo, pero el principal obstáculo es que la tecnología avanza mucho más rápido que la legislación, lo que hace que el proceso sea aún más complejo. El factor tiempo es crucial, y estamos viendo cómo la tecnología avanza mucho más rápido que nuestra capacidad para gestionarla de manera efectiva”, afirmó Juan David Almanza, animador y docente de la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

La pregunta por el futuro de los artistas

Desde que la inteligencia artificial se adentró en nuestra realidad, ha surgido un sentimiento generalizado de temor. Expertos y curiosos han intentado comprender por qué su presencia nos incomoda y nos inquieta. Todos coinciden en un punto: la preocupación por ser reemplazados, por ver lo que antes estaba reservado para los humanos ahora delegado a una máquina.

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Este sentimiento ha impulsado acciones que exigen máxima atención sobre el uso de la IA en todas las esferas de la vida. La cultura no ha sido ajena a estos reclamos. De hecho, esta fue una de las razones que llevó a una huelga en Hollywood durante tres meses, donde más de 9.000 escritores afiliados al Author’s Guild presentaron una demanda colectiva contra OpenAI, responsable de ChatGPT. La acusación era que la empresa estaba entrenando sus programas con contenidos de estos autores sin su consentimiento.

La filóloga Irene Vallejo ha señalado que toda evolución tecnológica es inherentemente ambigua, pues lo que el ser humano inventa puede ser utilizado tanto para construir como para destruir. En la misma línea, Diego Felipe Ríos, realizador y docente en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, comparó la IA con un cuchillo: “Puedes usarlo para preparar algo delicioso o para hacerle daño a la gente”.

“El problema es que esa herramienta, ese cuchillo, está al servicio de un sistema económico que, en áreas como la ilustración o la fotografía, puede prescindir del talento humano para no pagar por él. No cabe duda de que esto ya está pasando y que seguirá afectando los puestos de trabajo”, apuntó Ríos, quien reconoció que esta resistencia a la IA es un fenómeno que ya ha ocurrido con otras tecnologías, por ser algo desconocido que rompe con los patrones establecidos.

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No todos los artistas lo ven de la misma manera. Algunos están aprovechando la IA para hacer su trabajo más eficiente, alimentar su creatividad y mantener su estilo. A pesar de que esta democratización de la tecnología se presenta como algo positivo, Ríos advierte que no siempre lo es, ya que puede dañar los procesos creativos de grandes artistas. Este punto refleja la preocupación de parte del sector artístico ante la IA, que simplifica y minimiza un proceso valioso, como el de Studio Ghibli, cuyo arte es apreciado por su creatividad y el modo único en que se crea.

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Juan David Almanza, animador y docente, considera que el tiempo es lo que nutre al creador, el “prueba y error” que lleva a mejorar y encontrar un estilo propio. Lo que a él le preocupa es que, si ya no se dispone de ese tiempo, los resultados se verían afectados. “Cada vez se nota más que las creaciones se están volviendo genéricas. Esto lo vemos en muchas campañas actuales, en publicidad y en periodismo, donde la voz propia comienza a perderse”, destacó.

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Este proceso de homogeneización también plantea un dilema para los artistas, que no saben si compartir su trabajo en plataformas como Instagram es una decisión segura, considerando que la inteligencia artificial puede usar esas imágenes para generar algo “nuevo”. Aunque este riesgo ha existido desde el inicio de Internet, con la IA se hace más complejo.

“El dilema de compartir mi material es que, por un lado, puede ser plagiado, pero por otro, me ayuda a darme a conocer. La pregunta es: ¿cómo hacerlo sin exponerse al plagio? Tal vez haya que esperar que aparezcan filtros de pago o implementar esos filtros personalmente para proteger el material. Otra opción es compartir solo material de proceso, no la pieza finalizada, para protegerla. Este problema del plagio en Internet ha estado presente siempre, pero ahora ha alcanzado niveles desmedidos”, indicó Ríos.

Algunos señalan que todas las transformaciones tecnológicas han estado acompañadas de una sensación de pesimismo, y lo que parece el fin, solo es un capítulo más. No obstante, exigen que se garantice la transparencia y el respeto por algo que las máquinas jamás podrán replicar: la creatividad y la autenticidad. Estos aspectos deben ser preservados para mediar esta situación.

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“Una máquina puede contarme chistes, pero no tiene sentido del humor. Puede escribir sonetos, pero no puede pensar como un poeta. La semántica, los sentidos figurados y las metáforas son algo exclusivo de los humanos. Además, no generan respuestas en tiempo real, como sí lo hacen las personas. Nuestro lenguaje es imperfectamente perfecto, y esconde cosas que solo nos pertenecen a nosotros. Nos permite construir mundos, los que queramos”, afirmó Cristina Aranda, filóloga y consultora tecnológica especializada en inteligencia artificial.

Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com
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