Tan triste como los cuentos de Onetti

Un buen título es un buen inicio. Y así comienzan los de Juan Carlos Onetti: “El infierno tan temido”, “La cara de la desgracia”, “Tan triste como ella”, “El obstáculo”, “Regreso al sur”, “La novia robada”, “La muerte y la niña”.

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Jaír Villano / @VillanoJair
30 de mayo de 2019 - 06:35 p. m.
Un sello de correos de Uruguay, en honor a Onetti.
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Nos adelantan lo que encontraremos en ellos: desespero, angustia, pesimismo, frustración, derrotismo; existencialismo puro y duro. Un narrador de seres carcomidos por la soledad, que viven en muchedumbre. Un anticipado a su tiempo, pues si bien en su obra son claras las influencias, -Céline, Faulkner, Camus-, su originalidad primaba. Y para eso baste leer la intensidad de su prosa, la forma en que principia los relatos, los elementos que elige describir (y el cómo). y el porqué de sus adjetivos. En suma, eso que llaman técnica y oficio.

En alguna entrevista le preguntaron en qué género se sentía mejor: sin en el cuento o en la novela. Él dijo que en los dos, pues cada tema daba su condición, si largo o corto, si corto o largo. Como gran autor que es, tanto en un género como en el otro se encuentran las características y virtudes de su estilo. Es un autor poco complaciente con el lector. Para entenderlo hay que esforzar la mente y estar dispuesto a detenerse por varios minutos en sus párrafos. La obra del uruguayo exige paciencia y relectura, para resumirlo.

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Creía que el arte es una eterna confesión, y tal vez por eso en sus relatos se puede comprender su personalidad y su manera de concebir el mundo. Onetti estuvo exiliado en Europa, pasó los días leyendo en un psiquiátrico, se casó con dos primas hermanas entre sí, fue bohemio, bebedor, neurótico, de mirada irónica, selectivo con las amistades y misterioso. Hizo parte de ese grupo de intelectuales en Montevideo, -escritores, poetas, artistas plásticos, críticos de cine: La generación del 45-, que se reunía en los bares y cafés a discutir.

De todo lo que cabría destacar de su narrativa breve, es imprescindible no tomar "El infierno tan temido", una pequeña obra maestra que describe la atrocidad de una actriz fracasada con un mediocre periodista. Ella le envía fotos a todas partes y desde todas partes, con hombres distintos y en distintas poses, todas obscenas y repelentes, al punto que el periodista termina devastado y vencido: “Solo tenía ahora, Risso, una lástima irremediablemente por ella, por él, por todos los amantes que habían amado en el mundo, por la verdad y error de sus creencias, por el simple absurdo del amor y por el complejo absurdo del amor creado por los hombres”.

La manera en que está narrado, y el cómo se desarrolla la trama son muestras palpables de la maestría de Onetti. Una historia oscura y mohína, que revela los ripios más abyectos del desenlace de una relación.  

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Y de la misma manera, cabe mencionar "Un sueño realizado", donde la extravagante protagonista se aventura en una compañía de teatro, en busca de un acto que termina con su muerte; y ni hablar de "La cara de la desgracia", otra apabullante historia de desasosiego, que narra una fortuita relación entre una misteriosa chica de un hotel, que anda en bicicleta en las noches, y un decepcionado tipo que pasa sus días, y ve en la chica una debilidad e indefensión que él está dispuesto a proteger.

Acierta Villoro cuando dice que, contrario a Chejov, en Onetti las emociones ocultan las tramas. Añadiría que a veces pareciera que el narrador le habla al lector y en otras simplemente lo olvida o lo soslaya, como si estuviera hablando para él. Y digo hablar, porque hay historias donde el estilo predomina sobre el contenido al punto que la complejidad estorba, se ve como un ornamento innecesario; mientras que en otras sucede eso que Vicente Huidobro le escribió a Juan Larrea: una escritura despojada de un tono literario, y abriendo paso a “un lenguaje de conversación: no cantante, solo hablado, parlante”. Lo que no le resta el misterio, pues en cuentos como "Bienvenido, Bob" y "La cara de la desgracia", hay hechos descritos, pero no revelados (¿quién asesinó a la niña de la bicicleta?).

De las historias más sombrías, me parece a mí que "Tan triste como ella" hace parte del podio. Se trata de una relación matrimonial desgastada por el tiempo, “es probable, también, que ni ella ni él creyeran ya del todo en la realidad de las noches, en sus felicidades cortas y previsibles”. En la cual la infidelidad trasciende y al mismo tiempo desnuda su futilidad, cuando lo que padece el ser es un incomprensible vacío, “Había sido feliz con el muchacho y a veces lloraron juntos, ignorando cada uno el porqué del otro. Pero, fatalmente y lenta, la mujer tuvo que regresar de la sexualidad desesperada a la necesidad de amor. Era mejor, creyó, estar sola y triste”.

 Como en otros de sus relatos, en este el narrador se entromete, -“aquella noche de domingo, el día más triste de la semana, el hombre dijo en la cocina mientras revolvía la taza de café”-, pero su poder de persuasión es tan fuerte que uno termina por creer que no le sobra ni una palabra.

Los cuentos reunidos de Onetti nos demuestran que se trataba de un maestro del oficio. Me aventuraría a decir que es el mayor representante latinoamericano de la estética del fracaso: sus relatos rebosan la virtud de la atemporalidad, porque personas que fracasan siempre habrá: lo mismo antes, ahora y en cien años.

El uruguayo es uno de esos autores que el lector juicioso anhela, pues con Onetti se disfruta, se instruye, se analiza y se aprende. Por momentos es denso, sí: no hay que negarlo; pero es que como decía Platón: “lo bueno es arduo”.

Por Jaír Villano / @VillanoJair

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