Tinder en el muro entre Jerusalén y Cisjordania
La cineasta Inés Moldavsky es directora de la película The men behind the Wall, en la que muestra cómo una red como Tinder pone en cuestión el muro que separa a Israel y Palestina.
María Paula Lizarazo
Hay un muro de aproximadamente 800 kilómetros que se extiende por Cisjordania y rodea Jerusalén, como intentando protegerla de quién sabe qué peligroso equipamiento bélico que posee Palestina. Jerusalén está rodeada por un muro que la protege de los palestinos que a diario pasan buscando ganarse lo que en Palestina no pueden conseguir. Los palestinos lo llaman el muro de la separación (Il yidaar il fasel), los activistas –palestinos y no palestinos- el muro del apartheid y los israelíes el muro o la barrera de la seguridad.
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Hay un muro de aproximadamente 800 kilómetros que se extiende por Cisjordania y rodea Jerusalén, como intentando protegerla de quién sabe qué peligroso equipamiento bélico que posee Palestina. Jerusalén está rodeada por un muro que la protege de los palestinos que a diario pasan buscando ganarse lo que en Palestina no pueden conseguir. Los palestinos lo llaman el muro de la separación (Il yidaar il fasel), los activistas –palestinos y no palestinos- el muro del apartheid y los israelíes el muro o la barrera de la seguridad.
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Pero el muro se vuelve un pasadizo de turistas que sí, ellos sí, tienen potestad para pasar libremente entre un país y otro. Ellos no tienen agencia sobre el conflicto. Van y vuelven de la tierra de olivos y cenizas al país de las grandes metrópolis de Oriente Medio. Con ojos de espectadores, con ojos atentos al espectáculo, el turismo es una realidad aparte de la ocupación israelí.Como si afuera hubiese un bombardeo, pero nosotros dentro de casa vemos una película de bombas y sangre y esa es toda nuestra aproximación a la realidad; así pasan los turistas de Jerusalén a Cisjordania y de Cisjordania a Jerusalén, con la cámara abierta en el celular y los ojos sobre la cámara.
Para el caso de Inés Moldavsky, cineasta israelí, la ocupación de Palestina también ha estado mediada por cámaras y celulares, pero ella no ha sido turista de este conflicto, sino que ha crecido en medio de él. Aunque para su carrera de cineasta la relación entre Palestina e Israel ha sido un karma pues, según dice, siempre se espera de un creador israelí o de un creador palestino que su obra aborde el conflicto en cuestión, Moldavsky ha intentado abordarlo desde otras narrativas distintas a las que se enfocan en cuestionar los acuerdos de Oslo, los ataques de Hamas o la ecuanimidad de Naciones Unidas.
Su trabajo se ha centrado en el cruce entre sexualidad, género e identidad nacional. Y es desde allí que en su último proyecto abordó la relación entre Israel y Palestina.
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En su trayectoria de creación fílmica están Here I was Dumped (de 2012), Thirty Plus (de 2013) Midnight (de 2015) y Cold Facts (de 2016).
Moldavsky tiene piel morena, cabello negro, cejas negras y se viste oscuro. Tiene treinta años. Sonríe. Menciona The men behind the Wall, su película de 2018, desde la cual exploró las ideas con las que fue criada, contrastándolas con el presente. Todo con cámaras y celulares.
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Descargó la aplicación Tinder, se paró en el muro y esperó a ubicar y entrar en contacto con hombres de los que el muro la protegía. Empezó a conocer hombres que no podía conocer.
En los registros de las grabaciones aparece con un vestido rojo, sosteniendo un micrófono largo. En la película, un bus pasa en frente del muro: por ahí es su ruta, esa construcción de más de siete metros de altura es parte del paisaje, como si desde siempre hubiera estado ahí, como presuponiendo que por el resto de los tiempos, cada mañana, seguirá ahí. Una voz en off cuenta que si quieres pasar te harán preguntas, preguntas, más preguntas; así pases todos los días, siempre es así, tan cierto como que el sol vuelve a salir es que estarán los puestos de control, las preguntas y los militares.
Entre esa realidad fronteriza, Moldavsky comienza a hablar con hombres de los que Tinder no la protege. Con algunos se escribe, con otros se llama, con otros se ve y van a comer y se toman fotos y se ríen y se sienten bien.
A alguno le pregunta en una llamada que si ha hecho el amor con una judía y él le responde que no, que ella sería la primera. Otro, le promete hacer todo por ella. Otro, que no está allá sino acá, es decir, en Israel, habla del amor desde sus prácticas religiosas: matrimonio, virginidad, hijos.
Tenemos una imagen: Moldavsky, con el vestido rojo, tomándose fotos en el muro, posando, intentando sonreír como la turista que no es y que no podrá ser, o por lo menos no en ese muro. Hay una toma que se hace desde los alambres de la parte superior del muro y entonces vemos a una madre caminando con su hijo, vestida con una abaya, en ese peligroso, desconocido y, para algunos, inexistente país que está del otro lado.
Moldavsky logra rebasar el muro y entrar en contacto con la gente como para incluso poner sobre la mesa que -en el debate y los conflictos geopolíticos- no debe haber cuestionamientos sobre hacer el amor con un palestino o con un judío. El espacio virtual le permite repensar incluso las nociones principales con las que se aborda este conflicto: la frontera.
Entonces Tinder, el neoliberalismo y la globalización económica de la que participan las redes sociales, resultan siendo un rabo de paja para las naciones (todas, por demás) cuyas intenciones versan entre la lógica neoliberal de libre mercado -es decir, ahí, en lo económico, en donde no hay fronteras- y la acentuación de fronteras e independencia territorial, identitaria e histórica.