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¿Cómo supo que era esto a lo que quería dedicar su vida?
Trabajaba en derecho comercial, pero empecé a sentir que eso no me llenaba el alma. Desde muy pequeña crecí en los corredores de la Casa de la Madre y el Niño. Un día me tocó profundamente el caso de un niño que intentó suicidarse en otra fundación, y al hablar con él descubrí que nunca nadie le había festejado su cumpleaños ni le había dado un abrazo. Ese día me prometí que esa sería mi causa: cambiarles la vida a los niños menos favorecidos que han sido víctimas de la violencia y la indiferencia.
¿Cuál ha sido esa visión que, a través del trabajo y de las conversaciones con los niños, se ha transformado sobre el país?
Para mí, la palabra clave es resiliencia. Si revisamos los motivos por los cuales los niños ingresan al sistema de protección en Colombia, el principal es el abuso sexual. En el mundo, somos los primeros en violencia intrafamiliar y, tristemente, el abuso sexual es el primer motivo de ingreso. Cuando todos los días ves que los niños a tu alrededor han sido víctimas de abuso sexual, y aun así tienen una sonrisa, entiendes que la vida sí se puede transformar. Esos niños tienen derecho a volver a sonreír, y la única forma de hacerlo es que sus padres biológicos, cuando son reintegrados con ellos, les respeten sus derechos y los críen en un entorno digno. Si no pueden regresar con su familia biológica y entran en proceso de adoptabilidad, entonces que encuentren un hogar amoroso.
Pienso mucho en una columna que leí hace algún tiempo sobre cómo la hostilidad y la violencia en las que crecen muchos niños también es resultado de un mundo habitado por adultos con traumas de infancia, que igual fueron víctimas. ¿Qué piensa de esto? ¿Cree que es cierto?
Un día una amiga me dijo que esos padres que abusan sexualmente de sus hijos no entienden que están abusando. En ese momento sentí mucha rabia con lo que ella decía. Pero trabajando en este campo lo entendí. Porque esos padres también fueron abusados, fueron maltratados, crecieron dentro de un ciclo de violencia. Muchas veces es un patrón cultural que se repite. Si alguien fue abusado desde muy pequeño, y creció en ese entorno, es probable que piense que esa es la forma normal de vivir.
¿Cómo reconstruir la esperanza en un niño que ha conocido el abandono y la violencia desde el primer momento?
En La Casa de la Madre y el Niño trabajamos desde el enfoque del trauma. Cuando eres experto en trauma, puedes tratar el corazón de estos niños. Nuestro propósito siempre es acercarlos a su familia biológica. Trabajamos con un equipo de psicólogos, trabajadores sociales y expertos en trauma que entienden lo que le pasa al niño. También trabajan con la familia biológica para cambiar las dinámicas de violencia intrafamiliar que impiden que estos niños sean amados y respetados. Somos pioneros en Colombia en el tema de la reunificación familiar. No ganamos nada con tener a los niños institucionalizados si no intervenimos también en el núcleo familiar. Por eso, en alianza con cinco de las universidades más prestigiosas de Bogotá, construimos un protocolo de reunificación familiar que aplicamos en la Casa.
El trabajo de ustedes no solo se enfoca en los niños, sino también en muchas mujeres que llegan embarazadas y con el futuro incierto. ¿Cómo ha sido ese acompañamiento?
La Casa tiene un programa para mujeres con embarazos no deseados. Son mujeres aisladas socialmente. Muchas de ellas no quieren abortar, quieren dar vida, pero se encuentran absolutamente solas, sin apoyo; víctimas de abuso sexual o violencia, y en una situación crítica. Nosotros las acogemos, protegemos el embarazo, y las acompañamos para que, al final, tomen una decisión empoderada. Ya sea continuar con la maternidad con una nueva esperanza, o entregar a su hijo en adopción de manera libre y voluntaria.
¿Cómo ha cambiado su concepto de familia?
La familia no necesariamente es la biológica. La familia es la que te acoge con amor, con principios. Es la que forma, te ama y te acompaña en tu desarrollo en un entorno sano. Muchas veces termina siendo quien la vida te pone en el camino y no con quien compartes la sangre.
Son 83 años de historia y miles de relatos. ¿Hay alguna historia que la haya conmovido profundamente y que la acompañe en silencio como una razón íntima de por qué hace lo que hace?
Sí. Conocí a cinco hermanos en Antioquia. La hermana mayor, de 15 años, ya estaba en la prostitución. El mayor tenía 17. Los tres más pequeños estaban también solos. El mayor me dijo: “Señora, ayúdeme a buscar una familia para mis hermanos”. Yo le pregunté si ellos querían una familia y comenzaron a cantar una canción que habían compuesto pidiéndole a Dios una familia. Le dije al mayor: “No te prometo una familia para tus hermanos. Te prometo una para los cinco. Y si es lo último que hago, lo lograré”. Él me respondió: “Eso me lo han prometido muchas veces”. Hoy ese joven estudia medicina y sus hermanos viven en un entorno familiar maravilloso. Ese día pensé: si ellos lo lograron en esas condiciones, entonces puedo encontrarle una familia a cualquier niño de este país.
Mencionó el proceso de buscar familias. ¿Cómo funciona eso? ¿Cómo se logra encontrar un hogar para cada niño o niña?
Colombia trabaja con organismos internacionales aprobados por el ICBF. Son entidades que promueven la adopción en diferentes países. Las familias interesadas conocen las historias de estos niños a través de esos organismos, y muchas veces se enamoran de ellas. Así es como logran abrir su corazón y su hogar a un nuevo hijo o hija.
¿Qué ha cambiado en usted como mujer, como madre y como ciudadana desde que asumió este rol de cuidar a otros niños y otras madres?
No creo en el “no”. No creo en lo imposible, en lo invencible ni en los obstáculos. Cuando luchas por los derechos de los niños nada puede detenerte. Es como un tren bala: vas para delante, para delante, sin detenerte. La vida de estos niños ya no acepta un “no” más.
